He
terminado la primera novela de la serie que protagoniza la comisaria Cornelia
Weber-Tejedor (hay que poner los dos apellidos por si su madre lo lee, para que
no se enfade) y tengo una sensación curiosa, rara. Lo normal cuando me enfrento
a una novela que considero de extensión inadecuada, es que piense que le sobran
páginas y, sin embargo, en este caso tengo la impresión de que al final le
falta alguna. Probablemente me he quedado con ganas de más y probablemente sea
una técnica narrativa mediante la que esta serie promete realismo, al menos su
protagonista principal. El comienzo es fantástico, podríamos decir que in medias res; no hay preámbulos, no hay
presentación de los personajes ni del lugar. Ya nos iremos enterando poco a
poco. Por lo pronto nos situamos en Francfort, ante un hombre muerto al que el
narrador, en principio testigo, le confiere características de vivo, es decir,
de alguna forma lo repersonifica «Nada
parecía poder oponerse al correr encolerizado del río. Sólo un gallego. A su
lado se deslizaban veloces matorrales, palos y piedras; a veces lo golpeaban
pero él se negaba a abandonar el pilar central del puente». Pero en este
inicio de Entre dos aguas, se cruza
de forma casi inmediata otro crimen que ya tenía entre manos Cornelia y
que debe cerrar. En realidad la viuda confiesa ser la asesina. Bastan dos o
tres pinceladas para que el lector empatice con ella, en cuanto se entera de
las causas que la llevaron, en un momento de enajenación, o de rabia, o de
odio, o de todo junto, a cometer dicho acto.
Dan
ganas de saber qué ocurre con esta asesina, cuál es su final, pero pasan
páginas y páginas mientras le deseamos un desenlace digno, de justicia poética,
hasta que nos percatamos de que eso no es lo importante. El caso estaba
resuelto pero Rosa Ribas,
magistralmente, nos lo ha traído, aunque sea en sus últimos coletazos, para que
ya al principio de la novela conozcamos a su protagonista mediante sus actos y
los comentarios de un narrador, definitivamente omnisciente. «Cornelia notó repentinamente que tenía
hambre, pensó en pasar por la cafetería, pero temió que Fischer la acompañara.
El silencio ya había resultado bastante opresivo en el lento camino de vuelta
como para aguantarlo ahora comiendo, donde lo más natural era que se conversara».
Así
pues la atención queda centrada en el primer cadáver, que aunque estancado en
el Meno no presenta signos de ahogamiento. Todos los indicios nos hacen
sospechar de su entorno; no obstante el asunto se complica para el departamento
de Cornelia Weber porque todos los conocidos sólo tienen palabras de agradecimiento
hacia el asesinado, Marcelino Soto, un emigrante gallego, inteligente, que se
hizo en Alemania de la nada hasta enriquecerse de forma ostensible (dos
restaurantes y pisos para alquilar dan fe de ello) y ayudaba a todos. Todos
confían en la bondad de ese compatriota con capacidad para superar una afrenta
causada por su padre en la Galicia rural de la guerra civil española, que trajo
como consecuencia el exilio voluntario del hijo a Alemania.
Como
en la vida misma, una vez comenzadas las pesquisas para identificar al
culpable, el superior de Cornelia ordena prioridad absoluta a un caso de
desaparición de una ciudadana ilegal, en principio más liviano de lo que
resulta en realidad, que creo es la excusa para exponer uno de los problemas de
la inmigración: el abuso por parte de proxenetas y personas que ocupan cargos
honorables en la sociedad. Este caso sí, como lleva ocurriendo durante tanto
tiempo, queda sumido en la oscuridad. Debe ser que alumbrarlo pone demasiados
intereses en juego.
A
estas investigaciones debemos añadir el violento suicidio de la viuda de
Marcelino que aparece, en condiciones sospechosas, cuando aún no habían
terminado de descartar a una banda de mafiosos yugoslavos, extorsionadores de
locales, como la responsable del asesinato del gallego. Es cierto que la
aparición de dicha banda no es sino otro pretexto para que quede patente, con
cierto sarcasmo, la espiral de racismo a la que está sometido el planeta «...de buena gana se hubiera echado a reír
del discurso de Mehmet, que sonaba casi como el de muchos alemanes cuando
llegaron los emigrantes. Alentado por su silencio, él continuó —Llegan aquí y
se creen qué sé yo porque en su país eran los reyes del mambo, y no quieren
entender que aquí no valen ni media mierda [...] Y esos yugos catetos, que
apenas hablan alemán...»
Cornelia
va eliminando pistas falsas de los tres casos que investiga, con algo de
intuición y mucho de revisión y planificación, hasta que finalmente resuelve el
crimen del empresario Marcelino Soto. Pero la narración impecable, con dosis de
ironía y algo de humor, hace que en la ficción nos quedemos esperando un
desenlace más detallado o redondo del suicidio de Magdalena y la desaparición
de Esmeralda.
El
argumento es muy interesante y podríamos decir que universal pues desde tiempos
inmemoriales el ser humano se desplaza para vivir donde puede conseguir unas
condiciones favorables. Las analepsis favorecen lo intemporal de los hechos,
como el capítulo 35 Magdalena Ríos.
Si la emigración de los españoles tuvo la causa (durante la segunda mitad del
siglo XX) en la violencia de un régimen dictatorial, la emigración actual viene
como consecuencia de la falta de trabajo. Por el contrario recibimos a
emigrantes de otros países que huyen asimismo de sus horrores particulares. No
lo olvidemos. Y Cornelia Weber, «—¡Hija!
siempre te olvidas el Tejedor, como si no te gustara», nos trae los
problemas, las dudas que acarrean todos aquellos que por diferentes causas han
debido abandonar su lugar de origen; la inseguridad, la tristeza, el miedo
acompañan los actos que enfrentan a personas a un idioma nuevo, un trabajo
nuevo, unas condiciones nuevas. Y aunque se hayan instalado y consigan una
felicidad relativa no olvidan sus orígenes. (Puede que todos debiéramos
experimentarlo alguna vez para eliminar el racismo y la xenofobia).
Creo
que éste es el tema principal, los problemas de adaptación de los emigrantes;
el crimen, el suicidio, las violaciones y desapariciones son algunos de estos
problemas, aunque hay otros menos graves que también observamos en la novela,
el dolor de las familias divididas y el dolor cuando el verdadero dolor es por
alguien a quien no conoces «todo el
contacto se limitó a las llamadas de rigor por los cumpleaños y las Navidades
[...] sin que Regino tuviera nunca el valor de decirles que esos nombres caían
en un vacío sin recuerdos. No, en cambio, la súbita muerte de Rabal en 2002.
Por él llevó luto».
En
total son 41 capítulos cortos cuyo título funciona de manera tradicional, como
presentación de lo que el narrador va a desarrollar. Esto, unido a numerosos
diálogos, confiere a la novela un ritmo ágil, entretenido, favorecedor de una
lectura rápida y amena. El Epílogo vuelve a recolocar la situación familiar de
Cornelia.
Los
personajes están perfectamente trazados a través de su relación con la
protagonista. Cornelia es verosímil, goza de individualismo aunque sea
representante de un grupo social, aquél que lleva en su sangre una mezcla de
culturas y tradiciones. Por esto consigue ser poseedora de un dinamismo fresco;
todo un espectro de emociones que dirige al lector hacia la acción que le
interesa o hacia el personaje sobre el que conviene fijar la atención.
Así
pues, los personaje secundarios son fundamentales no sólo como parte activa de
la trama, también van componiendo un retrato de Cornelia «...sonó el teléfono [...] Era su madre que con la excusa de
confirmarle la hora del entierro de Marcelino, como si ella no lo supiera,
reclamaba más información. Hacerle entender que eso no era posible le costó
hasta la pausa de la publicidad».
La
comisaria se nos muestra algo irónica, inteligente, con un punto de neurosis
hipocondríaca que el narrador nos muestra con una tipografía diferente y el
estilo indirecto. «Encontró un paquete de
cigarrillos que había olvidado allí y sacó uno. No debería fumar. “El tabaco
perjudica seriamente la salud. Se calcula que aproximadamente mueren al
año...”. Le daba igual, necesitaba un cigarrillo para seguir pensando...».
A
veces la comisaria juega con el lector pues da una pista extraña de algún
personaje con la que consigue perturbar o sobrecoger, en cualquier caso
funciona como cebo que seguimos indefectiblemente
En
una esquina, sin relacionarlo con los otros temas, escribió el nombre Carlos
Veiga.
—¿Y
eso?
—¿Qué
impresión se llevó usted de Veiga cuando hablamos con él?
—Me
pareció muy apocado, que estaba muy nervioso y que por eso habló mucho.
—¿No
le dio la sensación de que oculta algo?
—No.
¿A usted sí?
No
respondió de inmediato.
Otras
veces los personajes secundarios no sólo ayudan a la protagonista a resolver el
caso, también contribuyen a descargar la tensión pues nos ofrecen el lado más
amable de Cornelia, el humor que, a veces, la caracteriza
¿Qué
coche tiene un cura? Un Golf. Rojo. Cornelia se sorprendió [...] Vieron pasar
el Golf rojo por delante de la entrada del cementerio. Recaredo Pueyo se
despidió con la mano.
Cornelia
le devolvió el saludo:
—¿Ves?
Hasta en eso se parece a Robert de Niro. Cuando Robert de Niro hace de cura,
está claro que es un cura que fuma y que no lleva un coche negro.
Expresiones
adecuadas, observaciones certeras y una prosa cuidada conforman el estilo de
Rosa Ribas, por lo que aunque la presente edición acumule numerosas erratas:
Regina por Regino, había llevado a la policía alemana y controlar sus
movimientos, aceras ocupados, cosas abstrusas, Conducía al lado al río...,
siempre será una oferta tentadora leer las peripecias de Cornelia
Weber-Tejedor, una novela negra de gran carga psicológica y cierta dosis de
denuncia.
Me gusta leer vuestras reseñas cuando no he leído un libro y me sirven como recomendación, pero me gusta también cuando ya lo conozco y se prestan a reflexionar sobre él. Éste es el caso. Este verano he leído la serie entera de la comisaria Weber Tejedor. En la pasada Feria del Libro de Madrid vi como novedad "Si no, lo matamos" pero, al comprobar que pertenecía a una saga, y aprovechando que acababan de reeditar en un volumen los tres títulos de la misma, opté por comprar el recopilatorio. Tanto me gustó que nada más terminarlo bajé a la librería a por el cuarto (y espero que no último de la serie).
ResponderEliminarMe parece una novela negra de mucha calidad, con personajes y situaciones muy bien diseñados. Cornelia es un ejemplo de profesional que debe luchar día a día para que se le trate igual que a los hombres e igual que a los alemanes, pues cuenta con la doble desventaja de ser mujer y descender de inmigrantes.
Nada que añadir a tu análisis sino compartir la pena de que esta edición, como bien dices, esté plagada de erratas, además de las que señalas, "cercionó" por cercioró, "agentes que se estaba", "sus hermanos se sentía obligados", "los acompaño" por los acompañó. Como ya he comentado alguna vez, es una pena que las editoriales no pongan un poco más de empeño en cuidar su principal herramienta: nuestra maltratada lengua.
Adelante con el blog. Es casi inmejorable. Por cierto, he visto en Twitter que Rafael Reig os lee.
Siempre es un honor que alguien lea lo que pienso y, como tú, encima lo comente, pero si además lo hacen aquellas personas a quienes admiro por cómo escriben, es un lujo.
ResponderEliminarOjalá a estos grandes de la literatura, que tanto tienen que decir, los lea más gente. El mundo mejoraría.
¡Seguimos leyendo!