He
terminado la novela y no he podido resistir la tentación de releer determinados
episodios. En realidad empecé de nuevo por el Prólogo pero comprendí que, si me
dejaba llevar, podría llegar de nuevo hasta el final. Probablemente lo haga,
pero en otro momento; es un gozo, sabiendo lo que sabemos al terminar, leer
todos los sucesos que presentaban un enigma, o no, y descubrir la grandeza de
la trama y la ironía de los diálogos que aunque se manifestaba en la primera
lectura, en la segunda aparece como toda una declaración de intenciones.
En
principio, El enigma de la habitación 622 parece contener un argumento
simple, el editor de Joël Dicker,
Bernard de Fallois, fallece a los 91 años; la pena del escritor se agranda por
una pelea que tiene con su novia Sloane, lo que provoca que él vaya a pasar
unos días de descanso a un hotel de los Alpes suizos, el Palace de Verbier.
Cuando lo hospedan en la habitación 623 se da cuenta de que no existe la 622.
Scarlett Leonas, que conoce de oídas a Dicker, también está hospedada en esa
planta y deciden investigar un asesinato que ocurrió tiempo atrás en la
habitación fantasma.
Nada
es lo que parece. No hay simplicidad en el argumento que se va expandiendo como
una tela de araña para acoger a cuatro, cinco tramas diferentes, o más. En el fondo
El enigma de la habitación 622 es un
homenaje al editor Bernard de Fallois, todo gira en torno a él, no solo el
capítulo 20; la erudición de la que hacía gala este editor aparece en el
personaje de Lev Levovitch, la pasión por los payasos se deja intuir en el
personaje, casi infantil, Macaire Ebezner, la pasión por Proust se encuentra en
el simbolismo que suponen personajes como Tarnogol y, por supuesto, en las
digresiones de la novela, portadoras de la memoria involuntaria, que nos llevan
al convencimiento del poder que el paso del tiempo ejerce sobre las personas;
precisamente esta marcha inevitable consigue que entendamos a los demás desde
una perspectiva diferente. Asimismo de Fallois era, según nos enteramos en la
novela, un apasionado del cine «Le hablé
de lo erudito que era. Le hablé de su pasión por los payasos. Le hablé de su
pasión por el cine. Le hablé de su pasión por Proust». Y, por supuesto, El enigma de la habitación 622 aparece
como una extraordinaria película del mago del suspense, Alfred Hitchcock.
Así
pues, este argumento simple del que hablábamos va creando uno de los mayores
suspenses posibles a base de recursos narrativos que se reformulan en visuales,
porque Joël Dicker tiene la capacidad de expresarse por medio de imágenes que
se subordinan al impacto dramático, con lo que construye el suspense, de hecho,
toda la novela es un espectáculo dirigido a un público entregado desde la
primera página.
Sagamore
no entendía nada […]
—Puede
marcharse.
—¿De
verdad? —Dijo Macaire, extrañado, al tiempo que se ponía de pie.
–He
hablado por teléfono con la pareja de jubilados a la que asesinó salvajemente.
Están muy bien de salud. Le mandan recuerdos, por cierto.
[…]
Hasta
que de pronto, se le iluminó la mente.
Se
quedó de una pieza.
Acababa
de entenderlo todo.
La
incertidumbre, de personajes y lectores, es constante. Recibimos la información
poco a poco, pero de forma constante. La tensión viene de lugares
insospechados, y de personajes más insospechados aún, que además aportan pistas
falsas falsamente evidentes, de forma que siempre vamos a sospechar de quien no
es culpable; no sabemos si está jugando o no con nosotros. Ningún personaje es
lo que parece. Da igual que sea principal o secundario, protagonista o
antagonista. A veces nos encontramos con alguno anecdótico que despierta las
sospechas de otro personaje principal, creando en el lector una sensación de
indefensión tal que termina sospechando de todos. La focalización cambia
constantemente para que solo veamos a través de los ojos que le interesan al
autor, dando como resultado que quedemos contagiados de las preocupaciones de
un personaje determinado. A veces, cuando creemos que el problema está
solucionado y la historia avanzará sin sorpresas, aparece un hecho fortuito
(una intoxicación en masa, otro personaje inesperado, unas instrucciones
desconocidas...) que arruina el hilo argumental y da la vuelta a la historia,
tantas veces como quiera Dicker, con lo que impide que algunos personajes
lleven a cabo sus objetivos,
Odiaba
cenar sola. Odiaba estar sola. Sacó el teléfono del bolso y estuvo un buen rato
sin llamar a Lev.
[…]
—…¿Cómo
se encuentra?
—Bien,
Alfred —contestó Anastasia, turbada.
Se
subió al asiento de atrás sin pararse a pensarlo […] le preguntó
—¿Cómo
se las apaña Lev?
Los momentos
de tensión se acentúan, paradójicamente, con secuencias de contraste
humorístico (que resultan hilarantes al releer la novela). El registro ligero
utilizado puede introducir detalles irónicos que intensifican los momentos
cruciales. El suspense de este mago de la literatura no consiste en que
aparezca en el lector alguna pregunta de vez en cuando, sino en la cantidad de
información que este recibe, tanta que es necesario, a veces, parar de leer
para que las acciones tomen forma en nuestra mente, para ordenar épocas,
lugares, personajes. Sabemos de antemano que hay un asesinato, que hay una
intoxicación, que hay una pérdida de acciones, pero no conocemos el porqué.
Los
diferentes puntos de vista aportan intriga. Dicker no duda en subvertir el
orden cronológico, en intercalar datos en un relato que percibiremos como
incoherencias, capaces de contener la propia incoherencia del espíritu humano,
la indisciplina mental de algunos personajes que por falta de decisión, como
Anastasia, se ven abocados al sufrimiento, o el pensamiento turbio de otros que
por ineptitud, como Macaire, se ven consagrados a la envidia.
Una
de las técnicas utilizadas, con un resultado sorprendente, es investigar el
asesinato sustituyendo lo observado por lo oído, de manera que la ironía queda
renovada con la parodia en más de una ocasión y la descripción de algunos
personajes, como Tarnogol o Kazan, se ve reemplazada por el simbolismo.
Otra
técnica interesante es dejar pistas para que el lector avezado las asocie con
satisfacción, hasta que al pasar la página se derrumban sus conclusiones.
Las
expresiones son a veces casi infantiles, esto ayuda a relajar al lector y consigue
que luego permanezca en su mente la situación inesperada, los gestos de los
personajes que se agolpan como si los viese en una película.
Contrasta
la localización espaciotemporal tan exacta en algunos momentos «A, principios de verano de 2018, cuando
acudí al Palace de Verbier», ante la indefinición de otros sucesos. No
sabemos el año del asesinato, sí el día, incluso la hora. Esta técnica
acrecienta el suspense, como también lo hace el intercalar historias que
podrían funcionar por separado:
Empezamos
con la historia de amor, actual, entre Joël y Sloane. Historia que termina el
22 de junio para dar paso a otra el 23.
Una trama que Joël lleva a cabo con Scarlett, otra huésped del hotel Palace de
Verbier. Entre los dos investigan un asesinato que ocurrió allí, mientras van
detallando el proceso de la escritura.
De
la historia del asesinato se deriva la trama ocurrida en el Banco Ebezner,
donde aparece el análisis crítico de una sociedad moderna. Las intrigas de
banqueros y altos cargos, la falta de escrúpulos para conseguir cualquier
deseo. De aquí deriva el matrimonio entre Anastasia y Macaire Ebezner, pero
este realismo social se diluye en la novela romántica protagonizada por Lev
Levovitch y Anastasia, capaces de crear una fantasía en la que vivir y donde
quedan retratados sus sentimientos más profundos. El realismo psicológico se
expone también en los personajes que interactúan con ellos. La ambición de Olga
y la presión que ejerce sobre sus hijas para que asciendan en la sociedad a
costa de lo que sea, contrasta con la presión que Sol ejerce sobre su hijo para
que se mantenga en sus raíces.
También
por separado podría funcionar la vida de Levovitch, su infancia, su relación
con su padre, sus acercamientos al Banco Ebezner hasta desembocar en el
triángulo de intrigas, celos y amor que protagoniza junto a Macaire y
Anastasia.
En
un giro inesperado estas historias toman cuerpo, a través de la metaliteratura,
en una trama nueva en la que Joël Dicker, como hiciera Unamuno con su nivola,
habla con sus personajes para quedar todos integrados en El enigma de la habitación 622. Magistral.
Entre
los recursos de estilo predomina el humor, desde la exposición de engaños casi
infantiles hasta la mezcla de recuerdos con la realidad «lo vio encima de ella, besándola, susurrándole: ¿Un poquito más de
zumo de naranja, señorita? Ay, no, vaya, eso lo decía Arma, que venía a
molestar».
Las
situaciones pueden dar un vuelco tras un diálogo intrascendente, consiguiendo
dejar más intrigado al lector. Otras veces la intriga viene del propio narrador
que pregunta de forma retórica para contestar humorísticamente él mismo «Deseaba ver a la dueña de ese carmín y
abrazarla muy fuerte. ¿Dónde estaba? Estaba en el armario empotrado, allí
mismo…».
Además
del humor y referencias metaliterarias, encontramos asociaciones con otro tipo
de literatura en las alusiones al cuento de la lechera «La policía iría volando a trincarlo […] Igual hasta le cargaban el
asesinato […] Levovitch con una cadena perpetua y Anastasia, ahora sola,
arrastrándose de vuelta», o a la tragedia de Otelho «el pañuelo bordado con el nombre de Sinior Tarnogol, que Macaire le
robó aquella noche». Y si esto no es suficiente, a veces los personajes
escenifican lo que dice el narrador, de manera que ambas voces interactúan
aportando un tinte dramático a la novela hasta conseguir que el lector se
sienta como ante una pantalla por la que van pasando estos personajes «Anastasia llegó al Palace […] Llamó a las
puertas pero ninguna se abrió. Gritó desesperadamente “¡Lev! ¡Lev!” pero solo
le respondió el silencio».
El
recuerdo de Bernard, su pasión por el cine, se trasluce incluso en el nombre de
los personajes. El chófer de Levovitch es Alfred. Lev es el “Conde Romanov” que
además está enamorado de Anastasia (hija superviviente de la matanza perpetrada
contra la familia real rusa en 1918, llevado a la gran pantalla en varias
ocasiones). El psicoanalista Kazan nos recuerda, irónicamente, al director de
películas de calado social que reflejó la crisis de identidad en El compromiso.
Y,
por supuesto, como Hitchcock venía haciendo en sus películas para desviar la
atención y quitar tensión al suspense, también Joël Dicker tiene algún cameo en
la novela.
De
repente, interrumpo mi novela. Solo en mi habitación, en el sosiego de la
noche, pienso en Ginebra […] Que acogió a los míos y nos dio una patria
Y, por supuesto, como
ocurría con Hitchcock, esto no hace sino que leamos con más interés porque
queremos saber más hasta que, por fin, llegamos a la última página, respiramos
y no podemos dejar de rendir un homenaje tremendo a este monstruo de la
narrativa, a este nuevo Fénix de los ingenios. Y volvemos atrás, y releemos, y
disfrutamos casi tanto como tuvo que hacerlo Dicker mientras escribía la
novela. Creo que el homenaje a Fallois está presente en cada línea. Si el
editor pudiera leerla estaría orgulloso no solo del autor sino de él mismo,
porque creyó en Dicker desde el primer momento.
Cómo me gusta leer tus críticas tras haber leído el libro. Siempre me descubres un montón de detalles que se me habían pasado y que me hacen sonreír al darme cuenta.
ResponderEliminarMuchas gracias por transmitir tu pasión y hacernos disfrutar más de un buen libro.
Te seguiré leyendo
No he leído nada de este autor. Este será el primero. No suelo leer traducciones, pero esta será una de las excepciones que rompen la regla. Excelente reseña.
ResponderEliminarLa “Verdad sobre el caso Harry Quebert” es una pasada. También de Joël Dicker
EliminarGracias a los dos por vuestro ánimo. La novela es excelente, su lectura es muy amena. Me alegro de que os animéis a leerla, es un honor haber "tentado" a todo un escritor como PL Salvador (y, por supuesto, de que hayas descubierto algo nuevo, Amaya). Creo que si con el tiempo vuelve a leerse, saldrán nuevos detalles que asombrarán.
ResponderEliminarSeguimos leyendo.
No os he dicho que os había respondido ambos por separado, pero desde el móvil (estaba de vacaciones) y, a la vista está que como no se haya quedado en la nube no sé qué hice con las respuestas.Por cierto, Amaya, lee "La extraña curación de Marta", te sorprenderá.
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