El pronombre que encabeza el título de
esta novela es un misterio; si lo tomamos como interrogativo introduce cierta
curiosidad, por saber la situación en la que ha quedado un clan. Si lo tomamos
como exclamativo puede referirse a la admiración o lástima que nos ha provocado
una familia, como consecuencia de un suceso.
Con esta indecisión empecé a leer Qué
fue de los Lighthouse y, al terminarla, me he dado cuenta de que ambas
sensaciones han pasado por mi mente. Desde el primer momento, Berna González Harbour nos atrapa con
una carta que Everett Lighthouse escribe a su mujer, Marjory, ya fallecida. En
ella promete contar hechos que nunca le dijo, por vergüenza y por liberarla de
esa vergüenza.
Y poco a poco, leyendo el diario de
Everett con los ojos de Asha, nos enteramos de lo que supuso la colonización
que Inglaterra llevó a cabo en África: gloria y honor para los ingleses;
engaño, torturas, humillación, dolor para los africanos.
Los Lighthouse, Everett y Marjory,
empezaron en Tanzania, él como científico, para ayudar a que prosperara el país
y ella, enseñando. Buena gente,
incluso salvan a Asha de las manos de su marido, Mohamed, un viejo que la compró
a su padre y la destrozó nada más poseerla con trece años. Asha solo es feliz
con Marjory, por eso, cuando los ingleses abandonan las colonias, muchos
avergonzados de las barbaridades cometidas, los Lighthouse se la llevan junto a
su hija, Amina, a Inglaterra. Asha es vendida ahora por Mohamed a los ingleses.
Ambas conviven en la mansión unos diez años, hasta que Everett las echa y van a
parar a pisos construidos especialmente para inmigrantes. Asha irá a la casa
familiar todos los días a trabajar. Amina no es bienvenida.
Ahora ha muerto Everett. Sus cuatro
hijos acuden a la lectura del testamento, en donde se llevarán una sorpresa.
Everett no sabía, en los últimos años, lo que ocurría a su alrededor. El
Alzhéimer consiguió que dependiera exclusivamente de su nuera, Martha, que, al
irse a vivir allí, con el menor de la familia, Ben, se encargó de él. Pero todo
el honor de Everett esconde aspectos turbios, la grandeza de Marjory quedó
sepultada cuando ella murió. Quedan su hijo mayor, Arthur, científico como su
padre y su hijo pequeño, Benjamín, actor venido a menos.
Ambos en una rencilla continua, por
envidias personales y gustos por chicas demasiado jóvenes, «Aclaremos algo, Ben. A ti te consintieron todos los caprichos del
mundo […] toda la vida fuiste el niño especial. Y así has seguido».
Entre ellos dos, están Jane y Joyce,
las mellizas, que salieron pronto de la casa y, aunque lamentaron no estar con
su familia acomodada y con el amor de su madre sobre todo, decidieron ser
felices formando su propia familia, Jane en España y Joyce en Francia.
El reparto de los escasos bienes de
Everett es caótico. Ninguno está conforme con lo que su padre dispuso, «—…A todos nos ha dejado cosas raras. A mí
una virgen, imagínate. Suponía que te lo había dicho Ben. —Me la sudan las
cartas. Y me la sudan los sellos. Incluso vuestro dinero […] Ni siquiera sabes
que le he abandonado y vienes a pedirme dinero. ¿Por qué no se lo pides a él».
En un querer hacerse con lo del otro,
surge uno de los enredos mejor llevados en una novela trágica. Situaciones
imposibles, casi surrealistas, que podrían levantar una sonrisa, no hacen sino
aumentar la pena o el desprecio hacia determinados personajes, «Caroline y Arthur mantenían los ojos
abiertos, espantados. Las educadísimas hijas de Ben […] se estaban revolcando
en el suelo oscuro de un hospital, sucias y desgreñadas, para zarandear a una
periodista que se había disfrazado de sanitaria y quitarle el móvil».
Al final todos quieren lo mismo: los
diarios escritos sobre la estancia en Tanzania y los comienzos de la familia en
Inglaterra, diarios que Everett ha legado a Asha, pidiéndole perdón y que
nadie, ni ella misma, sabe por qué. También los lectores queremos saberlo, la
inquietud se apodera de nosotros al leer una narrativa que, por momentos es
poética y en otros, somos testigos de las mayores atrocidades cometidas por el
hombre, «pocos chicos habían sobrevivido
a un trabajo que realizaban a 60 grados de temperatura y 4.000 metros de
profundidad. Los que lo lograron sufrieron enormes problemas de salud».
Las metáforas abundan y algunas son
tan sensoriales que parecen imágenes en la que el narrador, perfecto conocedor
de sus protagonistas, representa diferentes estados de estos para que en la
mente de los lectores surja una comparación implícita «El salto desde el sueño profundo a la máxima atención que ahora tenían
que prestar era una cabriola de vértigo en su penoso estado». Con las
imágenes no solo consigue un lenguaje más descriptivo, también crea efectos,
que evocan emociones en los lectores con las que permite una relación mucho más
intensa con los personajes, pues aunque no conectemos con ellos ni empaticemos,
percibimos impresiones que hemos vivido en algún momento.
La lectura es ágil, Berna González se
permite, en ocasiones, ciertos momentos humorísticos en medio de la desgracia
con los que refresca la prosa. Más de quinientas páginas para retratar a la
familia Lighthouse, mientras en nuestro inconsciente vayamos comparando su
suerte con la de la familia Tabora, tan escasa, tan entera. Asha, Amina, Adela,
tres mujeres representantes del horror de los perdedores, de su humildad y
pundonor; mujeres víctimas del machismo, de la violencia, de la arrogancia que,
no obstante, a pesar de estar doblegadas por el sufrimiento, han aprendido a
vivir con la cabeza alta.
Quinientas páginas
dan para mucho y la autora no pierde la ocasión de denunciar el trato que los
países más “avanzados” dan a los inmigrantes, lo que nos hace reflexionar sobre
el horror que ha supuesto, a lo largo de la historia, pertenecer a una raza
determinada. Y no avanzamos; cuando parece que hemos dado un paso adelante,
volvemos atrás con más saña si cabe a una sociedad prepotente, resentida,
racista y envidiosa. Y en esas estamos «El
puto consentimiento. La famosa libertad de elección, el solo sí es sí, o no es
no, o toda esa tabarra en la que se perdía».
Leyendo Qué fue de los Lighthouse me pregunto qué está siendo del mundo.
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