lunes, 4 de mayo de 2020

ELENA SABE



Tres personajes que arrasan poco a poco nuestra intimidad hasta aniquilarnos. Tanto, que cuesta salir de los escombros en los que han quedado convertidas sus vidas y que, según vamos avanzando en la novela, ya forman parte de la nuestra. Porque empatizamos con ellas. Son tres mujeres. Y, en una novela negra, reclaman el derecho a vivir mejor, a poder decidir sobre su existencia. Elena lo sabe, por eso, desesperadamente despacio se presta a que una narradora, no puede ser sino una mujer, la siga durante un día para contarnos su periplo por algunos barrios de Buenos Aires hasta llegar a Olleros. Hace veinte años estuvo allí y ahora, desmoralizada ante la situación, ve la única salida a su dolor. Porque Elena sabe que su hija está muerta. Elena sabe que no ha podido suicidarse. Elena sabe que la han matado. Pero la policía no la cree, los vecinos no insisten para no aumentar su dolor. El cura ya ha condenado el hecho de que su hija se sienta más poderosa que Dios y decida sobre su cuerpo.

Elena sabe no es una novela negra al uso, pero lo es. Negra. Nos encontramos con un cadáver, el de Rita, que apareció colgado del campanario de la iglesia. Las pruebas apuntan a que fue un suicidio pero Elena, su madre, sabe que esa tarde no pudo acercarse al campanario porque llovía y ella tenía miedo a que un rayo la fulminara. Desde pequeña. Elena sabe que su hija era religiosa, trabajaba de maestra en el colegio parroquial y solo faltaba a su obligación cuando había tormenta, por miedo. Solo mentía en esas ocasiones, en las que con la excusa de encontrarse enferma se quedaba en casa. Elena sabe que Rita no pudo quitarse la vida porque el cuerpo no nos pertenece, solo a Dios, por eso veinte años atrás obligó a Isabel, sin conocerla, a continuar con su embarazo. Con la ayuda de Elena la llevó a su casa y la entregó a su marido para que pudieran tener el niño. A pesar de que Isabel no quería. Elena sabe que Rita no dispondría de su cuerpo, es fuerte, ha aceptado una vida en soledad para ayudarla con esa «puta enfermedad puta» porque Elena tiene Parkinson, no, «lo sufre».

Claudia Piñeiro retrata en doscientas páginas el tormento de tres mujeres. Presenta el dolor con una prosa cruel inmersa, paradójicamente, en un lenguaje conversacional en el que confluyen de forma caótica todas las voces; el narrador y los dialogantes exponen sus opiniones, sus pensamientos, sin verbos introductorios; con esta escritura automática la narración se acerca a la comunicación oral y el lector se encuentra allí, con los personajes que van hablando, y entiende a quién pertenece la réplica, entiende a cada uno cuando opina lo que opina.

En Elena sabe no importa quién mata. Importa entender cómo tres mujeres son capaces de vivir al límite de sus fuerzas. Importa conocer diferentes maneras de infelicidad. La novela negra ha cambiado desde sus comienzos, aunque la base sobre las que se asienta sigue siendo un cadáver (o varios) y una investigación de por qué está muerto y quién es el culpable. Elena sabe cumple los requisitos. Al final conocemos, gracias a la investigación que lleva a cabo Elena, quién ha matado a Rita. Pero Claudia Piñeiro ha dado otra vuelta de tuerca a la novela negra, la ha reinventado.

La autora nos presenta una narración que no refleja el mundo profesional del crimen pero sí se desarrolla en un ambiente oscuro, a la luz del día, en la oscuridad que oculta a sus protagonistas. La atmósfera que las envuelve no es de miedo sino de asfixia, no hay violencia aunque predomina la derrota.

La estructura es dual, antagónica y paralela al mismo tiempo. Por eso duele más. Hay, en principio, un eje de investigación, la desaparición física de Rita, que se irá desdoblando en diferentes formas de morir o diferentes formas de matar.

El tiempo novelado es una jornada, todo se resuelve en un día, que Elena va marcando, no de forma horaria sino según la medicación que debe tomar. Sin embargo el tiempo que pasa Elena investigando desde la muerte de Rita son tres meses aunque para entender y descubrir al culpable deba retrotraerse cuarenta años atrás. La acción transcurre lenta.

Aunque Rita muera físicamente, el tema principal es intimista. Es la tortura que provoca una enfermedad a quien la padece y a quienes rodean a la marioneta en la que se convierte el enfermo.

Existe otro tema principal que viene de las ramas en las que se divide la base estructural, es el dolor que somos capaces de soportar por no saber enfrentarnos a la violencia y la humillación.

Como tema secundario, que acompaña y acrecienta el suplicio, aparece la pobreza y sus consecuencias, la invisibilidad social que provoca en los conciudadanos, en los organismos oficiales…

Los personajes quedan dibujados con una profundidad psicológica increíble y para ello, la autora despliega todo un arsenal de recursos. Las repeticiones son variadas y constantes, nos abruman, generan en nosotros la misma angustia que sienten las protagonistas. Mediante oraciones condicionales, la narradora subraya la limitación física de Elena «aunque su cerebro ordena movimiento, el pie derecho no se mueve». La epanadiplosis refuerza el constante ir y venir al que debe someter su mente para que cualquier maniobra física no se vea malograda, «Cuenta calles en el aire. Recita […] Lupo, Moreno, 25 de Mayo, Mitre, Roca. Roca, Mitre, 25 de Mayo…»

El sufrimiento innato de la mujer, su condición inferior, queda de manifiesto con la acumulación de figuras literarias, que aportan gran importancia a la forma narrativa. La metáfora unida a la comparación, la repetición, la personificación y la frase nominal consiguen anular por completo a la mujer hasta convertirla en una mera fatalidad «Parkinson […] y una enfermedad es femenina. Como lo es una desgracia. Entonces decide que lo va a llamar Ella […] y una degeneración de las células […] Degeneración. A ella y a su hija».

La suerte de la mujer queda en manos de un destino caprichoso, cruel. Una desgracia que, a fuerza de repetirse, empeorará inevitablemente, tal como nos lo advierte el deterioro ortográfico «el cleido mastoideo, la sustancia nigra, la puta y la levodopa». Tal es su imperfección que la humillación constante la cosifica, se siente vacía y no puede hacer nada por evitarlo. No entiende su situación, necesita las comparaciones incisivas para estar segura de su estado, para que no se le olvide «Habló y mientras hablaba, lloraba […] desde que su cuerpo es de Ella, de esa puta enfermedad puta, ya no siquiera es dueña de sus lágrimas […] como si tuvieran que regar un campo yermo».

La finalidad principal de la metáfora es mimética, aunque en ocasiones establecemos una relación de correspondencia entre los dos significados. Elena ve un «círculo imperfecto»; está incapacitada para cerciorarse de lo que ocurre a su alrededor, solo percibe aquello que cree. En esta relación intuimos a su vez la imagen empequeñecedora que ella ofrece a los demás, tanto que se hace invisible «Muchos pies forman un círculo imperfecto a dos metros de su marcha. Palos que deben sostener estandartes o banderas o carteles. Palos que sostienen quejas […] ella también lleva el palo con su queja aunque nadie lo vea».

El esfuerzo al que está sometida queda agrandado en la descripción exhaustiva de acciones intrascendentes. El lenguaje denota una serie de actos especificados según su punto de vista. Gracias a esta perspectiva aparecen las connotaciones, los sentimientos de Elena, reforzados en el verbo final «espera […] buscar […] decir […] abrir […] extender […] apretar […] meterlo […] bajar […] doblar […] ignorar […] Elena arrastrará sus pasos».

En la desgracia absoluta a la que se enfrenta, Elena está obligada a mirar con ironía, a veces con sarcasmo. El humor destila la vitalidad que tuvo, su carácter resolutivo «¿No tiene nadie que le lustre los zapatos, Padre […] pídale a los chicos esos que se ocupan del mantenimiento de su iglesia, sus zapatos también son su iglesia».

La narración que comienza in medias res «Se trata de levantar el pie derecho…» se va ampliando con digresiones, a través de las que va contando su vida a partir de un objeto, una persona o un recuerdo. El discurso queda interrumpido constantemente. El día que ocupa Elena en llegar a casa de Isabel se dilata con otros temas que van dirigiendo la atención del lector hacia otros personajes y van informando con exactitud de los sucesos importantes, clave para entender el misterio. ¿Por qué Rita muere? ¿Por qué Elena, pese a todo, tiene ganas de vivir? Los paralelismos ayudan a equiparar la vida y la muerte. Todo es lo mismo para estas mujeres de fuerza increíble, obligadas a una vida dura, a una muerte despiadada, «hace tres meses cumplió diecinueve, hace tres meses murió Rita, dice Elena, y a Isabel se le aflojan las piernas».

Novela intensa, negra, que retrata la vida negra a la que están condenadas ciertas mujeres. Tan negra como la muerte.

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