viernes, 13 de junio de 2025

LA IRA DE LOS HUMILLADOS

Petros Márkaris, después de treinta años, sigue denunciando las injusticias sociales. En la última entrega de la saga de Kostas Jaritos, La ira de los humillados, hay mayor carga de sátira social que de intriga policial; desde el primer momento casi, el Jefe de las Fuerzas de seguridad del Ática, junto a Antigoni Ferleki, la jefa de la Brigada de Homicidios, sospechan de quiénes podrían ser los asesinos de un profesor de matemáticas en la Facultad de Economía. El caso se va complicando cuando también matan a un profesor de instituto y, más tarde, atentan contra un jefe de una empresa tecnológica extranjera con sede en Atenas.

Los miembros de la policía no necesitan violencia ni engaños para que los culpables confiesen. Jaritos y Ferleki preguntan, razonan y los responsables hablan sobre lo sucedido. No hay violencia en la novela a pesar de los asesinatos. Sí hay crítica sociopolítica en las causas de la desaparición del estudio de las Humanidades; de la apatía que muestran los jóvenes hacia la cultura y las tradiciones: «La razón no es únicamente la reducción del interés de los estudiantes, sino también la progresiva marginación de los estudios humanísticos». Y hay crítica en las consecuencias: estamos creando sociedades sin arraigo, «El conocimiento de la historia y de la civilización es la base sobre la que se sustenta una ciudadanía concienciada».

Está claro que la denuncia le interesa a Márkaris, y además tiene razón. El problema del desprecio por las humanidades no es solo en Grecia; estamos acostumbrándonos a que vayan desapareciendo de los institutos el Latín, el Griego, la Cultura Clásica o las horas de Lengua y Literatura. Al mismo tiempo vamos asumiendo con relativa normalidad la corrupción; no solo en España, no solo en los políticos. La corrupción alcanza a todas las esferas y llega a todos los lugares. No nos importa que el mundo esté en manos de pederastas, asesinos o genocidas mientras no toquen nuestra escasa parcela. Nos vamos habituando a chillar sin pensar… Así nos va. Pero esto es otro tema que habría de ser tratado y cortado de raíz.

En La ira de los humillados, el autor expone qué ocurre cuando unos chicos han sufrido acoso en el instituto: un atosigamiento por parte de los profesores para que elijan ciertas materias tecnológicas porque son el futuro; burlas de los compañeros hacia los que destacan en “letras” por ser considerados “raritos”. Y ocurre que esos chicos terminan estudiando, trabajando en algo que no les gusta, algo que aumentará su frustración y el deprecio y odio hacia una sociedad a la que no aman. Algo que irá abarcando otras esferas hasta crear un nudo gordiano casi imposible de deshacer. Pero Kostas Jaritos tiene por bandera el respeto y el amor a la familia, a los necesitados y a los oprimidos. Solo con estos valores podrá resolver unos delitos que ya vamos admitiendo como parte del sistema «El miedo a ser víctimas los convirtió en victimarios».

Para este policía no hay partidos políticos sino personas y él sabrá distinguir quién merece la pena y tendrá en cuenta sus consejos. La novela está relatada por Jaritos, en primera persona del presente, momento a momento; de esta manera no olvida contar actos o hechos que podrían ser innecesarios porque no aportan nada para la resolución del caso pero confirman el carácter humilde de este jefe de Policía al que tampoco su último ascenso se le ha subido a la cabeza «Yo estaré presente, pero el interrogatorio lo haréis vosotros. Solo intervendré si es necesario».

Creo que su sencillez es lo que le hace no dar nada por sabido; por eso continúa, a pesar de los años, utilizando el diccionario cada vez que duda sobre algo; solo así podrá resolver un dilema sabiendo con seguridad a lo que se enfrenta. Solo así ironiza sobre un amor por la lengua que se mantiene intacto: «tecnología. f. […] Pobre Dimitrakos, algo sabes de economía, pero en tecnología eres un desastre, pensé mientras cerraba el diccionario».

La crítica social se amplía con cierto sarcasmo al referirse al ámbito político; el Ministro del Interior no se lo pone fácil y entre él y el Ministro de Educación no hay colaboración. Es una competición para ver quién sale indemne de los desórdenes sociales. No importa tanto la solución como ser culpabilizado. Sin embargo, se trata de Márkaris, fiel reflejo, creo, de su personaje, por lo que no incide demasiado en la dejación de responsabilidades de los políticos. No hace «leña del árbol caído»; se limita a exponer la realidad de una sociedad en la que destacan la escasez de recursos policiales, la mala estructuración urbanística y educativa o la falta de recursos para los inmigrantes…, lugares comunes que trata en su obra, que pueblan las páginas de sus novelas una y otra vez. En esta ocasión aparece algo nuevo que parece también de carácter universal: los pakistaníes que emigran a otros países y solucionan su vida con pequeños comercios de frutas y verduras, abiertos con horarios imposibles para el descanso «Ellos abren sus tiendas a primera hora de la mañana y cierran bien entrada la madrugada. Lo sé por un africano que tiene una tienda similar cerca de mi casa. El pakistaní nos ha dicho que vio…».

Pues sí, en este caso un pakistaní, que no es griego, ayuda a la policía griega a resolver el caso. Fuera de la novela, otro pakistaní llamó por teléfono al dueño de un bar, en Cartagena, cuando por la noche entraron a robarle aprovechando que había tenido que ir al hospital gravemente enfermo. No tiene que ver con La ira de los humillados pero al leer este pasaje me vino a la mente este suceso que viví en primera persona. A veces los humillados nos dan lecciones de civismo y convivencia.

Está claro que Márkaris escribe una novela cercana en la que detalla la forma de vida de Kostas Jaritos, una cotidianeidad que puede no ser tan usual, aunque sigue siendo envidiable, y una forma de trabajar que no requiere de héroes pero tampoco acepta canallas que pongan zancadillas


—Hay otro camino […] —dice Askalidis.

—¿Qué camino? —pregunto.

—…quizás debamos empezar por…

—Te felicito, Zanos. Es una idea muy buena…

—Hay un problema —interviene Kollas…

—En eso tienes razón —reconoce Antigoni.

Márkaris es el autor de la novela negra de intriga, social, política. Leyendo a este casi nonagenario de mente lúcida aún creemos en la justicia social y deseamos que sea leído por todos para que nos inculque su apoyo a los perdedores sociales.

Leyendo a este estambulí entendemos temas actuales y transformaciones sociales que han saltado de Grecia para conformar, al menos, un panorama europeo que va perdiendo valores morales y tradicionales.

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