El
concepto “alma” ha supuesto un enigma para mí durante toda mi vida. En el
colegio nos hablaban de un alma espiritual que solo tenían los seres humanos y
nos abandonaba al morir (hay pinturas que lo demuestran) para seguir viviendo
libremente, incorpórea, por el cielo o abrasándose en el infierno esperando
ocupar de nuevo nuestro cuerpo el día del juicio final, cuando adoptásemos
forma corpórea eterna en un lugar u otro. Lejos de tranquilizarme, entré en shock.
Llegué a pensar que el día de la resurrección supondría otro fin del mundo pues,
que millones y trillones de hombres volvieran a él lo aplastarían sin duda.
Como tantos misterios de la religión quedó sin resolver y con el tiempo fui
asociando el alma a la personalidad de cada uno.
Al
ver Acerca
del alma, de Aristóteles, en
Babelio, no lo dudé, opté por leer el primer tratado filosófico-psicológico a
ver si me despejaba alguna duda.
Como
siempre, estoy agradecida a esta página literaria que constantemente nos ayuda
a leer. Y ahora, tras leer este libro, estoy más admirada, si es que eso fuera
posible, de la inteligencia que, no solo Aristóteles, los intelectuales de hace
más de dos mil años demostraron. ¿Cómo es posible que ahora se cuestionen menos
conceptos que antes?
Este
tratado, del siglo III a.C., influyó en la Escolástica Medieval y en el
Humanismo Renacentista. Incluso hoy me ha hecho pensar.
Son
tres libros. En el Primero, el Estagirita plantea los posibles problemas que
puede acarrear el concepto de alma «Si se
trata de una realidad individual, de una entidad […] si se encuentra entre los
seres en potencia o más bien constituye una entelequia […] si es divisible…».
Para analizar esto, Aristóteles va estableciendo una relación
causa-consecuencia hasta llegar a la conclusión de que el alma es un afecto o
sentimiento que puede influir en el cuerpo. Este afecto está formado por varias
afecciones: encolerizarse, atemorizarse, apetecer… que no tendrían lugar sin
una materia o cuerpo.
En
este primer libro, Aristóteles analiza y rebate las teorías que sus coetáneos y
antepasados realizaron sobre el alma. Considera que las hipótesis de Anaxágoras,
Demócrito, Leucipo, Empédocles, Heráclito o Hipón son incompletas aunque todos
están de acuerdo en que el alma tiene «movimiento,
sensación e incorporeidad».
En
realidad el alma no puede ser algo único, movible que pueda incidir en
cualquier elemento porque está claro que lo que deja de moverse es un órgano
del cuerpo y, al corromperse hace que desaparezca el alma, entendida en el
hombre como intelecto. El intelecto no se corrompe con la vejez, es el cuerpo
en el que se encuentra. El intelecto es lo que mantiene unidos a los elementos
del alma. A cada órgano le corresponde un elemento. Es un todo formado por
varias partes que hacen que sintamos, vivamos y nos movamos. Pero como hay
plantas y animales que «viven aun después
de haber sido divididos» podemos concluir que «cada parte del alma no es separable de las demás aunque el alma sea
divisible».
Algo
en esta teoría aristotélica nos recuerda al misterio de la Trinidad, lo que
demuestra que la Iglesia, una vez más, partió de teorías paganas para conformar
una religión.
El Libro
Segundo está formado por doce capítulos en los que, tras rechazar las teorías
existentes define el Alma como acto primero del cuerpo. Hay tres clases de
alma: vegetativa. sensitiva e intelectiva (esta última solo del hombre). El
alma puede actuar o mantenerse en potencia, es lo que se conoce como facultades
del alma.
Una
vez aclarado el problema, En el Libro Tercero afirma que el alma es la
irrealidad de un cuerpo natural, organizado en facultades sensoriales (los
cinco sentidos).
El
alma y el cuerpo no son separables aunque sí lo sean algunas de sus partes «el alma es entelequia y forma de aquel
sujeto que tiene la posibilidad de convertirse en un ser de un determinado
tipo».
El
alma posee cinco facultades: nutritiva, sensitiva, desiderativa, motora y
discursiva. En algunos vivientes se dan todas, en otros solo una. El hombre las
tiene todas. Estamos formados por aire, fuego, tierra y agua, por donde
percibimos cualidades sensibles, aunque solo el agua y el aire sean órganos
sensitivos, gracias a los cuatro todos podemos mover ciertas partes del cuerpo
(por ejemplo hacer la digestión mediante el calor).
Todos
los seres vivos poseen la función nutritiva. Es básica.
Las
facultades están en potencia y pueden llegar a ser Actos cuando el sentido
(órgano sensorial) perciba lo sensible. Pero cuando esos sensibles son muy
agresivos (olor fuerte, sabor muy picante,…) pueden destruir el sentido que a
su vez afectará a los otros órganos sensoriales. Tampoco es agradable para los
sentidos la falta de lo sensible.
Los
sensibles son el color, el sonido, el sabor… y los sentidos la vista, el oído,
el gusto… Cada sensible es propio de un sentido y además tiene cualidades
comunes a todos ellos (como el movimiento, el tamaño, la forma…).
El
sentido más importante es el tacto; es el que aporta más inteligencia, «los de carne dura son por naturaleza mal
dotados intelectualmente».
Todos
los sentidos se dan en potencia (gusto – tacto…) y sus sensibles son el acto
(gustable – tangible…).
Los
sentidos permiten conocer sus sensibles cuando actúan pero hay una facultad que
discierne todos los sensibles en el momento del acto. Es la sensibilidad;
permite tener en cuenta todos los sensibles en potencia y, sin dividirse,
discernir uno en el acto «no cabe ser
blanco y negro a la vez».
Pero
la sensibilidad no es inteligir, para llegar a ello hemos de enjuiciar aquella
sensación percibida.
La
imaginación son las imágenes que aparecen y se mueven cuando no funciona el
intelecto, porque no hay o se nubla. Para discernir lo real de lo imaginado, de
lo sensible, debemos razonarlo.
La
inteligencia es la que analiza la información que dan los sentidos en conjunto.
Esto es el alma, lo que es capaz de distinguir y reconocer alguna realidad. El
alma es lo que hace que aparezca el sentido común, a través del cual
distinguimos los sensibles que se dan en los diferentes sentidos.
El
alma reside en el intelecto por lo que es inseparable del cuerpo. El alma es
incorruptible pero la acción de entender se puede deteriorar; de ahí que
podamos tener un alma corrompida.
Pues
ya quisiéramos muchos, del siglo XXI, tener las cosas tan claras. Por mi parte,
me ha quedado claro, por fin lo entiendo, que cuando decimos de alguien que no
tiene alma, no es ni más ni menos que su intelecto está pervertido y es incapaz
de razonar.
Habría que leer más a los clásicos, (sobre todo) en las escuelas.
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