Al
terminar este libro me he dado cuenta de que, probablemente, no todos estén
dispuestos a leerlo. Tiene muy buenas críticas pero el estilo es algo elevado
y, si no se presta la debida atención, hay momentos en los que no sabes muy
bien de qué está hablando, si es algo real o imaginado; si la autora es la
propia protagonista o esta es un personaje inventado. En realidad no importa,
hay que dejarse llevar por la lectura y encontraremos diferentes historias, la
de la relación con Dale —real— o la de Tarquin —inventada—. O puede que sea
justo al revés. Lo que importa en Caja 19 es que muestra una realidad
con la que podemos objetivar nuestra voz interna, conocernos mejor, tal es la
reflexión constante a la que nos obliga Claire-Louise
Bennett.
Creo
que lo que más me ha impactado ha sido leer la época universitaria de la
protagonista. En ella recuerda cómo debió trabajar en la caja 19 de un
supermercado para pagar sus estudios y la estancia en Londres. Mientras ocupaba
su puesto podía fantasear con los clientes en sus relatos, aportándoles una
forma de ser que no era la real sino la que a ella le sugería.
La
relación con su novio de aquel entonces, Dale, sale a la luz y ella se
replantea su actitud, la posición que se le suponía a la mujer en la pareja
quien, de manera natural, podía soportar (y hasta no hace mucho) cierto
maltrato psicológico, sexual o físico, porque todo quedaba encubierto en el
carácter del hombre que, ya se sabe, podía enfurecerse —y con razón, porque
había bebido o cualquier otra excusa— hasta provocar cualquier desastre. Como
consecuencia, la mujer adoptaba el papel pasivo que en la relación se
consideraba normal y, sumisa, permitía que su no se transformase en sí porque,
en realidad, ella no debía hacer mucho. Esta relación íntima, violación, es la
que con el paso del tiempo se ha percatado de haber vivido. La sumisión ha sido
la norma habitual para la mujer, precisamente porque quienes forjaron socialmente
la idea de cómo era una mujer eran hombres; por eso, cuando convenía la mujer
era fuerte y capaz, «Usé tampones […]
difícilmente obstaculizarían todas las actividades a las que según la
publicidad se entregaban las chicas que menstruaban […] ni sueñes con salvarte
de Educación Física […] sé productiva, no decepciones a nadie»; cuando interesaba,
la mujer debía mantener su posición marginal «a una profesora se le volvería en contra en el acto» o aceptar
socialmente que no era libre sino propiedad de un hombre «después de dos años llamándola señora Hurly […] tuvieron que llamarla
señorita Selby […] El nombre de él nunca cambiaría». Y sobre todo, la mujer
era un escaparate en el que todos veían su apariencia unida a su inteligencia y
forma de ser «Quién lo diría al verla (a
Marilyn Monroe), pero siempre tenía la
cabeza metida en un libro». La mujer, con tanta presuposición y obligación,
«se le niegan una autonomía y unos
ingresos […] si sexualmente está en tinieblas […] pasa horas y horas sola con
tres niños…» terminaba algo desequilibrada; de ahí que hubo un tiempo en el
que los hospitales psiquiátricos estaban a rebosar de mujeres.
La
protagonista recuerda su época con Dale y es consciente de que «quería vigilarme […] detesta que me apoye
las gafas de sol en la cabeza […] cree que siempre he elegido mal a los hombres
[…] necesito protección». Y reflexiona sobre la necesidad de inventar otra
realidad. Ahí entra el proceso de la escritura. La memoria de Bennett viaja sin
orden para traerle escenas de cuando ella empezó a escribir garabateando los
cuadernos escolares, haciendo que los dibujos cobrasen vida para que, una vez
en la universidad, intentase escribir una novela.
Comenzó
contando las aventuras vividas por unos personajes que, a fuerza de retomarlos
a diario, cobraron vida, pero esta obra quedó destruida por su novio «Cuando esa tarde abrí la puerta […] vi de
inmediato una pila de papeles rotos en el suelo […] e hice una mueca de dolor…».
La
destrucción de libros representa un elemento de censura normalmente por
oposición religiosa o política. La autora recuerda cómo los estudiantes alemanes,
el 10 de mayo de 1933 arrojaron al fuego libros que podían ser focos de
corrupción y atentar contra la moral, la decencia, la familia y el estado nazi.
Claire Bennet lo expone claramente en Caja
19, como un adelanto de la barbarie semita y a nuestra memoria acuden las
quemas de libros en plena calle durante la dictadura de Franco. Quemar obras
tiene que ver con el temor a que sean leídas, a que la gente cambie la opinión
impuesta. En el caso del novio de la protagonista, cuando destruye la novela “Tarquin
Superbus”, quiere destruir el miedo que siente ante la mujer, su inseguridad su
complejo de inferioridad.
Caja 19 es una autorreflexión literaria; la
literatura ha formado parte de la vida de la autora, de forma tan íntima que se
adentra en la metaliteratura, algo que le permite seguir soñando con historias
y descubrir en ellas la posibilidad de otras nuevas que pueden desarrollarse en
la realidad o en el sueño, lugar en el que la imaginación trabaja al máximo
porque libera las funciones del cerebro para que cuente emociones que le
gustaría experimentar. Es literatura en la literatura, «mete las manos con hoyuelos en el agua, las sacude alegre, sus manos
son estrellas de mar […] Se ve a sí mismo. Tarquin Superbus levantándose de esa
cama digna de un rey…».
En
esta autorreflexión literaria encontramos cómo se desarrolla el proceso de la
escritura y las consecuencias de la lectura: Recuerdos que creíamos ocultos y
aparecen en flash back, creencias de
haber vivido lo que estamos leyendo, conexiones extrañas que nos trae la
lectura con el tiempo «Y eso es todo lo
que logro recordar del libro».
Asimismo
experimentamos o deseamos diferentes vivencias personales que cambian a su vez
con las diferentes lecturas «La historia
se desarrollaba con mucha más rapidez de lo que yo recordaba». Y no cabe
duda de que la imaginación se despierta antes incluso de empezar a leer, «pensábamos sin parar en los tipos de
palabras que podrían contener».
Puede que Caja 19 no tenga una lectura fácil en cuanto a continuidad de la historia pero es innegable que conectamos con la autora, así que uno de los objetivos de Bennett, al menos, queda cumplido «Escribir podía lograr eso. Era una forma de llegar hasta otra persona».
💜 mi primera visita al nuevo espacio aurisecular 😘
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