Petros Márkaris,
después de treinta años, sigue denunciando las injusticias sociales. En la
última entrega de la saga de Kostas Jaritos, La ira de los humillados,
hay mayor carga de sátira social que de intriga policial; desde el primer
momento casi, el Jefe de las Fuerzas de seguridad del Ática, junto a Antigoni
Ferleki, la jefa de la Brigada de Homicidios, sospechan de quiénes podrían ser los
asesinos de un profesor de matemáticas en la Facultad de Economía. El caso se
va complicando cuando también matan a un profesor de instituto y, más tarde,
atentan contra un jefe de una empresa tecnológica extranjera con sede en
Atenas.
Los miembros de la
policía no necesitan violencia ni engaños para que los culpables confiesen.
Jaritos y Ferleki preguntan, razonan y los responsables hablan sobre lo
sucedido. No hay violencia en la novela a pesar de los asesinatos. Sí hay
crítica sociopolítica en las causas de la desaparición del estudio de las
Humanidades; de la apatía que muestran los jóvenes hacia la cultura y las
tradiciones: «La razón no es únicamente
la reducción del interés de los estudiantes, sino también la progresiva
marginación de los estudios humanísticos». Y hay crítica en las
consecuencias: estamos creando sociedades sin arraigo, «El conocimiento de la historia y de la civilización es la base sobre
la que se sustenta una ciudadanía concienciada».
Está claro que la
denuncia le interesa a Márkaris, y además tiene razón. El problema del
desprecio por las humanidades no es solo en Grecia; estamos acostumbrándonos a
que vayan desapareciendo de los institutos el Latín, el Griego, la Cultura
Clásica o las horas de Lengua y Literatura. Al mismo tiempo vamos asumiendo con
relativa normalidad la corrupción; no solo en España, no solo en los políticos.
La corrupción alcanza a todas las esferas y llega a todos los lugares. No nos
importa que el mundo esté en manos de pederastas, asesinos o genocidas mientras
no toquen nuestra escasa parcela. Nos vamos habituando a chillar sin pensar…
Así nos va. Pero esto es otro tema que habría de ser tratado y cortado de raíz.
En La ira de los humillados, el autor
expone qué ocurre cuando unos chicos han sufrido acoso en el instituto: un
atosigamiento por parte de los profesores para que elijan ciertas materias
tecnológicas porque son el futuro; burlas de los compañeros hacia los que
destacan en “letras” por ser considerados “raritos”. Y ocurre que esos chicos
terminan estudiando, trabajando en algo que no les gusta, algo que aumentará su
frustración y el deprecio y odio hacia una sociedad a la que no aman. Algo que
irá abarcando otras esferas hasta crear un nudo gordiano casi imposible de
deshacer. Pero Kostas Jaritos tiene por bandera el respeto y el amor a la
familia, a los necesitados y a los oprimidos. Solo con estos valores podrá resolver
unos delitos que ya vamos admitiendo como parte del sistema «El miedo a ser víctimas los convirtió en
victimarios».
Para este policía
no hay partidos políticos sino personas y él sabrá distinguir quién merece la
pena y tendrá en cuenta sus consejos. La novela está relatada por Jaritos, en
primera persona del presente, momento a momento; de esta manera no olvida
contar actos o hechos que podrían ser innecesarios porque no aportan nada para
la resolución del caso pero confirman el carácter humilde de este jefe de
Policía al que tampoco su último ascenso se le ha subido a la cabeza «Yo estaré presente, pero el interrogatorio
lo haréis vosotros. Solo intervendré si es necesario».
Creo que su
sencillez es lo que le hace no dar nada por sabido; por eso continúa, a pesar
de los años, utilizando el diccionario cada vez que duda sobre algo; solo así
podrá resolver un dilema sabiendo con seguridad a lo que se enfrenta. Solo así
ironiza sobre un amor por la lengua que se mantiene intacto: «tecnología. f. […] Pobre Dimitrakos, algo
sabes de economía, pero en tecnología eres un desastre, pensé mientras cerraba
el diccionario».
La crítica social
se amplía con cierto sarcasmo al referirse al ámbito político; el Ministro del
Interior no se lo pone fácil y entre él y el Ministro de Educación no hay
colaboración. Es una competición para ver quién sale indemne de los desórdenes
sociales. No importa tanto la solución como ser culpabilizado. Sin embargo, se
trata de Márkaris, fiel reflejo, creo, de su personaje, por lo que no incide
demasiado en la dejación de responsabilidades de los políticos. No hace «leña del árbol caído»; se limita a exponer
la realidad de una sociedad en la que destacan la escasez de recursos
policiales, la mala estructuración urbanística y educativa o la falta de
recursos para los inmigrantes…, lugares comunes que trata en su obra, que
pueblan las páginas de sus novelas una y otra vez. En esta ocasión aparece algo
nuevo que parece también de carácter universal: los pakistaníes que emigran a
otros países y solucionan su vida con pequeños comercios de frutas y verduras,
abiertos con horarios imposibles para el descanso «Ellos abren sus tiendas a primera hora de la mañana y cierran bien
entrada la madrugada. Lo sé por un africano que tiene una tienda similar cerca
de mi casa. El pakistaní nos ha dicho que vio…».
Pues sí, en este
caso un pakistaní, que no es griego, ayuda a la policía griega a resolver el
caso. Fuera de la novela, otro pakistaní llamó por teléfono al dueño de un bar,
en Cartagena, cuando por la noche entraron a robarle aprovechando que había
tenido que ir al hospital gravemente enfermo. No tiene que ver con La ira de los humillados pero al leer
este pasaje me vino a la mente este suceso que viví en primera persona. A veces
los humillados nos dan lecciones de civismo y convivencia.
Está claro que
Márkaris escribe una novela cercana en la que detalla la forma de vida de
Kostas Jaritos, una cotidianeidad que puede no ser tan usual, aunque sigue
siendo envidiable, y una forma de trabajar que no requiere de héroes pero
tampoco acepta canallas que pongan zancadillas
—Hay
otro camino […] —dice Askalidis.
—¿Qué
camino? —pregunto.
—…quizás
debamos empezar por…
—Te
felicito, Zanos. Es una idea muy buena…
—Hay
un problema —interviene Kollas…
—En
eso tienes razón —reconoce Antigoni.
Márkaris es el
autor de la novela negra de intriga, social, política. Leyendo a este casi
nonagenario de mente lúcida aún creemos en la justicia social y deseamos que
sea leído por todos para que nos inculque su apoyo a los perdedores sociales.
Leyendo a este estambulí entendemos temas actuales y transformaciones sociales que han saltado de Grecia para conformar, al menos, un panorama europeo que va perdiendo valores morales y tradicionales.
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