sábado, 22 de febrero de 2025

LA CABEZA PERDIDA DE DAMASCENO MONTEIRO

Esta es una  novela corta, que se lee rápido porque el argumento es muy interesante. Durante la lectura tenemos la impresión de que todo podía formar parte de la realidad y, al final, somos conscientes de que realidad y ficción no son tan diferentes. Antonio Tabucchi consiguió, después de escribir La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, que se reabriese el caso. Tuvo que ser un duro golpe para los poderes públicos del estado portugués de finales del siglo XX. Y, sin embargo, el suceso es tan actual que asusta; podría formar parte de la cotidianeidad de España, Europa, América… No avanzamos. La justicia no es la misma para los que tienen dinero o para los que no; para quienes, a pesar de los derechos conseguidos, piensan de forma distinta al juez que lleva el caso; para los que viven o no según las reglas de una normalidad que se va quedando obsoleta.

No conocía a Antonio Tabucchi, no había leído nada de él y es un referente de la literatura italiana del siglo XX. Leyendo esta novela nos damos cuenta de por qué recibió un Premio de periodismo en España y somos conscientes de su afán por mantener viva la memoria, no solo la histórica, también la personal. Es importante recordar de dónde venimos y cuáles son los verdaderos valores que tuvimos en la infancia, porque serán los que marquen nuestro comportamiento.

En La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Manolo, el jefe de un clan gitano que vive a las afueras de Oporto, se encuentra una madrugada el cuerpo sin cabeza de un hombre. Él no puede denunciarlo en comisaría porque no lo van a creer, pero al Acontecimiento, un periódico de Lisboa, llega la noticia. El director envía a cubrir el caso a Firmino, con una dieta ajustada y la estancia pagada en la pensión de doña Rosa, una mujer que apenas sale a la calle pero está al corriente de todo lo que pasa en Oporto y conoce a todos los que pueden ayudar al periodista para esclarecer los hechos. Firmino se va encontrando con gente valiente que no tiene miedo a declarar. La cabeza es pescada en el río y el primero que tiene opción a fotografiarla, antes de llevarla a comisaría, es nuestro periodista. También encuentra al compañero del muerto, quien propicia la identificación del cadáver y explica quién, cuándo y por qué lo mataron.

Doña Rosa pone en contacto al plumilla del Acontecimiento con el mejor abogado de aquellos a los que la justicia no va a hacerles caso, Loton, apodado así por su parecido con el actor Charles Laughton, quien le va indicando a Firmino a quién debe entrevistar y cuándo publicar las entrevistas, de manera que a la hora del juicio todo el mundo haya podido saber lo ocurrido.

Tabucchi refleja en Loton la búsqueda de la identidad humana y la suya propia a través de la memoria. El abogado se siente diferente al resto de la mayoría: obeso, de familia adinerada, sin verdaderos amigos, es un estudioso de Pessoa y Borges. Loton, que es incapaz de vivir en plenitud a causa de su físico y su infancia desamparada, intenta que su naturaleza y experiencia sean el portavoz de los necesitados, de los marginados exentos de credibilidad social; imbuido de cierto determinismo existencialista, considera que la identidad humana se forma entre la realidad y la ficción, tomando los sueños y los recuerdos como partes de esa ficción que no es sino una alteración de lo que hemos vivido en realidad. Partiendo de esta premisa va desentrañando el posible acontecimiento y las causas. Los recuerdos no son lo que pasó sino retazos que la memoria evoca intercalando lo imaginado o soñado en lo vivido, «los sueños no se explican, no suceden en el mundo de lo formulable como quiere hacernos creer el doctor Freud, solo quería decirle que el tiempo puede empezar así, dentro de nuestros sueños».

La novela participa de una estética reflexiva y crítica porque a una fantástica literatura se unen otros géneros como el ensayístico y el periodístico. Las entrevistas que Firmino refleja en su periódico son un ejemplo de entereza, propia del periodismo contrastado y valiente y que empieza a echarse en falta.

El estilo es reflejo de la complejidad de la existencia. Leyendo a Tabucchi nos damos cuenta de que la vida hay que ordenarla continuamente porque nuestra realidad no es predecible, no hay un orden que nos ampara a todos, por lo que para seguir adelante debemos reordenar nuestro entorno y, sobre todo, nuestro propio espacio personal. Loton le hace ver a Firmino que el sentido de la vida está en nuestra constante reflexión: el tiempo y el espacio son irrelevantes, todo es ambiguo; ni siquiera podemos valorar la ausencia o la muerte por nosotros mismos sino por el reflejo que vemos en los otros. La novela expone que no se puede conocer la realidad porque siempre la vemos a través de filtros perceptuales de los otros o de los nuestros individuales. Por eso las descripciones son lentas y van cargadas de digresiones sobre el paso del tiempo, las diferentes expectativas y los cambios en la realidad, «pero él era viejo sólo en el alma y en la mente, en el cuerpo no, porque conservaba todavía su virilidad, solo que con su mujer su virilidad era inútil, porque ella era una mujer vieja».

Además de la injusticia que supone la impunidad de que se revisten los poderosos, Tabucchi destaca la bondad de los hombres rectos, que en muchos casos se confunde con ingenuidad; Doña Rosa es una maestra de ello, también el director del periódico, el amigo de Damasceno y, por supuesto nuestros protagonistas Firmino y Loton.

En esta certeza de injusticia y confusiones de realidad que marcan un estilo lento y reflexivo, aparecen con asiduidad pequeños rastros de humor, fruto, no cabe duda, del optimismo y la esperanza en el futuro del autor.

El humor critica la superioridad de los ricos; refleja la objetividad de la que tratan de hacer gala algunos personajes humildes, como doña Rosa o Manolo el gitano, cuando hablan de sí mismos en tercera persona. Humor contrastivo entre la flema del director del periódico y la ansiedad del novato, que marca los cambios entre madurez y juventud. Humor para poner de relieve la escasez de medios con que cuenta el periódico. Humor negro que, dados los acontecimientos, raya en el absurdo «En el periódico respondía el contestador automático. Firmino dejó un mensaje para el director. —Soy Firmino, la testa del decapitado ha sido repescada en el río por un pescador de cadáveres. La he fotografiado…».

La resignación de los pobres ante la falta de comodidades y de cultura es uno de los temas que engloba este existencialismo. El racismo, las artimañas policiales y la tortura unidos al poder y a la religión están también presentes, «el concepto es básicamente el mismo: yo no soy responsable […] me lo ha ordenado mi capitán […] me lo ha ordenado mi general; o bien el estado. O bien Dios».

Temas distintos, con mayor o menor grado de profundidad, quedan tratados en La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, desde el desajuste inmobiliario de finales del siglo XX hasta los sueños y el paso del tiempo, desde la búsqueda del bienestar material hasta la búsqueda de la identidad humana. Porque lo que Antonio Tabucchi deja claro es la universalidad de la literatura: «en literatura todo está relacionado con todo».

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