Tres
personajes que arrasan poco a poco nuestra intimidad hasta aniquilarnos. Tanto,
que cuesta salir de los escombros en los que han quedado convertidas sus vidas
y que, según vamos avanzando en la novela, ya forman parte de la nuestra.
Porque empatizamos con ellas. Son tres mujeres. Y, en una novela negra,
reclaman el derecho a vivir mejor, a poder decidir sobre su existencia. Elena
lo sabe, por eso, desesperadamente despacio se presta a que una narradora, no
puede ser sino una mujer, la siga durante un día para contarnos su periplo por
algunos barrios de Buenos Aires hasta llegar a Olleros. Hace veinte años estuvo
allí y ahora, desmoralizada ante la situación, ve la única salida a su dolor.
Porque Elena sabe que su hija está muerta. Elena sabe que no ha podido
suicidarse. Elena sabe que la han matado. Pero la policía no la cree, los
vecinos no insisten para no aumentar su dolor. El cura ya ha condenado el hecho
de que su hija se sienta más poderosa que Dios y decida sobre su cuerpo.
Elena sabe no es una novela
negra al uso, pero lo es. Negra. Nos encontramos con un cadáver, el de Rita,
que apareció colgado del campanario de la iglesia. Las pruebas apuntan a que
fue un suicidio pero Elena, su madre, sabe que esa tarde no pudo acercarse al
campanario porque llovía y ella tenía miedo a que un rayo la fulminara. Desde
pequeña. Elena sabe que su hija era religiosa, trabajaba de maestra en el
colegio parroquial y solo faltaba a su obligación cuando había tormenta, por
miedo. Solo mentía en esas ocasiones, en las que con la excusa de encontrarse
enferma se quedaba en casa. Elena sabe que Rita no pudo quitarse la vida porque
el cuerpo no nos pertenece, solo a Dios, por eso veinte años atrás obligó a
Isabel, sin conocerla, a continuar con su embarazo. Con la ayuda de Elena la
llevó a su casa y la entregó a su marido para que pudieran tener el niño. A
pesar de que Isabel no quería. Elena sabe que Rita no dispondría de su cuerpo,
es fuerte, ha aceptado una vida en soledad para ayudarla con esa «puta enfermedad puta» porque Elena
tiene Parkinson, no, «lo sufre».
Claudia Piñeiro retrata en doscientas páginas el
tormento de tres mujeres. Presenta el dolor con una prosa cruel inmersa,
paradójicamente, en un lenguaje conversacional en el que confluyen de forma
caótica todas las voces; el narrador y los dialogantes exponen sus opiniones,
sus pensamientos, sin verbos introductorios; con esta escritura automática la
narración se acerca a la comunicación oral y el lector se encuentra allí, con
los personajes que van hablando, y entiende a quién pertenece la réplica,
entiende a cada uno cuando opina lo que opina.
En Elena sabe no importa quién mata.
Importa entender cómo tres mujeres son capaces de vivir al límite de sus
fuerzas. Importa conocer diferentes maneras de infelicidad. La novela negra ha
cambiado desde sus comienzos, aunque la base sobre las que se asienta sigue
siendo un cadáver (o varios) y una investigación de por qué está muerto y quién
es el culpable. Elena sabe cumple los
requisitos. Al final conocemos, gracias a la investigación que lleva a cabo
Elena, quién ha matado a Rita. Pero Claudia Piñeiro ha dado otra vuelta de
tuerca a la novela negra, la ha reinventado.
La
autora nos presenta una narración que no refleja el mundo profesional del
crimen pero sí se desarrolla en un ambiente oscuro, a la luz del día, en la
oscuridad que oculta a sus protagonistas. La atmósfera que las envuelve no es
de miedo sino de asfixia, no hay violencia aunque predomina la derrota.
La
estructura es dual, antagónica y paralela al mismo tiempo. Por eso duele más.
Hay, en principio, un eje de investigación, la desaparición física de Rita, que
se irá desdoblando en diferentes formas de morir o diferentes formas de matar.
El
tiempo novelado es una jornada, todo se resuelve en un día, que Elena va
marcando, no de forma horaria sino según la medicación que debe tomar. Sin
embargo el tiempo que pasa Elena investigando desde la muerte de Rita son tres
meses aunque para entender y descubrir al culpable deba retrotraerse cuarenta
años atrás. La acción transcurre lenta.
Aunque
Rita muera físicamente, el tema principal es intimista. Es la tortura que
provoca una enfermedad a quien la padece y a quienes rodean a la marioneta en
la que se convierte el enfermo.
Existe
otro tema principal que viene de las ramas en las que se divide la base
estructural, es el dolor que somos capaces de soportar por no saber
enfrentarnos a la violencia y la humillación.
Como
tema secundario, que acompaña y acrecienta el suplicio, aparece la pobreza y
sus consecuencias, la invisibilidad social que provoca en los conciudadanos, en
los organismos oficiales…
Los
personajes quedan dibujados con una profundidad psicológica increíble y para
ello, la autora despliega todo un arsenal de recursos. Las repeticiones son
variadas y constantes, nos abruman, generan en nosotros la misma angustia que
sienten las protagonistas. Mediante oraciones condicionales, la narradora
subraya la limitación física de Elena «aunque
su cerebro ordena movimiento, el pie derecho no se mueve». La epanadiplosis
refuerza el constante ir y venir al que debe someter su mente para que
cualquier maniobra física no se vea malograda, «Cuenta calles en el aire. Recita […] Lupo, Moreno, 25 de Mayo, Mitre,
Roca. Roca, Mitre, 25 de Mayo…»
El
sufrimiento innato de la mujer, su condición inferior, queda de manifiesto con
la acumulación de figuras literarias, que aportan gran importancia a la forma
narrativa. La metáfora unida a la comparación, la repetición, la
personificación y la frase nominal consiguen anular por completo a la mujer
hasta convertirla en una mera fatalidad «Parkinson
[…] y una enfermedad es femenina. Como lo es una desgracia. Entonces decide que
lo va a llamar Ella […] y una degeneración de las células […] Degeneración. A
ella y a su hija».
La suerte
de la mujer queda en manos de un destino caprichoso, cruel. Una desgracia que,
a fuerza de repetirse, empeorará inevitablemente, tal como nos lo advierte el
deterioro ortográfico «el cleido
mastoideo, la sustancia nigra, la puta y la levodopa». Tal es su
imperfección que la humillación constante la cosifica, se siente vacía y no
puede hacer nada por evitarlo. No entiende su situación, necesita las
comparaciones incisivas para estar segura de su estado, para que no se le
olvide «Habló y mientras hablaba, lloraba
[…] desde que su cuerpo es de Ella, de esa puta enfermedad puta, ya no siquiera
es dueña de sus lágrimas […] como si tuvieran que regar un campo yermo».
La
finalidad principal de la metáfora es mimética, aunque en ocasiones
establecemos una relación de correspondencia entre los dos significados. Elena
ve un «círculo imperfecto»; está
incapacitada para cerciorarse de lo que ocurre a su alrededor, solo percibe
aquello que cree. En esta relación intuimos a su vez la imagen empequeñecedora
que ella ofrece a los demás, tanto que se hace invisible «Muchos pies forman un círculo imperfecto a dos metros de su marcha.
Palos que deben sostener estandartes o banderas o carteles. Palos que sostienen
quejas […] ella también lleva el palo con su queja aunque nadie lo vea».
El
esfuerzo al que está sometida queda agrandado en la descripción exhaustiva de
acciones intrascendentes. El lenguaje denota una serie de actos especificados
según su punto de vista. Gracias a esta perspectiva aparecen las connotaciones,
los sentimientos de Elena, reforzados en el verbo final «espera […] buscar […] decir […] abrir […] extender […] apretar […]
meterlo […] bajar […] doblar […] ignorar […] Elena arrastrará sus pasos».
En
la desgracia absoluta a la que se enfrenta, Elena está obligada a mirar con
ironía, a veces con sarcasmo. El humor destila la vitalidad que tuvo, su
carácter resolutivo «¿No tiene nadie que
le lustre los zapatos, Padre […] pídale a los chicos esos que se ocupan del
mantenimiento de su iglesia, sus zapatos también son su iglesia».
La
narración que comienza in medias res «Se
trata de levantar el pie derecho…» se va ampliando con digresiones, a
través de las que va contando su vida a partir de un objeto, una persona o un
recuerdo. El discurso queda interrumpido constantemente. El día que ocupa Elena
en llegar a casa de Isabel se dilata con otros temas que van dirigiendo la
atención del lector hacia otros personajes y van informando con exactitud de
los sucesos importantes, clave para entender el misterio. ¿Por qué Rita muere?
¿Por qué Elena, pese a todo, tiene ganas de vivir? Los paralelismos ayudan a
equiparar la vida y la muerte. Todo es lo mismo para estas mujeres de fuerza
increíble, obligadas a una vida dura, a una muerte despiadada, «hace tres meses cumplió diecinueve, hace
tres meses murió Rita, dice Elena, y a Isabel se le aflojan las piernas».
Novela
intensa, negra, que retrata la vida negra a la que están condenadas ciertas
mujeres. Tan negra como la muerte.
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