martes, 3 de junio de 2025

ESE IMBÉCIL VA A ESCRIBIR UNA NOVELA

La última novela de Juan José Millás es perfecta, redonda; todo va teniendo un principio y una conclusión. El capítulo 1 se cierra en el 10; el 5, lo hace en el 11; el 6 en el 12. Esto crea una historia que toma trazas de vida real en la que se van clausurando etapas, hechos; historia y vida forman una unidad completa: «No había forma de hallar la frontera entre ambas».

La perífrasis ingresiva del título marca la constante incertidumbre de la novela (hasta que nos damos cuenta de que está escrita).

Entre sus páginas aparecen temas trascendentes, propios de Millás, como la muerte o la identidad, aunque creo que los ejes son el poder de la memoria y el poder del lenguaje, así que nos encontramos en una encrucijada que ya marcaron Vygotsky o Chomsky en el siglo XX al relacionar Pensamiento y Lenguaje.

El desencadenante de la novela del protagonista, Juanjo Millás, es escribir un reportaje —el último antes de jubilarse— sobre cualquier tema. Esto libera el recuerdo de su vida a partir de sucesos aislados. No hay, pues, una línea temporal, hay evocaciones que van tomando forma en la mente de un lector para constituir la historia del personaje. Una vez leída, encontramos el sentido de la dedicatoria, que no hace sino corroborar la pretendida veracidad. ¿Hasta dónde estamos: ante unas memorias, un ensayo novelado, una novela autobiográfica, una novela ficticia, una novela de formación…? El hecho de que el protagonista se llame como el autor, tenga aproximadamente su edad y se dedique a escribir confirma que puede ser autobiográfica, pero tratándose de Juan José Millás todo es posible: El periodismo y la novela siguen de la mano en esta obra; su estilo agudo, irónico, repleto de originales comparaciones con que explora la realidad resaltando lo absurdo del ser humano y la paradoja de la sociedad.

Ese imbécil va a escribir una novela es una novela corta, sin embargo la realidad está observada con profundidad. El humor hace que parezca una novela, pero la crítica social está en sus páginas y la reflexión sobre la naturaleza humana, también. En cualquier caso es difícil no sentirse reflejado en algún momento. Desde la primera página surge la conexión autor-lector y mientras leemos las andanzas del protagonista vamos reflexionando sobre nuestra propia actitud ante esos temas.

No sé si he entendido bien su postura ante la religión y la creencia en Dios. Ese personaje que estuvo tres años en el seminario y de forma absurda ejerce de cura en un momento de gravedad es el detonante para reflexionar sobre las preguntas trascendentes que surgen al cierre de toda una vida, cuando nos damos cuenta de que es imposible vivir sin creer en algo superior que nos sobrepasa, algo que nos sobrevive, algo eterno capaz de crear otras vidas, otros mundos, unos benevolentes, otros dañinos, algo que nos mueve a ser mejores o nos daña sin ser verdaderamente responsable. Ese algo, ser supremo, existe diferente para cada uno, «¿Sería la literatura, esa práctica tan antigua como la humanidad, una variante religiosa cuyo uso garantizara la salvación en el sentido más cristiano del término?».

Hay autores que tienen un sello personal en su escritura. Hay personas a las que el paso del tiempo no hace sino imprimirles una huella de sabiduría para entender la vida, o intentar entenderla, mientras siguen mejorando para vivir; son personas mayores, viejos que viven cada día porque quieren alcanzar una perfección no lograda. En el momento en que nos creemos insuperables, que lo tenemos todo, morimos: «somos seres en construcción, siempre incompletos. Pero es esa incompletud y el deseo de resolverla lo que nos empuja precisamente a vivir».

El autor, casi octogenario, tiene una mente lúcida, la observamos en sus artículos periodísticos de manera regular y en sus novelas, de manera puntual. El final de Ese imbécil va a escribir una novela no es, afortunadamente, el final de la carrera de Millás; aún sigue creyendo en la escritura, aún sigue uniendo retazos de sus experiencias o lo que las rodea, aún sigue formándose. Aún sigue vivo. Y con más fuerzas que nunca. Su última novela es increíble. Y, afortunadamente no es la última, «sigo en ello».

Y es asombrosa porque en poco más de 150 páginas aparecen casi todos los temas que hoy nos afectan como individuos y como sociedad.

Siguiendo su impronta, Millás deja que aparezcan de forma errática ciertos sucesos según vienen a su memoria. El primero, la aparición de un posible segundo padre, es la causa de los temas tratados: el problema de identidad «me extrañó que mi vida tuviera dos puertas como las dos puertas del banco». La dualidad va a formar parte de su vida «me obligó a funcionar con dos cabezas, una de ellas, invisible».

Otro tema es lo absurdo de la Iglesia que no duda en mezclar lo concreto y lo abstracto, lo místico inefable con lo tangible «se referían al papa como a la cabeza visible de la Iglesia (lo que significaba a la fuerza que había otra invisible)», y lo absurdo de un dios misericordioso que permite tanto sufrimiento inocente «…niños con cáncer, calvos por la quimioterapia. Parecían larvas de sí mismos […] mientras Dios tiraba de la cadena».

El absurdo de una sociedad que desmerece cualquier expresión artística, por considerar que no alcanza niveles culturales serios, «Los amigos que leen ensayos saben dónde herir a los novelistas bobos, valga la redundancia».

El absurdo de una sociedad que deposita su lealtad en quien no lo es con nadie excepto consigo mismo. Una sociedad que castiga, probablemente, a quien menos lo merece, «Mató a su hermano, traicionó a su padre, traicionó a Franco pero trajo la democracia […] traicionó a los españoles […] pero dimitió como un héroe». Pensamos y actuamos en función de diferentes puntos de vista; según interesa nos vamos acomodando en situaciones en las que encontramos cierto bienestar aunque en realidad suframos carencias; de esta forma, cuando experimentamos algún privilegio extraordinario sentimos que no nos pertenece, que estábamos bien. Pocas cosas son lo que parecen.

El que va a escribir una novela no es el protagonista aunque lo sea en realidad «Ese imbécil, me dije, va a escribir una novela». La función metaliteraria aparece constantemente: un tipo de novela se introduce en otro y amenaza con arruinarla pero en realidad surge otra diferente, ni mejor ni peor, o sí, según para quién. Lo importante es escribir, poner en orden nuestra mente.

Millás se pregunta constantemente, ante cada suceso recordado, si no sería digno de convertirlo en una historia, y nos lo cuenta y nos damos cuenta de que sí, es una historia.

A veces somos los protagonistas de nuestras anécdotas y otras, cedemos el papel a quienes nos rodean en una circunstancia determinada. El protagonista, Juanjo, asume el papel de narrador-protagonista del protagonista Pascual, una vez que este le cuenta su historia. Al final, la memoria es incapaz de discernir qué vivimos en primera persona y de qué fuimos testigos pero, en cierto momento, nos lo apropiamos. Todo lo que nos ocurre son historias que forman nuestra propia novela. Al final de la vida reflexionamos sobre ellas hasta rozar estados emocionales que no sospechábamos «¿Habría en esta historia un reportaje?» «le dije por si de aquel encuentro surgiera la posibilidad de un reportaje». Desde que nacemos vamos sufriendo percances y nos regeneramos. Son etapas. La vejez es la única en la que ya es imposible una reconstitución; en una sociedad como la nuestra, las posibilidades de vivir aumentan, pero sin una rehabilitación total. La importancia de lo que ocurre está en los párrafos anafóricos del capítulo 7, donde reflexiona sobre la vejez


Dijo que […] recuperación de esa cadera rota

Dijo que era un prejuicio

Dijo que […] adultos mayores […] personas agradecidas

Dijo que […] estaban muy solos

Dijo que el edadismo […] presente

Dijo que […] uso de pañales…

La vejez, última etapa en la que nos vamos acercando a la primera para completar ese círculo. Pero nada habrá terminado si creemos en la literatura. Ahí residirá siempre la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario