La muy catastrófica
visita al zoo debería ser leída
por todo el mundo. Los niños, en los colegios, para comentar después su
lectura; seguro que los profesores aprendían mucho. Los padres, en las
reuniones de la AMPA, para darse cuenta de que, a veces, usurpan, sin mala
intención, el papel del profesor. Los profesores, en los claustros, para ser
conscientes de que cada alumno es especial y como tal hay que tratarlo pero, al
mismo tiempo, todos son iguales.
No estaría mal que
los políticos también lo leyeran para reflexionar sobre el significado de esto
que llevan entre manos y se llama democracia.
Joël Dicker
lo ha vuelto a hacer; en esta ocasión con un libro infantil, escrito con tanto
gusto, tanta pasión que agrada a todo el mundo. No sé si es una novela de
aventuras; una novela epistolar, debido a que está narrada en forma de diario,
aunque no escrito sino recordado por su protagonista; una novela infantil, ya
que sus protagonistas son niños y son quienes se encargan de descubrir el
misterio; un cuento, porque los personajes están conformados con pocos trazos,
los más importantes. Somos los lectores quienes ponemos la imaginación a
trabajar para darles forma, física y psicológica.
En fin, La muy catastrófica visita al zoo no
“encaja” en ninguna normativa y sin embargo es un gran libro porque es
literatura de la mejor. Dicker ha conseguido escribir un libro de misterio,
didáctico, de aventuras, en el que no falta la crítica social, la llamada de
atención al sistema educativo y, por supuesto, la moraleja. Con este libro, el
autor se consagra como alguien capaz de usar cualquier registro y hacerlo bien.
La novela está
escrita por una narradora adulta que, en primera persona, cuenta lo que les
ocurrió a ella y sus compañeros cuando iban a un colegio especial. El colegio
era pequeño, asistían solo seis niños, «Es
un cole muy pequeñito porque solo hay una clase […] es muy guay […] Está Artie,
que es hipocondríaco […] Está Thomas, que es superbueno en kárate […] Está
Otto, cuyos padres viven cada uno en una casa distinta […] Por su cumple
siempre pide enciclopedias y diccionarios […] Está Giovanni, que siempre va con
camisa, incluso para jugar fuera. Sus padres tienen mucho dinero […] Está
Yoshi, que no habla nunca […] estoy yo: Joséphine. Parece ser que no entiendo
las cosas demasiado rápido».
Joséphine, a pesar
de ser “especial” pudo ir a la universidad y ahora es escritora. Cuenta la
historia de lo que les ocurrió un año, un poco antes de las vacaciones de
Navidad, en el que vieron peligrar su colegio.
La escritura es
fluida. Los lectores sacamos toda la ternura que llevamos dentro al leer las
catástrofes encadenadas por las que pasa este grupo de niños, ayudados por su
profesora, la señorita Jennings, por el director del cole de los “normales” y
por la abuela de Giovanni, una experta en series policiacas.
Joséphine está
diagnosticada como alumna de educación especial, sin embargo es observadora al
máximo y sabe cuándo algo no va bien, momentos en los que decide evitar
problemas y actuar con discreción, «me
las zampé sin rechistar. Es lo que se llama ponerse de perfil bajo». Ella y
sus compañeros disfrutan de un entorno apropiado, con una profesional que sabe
cómo desarrollar sus habilidades, adaptándose a las necesidades individuales de
cada uno. Cuando por motivos de fuerza mayor estos niños pasan al “cole normal”
surgen las burlas, las peleas…, hasta que el director se da cuenta y con la
ayuda de la señorita Jennings se comprometen a implementar una educación
inclusiva.
Ojalá funcionen así
todos los colegios, ojalá ningún niño se sienta inferior o superior a otro por
ninguna razón. Nuestros protagonistas son todos diferentes y se apoyan entre
ellos, disfrutan con las ventajas de unos y los éxitos de otros y cada uno, con
sus características, es fundamental para que cualquier dificultad pueda
superarse.
Esta es la moraleja
principal: no debemos menospreciar a nadie porque todos somos valiosos si
aprendemos a trabajar en equipo. Mientras llegamos a esta conclusión, reímos
con los personajes secundarios porque vemos reflejados pensamientos habituales
de la mayoría.
—Caso cerrado: ha sido el mudito el que lo ha atascado todo de tanto lavarse las manos y…
—¡No se debe designar a un niño por su discapacidad! —Se enfadó la señorita Jennings.
—Madre mía, si es que ya no se puede decir nada —se irritó el jefe de bomberos.
También aparecen
sonrisas en las explicaciones (necesarias para Joséphine) de la polisemia «el culpable siempre tenía un móvil, pero no
para hablar por teléfono…».
Y por supuesto, el
trato que les damos a los niños es causa de llamada de atención, aunque al leer
la explicación de la protagonista, sonriamos aun sabiendo que suele ocurrir, «se enfadó con nosotros porque nos habíamos
comido toda la tarta que quería guardar “para unos invitados”. A mí me entraron
ganas de hacerle notar a la madre que nosotros también éramos invitados».
La ternura que se
desprende del relato está desde el comienzo, cuando los “especiales” deben
enfrentarse a los “normales” y no terminan de encajar en los convencionalismos.
Asimismo, Dicker no desperdicia la ocasión de poner en tela de juicio lo que se
considera democracia, algo que parece que los adultos hemos asumido en teoría
y, sin embargo, pocos lo llevamos a la práctica, al menos en según qué
ocasiones; en otras, pensamos que los derechos se amplían a todos por igual en
cualquier ámbito. Esto es especialmente grave en educación. Mientras cada
profesional tiene libertad para realizar su trabajo y los demás confiamos en su
capacidad, los profesores están sometidos constantemente al juicio de los padres
y, como no todos los padres piensan de la misma manera, al final es el gremio
de la enseñanza el que sale criticado, debiendo, en más de una ocasión,
sucumbir a las exigencias de los demás, «al
parecer, las normas del cole no se aplican a los padres porque, en cuanto el
pobre Director abrió la boca, lo interrumpieron […] a los adultos se les
permite portarse peor que mal».
Dicker recuerda a
lo largo de La muy catastrófica visita al
zoo que debemos cuidar lo que hacemos porque en ocasiones no se corresponde
con lo que les enseñamos a los chicos. Probablemente todo funcionaría mejor, y
la integración sería vista de manera normal, si los adultos enseñaran con el
ejemplo, no solo con la teoría.
La última novela de este autor suizo orienta al lector mediante explicaciones infantiles que ponen de manifiesto una inocencia que sería deseable mantener durante toda la vida, al menos, no olvidarnos de ella. Leer esta novela con niños es bueno para saber qué pensamos, ellos y nosotros, de la democracia, la educación, papá Nöel, la censura y hasta dónde llegan los límites de cada uno. Genial. Entrañable. Divertida.
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