No
cabe duda de que Los mitos de Cthulhu, es literatura de horror sobrenatural,
cósmico. Los fantasmas de los cuentos de terror se sustituyen por seres
monstruosos que viven en las profundidades de la tierra y en otro tiempo,
incluso en otra dimensión. Estos seres
están agazapados para salir en cualquier oportunidad, da igual que hayan
pasado miles de años, y causar la muerte de los seres humanos, bien por la
fuerza, si son atrapados, o presas de la locura, si han conseguido escapar.
Realmente, nadie que los vea se libra de un final terrible.
La
obra de H.P. Lovecraft sigue
teniendo incondicionales entre los lectores de hoy día a pesar de (o puede que
por esa razón) ser un autor con cierto carisma homófobo, antisocial y crítico
hacia todo lo moderno. No cabe duda de que en sus relatos late un racismo
acentuado; los monstruos tienen que ver con hombres indígenas, negros, nunca de
ojos claros, a quienes atacan «La región
que ahora invadía la policía era una de tradicional mala reputación,
prácticamente desconocida y no cruzada por hombres blancos». «Sus extraños
rasgos no tenían nada que ver con los asiáticos, polinesios, levantinos o
negroides». Este desprecio da como resultado una obra mitológica, Los mitos de Cthulhu, instaurada con la
visión apocalíptica de una imagen degradada del universo.
La
edición de Alma Clásicos Ilustrados es, como suele, una maravilla. El libro, de
tapa dura, corresponde a una edición revisada, de 2019, en papel reciclado con
fantásticas ilustraciones de Paul Carrick. Son doce narraciones, aunque solo
diez son enteramente de Lovecraft. Las
ratas del cementerio está escrita por Henry Kuttner, probablemente el más
fiel seguidor del maestro, aunque se pueden extraer algunas diferencias. En la
estructura, Kuttner mantiene la clásica, una presentación del guardián del
cementerio y los objetivos por los que continúa en el cargo a pesar de las
enormes ratas que colonizaron el lugar y los sucesos extraños que protagonizan.
El nudo narrativo ocupa casi toda la historia, cómo el guardián quiere adelantarse
a las ratas para robar el oro del último enterrado. Y el desenlace, apenas un
párrafo para describir su agonía. La angustia del lector va en aumento desde el
principio y el cuento se lee con bastante facilidad, probablemente por ser muy
corto. La historia es más sencilla, no encontramos las analepsis ni prolepsis que
suelen ser habituales en Lovecraft. Apenas hay digresiones; la atención pues,
no se desvía en ningún momento. El lenguaje es mucho más coloquial, exento de
términos científicos, mitológicos o inventados, por lo que el ritmo de lectura
se acelera.
El
corpus de narraciones de Lovecraft tiene su sello propio, de hecho podríamos
encuadrar estas novelas cortas y cuentos en la literatura perteneciente al
cosmicismo. En casi todos los relatos encontramos seres interestelares no
percibidos por el hombre (que no es sino una parte insignificante de un
universo aterrador). Los narradores, uno en cada historia, no son fiables, pues
sus mentes están alteradas por el horror vivido o por las diversas sustancias
ingeridas para olvidarlo. Hay un personaje, Randolph Carter, que se repite en
algunos cuentos. En el primero, La
declaración de Randolph Carter, denuncia en primera persona a la policía la
desaparición de su amigo después de que encontrara el Necromicón (libro prohibido
de hechizos y taumaturgia, inventado por el propio Lovecraft y nombrado en La ciudad sin nombre, siguiente cuento
del volumen, que sirve para conectar ambas narraciones y ofrecer una sensación
realista a lo que nombra. Por supuesto, en La
ciudad sin nombre advierte que el libro prohibido fue escrito por «el árabe loco Abdul Alhazred», técnica
clásica de la que el padre de la ciencia ficción hace uso cuando se declara a
sí mismo el autor pero elude responsabilidades, con su pseudónimo , al introducir
dos autores en el relato).
Warren,
el amigo desaparecido, sigue las indicaciones del libro por túneles
subterráneos en los que habitan seres terroríficos y no sale. Pero Carter
espera que Warren le conteste durante «interminables
eones» hasta que al final una «voz hueca,
profunda, gelatinosa, remota, sobrenatural, inhumana e incorpórea» es la
que le responde: «¡Warren está muerto!».
Está
claro que este cuento, corto, se podría clasificar como descendiente de los
escritos de Edgar Allan Poe, por la atmósfera macabra y la exposición de los
miedos ocultos que nos acechan en la oscuridad. Pero va más lejos. La
acumulación de adjetivos, las palabras denotativas de algo impracticable «El susurro de Warren se hinchó hasta
convertirse en un grito, un grito que se hinchó […] en un alarido que contenía
todo el horror de los siglos», las hipérboles imposibles «interminables eones permanecí sentado»
y los términos específicos o técnicos «euclidiana»,
«anadeando», «oleosamente», consiguen que estas narraciones no sean solo
románticas sino que adquieran la categoría de góticas. Los personajes se mueven
en situaciones exageradas por un marco sobrenatural que trasciende el real para
ofrecernos cadáveres, espectros con formas de diferentes seres capaces de
traspasar lugares y tiempos para llevarnos, de manera enloquecedora, hasta los
comienzos del universo. Y será esta cualidad, la de viajar en el tiempo, la que
aporte a la literatura gótica de Lovecraft el rango de ciencia ficción.
Si
hay una novela de ciencia ficción que refleja la misantropía de este autor creo
que es A través de las puertas de la
llave de plata, escrita con Hoffman Price en la que el personaje recurrente
de Randolf Carter vuelve a ser el protagonista, aunque en realidad ha
desaparecido. Y en su casa se celebra una reunión para decidir el destino de su
finca. El gurú Chandaputra les cuenta que Carter desapareció pues el Arquetipo
Supremo le entregó una llave que lo llevaría a una dimensión superior, tras
haber profundizado en los misterios del cosmos y entender la naturaleza del
universo. Al traspasar la puerta entendió que todos los seres son facetas de
otro superior; él es una faceta del Arquetipo Supremo que le concede su deseo
de conocer una raza extinta de un país lejano. Pero no sigue las normas del
supremo, por lo que no puede adoptar su forma humana ni volver a la Tierra
hasta dentro de dos años, cuando dé fruto el plan concebido para tal fin.
Los
seres monstruosos tienen reminiscencias de Dios «Se encontraba en muchos lugares al mismo tiempo». Carter quiere
ser omnipotente «emanó de aquel Espíritu
ilimitado una corriente de sabiduría y comprensión…» no se conforma con lo
que sabe el hombre, quiere alcanzar «lo
que casi estaba fuera de la comprensión humana». Pero, ¿podrá tener del don
del conocimiento absoluto? Lovecraft tiene la respuesta y puede que no sea del
todo alentadora para el hombre.
Los
Grandes Antiguos dioses del más allá despertarán por variadas razones para
apoderarse de los humanos y llevarlos hasta otras culturas, otros mitos que estaban
enterrados en el tiempo pero no muertos y, aunque puedan volver a sus infiernos
en algunos cuentos, el lector tiene claro que en cualquier momento, regresarán
al menor descuido del hombre. En cuanto este quiera indagar, saber más de lo
debido, investigar sobre el pasado, podrá despertar a las bestias dormidas que
traerán el nuevo caos.
Un
pesimismo terrorífico invade estos Mitos
de Cthulhu, pues sugieren cierto menosprecio a una humanidad incapaz de
vivir en armonía. El hombre vive bajo un poder espantoso que, aunque parece
inerte, puede cobrar vida para destruirlo. Al personificar «La ciudad sin nombre», le confiere determinada autoridad
destructiva acechante, «vetusta
superviviente del diluvio, de esta bisabuela de la pirámide»; una autoridad
con un fin concreto y determinista para el ser humano, «en los eones venideros hasta la muerte puede morir». Todo puede
ser causa de antítesis, de ruptura del orden establecido «me pareció que esta —la luna—
temblaba como si se reflejara en la superficie de unas aguas trémulas», por
eso no es raro que podamos estar a merced de espíritus malignos que se alían a
la naturaleza «furia del viento era
infernal, cacodemoníaca» para hacer que desaparezca el hombre «mis gritos se perdieron en aquel babel
infernal de espíritus aulladores», y resurjan otras especies extintas «la de las criaturas reptilianas de la
ciudad sin nombre». El arqueólogo que visita esa ciudad queda subyugado por
las imágenes de reptiles de cabeza deforme que lo sumen en un debate entre lo
real y lo imaginado. Esta ciudad recuerda a la que aparece en Las mil y una noches como maldita por
Dios. Parece que el hombre está maldito por Dios también para Lovecraft, pues
el enfrentamiento que tiene con diversas razas alienígenas en sus cuentos,
supone una batalla perdida. Se enfrenta a dioses peligrosos (pero de cierto
paralelismo al de la religión católica) y a seres amenazadores (pero de mayor
inteligencia que los hombres). El autor deja constancia de su obsesión por
tener consciencia del Todo, de la unidad que dirige el espacio con poder
absoluto y de la insignificancia del hombre ante ese poder.
En El modelo de Pickman sorprende con un
lenguaje más expresivo, menos coloquial que, unido a una narración en primera
persona que se funde en un monólogo dirigido a un oyente-lector, impacta
doblemente por lo poco explícito del terror y las preguntas retóricas «¿Qué sabrán los hombres de hoy acerca de la
vida y de las fuerzas que se ocultan tras ella?» El modelo de Pickman representa la cara terrible del ser humano, no
la que ven los demás sino la que vemos al mirarnos en una fotografía, la que presentimos
al mirarnos en el espejo, la que intenta (como en El retrato de Dorian Grey) negar el horror y solo consigue
acrecentarlo.
No
quisiera terminar sin reflexionar en La
sombra sobre Innsmonth, una novela corta de 72 páginas incluida en este
volumen. El narrador protagonista llega a un puerto de Massachusetts por
casualidad y, espantado, solo encuentra a dos humanos, el tendero y el viejo
Allen. El resto, así como el propio pueblo, son figuras inquietantes, repelentes.
Allen le cuenta que en el pasado llegaron a un acuerdo con los Profundos; estos
seres superiores, mitad peces, aportarían prosperidad a cambio de sacrificios y
la procreación con humanos. Eran adoradores de Cthulhu, el dios dragón con
cabeza de pulpo, del que todos venimos. Los profundos traían a seres del mar y
los dejaban en Innsmonth para que se mezclaran con los hombres. El narrador,
aterrado, logra verlos; tras ser perseguido por ellos, puede regresar a su
ciudad. Pero tiene sueños en los que Cthulhu lo reclama a ese universo de las
profundidades ¿Es una actitud blasfema? ¿Puede el hombre adoptar una forma
monstruosa que habita en las profundidades marinas para quedar a imagen y
semejanza de dios? ¿Creó dios al hombre o este fue una evolución de los seres
más antiguos que poblaron la Tierra? ¿Es posible seguir una religión siendo
científico? Parece que estas preguntas atormentaron a Lovecraft. En cualquier
caso, y a pesar de todo, su mente dejó una base literaria sólida sobre la que
se han seguido edificando ficciones hasta hoy.
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