miércoles, 6 de diciembre de 2023

ALEX

Alex es la continuación de Irène y yo, como el comandante Verhoeven, he debido recuperarme durante años del trauma que me supuso leerla. Él aún no está restablecido del todo pero el jefe Le Guen, lo “convencerá” para volver a lo que realmente hace bien. Así que este caso es una especie de catarsis para Camille y para el lector.

No es necesario haber leído Irène para enterarnos de Alex. El narrador, con alusiones, nos va poniendo al tanto, «No volvieron a verla con vida. Eso hundió a Camille […] cuando empezó a delirar tuvo que ser hospitalizado […] Desde entonces solo acepta casos menores…» No es necesario haber leído Irène pero sí conveniente. Siempre merece la pena leer a Pierre Lemaitre.

Alex es una novela dura, inquietante; a veces levantamos la vista del papel porque no somos capaces de seguir enfrentándonos a unos hechos que, por ser tan fieles reproducciones de la realidad, consideramos imposibles. Pero son posibles. El narrador mira fijamente al personaje y se introduce en su mente para que los lectores seamos testigos de lo que ocurre. Parece ominisciente, pero no lo es, «Irène había hecho que su interior se fortaleciera. Camille nunca habría sido tan… Sin Irène, le faltaban incluso palabras»; el narrador va descubriendo el porqué de los actos de unos y otros con el devenir de los hechos, con la ayuda de Camille quien, una y otra vez no está contento con los resultados. El protagonista aún está afectado por lo que le ocurrió a Irène, se culpa de su muerte; no llegó a tiempo de salvarla, tampoco a su hijo. Camille ha estado cuatro años alejado de casos graves porque el sentimiento de culpabilidad se había apoderado de su mente y no le permitía ningún atisbo de redención.

Su madre también ha muerto. Verhoeven está solo y debe enfrentarse al secuestro de una chica que nadie sabe quién es ni por qué la han raptado. Sabe que el tiempo es fundamental. No puede permitirse llegar tarde otra vez, y la chica lleva desaparecida una semana. Cuando el secuestrador, Trevieux, se dirigía al almacén donde estaba la víctima, la policía lo está esperando, pero en su huida, prefiere lanzarse a los coches y morir atropellado antes que revelarles dónde retiene a su víctima. Mientras, el equipo de Camille consigue entrar en la nave pero allí no hay nadie. Una especie de jaula destrozada, rastros de sangre y ratas. Nada de la secuestrada. Solo los lectores sabemos que se trata de Alex porque la hemos acompañado en su tortura sádica, horrorosa, y nos hemos admirado de que haya podido idear algo tan siniestro para poder escapar.

Lemaitre sabe que el ser humano es capaz de cometer las mayores atrocidades para continuar viviendo aunque la vida no merezca la pena; aunque solo se vislumbre dolor, humillación y miedo, el hombre seguirá luchando por respirar.

Las descripciones del narrador son creíbles, verosímiles, porque mezclan lo que hacen los personajes y las causas de esos actos. Todo nos descoloca en un principio. Conforme vamos llegando al final, cuando Camille, Louis y Armand quieren desvelarnos lo que han ido descubriendo, somos conscientes de que aquello que nos parecía horroroso, fruto de una mente perturbada no es ni más ni menos que algo que se puede dar en la sociedad. Y quienes comenten los actos más depravados pueden convivir con una familia, con unos compañeros, con un colectivo que les abre sus brazos y los protege porque nadie puede adivinar nada extraño en su comportamiento y si alguien lo hace, sabe que es mejor no inmiscuirse en la vida de lo demás. Así somos. En el fondo inhumanos. Lemaitre rechaza cualquier atisbo de sentimentalismo y muestra al ser humano objetivamente, con toques de cruda realidad.

Por mucho que intentemos mirar hacia otro lado, esta es la sociedad que vamos creando poco a poco. Cada vez más sofisticada, puede. Cada vez más depravada, también.

El lenguaje es una seña de identidad del autor pues en todo momento es coloquial y crítico. Aprovecha digresiones para exponer la situación actual de Camille o para, haciendo gala de una ironía total, describir el carácter tacaño de Armand «apura su caña hasta terminarla y pide de inmediato una bolsa de patatas fritas y más aceitunas a cargo de quien pague la cuenta». A través de personificaciones, las sensaciones del ser humano se acrecientan, «el cáñamo parece retorcerse de dolor»; el sarcasmo no salpica solo a los criminales, también al propio Camille. Las ironías hacia su estatura son constantes «quiere demostrarle al comandante sus dotes de buen conductor, la sirena aúlla […] mientras los pies de Camille se balancean a un palmo del suelo y se agarra con la mano derecha al cinturón de seguridad». El humor negro del que hace gala el protagonista es el humor negro del narrador; el dolor y la desesperación de Alex también nos llega a través de éste, el carácter tranquilo de Louis y el del avaro bondadoso —aunque pueda parecer un oxímoron— Armand están presentes en todo momento. La relación entre ellos es un escape a la tensión de la trama.

Alex muestra en todo momento una relación estrecha entre los personajes y su entorno, cómo les afecta a todos, las dudas que se plantean, las causas y consecuencias de sus movimientos, que no son sino el testimonio de problemas de la existencia humana. La idea de la novela es desesperanzadora porque Lemaitre la transmite de la forma más verídica posible y con ello proclama una denuncia rotunda a estos males que nos aquejan como sociedad y que no son tratados desde la familia, desde las escuelas, desde el trabajo o incluso desde las fuerzas del orden público «¡Un rapto! Es una atracción, un espectáculo […] El rumor se extiende […] todos los vecinos del barrio están excitados ante esa situación inesperada […] poco a poco el rumor se debilita, el interés se desvanece […] se escuchan las primeras quejas desde las ventanas. “Queremos dormir. Ahora queremos silencio”».

La reflexión que hacemos al terminar es devastadora, por eso Alex, esta novela negrísima, queda al mismo nivel que las escritas por los más grandes de la literatura, porque Pierre Lemaitre ha dibujado la degradación de una sociedad a través del sufrimiento de los más débiles. El lector indaga, mientras lee esta novela, en la propia conciencia y en la obsesión que parece prevalecer por causar daño; en lo dañados que podemos dejar un cuerpo y una mente con torturas físicas y psicológicas que, a diferencia de las anteriores, no cicatrizarán nunca.

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