Existen
muchos tipos de violencia contra la mujer, laboral, económica, institucional,
psicológica, física, sexual o simbólica. Todos consiguen relegar a ésta a un
segundo plano, alguien que figura pero cuyo pensamiento importa poco, alguien
que alegra aunque esté destrozada por dentro, alguien que perdona aunque la
ofensa haya sido irreparable, humillante, terrorífica. Cuando la mujer vive con
esta actitud es una mujer maltratada, no importa si el daño ha sido físico o
moral.
No
se puede consentir ninguna conducta de supremacía, no se debe perdonar, no se
debe olvidar. Hay que recordarlo todo y evitar cualquier situación que nos
lleve de vuelta a lo mismo. Y para evitar eso lo importante, lo primero, es
reconocer lo que pasa y lo segundo luchar para que no vuelva a ocurrir,
exigiendo una y otra vez el lugar que queremos ocupar en nuestra vida personal
y social. Esto es difícil porque, a veces por venganza, a veces por miedo a ser
violentadas de nuevo, podemos caer en el error de colocarnos, no en el mismo
plano que los demás sino por delante, y continuar así con esta espiral de
violencia e injusticia.
Todo
lo expuesto hasta aquí es lo que advertimos en el libro, escrito de forma
fragmentada, ¿Por qué me juzgas si no me conoces? compuesto por diez partes
cuyo eje aparece en la primera, «Mi
nombre es Valentina». La autora no se esconde, todo lo contrario, se abre a
nosotros con un propósito claro según reza la segunda parte «Escribir, para mí, es liberar la mente».
Creo que esta es la clave, Valentina Prisacaru
utiliza el poder de la escritura para dejar escapar «las cosas que quería decir, y no las dije en su momento […]
pensamientos que nunca pude expresar por miedo al rechazo». Una vez
expuesta la finalidad del libro, Prisacaru cuenta su historia en forma de
relato testimonial, una situación que, lamentablemente, es bastante usual para
la mujer.
La
escritura revela una conflictiva constitución de la identidad de la autora, que
se convierte en constitución inacabada de la identidad de la mujer.
La
clave para entender a Valentina está al comienzo de su historia personal, de su
vida, aunque este comienzo esté relatado al final. Por eso despista algo, por
eso hay que leer la declaración completa. Una vez se ha presentado nos
enteramos, en el capítulo tres, de que «su
primer amor» fue posesivo «Él era
así, no le gustaba dar explicaciones o justificarse. En cambio, él quería saber
todo lo que hacía porque si no se enfadaba». Tan posesivo que creó en ella
una situación de total dependencia «y yo
alrededor de su mundo, donde estaba atrapada». Lógicamente, cuando alguien
se siente atrapada y no puede salir, la voluntad se va minando, así que no
resulta raro, al contrario, lo vemos venir, saber que, después de años de
convivencia, ella fue estafada y abandonada en la miseria, «Cuando no pudo sacar nada más de mí, y cuando vio que me había quedado
sin nada, me dejó porque ya no le aportaba nada». En estos momentos estamos
seguros de las consecuencias físicas y psicológicas que repercutirán en la
autora tras este hecho, colofón de toda una secuencia de prepotencia y
violencia verbal.
Lo
raro es descubrir que la protagonista no se rinde, continúa buscando un hombre
que quiera compartir con ella su vida y ser felices para siempre. Ahora nos
preguntamos ¿por qué «para llegar a un
príncipe hay que besar muchas ranas»? No entendemos que debamos enfocar
nuestra vida hacia alguien, cuando hemos demostrado que somos capaces de salir
adelante con nuestros propios medios. No es necesario pasar una y otra vez por
la misma situación hasta encontrar un hombre protector.
La
llave para empatizar con la actitud de Valentina está al final del libro,
cuando nos habla de su infancia, y encontramos, horrorizados, a un padre que,
por causa del alcohol, complejo personal o cualquier otra razón, se comporta
con su familia de forma violenta, sádica «Se
sentó en la cama con un cable conector en la mano […] Por cada error os
golpearé, así que vosotras veréis […] Nos equivocamos mucho, y nos picaba todo
el cuerpo, pero gracias a ese miedo pudimos aprenderla (¡la tabla de
multiplicar!) de memoria». Un padre cuyo
comportamiento y sus consecuencias aún son justificados, «Mi madre fue muy valiente al estar con él después del primer golpe».
Un padre al que todo ha sido perdonado, «me
acuerdo de él con cariño, y lo echo de menos».
Está
claro, la infancia es una época fundamental en el desarrollo de la
personalidad. Es difícil extirpar del ser humano el pasado. La necesidad de una
familia feliz y protectora, en esa primera etapa, llevará a querer construirla
a costa de lo que sea en la madurez.
Por
regla general esta actitud es más propia de la mujer, mientras que en el hombre
suele darse lo contrario. Es decir, cada sexo intentará repetir lo que vivió en
sus primeros años, porque eso es “lo normal”. En cada caso de malos tratos del
hombre hacia la mujer, los niños tienen más probabilidades de repetir esa
conducta, mientras que las niñas repetirán la de sus madres.
A lo
largo de la historia hemos asistido a triunfos de algunas reivindicaciones del
sexo femenino, lo que indica que, como seres humanos, no dejamos de
evolucionar. De ahí que el escrito de Valentina Prisacaru se convierta en su
lucha particular para alcanzar el estado social que todos anhelamos.
Formalmente,
es difícil sin embargo calificar este libro, porque el nombre de la
protagonista coincide con el de la autora. Habremos de mirar al pasado para
entender este texto, quedarnos en la confesión, en las memorias, y construir de
manera adecuada la identidad de Valentina. El lector ocupa un lugar de
interpretación psicológica «Eres dueña de
tu vida. Mandas en tu vida», pues no equipara la biografía a la novela ni
asimila a la autora como creadora de una obra literaria. Precisamente a causa
de la ambigüedad del texto somos capaces de conseguir que Valentina Prisacaru
cobre entidad y su texto tenga sentido. La autora se presenta a la vez como personaje
literario y sujeto real para que los lectores podamos hacer un balance del
proceso de superación del machismo.
Parece
que en algunas zonas, bastantes, la igualdad entre sexos sigue perteneciendo a
un estado teórico.
Ya
es hora de llevarlo a la práctica en cualquier situación.
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