Me
ha agradado conocer la faceta de Jordi Sierra i Fabra como autor de novela negra. Durante un tiempo lo recomendé a
los niños y adolescentes porque sus historias juveniles están muy bien
contadas.
En
su vertiente noir nos descubre al
último inspector de policía de la República en Barcelona, Miquel Mascarell
quien, en Cuatro días de enero debe
soportar, en 1939 la muerte de su mujer, Quimeta, a causa de un cáncer y la de
su hijo, en la batalla del Ebro.
Ahora,
en Siete días de julio, tras haber sido encarcelado, condenado a muerte y
conmutada su pena por trabajos en el Valle de los caídos, vuelve, ocho años
después a una Barcelona que no conoce, y no le queda nada. Sin dinero apenas,
sin casa, deberá hospedarse en la pensión de Rosa. En esas condiciones la
primera pregunta que se nos viene a la mente es ¿Quiénes cayeron realmente en
ese valle? «Cobrarán […] la cantidad de
dos pesetas al día, de las que se reservará una peseta con cincuenta céntimos
para manutención del interesado, entregándole los 50 céntimos restantes al
término de la semana […] para comprarse botas o gorras […] calcetines, raídas
mantas […] ¿En alguna guerra los vencedores habían sido tan crueles con los
vencidos».
La
novela comienza en julio de 1947 cuando aún permanecía en España el Estado de
guerra. Creo que, para quienes lucharon en el bando perdedor fueron los peores
años, palizas para que confesaran, mutilaciones, violaciones, muertes en las
cárceles y fuera de ellas, hombres y mujeres se vieron acorralados. La novela
de Jordi Sierra no ahonda en el miedo o la humillación, aunque se deja ver la
falta de libertad, la brutalidad de la policía y el odio sin causa hacia
quienes habían sido republicanos.
Una
vida sin horizontes para los trabajadores «¡Y
será niño, ya lo verá! ¡Niño, y nacerá el 26 de julio, sábado, para poder estar
con él al menos el domingo!». Una vida donde el mercado negro era la forma
en la que uno podía traspasar la barrera del hambre para instalarse en una
ciudad en la que la abundancia llenaba los bolsillos «Una buena parte de Barcelona, del país, se moría de hambre […] Pero
allí los ricos de Barcelona podían gastarse veinticinco, treinta o cincuenta
pesetas comiendo como si el mundo continuase girando sin que hubiera pasado
nada». Un mundo en el que los nuevos ricos alardeaban no solo de dinero,
casas o coches sino también de prostitutas y queridas, cambiando cualquiera de
estas cosas en el momento en que se cansaban de ellas.
A
esta Barcelona llega el inspector Miquel Mascarell para enfrentarse al hambre y
al miedo y sin embargo recibe un sobre anónimo con mil pesetas y el aviso de
que investigue la muerte de Celia Arteta, una prostituta que cayó a las vías
del tren. Hay algo turbio en esa caída que no pudo demostrarse por falta de
testigos. El inspector hablará con antiguos contactos y sobre todo con Patro,
la niña a la que 8 años atrás le salvó la vida. Patro continúa prostituyéndose,
y conocía a Celia, por lo que ayudará a Mascarell a ponerse sobre la pista
adecuada; aun a costa de jugarse la vida, conseguirá que los asesinos paguen
sus fechorías sin necesidad de pasar por la policía franquista. No era de fiar.
Un cuerpo denostado, corrupto, brutal que alentaba la prostitución, el
estraperlo, el delito y la ilegalidad. Los grandes empresarios cuentan con el
favor del Estado, pero Mascarell no se amilana; por sí solo hace justicia de
nuevo, aunque estos arreglos no salieran verdaderamente a la luz ni sirvieran
para solucionar el problema del país. Hubimos de esperar cuarenta años para
poner las cosas en su sitio aunque algunos, otros cincuenta años después, aún
no se hayan enterado.
La
trama de la novela es realista, interesante, mantiene la atención. La historia
está muy bien trazada, aunque la resolución sea circunstancial, con bastantes
casualidades y, por supuesto, nada real, desgraciadamente sino fruto de la
imaginación del autor.
Tal
como reza el subtítulo, la novela se divide en siete capítulos, uno por cada
día de julio en los que Miquel Mascarell “debe” resolver la muerte de Celia.
Son bastantes personajes secundarios los que entran en juego y varios giros de
actuación, pero el narrador consigue que el lector no se pierda en ningún
momento porque en dos ocasiones resume lo ocurrido a través del pensamiento del
inspector «…abrumado por los pensamientos
que fueron surgiendo en su mente. Dos industriales peleados por una mujer. Uno
pierde y otro gana…».
El
estilo es sencillo, con descripciones significativas que ponen de manifiesto el
sentimiento del protagonista, «Alvaro
Gomis se parecía a su despacho […] con la cabeza más ancha por la parte de las
mandíbulas que por el cráneo, impecable con su traje de buen corte». A
veces el narrador es portavoz de las reflexiones del propio autor y de las de
tantos españoles que vivieron atemorizados, «Si
Dios existía desde luego no estaba en Barcelona ni en España, por mucho que el
nuevo régimen lo blandiera como enseña de su victoria».
La
novela refleja perfectamente el ambiente de humillaciones y opresión en que
hubieron de vivir los vencidos y las condiciones de todos aquellos que, al
terminar la guerra, se encontraron sin nada y, además, viviendo una falsa
libertad
—He
de tomar nota de sus datos –le informó.
—Lo
sé. Hágalo.
—Y
he de informar de su llegada
—También
lo sé. Es la ley.
Pensiones
y hoteles debían informar a la policía de quiénes se alojaban en sus
establecimientos.
Control
Asimismo,
en ocasiones aparece alguna alusión al libro anterior, de forma que, aunque no
es necesario para entender este, estamos al tanto de la vida de Mascarell.
Siete días de julio refleja a la perfección los desequilibrios emocionales que sufrieron los españoles y sus causas; el comportamiento de unos y otros cambió. Se olvidaron convenios y moralismos. Sin embargo extrañan las mujeres que aparecen; mujeres de gran atractivo físico y sexual, tanto las de la alta burguesía como las prostitutas. Llama la atención que las chicas dedicadas a la prostitución sean todas de gran corazón, ya que a pesar de su profesión se considerasen libres. Es como si la dureza moral y social que las rodeaba no les afectase lo más mínimo. Creo que los personajes femeninos están tratados con menos realismo y más condescendencia que los masculinos. Son bellos objetos de deseo que seducen aun en las circunstancias más adversas.
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