Tenía
que haber leído antes esta novela, pero me decidí por El frío de la muerte,
escrita después de Tiempos oscuros, así que ahora he entendido perfectamente el
misterio sobrenatural que rodeaba la última entrega de John Connolly. Algunos
personajes se repiten y también las situaciones fantasmagóricas. Personajes que
aparecen para reaparecer en el último caso del detective y adquirir pleno
sentido, es lo que ocurre con los hombres huecos o con el Coleccionista. El
rapto de Sam, la hija de Parker, mantiene su aporte fantasmal, pero teniendo en
cuenta que Connolly nos presenta una sociedad profunda, de lo más profundo del
sur de EE.UU., no sabemos bien si en determinados momentos seguimos en el siglo
XXI o hemos viajado al pasado, a los tiempos de caza de brujas, de esclavitud y
racismo absoluto.
Al
jugar con fantasmas, muertos y vivos, el lector está en permanente atención, no
sabe a quién se enfrenta, si alguien va a revivir o seguirá las normas de la
lógica cuando muere. Y es que nuestro detective favorito va mostrándose como un
resucitado, como un ángel justiciero que aparece siempre en el momento preciso.
Y en esta novela, más que en otras, deseamos que ocurra.
La
trama tiene dos partes diferentes. La primera mitad de la novela nos pone en
situación de lo que ocurre en Plassey County con diferentes personajes que dan
la impresión de no tener que ver unos con otros. La presentación de Ormsby abre
la narración; es un personaje dual, como Jekyll y Mr. Hyde; es un viudo
bonachón y querido que se transforma en el mayor sádico depredador de niños
felices, solo por el hecho de que sus familias sufran. Este comienzo es un
presagio de lo que nos vamos a encontrar. El monólogo interior de Ormsby,
siempre inquietante, como una terrible profecía, «Se acercan más rápido, la espiral se angosta, los tres parecen uno
solo […] Y la antigua deidad mandará a su Hijo contra ellos, y los halcones lo
seguirán», se va mezclando en la historia con un narrador omnisciente,
encargado de describir pensamientos y actos de un elenco de seres degenerados,
para que el lector sienta que se ha instalado en él cierta conmoción
responsable de que no pueda relajarse «Ormsby
encendió la luz del garaje. Solo entonces abrió el maletero. La niña se
retorcía en el saco y chillaba contra la tela».
Hay
otros personajes que aparecen como en una secuencia cinematográfica; envueltos
en un halo de misterio, son descritos con cierto aire sobrenatural para después
ir acoplándose lentamente en una sociedad corrompida.
El
autor denuncia el poder de la religión basada en la intransigencia, en el
exclusivismo y la superstición. El nombre de la religión da lo mismo, lo que
importa es la anulación que consigue de sus adeptos y la corrupción que impone
a su alrededor.
La
narración es desigual, ralentizada al comienzo con grandes descripciones que se
van ampliando, mediante analepsis, con sucesos ocurridos en otro tiempo o
lugar, va adquiriendo rapidez al acortar los capítulos y pasar de un sitio a
otro sin previo aviso, de un personaje a otro sin ninguna indicación.
El
argumento parte de una base bastante simple, Jerome Burnel, quien podría haber
sido un héroe, se ve envuelto en casos de pedofilia que lo llevan a la cárcel
durante años, tiempo en el que le han hecho la vida imposible con torturas y
violaciones. Burnel, ahora que está en libertad, cree que seguirán acosándolo
hasta matarlo; por eso contrata a Charlie Parker, quien no se cree el
encasillamiento de pedófilo que mantiene en la sociedad. Aún no ha empezado a
investigar sobre Burnel cuando este desaparece. Esto lo llevará directamente al
infierno, o lo que es lo mismo, al Tajo, un reducto en las afueras de Plassey
County, tomado por los seguidores del Rey Muerto.
Todos
los personajes de la novela cobran sentido, incluso los que parecía que salían
de manera ocasional, gracias a la relación que mantienen con el Tajo, otro
concepto dual de Tiempos oscuros
pues, en ocasiones es nombrado como lugar y en otras como colectivo de
personas, hecho que afianza el poder que ostenta, «El Tajo lleva mucho tiempo tranquilo». Los habitantes de esta
comunidad centenaria se rigen según sus propias leyes de intimidación y
asesinato o, lo que es lo mismo, las dictadas por el Rey Muerto, personaje que,
según descubriremos al final, también está imbuido de cierto dualismo.
Por
supuesto, quien se enfrenta al Tajo y soluciona la cadena de asesinatos, trata
de blancas, venta de niños y demás corrupciones es Charlie Parker, aunque esta
vez necesite, además de sus incondicionales Louis y Angel, todo un despliegue
final de fuerzas del estado. Un hombre solo no puede acabar con una comunidad
ancestral que había ido tejiendo una red de apoyo a su alrededor, a no ser que
este detective privado esté sufriendo un proceso de metamorfosis, como la
propia novela del autor, para convertirse en algo sobrenatural, «si te morías y te devolvían a la vida
varias veces, cualquiera acabaría sufriendo secuelas como ésas […] era a la vez
más y menos de lo que había sido en el pasado».
No
cabe duda de que las descripciones de los hechos son duras, sádicas en su
mayoría, tanto que, en las numerosas expresiones irónicas, o en los diferentes
enunciados humorísticos, apenas se dibuja una leve sonrisa en nuestro rostro.
No podemos relajarnos, estamos seguros de que tarde o temprano algo sanguinario
se cernirá sobre nosotros. No obstante las personificaciones estimulan el ritmo
narrativo, «se encontró el Mustang, en
plena crisis de mediana edad, en el aparcamiento». Las hipérboles
contribuyen a avivar el ánimo del lector, «empieza
a andar hacia el este y no pares hasta que te hayas caído en el puto mar»,
así como las comparaciones, muchas de ellas con un punto también exagerado, «le hizo rechinar los dientes con tanta
fuerza que le pareció que uno hasta se removía en la encía».
Las
imágenes polisémicas conjugan lirismo y humor, facilitando la lectura, «Se planteó apoyar la cabeza en el volante y
dejarla reposar ahí un rato, tal vez cerrar los ojos y esperar que unas
tinieblas se lo llevaran, pero temía dar la impresión de que estaba llorando».
Y las ironías permiten ciertos momentos de distensión entre tanta depravación:
—Sí.
Murió joven. No se cuidaba.
Walsh
sumergió un panecillo en un montón de hígado y cebolla asegurándose de atrapar
también un poco de beicon.
—Gracias
a Dios que aprendes de los errores ajenos —dijo Parker.
Porque
llega un punto, cuando todas las piezas se empiezan a acoplar, que el
nerviosismo se apodera del lector, y el horror que pasa por nuestra mente se
transforma en un deseo de venganza.
Al
menos debe sobrevivir algún inocente.
Otra
vuelta de tuerca a la novela negra.
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