Conocí
a Pierre Lemaitre con Irene
y quedé maravillada con la forma de contar de este autor francés y con la
capacidad de su protagonista, el inspector Camile Verhoeven, para asumir su
diferencia; esto hizo que, página a página me fuera encariñando con él, por lo
que me costó tanto asumir su desgracia que juré que no volvería a leer nada de
la saga de ese policía. Y tengo los libros.
Al
final, tras muchos meses, o años, me he decidido por La gran serpiente, la
primera novela negra escrita por Lemaitre (ajena a la saga Verhoeven) y la
última en ser publicada en España.
Pues
sí, este parisino ya apuntaba maneras desde el principio. La gran serpiente es una novela dura pero se lee con facilidad;
entre otras cosas, la maestría del autor a la hora de contar ya aparece en su
primera novela. Además, el humor consigue que el ritmo vaya creciendo hasta llegar
a un trepidante final, que estamos deseando para ver si cumple nuestras expectativas.
Con
esta entrega no hay que llevarse a engaño. El autor afirma en el prólogo que se
despedía del noir con la primera
novela que escribió y, después de leerla, no me parece que La gran serpiente sea novela negra. Es verdad que comienza con un crimen,
pero no se resuelve; de hecho, la asesina, a la que conocemos desde el
principio, continúa matando una y otra vez por razones diversas, la más
importante es que sufre de cierta locura, que no es transitoria y que tampoco
debe de estar relacionada con la demencia senil. Es una protagonista diferente.
Esta podría ser una característica en la novela de Lemaitre, sus personajes no
se adaptan a la norma: «Mathilde tiene
diecinueve años, es preciosa. Nada que ver con el tonel mofletudo en el que se
ha convertido», «Tiene cincuenta y cuatro años. No busquemos matices para
describirlo: es un retaco».
Puede
que la parte negra de La gran serpiente
es la que permite al lector canalizar y dar rienda suelta a su lado más oscuro.
El lector no puede poner en marcha su cerebro para analizar las pistas y
encontrar al asesino, simplemente se deja llevar por su locura; en este sentido
estamos a merced del autor y de la protagonista, Mathilde Perrin, una
sexagenaria, heroína de la resistencia francesa, que lleva treinta años
trabajando con éxito para el Servicio de Inteligencia. Ella debe limitarse a
estar informada del objetivo que debe liquidar, pedir un arma en Suministros,
llevar a cabo la misión y deshacerse del arma tirándola por alguno de los
puentes del río. Sin embargo, no ha resultado ser tan disciplinada y, con la
edad, además de incumplir alguna que otra norma, olvida detalles fundamentales
para llevar a cabo la misión con éxito.
La viuda
Perrin, madre de una hija a la que ve poco por considerarla imbécil, pasó de
matar nazis a liquidar lo que sea, «su
hija no es que se diga una lumbrera, o no se habría casado con semejante
gilipollas. Y encima norteamericano. Pero sobre todo, gilipollas.
Norteamericano, vaya». Estar a su lado es un peligro y sin embargo, nadie
sospecha de una anciana entrada en carnes que respira con dificultad y va
arreglada desde que se levanta hasta que se acuesta, porque tampoco ella tiene
el don de la cordialidad, no se relaciona apenas excepto con Ludo, un dálmata
tranquilo y obediente, o Coockie, un cachorro de cocker, con el que piensa
pasar sus días de jubilación. Parece que hubo otros perros en su vida, pero
nunca más de uno a la vez. «Es un dálmata
de un año con una mirada estúpida pero cariñoso […] es un perro sociable, de
los que se encariñan con su ama y ya no cambian de opinión, ni siquiera los
días malos».
Hay
otro personaje clave para la protagonista: Henri Latournelle, el comandante por
el que Mathilde siente cariño, o admiración; el caso es que se llevan bien.
Henri es quien la avisa de los trabajos que debe llevar a cabo y, por miedo a
estropear su relación, ninguno da un paso para intimar. En realidad ambos se
conocen, saben que son asesinos y saben que no pueden confiar en el otro.
La gran serpiente no es tampoco una novela policíaca;
aquí no hay enigmas que resolver excepto para la policía, que no atina en el
porqué de los crímenes mientras estos se le acumulan con los de las bandas del
barrio, que no hacen sino alejarla de la verdadera asesina.
En
realidad, la novela es la historia de Mathilde Perrin. Esa sí que es negra,
oscura; es una historia espeluznante de una asesina sin piedad, resolutiva, sin
ningún tipo de empatía con nadie hasta que su cabeza empieza a jugarle malas
pasadas y tiene graves despistes que traerán unas consecuencias demoledoras.
La
novela se lee con facilidad. Llama la atención la descripción acertada de los
personajes aun sin decir mucho de ellos. La economía de lenguaje, no cabe duda,
consigue que el argumento se nos presente atractivo en todo momento, «La señora Quentin parece una viuda de toda
la vida más que una viuda reciente»
La
trama está escrita en presente, algo que le aporta actualidad. Da igual que las
analepsis de Mathilde, en sus recuerdos, la lleven al pasado lejano o
inmediato; da igual que el narrador intente referirse a un futuro o al pasado,
el lector lo lee en presente, todo se cuenta desde el momento en que están
ocurriendo los hechos «En cuando vea a la
chica, arrancará, se dirigirá hacia ella […] A partir de ese momento, las cosas
van a ir muy deprisa…»; la narración se renueva en cada frase, todo nos
lleva al ahora porque incluso, el narrador, que da la impresión de ser
omnisciente, cambia de perspectiva según el personaje que actúa, de manera que
para él es una intriga total todo lo que no se refiera a sus propios actos. Y
los lectores así lo leemos, nos enteramos de ciertos hechos cuando es el turno
de un personaje determinado; es como si un testigo distinto contase lo que ve
en cada momento.
En La gran serpiente no vamos a encontrar
esa línea difuminada entre buenos y malos que aporta a la novela negra cierta
ambigüedad moral. Aquí está claro quiénes son los buenos, por eso respiramos
cuando cierta justicia poética hace su aparición. Y aun sin haber podido poner
a prueba nuestra capacidad deductiva, porque la que deduce en todo momento es
Mathilde, unas veces con más acierto que otras, no cabe duda de que quedamos
fascinados con el final. Un final que, intuimos, hará imposible que la policía
pueda atar todos los cabos. Como en la realidad. «En este tipo de asuntos, más frecuentes de lo que se cree, a menudo
hay que esperar mucho tiempo antes de descubrir, por casualidad, un indicio».
La
novedad de La gran serpiente es que
en esta novela, dura, de estilo incisivo, de humor irónico, cáustico,
sarcástico, es Mathilde la absoluta protagonista, la mordaz, la inteligente, la
desequilibrada, la criminal, la que investiga el misterio, la que persigue, la
que envuelve sus conversaciones con un halo, inquietante para el lector, que
los personajes no saben cómo asumir.
Esta
novela ingeniosa, atípica, en la que no estamos seguros de qué va a ocurrir es,
más que novela negra, una comedia negra. Una trama que apena más, porque ahonda
sin piedad en la decadencia humana, en lo horroroso de una vida en la que,
siempre pendientes de un hilo, vivimos ajenos al destino. Es una vida que no es
ficticia, que pertenece a una realidad más surrealista de lo que pensamos los
que dejamos el bienestar de nuestra existencia en manos de los encargados del
orden, sin tener en cuenta que son humanos, como nosotros. «Por el momento, la pista más sólida es la de los hermanos Tan».
En fin, la prosa de Lemaitre ha conseguido que le dé otra oportunidad a Camile Verhoeven.
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