De
nuevo comienzo una reseña dando las gracias a Babelio porque, con su Masa
Crítica, ha hecho posible que otro de mis deseos se convierta en realidad.
No
conocía a Elena Prieto, pero
presentarse de la mano de Talentura ya era una garantía. Tras leer los siete
relatos de Johnny Cash no es para niños puedo confirmar que esta madrileña
tiene talento y la editorial una aptitud especial para apreciar a los buenos
escritores.
Siete
relatos en los que quien se dirige al lector fluctúa entre la omnisciencia y la
primera persona. Cuando el narrador es omnisciente, se dirige directamente a
nosotros para contarnos algo de un personaje: «Esta mujer que se sienta en el taburete alto, junto a un barril de
madera que sirve de mesa, se llama Mamen. […] Ella ha escuchado que allí todo
el mundo encuentra un sitio y está dispuesta a acomodarse al suyo en cuanto lo
localice».
En
esos instantes no solo leemos; por la inmediatez de lo descrito tenemos la
impresión de estar viviéndolo en primera persona. Somos parte de esa situación
en la que Mamen busca su lugar y estamos dispuestos a seguir su trayectoria. De
esta forma llegamos a conocerla, empatizamos con ella y esperamos que encuentre
una solución airosa para sus dificultades.
Mamen
no es la única que tiene problemas; también la chica frágil, la del pelo frito,
la madre casi niña, la falsa Julia Roberts, Amalia, Ana, la abuela, Clara…
mujeres diferentes unidas por la inquietud constante, por una inseguridad que
las ha llevado a ser invisibles, tanto, que su salud mental puede verse
afectada hasta desembocar en la locura.
Cuando
el narrador es el protagonista se nos descubre en primera persona; desnuda su
alma ante nosotros en un monólogo interior que permite que lo conozcamos en
profundidad; nos introducimos en su intimidad, sin filtros. Somos conocedores
de las dudas que le surgen al llevar a cabo una acción: «lo mismo si aún nadie lo ha visto puedo hacerlo desaparecer».
Sin
que ese personaje sea consciente, apela a nuestra autorreflexión, incluso
dudamos de si lo ocurrido ha sido real o forma parte de su mente atormentada, «¿Quién coño habla? Un momento. Ay, la
hostia, que es Amalia […] Qué hija de puta, que está viva». A veces, la
autora coloca signos de expresión para reforzar pensamientos sueltos, emociones
espontáneas, en otras ocasiones, cuando las emociones forman parte de la
secuencia organizada que su mente ha construido como lógica, prescinde de ellos.
En cualquier caso el tiempo subjetivo, psicológico, se erige sobre el lógico,
por eso pueden aparecer los pensamientos en momentos interrumpidos aunque nos
los haga llegar como parte de un proceso ordenado para que nuestra mente lo
procese con claridad. Es una descripción de acciones en la que, al ser relatada
en presente, sus sentimientos consiguen que todo lo demás sea accesorio.
De
todos modos, sea el narrador omnisciente o protagonista, deja que el lector imagine
el final del relato, casi siempre mediante interpretaciones dirigidas a un
cierre turbador. La trama no se resuelve, por lo que el futuro de las mujeres
que protagonizan las diferentes historias es inquietante. Incluso cuando parece
que todo está solucionado, la frase final nos provoca cierta desazón, estamos
convencidos de que la protagonista no saldrá de un pozo en el que se ha metido
ella o la han abocado las circunstancias que la han acompañado durante toda su
vida. No hay nada previsible en Johnny
Cash no es para niños.
Las
mujeres que desempeñan los acontecimientos de este libro viven rodeadas de
gente: La chica que huele a galletas
comparte la velada con un grupo en el que se siente bien «Le gustan todos y se fija en lo que hacen para hacerlo ella igual».
La madre del chico de Un corazón nervioso parece tener una gran familia «Es el primero de cinco hermanos».
La que sucumbe ante Javi vive en la casa de su padre, en un gran edificio donde parecía haber encontrado la amistad y el amor, «Javi me dijo que teníamos que dejar de vernos […] que, aunque me apreciaba, él apostaba por la familia».
Ana
vive en Una casa llena de nieve,
con su hijo y su feliz marido «En un
impulso inconsciente piensa en hacerle cosquillas a su mujer».
La Abuela vive con su marido, su
hija y su nieto «La abuela de pelo gris
recoge al niño del suelo con gesto de disgusto».
Clara
es una chica de diecisiete años que vive con sus padres y su hermano Jesús.
Pero
Elena Prieto sabe que esas mujeres esconden algo que no las deja comportarse de
forma normal, por lo que nos avisa; a veces al comienzo del relato, otras, más
tarde, pero no podemos relajarnos, leemos esperando un sobresalto y, sobre
todo, leemos esperando el porqué de sus comportamientos. La autora escribe con
un enfoque distinto a la concepción del mundo. Ahí reside el acierto de su
narrativa. Mujeres que han cometido delitos porque dan la primera impresión de
no adaptarse a una sociedad, pero todas tienen una característica común: la
soledad y la consecuente angustia existencial causada por el sentimiento de
culpa de sus actos.
Todas
las protagonistas se sienten solas, en realidad viven aisladas en un entorno
que se les muestra hostil. Unas, son mujeres acostumbradas a ser el sostén
familiar, a no imponerse, a deprimirse poco a poco por los desprecios
obtenidos; otras, habituadas a callar maltratos físicos, psicológicos,
sexuales; todas invisibles en el círculo que frecuentan, todas inestables,
portadoras de una inseguridad que las va minando hasta desembocar en la locura.
Todas están rodeadas de quienes pretenden aprovecharse de ellas, maltratarlas,
ignorarlas mientras ellas intentan, inútilmente, escapar de las presiones a las
que están sometidas. Todo forma entonces una rueda, porque en ese intento
desesperado de huir arrastran a otros que también quedan dañados por lo que la
figura víctima-victimario es para ellas una constante.
Elena Prieto consigue que su narrativa arrastre al lector hasta llevarlo a su terreno, que reflexione y la acompañe en su denuncia; porque Prieto denuncia una sociedad opresiva para con los desfavorecidos, los débiles. Y nosotros nos hacemos eco de su denuncia porque la autora seduce con su narración, con una ficción transformadora capaz de moldear nuestra percepción de lo que nos rodea y la propia realidad.
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