Muchísimas
gracias, Babelio, porque de nuevo
habéis conseguido estimular mi cerebro con una nueva lectura. En esta ocasión
he tenido la impresión de volver a estudiar; recordaba algunos conceptos pero
me he asombrado con lo aprendido y sobre todo con lo que he reflexionado
durante el análisis de Diálogo y valoración. El libro de José M. Ramírez es un estudio
ensayístico sobre el lenguaje y la comunicación y, aunque parezca increíble, es
un canto a la paz entre los hombres, porque no hay nada mejor que dialogar para
modelar y regular nuestro propio pensamiento, para poder empatizar con los
demás y conocerlos. Por lo que también agradezco que haya personas como este
autor, capaces de analizar el lenguaje como una actividad cotidiana del hombre,
y agradezco a Lingua & Semiosis (La vieja factoría) que publique este
estudio.
Ojalá
yo sea capaz de resumirlo con claridad.
Diálogo y valoración está dividido en tres
partes:
La
primera es un recorrido por la historia para conocer algunas teorías de
lingüistas y filósofos que han estudiado el lenguaje.
La
naturaleza de los valores se estudia de manera objetiva en una rama de la
filosofía, la axiología. Qué es lo bueno o lo importante son preguntas
constantes en el hombre, por lo que valorar forma parte del acto comunicativo,
es decir, la axiología también está presente en la lingüística porque
filosóficamente es incompleta: no todos pueden valorar algo que no conocen; al incluir el lenguaje, sí podemos valorar
diferentes preguntas u opiniones. Hacemos juicios de valor, donde entran las
emociones, son subjetivos, mientras que los juicios de la lógica son
intelectuales, imparciales.
Desde
la Antigüedad, la sociedad ha dado valor a las entidades que formaban parte de
ella, valores que se pretendían objetivos y que estaban considerados como la
normativa por la que se regía dicha sociedad. Los filósofos de la Antigüedad
estudiaron la valoración. Mientras Protágoras concedía al hombre la capacidad
de valorar la realidad con cierta base pragmática: según la situación, para
unos es bello y para otros no, Platón creía que las cosas tenían naturaleza
estable, luego no todos los hombres podrían medirlas La dicotomía objetivo –
subjetivo llegó hasta el siglo XIX con el positivismo de Augusto Comte, pero
deja poco espacio para la pragmática pues reduce las leyes que conforman el
mundo a la observación y experimentación (falta valorar y jerarquizar).
La
pragmática aporta la visión interactiva de la conciencia. Al darse un proceso
social interactivo llegamos a la autoconciencia, es decir, nos formamos
individualmente según la comunicación social. El lenguaje es la base de la
comunicación.
Morris
propone tres perspectivas de estudio en la comunicación: la semántica, que
estudia el significado de los signos, la sintaxis, la relación entre ellos y la
pragmática, la interpretación que hacemos.
Dewey
se introduce en la Teoría de la valoración y afirma que no solo pertenece a la
filosofía sino también a la lingüística. Saussure es quien da nombre a la
Lingüística, como ciencia de la lengua y distingue entre lengua (social) y
habla (individual).
El
lenguaje queda explicado por la lengua y su contexto. El signo lingüístico
adquiere su valor según la relación entre el significante y el significado,
tiene carácter lineal, es arbitrario, inmutable y mutable en el tiempo; el
valor deriva de la oposición de un signo con los que le preceden y siguen en el
contexto.
Bally
introdujo la estilística, y se centró en el lenguaje cotidiano en donde los
sentimientos son fundamentales. Los juicios de valor son, por lo tanto,
subjetivos, por lo que el lenguaje falsea la realidad sin proponérselo.
Modificamos la lengua al hablar para influir en el interlocutor.
Bajtin
y Voloshinov tienen en cuenta el diálogo: Todo texto es un diálogo porque
implica una esfera sociocultural en la que interactuamos. Para la comprensión
influyen los saberes compartidos y la experiencia previa. El diálogo se
re-valoriza con el tiempo porque interviene la ideología social: ideas,
creencias, pensamientos que representan la verdad para un grupo. Voloshinov
establece la ideología en lingüística: los signos tienen un valor, se emiten
con una intención interpretada por el receptor según el contexto en el que se
enmarque el enunciado.
Habermas
se centra en la valoración como el motor del lenguaje. A través del diálogo y
la valoración vamos conociendo y transformando el mundo. El diálogo y la
valoración influyen en el pensamiento, pero hemos de tener en cuenta la teoría
de la estimulación porque al valorar empleamos el afecto.
Van
Dijk tiene en cuenta el modelo contextual comunicativo que abarca a los
interlocutores, lo valorado, el propósito, el entorno, los valores sociales, la
ideología individual y social, el espacio, tiempo, canal… Todo influye en la
comunicación. Es cierto que no todos valoramos algo de la misma manera pero, en
general, hay unos valores sociales que marcan la verdad de los conceptos que
nos rodean.
José
M. Ramírez propone una hipótesis axiológica para desentrañar la estructura de
los valores que intervienen en una comunicación. A través de estos valores nos
comunicamos y conformamos nuestra verdad, puede no coincidir, pero seguro que
mejoraremos la comunicación, nos entenderemos mejor.
El
autor afirma que el lenguaje es característico del ser humano. Los hombres
hemos de tener en cuenta dos valores que nos ayudan a reflexionar, imaginar y
producir la réplica: la semejanza y la autonomía.
En
la Parte II, Ramírez analiza seis obras diferentes de Ramón y Cajal en las que
sigue una estrategia discursiva: todo está sujeto a valoraciones. Incluso la
rectitud normativa va cambiando con el tiempo, por lo que la verdad
proposicional también puede hacerlo. Hay que tener en cuenta tres funciones en
el discurso: la estimativa, la autorreguladora y la motivadora, según tres
principios de valor clásicos: Verdad – Bien – Belleza.
En
la Parte III se expanden estos tres principios o esferas de valor en el
pensamiento y la comunicación.
José
M. Ramírez concluye, de los trabajos de Ramón y Cajal, que la valoración
individual puede cambiar según el género del texto y algunas valoraciones se
explican según un modelo contextual que sirve de interfaz entre lo que sabemos
y relatamos. En todos los textos abundan las apreciaciones estéticas
individuales, por lo que los valores ideológicos van cambiando, es decir la
ideología no es un sistema sino un proceso. No todo sistema es ideológico. Los
valores sociales aparecen cuando se abre y cierra un sistema, están en la interacción
y permiten juzgar, autorregular y motivar nuestra conducta.
Las
esferas de valor (o ámbitos donde se agrupan los valores) eran tres, pero Ramírez
recuerda que no hay que olvidar la funcionalidad y la esfera de transformación
de la realidad. Teniendo esto en cuenta, nuestro doctor en filología asegura
que hemos de tener en cuenta una esfera de valor que reúna todos los factores
humanos necesarios para la comunicación: la asequibilidad de conceptos a los que
nos referimos, la usabilidad…; como los factores se multiplicarían en cada
situación, Ramírez propone como esfera de valor: el diálogo, porque rodea a los
interlocutores, agrupa su intercambio semiótico, normaliza el intercambio…,
podría llamarse semioesfera dialógica e influye en las demás esferas de valor
(porque el verdadero significado de una comunicación concreta depende de ella).
De
alguna manera volvemos a Saussure: los enunciados son adecuados para los que
pueden interpretarlos. La producción y comprensión van unidas; son procesos que
dependen de la mutua valoración de los interlocutores.
Si
entendemos la sociedad como contexto se puede concluir, según Ramírez (y yo
estoy totalmente de acuerdo), que los que formamos parte de ella hemos de
dialogar partiendo de la base de que todos somos iguales y gozamos de libertad.
Todos formamos parte de una sociedad humanista que se comunica. En esta
sociedad (¿utópica según lo que estamos viendo?) se valorará el diálogo como lo
que es: un intercambio semiótico de valores.
¡Bravo!
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