Mostrando entradas con la etiqueta cuentos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuentos. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de octubre de 2024

LA VERSIÓN DE JUDAS

La versión de Judas es un libro redondo. Compuesto por diez cuentos, es ideal para leer durante un rato o pasar toda una tarde entretenida porque, aunque Manuel Moyano mantiene un estilo tradicional, cada cuento es diferente y tiene sus propias características.

Los espacios donde se desarrollan las historias van desde los más lejanos, como la selva amazónica hasta otros muy cercanos como Castilla. Los argumentos también fluctúan entre verosímiles e imaginarios, pero en todos hay un riesgo, más o menos explícito, del que normalmente somos alertados al principio «En aquella guerra solo hubo una baja. Se llamaba Mamadou».

Los protagonistas de estas historias no son héroes y el final no es feliz, pero siempre mantenemos la esperanza de que lo sea. La inquietud con la que leemos no decae, si bien casi siempre es una tensión relajada, si esto es posible, que permite querer llegar al final de forma cómoda, aunque nos llevemos más de una sorpresa.

El estilo de Moyano intercala oraciones cortas que aseguran la lectura rápida, en otras más largas que nos permiten ahondar en lo expuesto mientras lo saboreamos. Es una marca del autor. Leí El imperio de Yegorov y tuve la misma sensación. Es una de sus peculiaridades, su voz narrativa definida, que juega con el lenguaje para mantenernos enganchados en todo momento. Y conoce la lengua hasta el punto de que nos presenta una narración sin censuras a la hora de elegir términos científicos de cualquier materia, seguro de que el contexto nos ayudará a entenderlo. Esto acerca a los cuentos a aquellos tradicionales, provenientes de ambientes lejanos con personajes dotados de cierta magia o misterio que, en algún momento, dejarán salir el terror que llevan dentro.

Son historias que nos recuerdan a las góticas de Lovecraft aunque exentas del duro cinismo del estadounidense. Moyano establece sus propios símbolos para afianzar la idea de una humanidad constantemente amenazada, en peligro, «desembarcamos en una playa con forma de hoz […] Desnudos, reverberantes de sal por todo su cuerpo, nos condujeron hasta su poblado como lo haría una rehala de perros. Adoraban al fuego» (La ciudad soñada); «los espejos que colgaban de las paredes estaban cubiertos con paños […] bruscamente, el silencio se vio roto por una voz […] aquella voz procedía del subsuelo» (La casa de la calle Ulloa).

No cabe duda de que el verdadero referente de Moyano es Poe. Los cuentos establecen las dificultosas relaciones humanas, la locura a la que podemos llegar si nos sentimos perseguidos por algo, real o no, y la escasez de medios de que disponemos para huir de esos fantasmas «Todavía continué vagando durante horas por el tren, mientras daba vueltas a una idea que hasta ese momento había querido descartar: la de arrojarme en marcha» (La bufanda roja).

En La versión de Judas lo sobrenatural convive con la realidad hasta formar parte de ella: la noche es importante y los espacios cerrados, algo que aumentará la claustrofobia y animosidad de los propios personajes. El ambiente triste y misterioso contribuye a la inquietud del protagonista: «Una dama alta y melancólica…» «cuando ya había caído la noche» «cierta noche […] me vi conducido a un callejón sin salida», aunque Moyano pueda dar un giro de tuerca y conseguir que hoy, en una época actual, su protagonista pueda tener un final distinto al esperado.

Si repasamos los diez cuentos observamos otra característica propia de Moyano: la certificación de la fugacidad de la vida y la forma absurda con que la mayoría de veces nos empeñamos en afrontarla, casi siempre pretendiendo sobresalir en una sociedad que se mantiene de espaldas al individuo. En Así murió Mamadou, todo sucede de manera casual pero el porqué de ese hecho fortuito es el resultado de querer ser los mejores, tener más que nadie, a pesar de caer la mayoría de las veces en el ridículo para conseguirlo.

También en El orgullo de Riopanza destacan las ganas de sobresalir, sin embargo el temor de enfadar a unos u otros vecinos que mantienen cargos importantes hará que desviemos nuestros propósitos en historias de humo, sin tener en cuenta que nos movemos en una sociedad que favorece el individualismo; los paralelismos antitéticos «Fumador compulsivo, bebedor secreto» son sugerentes efectos rítmicos que enfatizan a los adjetivos igualándolos; de esta forma el compulsivo-secreto nos da idea irónica del protagonista, que se reafirma con los disparates que pretende hacer pasar por reales sin ninguna base científica, «los naturales de Riopanza fuesen descendientes de aquellos míticos habitantes de la Antigüedad» (de La Atlántida). La necesidad de figurar es llevada a tal extremo que premiamos actos que poco después caerán en el olvido, pero todo vale si se hace ruido mediático, «los respectivos lugares de nacimiento de ambos mitos habían sido convertidos en casas-museo que nunca visitaba nadie». Es la hipocresía social a la que nos hemos acostumbrado, que durará justo lo que dure el ser humano porque su memoria no prevalecerá: todo es fugaz. «Sus peticiones fueron desoídas: no solo se le enterró de cuerpo entero sino que su obra […] nunca visita nadie».

Creo que el cuento que mejor representa esta mentira que es la sociedad actual es el que da título al libro La versión de Judas. El humor y la sátira están presentes en las páginas pues hay un nuevo Jesucristo dispuesto a triunfar ya que es conocedor de sus errores anteriores, el primero, «salir a la luz en una época de tinieblas, cuando el hombre apenas había empezado a perder los hábitos del mono» y el segundo error «rodearme de un hatajo de indigentes y pelagatos». El humor está servido en el cuento aunque la ironía social es patente «transformarnos a todos en una legión de majaderos felices, de cretinos eufóricos». Pues así estamos. Lo importante es el momento de gloria, es lo que nos reconforta, nada de problemas aunque en el fondo vivamos en una bomba mediática a punto de estallar: «Los actos y las palabras solo tenían justificación en tanto y cuanto habían de terminar siendo frases del Libro. El número de los Centinelas se multiplicó y su presencia infestó el aire».

miércoles, 27 de marzo de 2024

CUANDO FUI MORTAL

Leí este libro de cuentos hace unos veinte años. No me acordaba bien de cada uno y, como no tenía claro cuánto tiempo había pasado desde la lectura lo busqué en el blog, inútilmente, y, sin buscarla, me apareció una reseña en Babelio denostando su contenido. Me puse de tan mal humor que decidí volver a leerlo.

A pesar de que algunos de los doce cuentos que lo componen están escritos por encargo, se nota la mano del maestro, un genio del lenguaje y de la narrativa que hasta ahora no ha sido superado. Ante esto, los mortales no podemos poner una sola pega, quizás que no le concedieran el Premio Nobel pero, ya se sabe, la política manda y Javier Marías no tuvo nunca problemas para denunciar aquello que no le parecía bien del poder y le daba igual quien gobernara, o que fuera central, autonómico o municipal. Más allá de esto pocos autores (vivos o muertos) logran que su obra esté publicada en más de catorce países. Así que reitero, sigue siendo el maestro.

Los doce cuentos son de extensión variada, algunos como el que da nombre al libro Cuando fui mortal o Todo mal vuelve, Menos escrúpulos o Sangre de lanza son casi novelas cortas. Otros, más reducidos contienen las características de la narrativa corta, centrados en una trama, con pocos personajes y alusiones a ellos de manera que fácilmente podemos hacernos una idea pues sus descripciones, más allá de reproducir los estados de ánimo de los protagonistas mantienen la tensión generada en la historia.

Los personajes se van individualizando en el transcurso del relato, «La lanza era suya, traída unos años antes como recuerdo de un viaje a Kenia y del que vino lamentándose, como de costumbre […] de vez en cuando cedía al impulso de un capricho […] La mujer estaba casi desnuda, con unas braguitas tan solo». El relato queda como una puesta en escena que, al ir siendo detallado poco a poco, nos da la impresión de encontrarnos ante diferentes secuencias de una película de la que no sabemos el final.

El desenlace se va labrando desde el principio y, aunque lo intuyamos, no estamos seguros del giro que puede producirse, que ciertamente no se da en todos los cuentos. En los doce hay un hilo conductor y es la expresión de los sentimientos del narrador aunque a veces nos lleguen a través de la ironía con cierto toque de humor, y otras mediante la intriga, pero siempre participan de las características de la novela negra.

Indudablemente, creo que en esta selección destaca el narrador como observador privilegiado; podemos asegurar que es testigo de los hechos, aunque algunos los observe desde un lugar inquietante. Esto hace que la realidad quede difuminada, de ahí que tengamos la impresión de que en ocasiones divaga ante una existencia que parece más un sueño. Que el narrador tenga un enfoque ocular, permite aflorar la nostalgia en unos casos y el testimonio actual en otros.

Los comienzos de los relatos son meramente anecdóticos «El domingo de Ramos casi todos mis amigos habían abandonado Madrid y yo me fui a pasar la tarde al hipódromo». Pero según progresan se van transformando en asombrosos o desasosegantes: «en ese viaje no se quiere la intromisión de un extraño, aunque yo no fuera un extraño, creo, para quien ya subía por las escaleras. Sentí un vacío y…» Y al final todos terminan de forma abierta, aunque los espacios sean significativos de lo que pueda ocurrir en cada uno de ellos. Eso es lo de menos, el lector se queda con la impresión de que el protagonista puede actuar según lo previsto o no, «Di media vuelta y abrí la puerta para marcharme. No contesté nada, pero me pareció recordar que sí».

Su escritura, no cabe duda, es de gran rigor estilístico, ya sea en una novela extensa, como Berta Isla o en un cuento cortito como No más amores; el pensamiento crítico aparece en sus líneas así como la condición humana, por eso, sea el personaje que sea, empatizamos con él: «la había hecho áspera y reconcentrada a una edad en que esas características en una mujer ya no pueden resultar intrigantes ni todavía objeto de broma y entrañables».

Los lectores de Marías tenemos un reto con cualquiera de sus textos: desentrañar las claves de su historia, algo que normalmente queda entre líneas. Debajo de la frialdad de sus personajes se ocultan sentimientos; detrás de nimiedades se hallan simples malentendidos causantes de comezón, tras el estilo desinhibido, apasionado de la oración compuesta y largos fragmentos, encontramos normalmente una historia concentrada en el último párrafo, como ocurre, por ejemplo En el viaje de novios.

Cuando fui mortal son doce relatos que no se pierden en divagaciones. Apuntan certeros al problema que quiere comunicar su autor, aunque en ocasiones tenga que exponer relaciones ambiguas o usar la memoria como aquello que nos aporta nuestra identidad. El pasado es el que nos forma, de ahí que no importen en su estilo, sino todo lo contrario, las repeticiones, «mi amiga Claudia […] una italiana amiga de mi anfitriona Claudia, también italiana…».

Son fundamentales también las hipérboles, que contribuyen a relajar la tensión normalmente, «el lateral en que se hubiera instalado habría quedado copado por su desmedida figura y descompensado, él a solas frente a cuatro comensales pasando apreturas».

La función metalingüística se agradece cuando nos enfrentamos a términos cultos, que sin ella ralentizarían la lectura, «hija de un viejo embajador misino (neofascista, es decir)».

La inmediatez se logra cuando introduce los pensamientos del narrador en el momento pasado en que los tuvo y que, nosotros, desde nuestro presente no podremos saber si se cumplieron: «era la primera vez que estaba en Sevilla, en viaje de novios con mi mujer tan reciente, a mi espalda enferma, ojalá no fuera nada».

Los recursos estilísticos son muy variados y ayudan al ritmo narrativo. Encontramos paronomasias «y vi a la mujer mejor», derivados «me dio sin querer un codazo en mi codo» y falsos derivados humorísticos «el almirante Almira (su predestinado e incompleto apellido)», deícticos personales «sus prismáticos para ver… ya tenía los míos ante mis ojos», paralelismos «lo primero que vi de él fue […] Lo segundo que vi fue…», explicaciones jocosas, por innecesarias, porque se entienden perfectamente en el transcurso narrativo «llevaba gemelos, quiero decir en los puños de la camisa», empleo de adjetivos cultos pertenecientes a otro campo «el pelo rubiáceo»; concatenación: «se rascaba la espalda, se rascaba la cintura, la cintura era gruesa…», contacto directo con el lector «No sé si contar lo que ocurrió recientemente a Custardoy […] Venga, voy a hacerlo», palabras en desuso, que el propio narrador avisa «aún no habían yacido, según la expresión anticuada», otras pertenecientes al vocabulario técnico culto «la voluntad de dolo» y otras que forman parte del lenguaje cotidiano o la jerga «tugurios julaicos».

En fin, una mezcla de estilo impecable en la forma y de tensión, realidad, sueño en el fondo con los que señala el problema del éxito en la crítica literaria, el problema del olvido, el problema de la escritura y las editoriales, la inseguridad de aquellos que fueron víctimas de abuso infantil, las reflexiones éticas que nos hacemos, el paso del tiempo capaz de borrar la importancia a hechos injustos y graves, la tensión que generan algunas profesiones y el poder del dinero.

Insuperable Marías en cualquier caso.

miércoles, 20 de marzo de 2024

COINCIDENCIAS

En este librito, formado por tres relatos, vemos la esencia de Rosa Montero. No debemos olvidar lo que hemos sido pues marcará lo que somos ahora y las circunstancias en las que nos encontramos. Pero la memoria acude a retazos, por lo que nuestra identidad, producto de esos recuerdos, puede estar afectada por ellos. Y el presente siempre se dirige a la muerte, que curiosamente aparecerá de forma reiterada en nuestra imaginación. Es decir, memoria, identidad, imaginación y muerte están conectadas.

La asesina de insectos expone dónde están los límites del compromiso. Dónde queda el papel del hombre y el de la mujer en el matrimonio, en la convivencia. Qué ocurre con el chantaje emocional de los egoístas, que por lo demás son vagos intentando dar pena para salir adelante.

El matrimonio supone un proyecto en el que, quienes lo forman deben implicarse. Si no ocurre así, está claro que fracasará y, vaya coincidencia, la mayoría de las veces es la mujer la que lleva las riendas, organiza, trabaja y alienta al hombre. Cuando esto ocurre sin reciprocidad, todo se viene abajo. ¿Por qué en estos casos es normalmente ella quien lleva la carga y además acusa una culpabilidad por no haber sabido alentar al marido?

Mujeres que viven una vida triste «de color panza de burra» porque no analizan sus emociones; si lo hicieran se darían cuenta de que pueden disfrutar de la existencia sin tener que cargar con parásitos abusones que desprecian todo aquello que supone un cambio en sus costumbres que, por otro lado, quedaron estancadas en la adolescencia. Parásitos que no han madurado, incapaces de darse cuenta de que son un lastre para aquellos que los rodean; o se dan cuenta y no les importa. Hacen daño a la mujer, culpándola de su propia inutilidad «Marina siempre detrás clavándose en su tímpano, Marina torturante y berbiquí». El rencor que sienten hacia la mujer envuelve en una mentira su existencia «Toda una vida con ella, contra ella» y la de quienes los rodean. Una vida tocada por la desesperanza que se convierte en mera subsistencia.

En El hombre de mis sueños también la mujer espera mejorar con un hombre. El sueño recurrente de ascenso en el ascensor es significativo. Pero en ese sueño hay un aviso inquietante, cuando el hombre va a estrangularla, ella despierta, «pero sé, con total certidumbre, que estoy muerta» y así somos las mujeres. Si nuestra autoestima está baja, podemos pensar que el contacto con un hombre nos solucionará la vida, arreglará nuestros problemas porque nos protegerá y amará como en las películas. De esta forma, una vez establecida la relación de dependencia, pocas veces se puede dar marcha atrás. Si se pone violento es por algo que hemos hecho, algo que lo ha enfadado, «temía que mi comportamiento de esta mañana le hubiera parecido propio de una loca furiosa» y a pesar de saber que su actitud no va a cambiar, continuamos a su lado, porque seguimos intentando vivir nuestra ficción, «Siempre me despierto en ese momento», como si en cualquier momento, llegado el peligro, pudiéramos retroceder. Pero hay que tener en cuenta que vivir en una mentira no puede traer nada bueno y Rosa Montero nos avisa de ello, «Como me suponía, ni trabaja allí ni le conoce nadie», porque aunque sepamos lo que nos espera esperamos que nuestro amor pueda cambiarlo. Y no. Los violentos no quieren a nadie.

El último relato, Parecía el infierno, pone sobre el papel las consecuencias que la envidia puede traer. En Los tiempos del odio, la autora ya trató la aversión como un sentimiento nacido de la envidia. En este relato, Violeta se encuentra en un infierno que curiosamente está formado por el sol abrasador y el agua de una cala profunda. Ella, tumbada en la arena, «veía el mar como una pared vertical […] que amenazaba con desplomarse sobre la playa». Violeta ha llegado a su propio infierno, que no es sino la envidia que siente hacia su prima Carolina y la vida que la rodea, «un cuerpo de revista, una carne atlética y tostada». El problema es que Violeta se siente sola; su madre se está muriendo y ella querría ser otra persona, como su prima, despreocupada, capaz de conseguir lo que se propone, incluso a Nicolás, el chico del que Violeta se había enamorado y pensaba que ella también le gustaba hasta que un día vio a Carolina y Nicolás juntos en el agua, «se agitaban los cuerpos con raros movimientos». La chica odia desde ese momento a todos, a Carolina y Nicolás por arrebatarle su sueño y al resto de amigos por burlarse de ella, así que esperará el momento en que, en una coincidencia que le brinda el destino, puede transformar esa cala en un infierno real aunque no para ella «…el sol calcinaba. Parecía el infierno, pero tan solo era una aburrida mañana de verano».

Al leer Coincidencias reflexionamos sobre cómo el amor puede transformarse en dolor. Marina Gálvez se ha visto abocada a una vida llena de penurias rutinarias que la ahogan. La protagonista de El hombre de mis sueños ni siquiera tiene nombre, vive instalada en una falsa realidad amorosa, un sueño que es solo de ella y que, por no saber salir de él para enfrentarse a la realidad, terminará causándole un dolor absoluto.

La frustración de Violeta la lleva al aislamiento, al desprecio hacia los demás y al dolor.

Son mujeres que sufren porque no se aman a sí mismas y, para darse cuenta de esto y ponerle solución, solo deben prestar más atención a sus sueños o deseos. La mayoría de veces al vernos en un sueño dejamos que nuestro inconsciente nos muestre nuestra personalidad o los rasgos que quisiéramos tener. Una vez despiertos, nuestra consciencia es la que nos guía para alertarnos de si se trata de experiencias pasadas o posibles o son meras advertencias. Para distinguir lo correcto abandonaremos un pensamiento lineal. Hemos de estar preparados para visualizarnos capaces. Solo así podremos convivir, al menos, con nosotros mismos.

miércoles, 6 de marzo de 2024

CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS

Ocho cuentos por los que no ha pasado el tiempo. Será porque la música que los envuelve es eterna. Será por la poesía que rezuman sus frases. Será por las metáforas, siempre presentes. Será por la elipsis de sus sintaxis, que no simplifica el texto sino que refuerza el contexto y la situación de lo narrado. Será porque la inseguridad, concepto atemporal unido al hombre, se proyecta en sus protagonistas. Será porque la fantasía se mezcla con la realidad para difuminar sus fronteras. Da igual. Siempre es el momento idóneo para leer a Julio Cortázar.

Carta a una señorita en París es un cuento que abre esta recopilación, que en 1994 llevó a cabo el periódico La verdad; su protagonista no tiene nombre. El narrador de Ómnibus relata las peripecias de Clara y otro pasajero (también sin nombre) en un trayecto de autobús. En La salud de los enfermos, mamá deja de vivir cuando su hijo Alejandro ya no la llama como solía, un apelativo que sólo ellos conocían; el resto de la familia no era consciente de esa identidad. A mamá le invade cierta inquietud sobre el paradero de su hijo y, aunque se lo ocultan por todos los medios, ella intuye que ha muerto.

El procónsul de Todos los fuegos el fuego tampoco tiene nombre. Esto afectará a la relación celosa que mantiene con Irene, su mujer. Al mismo tiempo, en otro tiempo y otro lugar, Roland no llamará a Jeanne por su nombre; ni siquiera ella, cuando habla con él por teléfono, se identifica, «negándose a creer que la mano que ha alcanzado y vuelto a dejar el tubo de pastillas en su mano, que la voz que acaba de repetir “Soy yo”, es su voz, al borde del límite».

El protagonista moribundo de Liliana llorando sabe que el paso del tiempo lo ha vuelto invisible para su mujer, por eso queda innominado a su lado, desapareciendo mientras a ella la percibe feliz en compañía de otros; Liliana permanecerá rodeada, ayudada y querida por Alonso, Acosta, el Pincho, el doctor Ramos… Todos, menos él, la ayudarán a sentirse viva de nuevo. Pero la realidad a veces puede, con segundas oportunidades, jugar malas pasadas a la imaginación.

Asimismo aparece sin nombre el protagonista de Manuscrito hallado en un bolsillo, aunque él se lo ponga a las mujeres que le gustan y se cruzan en su trayecto del metro. Según le convenga, verá a Ana, seguirá a Margrit, Paula u Ofelia. Siempre habrá una Marie Claude para que él se refleje en su rostro y vea en ellos sus propias inestabilidades, «las arañas mordían demasiado». La inseguridad hace que aparezcan en nosotros sentimientos negativos.

El protagonista de Las caras de la medalla es Javier; aunque se siente unido a Mireille no logrará contactar íntimamente con ella pues Eileen, su mujer, imagen de lo rutinario que debe soportar sin atreverse a abandonarlo, es capaz de eliminar cualquier momento mágico fruto del deseo. La atracción da paso, entonces, a la decepción, puede que por miedo a que desaparezca. La magia cederá ante la tristeza que lo acompañará siempre, como consecuencia de su indecisión «En la penumbra Javier sintió que las palabras le llegaban como mojadas, un instantáneo ceder pero secándose ya los ojos con el revés de la manga…».

Para Diana, protagonista de Fin de etapa, cuento que da fin a la selección y a la situación de todos ellos, lo que ve le devuelve el concepto que tiene de sí misma tras una decepción amorosa. Entra a una casa museo donde se expone la obra de un «pintor ignoto» y los cuadros le devuelven su propia indecisión y soledad, con la impresión de «ver cosas como quien es visto por ellas, allí esa tienda de antigüedades sin interés […] también el color estaba lleno de silencio». Y, como si se tratase de un espejo dentro de otro, en el pueblo «entrevió en la penumbra una galería idéntica a la de uno de los cuadros del museo».

Diana vuelve a ver una y otra vez lo mismo, la realidad se le aparece constantemente, invariable, algo que despierta en ella cierta indolencia, rota solo cuando se descubre con claridad entre las figuras borrosas, anónimas, a ella misma sin vida, muerta. Solo podrá resurgir de la soledad a través de la muerte.

En los cuentos, los protagonistas miran hacia dentro, hacia el fondo de sus almas; les da miedo lo que ven, por eso intentan dar marcha atrás aunque deban retomar la rutina, puesto que la otra solución en esa huida es la desaparición. El desencanto, la mayoría de veces amoroso, no es sino el resultado de lo que hemos forzado con nuestra actitud monótona, carente de la magia del comienzo.

Los cuentos son más que eso, son novelas cortas, esferas perfectas por las que hacer viajes temporales que coinciden en un final aniquilador. En algunos, los triángulos sentimentales funcionan en espejo, en otros basta la pareja, o el propio protagonista que se percata de sus problemas, para ser conscientes de que no podremos funcionar sin violar la monotonía establecida. Cada vez que intentemos cambiar algo surgirán nuevos desórdenes que nos llevarán a la evasión.

La tensión provocada por terrores cotidianos, que no son sino el pesimismo ante la uniformidad social, es la consecuencia de la soledad. La fuerza del narrador, que se desdobla a veces en tres personas en un mismo párrafo, consigue despertar la ansiedad en el lector. «…sé que él se va a ocupar que no haya eso que llaman agonía… Ramos se me queda mirando a los pies de la cama […] pobre viejo. No le digas nada a Liliana, porqué la vamos a hacer llorar antes de lo necesario […] y decile a la enfermera que no me joda cuando escribo» Es un narrador omnisciente o testigo, pero esconde en las palabras alejadas de la razón, cierto humor que cuestiona el pensamiento convencional. Asimismo, en la narración, queda implícito el diálogo de los personajes para enriquecer la trama con su expresividad, algo que señala el amor por la escritura. La voz de Cortázar se abre paso a través del narrador y, nosotros, no tenemos claro el curso que tomará la historia pues, en el día a día la realidad se convertirá en fantasía y lo normal pasará a insólito. Lo real pretérito y lo ficticio futuro se unirán en un surrealismo presente y continuo donde vemos reflejado nuestro fracaso, «con la obstinación de la mosca que se posa cien veces en un brazo, en Eileen».

Al leer estos cuentos tenemos la seguridad —fatídica— de que solo la rutina mata la magia de lo desconocido, magia que se mantiene en lo escrito.

sábado, 7 de octubre de 2023

CUENTOS FRANCESES

La editorial Gadir tiene una joya en formato pequeño y Babelio me la ha regalado en su última Masa Crítica. Gracias. Muchísimas gracias. He saboreado cada uno de los Cuentos franceses que componen este libro. Son cuentos del siglo XIX, tan lejano ya, escritos por seis de las mejores plumas de la historia. En ningún momento tenemos la impresión de estar leyendo algo anticuado; es lo que tienen los genios, que son universales. Y eso que, en su mayoría, forman parte de la corriente realista, pero cada uno tiene sus peculiaridades. La editorial decidido abrir el volumen El arca y el fantasma, de Henry Beyle, Stendhal, nacido en 1783.

En el cuento se observan ya las características que van a marcar a los protagonistas de sus novelas: el héroe moderno, aislado en la sociedad, aparece en la figura de don Fernando que, enamorado de Inés, debe soportar ser encarcelado porque don Blas, el terrible jefe de policía, se encapricha de ella y soborna a su padre para obtenerla en matrimonio. El policía le propone que liberará a D. Fernando si este se va a Mallorca. Tras estar allí dos años vuelve a Granada y los enamorados burlan los celos de D. Blas aprovechando un baúl y la ayuda de Sancha, la amiga de Inés. El ingenio de la mujer es manifiesto; son capaces de mezclar el asunto de la pareja con una riña callejera «Sancha dijo con medias palabras que, nada más llevar Zaga a su casa el arca con sus géneros, había entrado en su cuarto un hombre todo ensangrentado y con un puñal en la mano». Además del ingenio, en la mujer encontramos el uso de la razón, fundamental para salir de las dificultades, pero Inés sabe que su condición está marcada por el determinismo y se lo hace saber a Fernando, «tengo el presentimiento de que nuestra vida no será larga», por lo que ambos ponen en práctica sus ideas avanzadas en el amor. Sin embargo un final sorprendente deja al lector sobrecogido tras leer la historia con gran incertidumbre.

Como su nombre indica, El caballero doble hace gala de inquietante fantasía. Théophile Gautier, nacido en 1811, convierte el principio de su cuento en una descripción lírica de la dama Edwige, enamorada que recuerda, con las interrogaciones retóricas del narrador, a la princesa que Rubén Darío plasmó en su Sonatina «¿Qué es lo que tanto entristece a la rubia Edwige? ¿Qué hace ahí, sentada, sola, con la barbilla apoyada en la mano y el codo en la rodilla…». No cabe duda de que Gautier fue un precursor del Modernismo. Con El caballero doble encontramos una prosa llena de encanto y sensibilidad cargada de léxico romántico «ángel caído», «languidez pérfida». Asimismo otras características románticas van apareciendo en el relato: el epíteto épico «el hijo moreno y rubio de Edwige la triste», la presencia de la muerte «Sobre su tumba hay una estatua tumbada…», el color negro «un ojo de azabache iluminado», el ambiente tenebroso marcado por la condición de los personajes, «Una niebla producida por su sudor y respiración, le envuelve y le persigue». Y no faltan, además, los recuerdos al padre del cuento de terror: «un cuervo negro brillante, con destellos de azabache, posado sobre su hombro». El estilo es depurado, preciso; del que se vale el autor para destacar la ironía de la situación engañosa a la que Edwige somete a su marido. Una circunstancia que acarrea toda una confusión no solo para los padres sino para el niño nacido: «El pequeño conde Oluf tiene una estrella doble».

Gautier se vale de Oluf para destacar la lucha librada cuando alguien arrastra una doble personalidad, de forma que la lírica del comienzo se va doblando en una prosa oscura llena de terror. En El caballero doble distinguimos el conflicto que surge en el hombre cuando se debate entre el bien y el mal.

En Tamango aparece el historiador que, ante todo, fue Prosper Mérimée. Con gran ironía, rayando en ocasiones el sarcasmo, ataca a la sociedad del siglo XIX capaz de tratar a personas peor incluso que a los animales. Mérimée denuncia el comercio de esclavos y los abusos cometidos especialmente con los negros. «Estos aparecieron formando una larga fila, con el cuerpo encorvado por el cansancio y el terror, llevando cada uno en el cuello una larga horca de más de seis pies, con las dos puntas unidas en la nuca por una barra de madera».

La denuncia queda más evidente por la forma de narrar, con fórmulas propias del realismo que dan la impresión de estar contando una crónica más que un relato imaginativo; para ello, el narrador a veces se muestra indeciso, no es omnisciente, no lo sabe todo, es un testigo omnipresente que a veces utiliza el humor, otras la ironía y otras la realidad descarnada para relatar los hechos. Con la primera persona del plural introduce al lector en la narración, lo hace partícipe de lo sucedido «En medio de aquellos hombres desesperados, imaginemos a las mujeres y los niños gritando de miedo». El anticlericalismo es evidente, «invocaban a sus fetiches y a los de los blancos». El estilo de Mérimée, vigoroso, adopta en Tamango un tono violento con el que desmonta cualquier atisbo de afectividad humana. Una historia con tanta fuerza que no nos extraña que fuera llevada al cine para contar la historia de la venta de esclavos.

Bibliomanía, de Gustave Flaubert, nos adentra en el mundo de los libros. Hasta dónde puede llegar nuestra pasión por ellos. En este caso Flaubert confiere al libro, el objeto, el verdadero protagonismo, pues el coleccionista apenas sabía leer, no le interesaba su contenido, «amaba su olor, su forma, su título […] su vieja fecha ilegible, las letras góticas, curiosas y extrañas, los densos dorados que recargaban sus dibujos…».

En Bibliomanía, la realidad contiene la belleza de lo irreal, esto le aporta cierta resonancia romántica al reflexionar sobre los peligros de las obsesiones y adicciones «Era ese: el Misterio de San Miguel […] Saltó por los agujeros, volaba por las llamas, pero no halló la escalera que había llevado hasta el muro […] Se le empezaba a quemar la ropa…». La trama está basada en la historia real de un librero convertido en asesino. Además, las referencias a Dante, añaden misterio y realismo al argumento: «»un hombre que reía amargamente con la risa de los condenados de Dante», y por supuesto, la mención a Hoffmann, unida al entorno calificador del personaje y las constantes oraciones adversativas que terminan en una conclusión nefasta, mantienen rasgos románticos que acentúan la locura del personaje «seres satánicos y extraños a los que Hoffmann desenterraba en sus sueños. […] Era alto […] pero iba encorvado […] su cabello era largo pero blanco […] fisonomía pálida, triste, fea e incluso insignificante».

Con una prosa diáfana y concisa consigue cierta exactitud y musicalidad en la lectura. Las enumeraciones de graduación ascendente y las repeticiones ejemplificadoras definen a la perfección la condición humana que marca, como no podía ser de otra manera, un final espectacular.

La jornada de un periodista americano en 2889 señala los comienzos de la ciencia ficción a pesar de que su autor, Jules Verne afirmase estar más interesado en la ciencia y en lo que en años venideros podía llegar a ocurrir. El caso es que acierta casi con todo lo que aparece en este cuento; no cabe duda de que estaba al tanto de innovaciones científicas y tecnológicas; sus predicciones de «casas de trescientos metros de alto, con la temperatura siempre igual, con el cielo surcado por miles de aerocoches», sobre «energía que proviene de cualquier fuente», sobre el control de la natalidad en China, sobre técnicas de alimentación, sobre la preponderancia de la inteligencia artificial y los avances de la robótica o sobre la criogénesis son asombrosas, y el humor con el que lo afronta todo no resta ni un ápice a su inteligencia y visión de futuro «—¡Nada, no, señor! —respondió Francis Bennett— ¡Les queda Gibraltar!».

Y, por último, la crítica a la burguesía la encontramos en El paraíso de los gatos, una fábula de Émile Zola que le sirve para reflexionar sobre qué es mejor, la seguridad de una vida tediosa o la incertidumbre de la libertad para perseguir los ideales. Además este cuentecillo es una metáfora de la naturaleza del hombre, determinada según el medio y las circunstancias en los que se desarrolla. «Me acordé con amargura de mi triple colcha y mi almohadón de plumas».




Seis autores esenciales de la literatura francesa y universal. Un libro imprescindible de la editorial Gadir.

sábado, 10 de junio de 2023

BESOS, BESITOS, BESOTES


Nuevamente quiero agradecer a Babelio y a su Masa Crítica, el inmenso regalo que supone recibir un libro. En este caso, al ser una edición infantil y juvenil, el reconocimiento viene acompañado de una enorme emoción: dentro de poco podré contar este cuento. Besos, besitos, besotes me atrajo, indudablemente, por el título; creo que, por muchos que demos o nos den, siempre son pocos.

El cuento consta de un texto en verso, ilustraciones y música. Tres apartados que no se pueden separar, aunque Laura Vila sea la responsable de la letra, música e interpretación y Violeta Cano la encargada de ilustrarlo. Ambas, Laura y Violeta, han demostrado una compenetración fantástica. La editorial Pijama Books debe sentirse afortunada por contar con ellas.

Los dibujos de Violeta abren un mundo en el que solo hay cabida para el amor. Un mundo que refleja a la perfección la poesía de Laura:


Pestañeas en mi moflete

y mi corazón explota como un cohete.

Los dibujos nos introducen en lo más íntimo del ser humano, ese espacio entrañable que nos parece exclusivo. La ilustradora, no cabe duda, cuenta con una sensibilidad especial pues ha captado, con sencillos trazos, la finalidad de la historia que cuenta la escritora: Acentuar la importancia del contacto físico desde el momento en que nacemos. Los niños crecerán más seguros, con menos miedos, más felices, menos caprichosos.

Los versos de Laura, plenos de ingenio y humor, dejan constancia de la alegría que supone estar con un bebé. Vemos la alegría de la madre que besa los pies de su hija porque nada le parece mejor


Me encantan tus besos

me saben a queso

Asistimos emocionados a la imagen de esa niña que, feliz, chupetea la cara de su padre hasta quedarse dormida en sus brazos con su canción preferida.

Presenciamos el besito de esquimal que la abuela comparte con su nieta hasta que, en ambas, arranca una sonrisa.

El beso en la cara, de un niño a otro, para que sienta cosquillas en forma de revoloteo.

El beso que de forma fugaz se dan los hermanos y aun así perdura.

Besos en la mejilla que, aunque algo molestos por absorbentes, van dirigidos a los que queremos, y ellos lo saben.

Son besos, besitos y besotes acompañados de abrazos y calor para que los niños se sientan alegres, aprendan qué es el cariño y encuentren el significado de protección; para que los padres y abuelos sean felices. Un beso dura un instante. Un abrazo, puede que dos. Un achuchón, a lo mejor, tres instantes. La sensación de plenitud en los niños y en los padres es para siempre.

Laura Vila sabe qué debemos hacer con los niños; nos recuerda que solo los niños abrazados podrán abrazar cuando sean adultos. Los niños felices serán los adultos que hagan felices a quienes tengan a su alrededor.

Y Violeta Cano nos muestra cómo hacerlo. Sus imágenes, redondeadas, perpetúan la inocencia del bebé a lo largo de toda la infancia. Los colores fuertes, vigorosos, aportan cierta grave sonoridad, profunda. Y el conjunto de la ilustración, las formas y sus tonalidades evocan al mismo tiempo rotundidad y suavidad; como los sentimientos que despiertan los niños.

El formato del libro es cuadrado, compacto, pequeño, de hojas gruesas y puntas redondeadas; adaptado para los párvulos de casa. Destaca, sobre todo, el color amarillo en su variedad más cálida, que confiere una total armonía al conjunto.

No hay sombras; no son necesarias para conseguir que las ilustraciones adquieran volumen; de esta manera el significado es el que es, sin matices; desaparecen las diferentes intensidades de color y con esto Violeta despierta sentimientos fijos, consolidados.

Los dibujos destacan sobre fondos bastante uniformes que recrean el ambiente: fondos de color rosa para acercarnos a la jovialidad infantil; fondos en verde, porque no se nos escapa la importancia del contacto con la naturaleza en los niños; fondos en rojo, para que la acción a la que invita ese color vaya siempre unida a los niños.

En las figuras, que resaltan de ese horizonte simbólico gracias al perfilado grueso, también predominan los verdes, rojos y amarillos por lo que asociamos rápidamente las imágenes al crecimiento infantil, al aire libre, a la actividad y pasión de los niños. Cada página se relaciona con la felicidad y la armonía presentes en el ambiente infantil. Y, para terminar con el color, llama la atención la piel de todos los humanos; tanto niños como adultos lucen un cutis rosado, símbolo de la jovialidad e inocencia propias de los más pequeños, cualidades con las que siempre deberíamos acercarnos a ellos.

Creo que si Laura Vila ha expresado a la perfección, con palabras, qué es los mejor que podemos ofrecerle a los niños:


Me plantas los morros en la mejilla

y pones cara de pescadilla

Violeta Cano ha reflejado gráficamente la idea para que, si el niño es muy pequeño, no necesite leerlo para entenderlo. A cualquier edad se pude manipular Besos, besitos, besotes para sentir la felicidad que han conseguido transmitir sus autoras.

Y, si el formato es bastante tradicional, encontramos un tercer lenguaje que lo hace más novedoso pues, al escrito y al gráfico se une el musical gracias al avance tecnológico. Con cualquier teléfono móvil actual podremos escanear el código QR que, en este caso, ha almacenado el texto, cantado por la propia Laura. Todo un acierto que contribuye a potenciar el desarrollo auditivo, sensorial, motriz y social del niño.

Estos beneficios influyen a su vez en la expresión emocional de los peques y, por supuesto, de los adultos que compartan este o cualquier otro libro de la editorial Pijama books.

Multidiversión y multiestimulación aseguradas.

Momentos mágicos para comunicarse con los más pequeños de la casa.

sábado, 23 de abril de 2022

ASESINOS


Leer Asesinos supone realizar un recorrido por los crímenes más diabólicos y las causas que llevan a cometerlos. Esta colección de horrores está formada por cuentos, de los más prestigiosos del Realismo y Romanticismo. Como muy bien señala el compilador, Álvaro Abós, el crimen ha estado siempre presente en la literatura. Está claro que Dante tuvo mucho que ver, probablemente haya sido fuente de inspiración para torturas y sufrimientos variados, pero no debemos olvidar que asesinos ha habido desde el principio de la humanidad y, por lo tanto, podemos encontrar diversos ejemplos en libros de todas las lenguas y todos los tiempos. El hecho de que los hombres se maten entre sí ha sido narrado de mil maneras.

En cuanto a los autores de Asesinos no cabe duda de que estamos ante un elenco de maestros, casi todos del XIX, si bien de narración diferente. He de destacar la descripción llena de imágenes gráficas del argentino Ricardo Güiraldes, algunas de ellas con tendencia poética «Siguieron el camino, que serpenteaba sumiso como un lazo tirado a descuido» aunque esto no sea obstáculo para sacar a la luz en De mala bebida lo más sádico de un hombre ebrio que, sin embargo, no pierde su perspectiva de poder sobre los demás. Los lectores acompañamos al cochero del patrón Venancio Gómez mientras reflexionamos con horror hasta dónde seríamos capaces de llegar para conservar nuestra vida.

No podía faltar en esta antología el gran Conan Doyle que, aunque en Perdimos el tren expreso prescinde de Sherlock Holmes, no abandona la observación sistemática para contarnos un crimen, la desaparición de un tren y la de quien no se ha avenido a guardar el silencio necesario para que nadie pueda relacionar a los implicados. Las motivaciones quedan a la vista del lector, quien puede atar todos los cabos sueltos hasta que no quede ninguno, «no podemos correr el riesgo de que un hombre de semejante condición hable con su mujer […] Perdimos la confianza en él […] Debimos haberle informado a ella que podía volver a casarse cuando se le ocurriera».

Sir Arthur supo imprimir tensión en lo que escribía, así como dejó traslucir en sus personajes la perseverancia que él tuvo en su trabajo.

La fantasía de Thomas de Quincey subvierte la lógica hasta que, en Asesinato en la taberna de Williamson, nos surge la pregunta de si se puede tratar el crimen como otra obra de arte, ¿prevalece en algunos la ética o la estética? Está claro que cuando en doce días hay un saldo de siete muertos en dos familias diferentes, nos enfrentamos a alguien inteligente que debe haber actuado con precisión matemática y, como si se tratase de una obra maestra, el narrador expone cómo debió ocurrir basándose en apreciaciones científicas, aunque luego dé rienda suelta a las suposiciones «Del cuadrante de los noventa grados que la puerta describiría para hallarse en ángulo recto con la antecámara, quedaban expuestos por lo menos cincuenta y cinco […] a juzgar por el terrible grito invocando a Dios que oyó el obrero […] si una de las víctimas recobrase el conocimiento y prestase declaración (diría que), se puso inmediatamente a degollarlas».

Pero además de la lógica, de Quincey asombra por la multitud de recursos que pone en marcha, calificativos en aumento para reforzar la impresión negativa «un extranjero de apariencia siniestra […] este extranjero repugnante»; alusiones que nos retrotraen al famoso bardo «con ese efecto glacial que producen los dos asesinos en Macbeth cuando se presentan a Banquo…»; menciones de la  mitología griega para aclarar las descripciones «¡Qué cabeza de Medusa se oculta bajo esos rasgos exangües…» y aumento del realismo al emplear dudas en las impresiones narradas «Podrían ser las doce menos veintiocho o menos veinticinco».

Las interrogaciones retóricas expresadas mediante una epanadiplosis refuerzan la relación con el lector «¿Dónde estaba el tercero? ¿Y el tercero dónde estaba?». El caso es que mantenemos la atención hasta el final, con el alma en vilo, para llegar, de manera sarcástica, a confirmar hasta donde pueden llevar las especulaciones.

El maestro del cuento latinoamericano redacta, con grandes dosis de humor basado en tópicos, El mono que asesinó «Podría tratarse de un loco, pero ni el estilo ni la letra son de loco»; Horacio Quiroga no escatima en malentendidos gestuales, en penosas circunstancias familiares, en la ignorancia de quienes se consideran competentes y llegan a conclusiones inventadas, en suposiciones inauditas, en comportamientos inconscientes, para establecer, con grandes destellos hiperbólicohumorísticos el tema de la reencarnación, el traspaso del alma de un humano a un mono, y viceversa.

En Asesinos encontramos relatos, como el de León Treich, que comienzan in medias res, para aportar fechas detalladas sobre la desaparición de mujeres a manos de un metódico asesino en serie. A pesar de los informes policiales detallados no pueden probar la implicación de Landrú, quien es ajusticiado mientras deja con la incertidumbre a la policía, «En todas las batallas hay muertos».

Cualquier tipo de psicópata imaginable tiene cabida entre estos autores que indagan en la atracción y el terror que produce el hecho de observar cómo la vida de un hombre, por más desaprensivo que sea, pende de un hilo.

Hay veces en que algo parece más complejo que la esquizofrenia, si esto es posible. León Tolstoi lo demuestra en La muñeca de porcelana cuando su mujer, delicada, sumisa, se convierte para él en un objeto que puede manipular a su antojo hasta que ella se rompe; interesante metáfora del lugar que ocupaba la mujer en el matrimonio, «me la pasé de una mano a otra para abrigarla bajo mi cabeza. Le gustó. Nos dormimos. Por la mañana me levanté y salí sin mirarla […] Creí que todo había pasado. Pero cada día al quedarnos solos ocurre lo mismo».

Al hablar de locura no podemos olvidar al maestro de maestros; Allan Poe consigue que su protagonista se sienta tan orgulloso de su crimen, y a la vez tan culpable, que no parará hasta que en su monólogo atribulado de El gato negro se delate ante la policía como asesino. También en este caso la narración del feminicidio es la base de la locura del protagonista, que aunque venga disfrazada por celos y abuso del alcohol, lo cierto es que no tolera que nadie, ni un gato, le demuestre algo de afecto a su mujer.

Italo Svevo, otro pionero de la novela psicológica, usó, como Poe, algunas teorías de Freud y, con un estilo informal a veces, casi siempre irónico, describe a sus protagonistas recomidos por la culpa. Solo así es posible entender que El asesino de la calle Bellpoggio mate casi por accidente a alguien, tras quedarse con su dinero y luego, al ser consciente de que será capaz de huir sin ser visto, dé marcha atrás en sus planes. En realidad, el remordimiento no lo deja en paz y, haciendo gala de una estupidez fuera de lo común, se delata.

Asimismo Gaston Leroux, precursor de la literatura de misterio en Francia, hace de El hacha de oro un cuento para no dormir, en donde la lógica queda encerrada en la tensión de la incertidumbre que la propia protagonista intenta aclarar. El determinismo que subyace en el tema consigue arrastrar al lector a una profunda desolación cuando es consciente de que nada puede cambiar. Son las propias circunstancias las que impiden ser feliz «El único crimen que he cometido en mi vida es haberte ocultado todo».

En esta antología no falta el crimen organizado, tanto que, a finales del siglo XIX y utilizando un estilo totalmente naturalista, Jack London aporta, con Los sicarios de Midas, cierto horror filosófico al demostrar cómo la sociedad puede moldear a los ciudadanos consiguiendo que la culpa se instale en ellos, cuando ellos mismos ponen en marcha técnicas psicológicas torturadoras. «Somos los fracasos triunfantes, los azotes de una sociedad degradada. Somos las criaturas de una perfecta selección social […] Nosotros, los guardianes del progreso humano, somos elegidos y golpeados».

Merece la pena reseñar al marqués de Sade, quien, fiel a su fama y haciendo gala de un humor corrosivo y desestabilizador, nos recuerda tanto a los cuentos de Bocaccio como al más sádico Castigo sin venganza del Fénix aurisecular. En La castellana de Longeville o La mujer vengada, Sade expone la felicidad que vive un matrimonio gracias a las infidelidades cometidas por ambos; sus vidas van de gozo en alegría hasta que él es consciente de que ella lo engaña; de inmediato pone en marcha un plan, que finalmente le dará justo lo que deseaba para su mujer. Haciendo uso de la función apelativa y fática, expresa la desfachatez y el cinismo machistas y la inteligencia femenina para destacar el espíritu libre del escritor frente al despotismo aristocrático. «No te rías lector […] el vicio decente y secreto puede servir de modelo, ¿hay algo más feliz que pecar sin escandalizar al prójimo?».

A Ivan Turgueniev le interesa destacar la falta de moralidad y ética de la sociedad del siglo XIX en La ejecución de Troppmann donde, con cierto humor negro, expone la parafernalia cruel e innecesaria que rodeaba a los ajusticiamientos en la guillotina, «un océano entero de seres humanos, hombres, mujeres y niños movía sus olas desagradables y sucias».

Asimismo Victor Hugo, en Guillotina, declara que el hombre es mucho peor que el propio patíbulo, porque es quien lo construye. Y no cabe duda de que si hay algún relato en el que la neurosis y la locura se alían perfectamente, a pesar de dejar una sensación oscura e intrigante de terror, es La casa del juez; Bram Stoker traspasa los umbrales de la vida para advertir, a través de su juez, que estamos indefensos ante las maldades de los poderosos. Todo se confabula para protegerlos. El relato contiene condensados el total de los elementos de la novela gótica: La casa abandonada llena de ruidos a la que nadie quiere ir, la soledad oscura reavivada por la tormenta, los chillidos de animales diabólicos, como las ratas, la incompatibilidad con la religión, la repetición de escenas de horror, la conjunción de características morales y físicas, situaciones macabras hiperbólicas acentuadas por la concatenación de expresiones que llevan a lo sobrenatural…

Todo hace que, en medio de la tensión, descubramos el poder implacable de la mente «Allí, en la silla del juez, con la cuerda colgando de ella, se había instalado aquella enorme rata que tenía la misma fúnebre mirada que este, ahora diabólicamente intensa».

El primer antecedente del relato policíaco en España lo tenemos también en Asesinos, se trata de El clavo, escrito en 1853 por el granadino Pedro Antonio de Alarcón quien con bastantes recursos realistas, repeticiones y una ágil narrativa nos adentra en la falsa identidad y el peso irremediable de la justicia, siempre por encima de sentimientos personales «¿Por qué iba sola? ¿Era casada? ¿Era viuda? ¿Era…? ¿Y su tristeza? ¿Qué la causa? […] Ahora bien esta acusada, esta sentenciada ¿sería inocente? ¿Lograría sincerarse? ¿Se vería absuelta?».

Resulta curioso; en unos cuentos la mujer no es indultada a pesar de tener sus razones para el asesinato, sin embargo, en El indulto de doña Emilia Pardo Bazán, sí hay liberación para el marido de Antonia, un asesino que la amenazó con matarla cuando saliera de la cárcel. Y sale, y no la mata con sus propias manos. Pero Antonia encontrará igualmente la muerte tras una de las escenas más tremendas y turbadoras de maltrato psicológico «Incorpórase el marido y, extendiendo las manos, mostró querer saltar de la cama al suelo. Mas ya, Antonia, con la docilidad fatalista de la esclava, empezaba a desnudarse».

Gracias a Álvaro Abós por ser el compilador de los mejores relatos de terror escritos, sin duda, hasta ahora.







 

miércoles, 20 de octubre de 2021

GUSTAVO, EL FANTASMA TÍMIDO

Que ningún niño sea invisible

Que los fantasmas acudan

a su mente para hacerlo reír

Que le digan caricias sonrosadas

Que lo acunen en la brisa

de la mañana

Que lo paseen por el cielo

en el tobogán de sabor añil

Que a su voz cantarina comparezcan

monstruos divertidos con

largas cadenas de regaliz

Que aprenda junto a otros niños

las letras del alfabeto

Que hagan la o muy abierta y

quepa todo el firmamento. Infinito

 

Infinito cariño

Saber infinito

Eterno beso

Estos son los sentimientos que despierta cualquier niño, y a nuestra mente acuden beatíficos para alegrarnos la vida y hacernos sentir mejores.

Pero… Dejemos lo idílico ficticio a un lado; no nos olvidemos del pequeño monstruito que todos llevan dentro; oculto para salir de cualquier lugar de la casa donde repose tranquilo un balón, de cualquier rincón del patio en el que sobresalgan las coletas recién hechas de la hermana pequeña, de ese mueble que pide a gritos ser escalado hasta lo más alto, de esa tienda en donde las chuches se alinean eficientes para ser devoradas por colores.

Monstruitos que, tras una sonrisa, vuelven a ser ángeles.

Flavia Zorrilla Drago conoce a los niños, por lo que, en un texto rebosante de encanto y sencillez expone las inquietudes de su protagonista, un fantasma que por su excesiva timidez se ve privado de la compañía de los demás. El miedo a ser rechazado, quizás, hace que Gustavo, el fantasma tímido no pueda relacionarse con los demás monstruos. A Gustavo le gustaría disfrutar de forma monstruosa. ¿Y cómo son los monstruitos del cuento? Flavia Z. Drago nos los descubre: revoltosos, divertidos, capaces de comportarse como un batallón con los amigos y desvalidos, tanto que pueden retener toda la tristeza del mundo cuando se sienten solos.

Recordemos, con la historia de Gustavo, ahora que se acerca Halloween, a esos monstruitos que nos rodean capaces de derretirnos el corazón. Los niños se van a divertir con este libro de Edelvives pues, estimulados por estos personajes y las acciones que realizan, pueden descubrir un nuevo disfraz favorito para esta fecha que, por supuesto, también les servirá para disfrutar en cualquier otra ocasión.

Es un cuento maravilloso en el que el protagonista, Gustavo, es el héroe sin saberlo, ya que se atreve a vencer sus miedos, al afrontar una situación que lo agobiaba. Decide mostrarse tal como es y eso gusta a los demás. A veces imaginamos problemas donde no los hay. En realidad la historia da mucho de sí, ya que una vez que conocemos la trama podemos representarla siguiendo al pie de la letra lo que ha escrito la autora o adaptándola a otras preocupaciones que puedan presentarse a los niños. El caso es que ninguno se sienta solo. Este es el mensaje que Drago nos da en su cuento, tanto al narrar como en sus ilustraciones. Las imágenes son totalmente enriquecedoras pues aportan detalles adicionales al texto escrito, incluso por sí solas añaden mensajes, consiguiendo una comunicación evidente y efectiva con los más pequeños.

Los que aún no saben leer seguirán, a través de las imágenes de la ilustradora, el hilo de la historia sin ningún problema. Además, como Gustavo adopta diferentes formas, la maleabilidad de los fantasmas es por todos conocida, el niño estimula a su vez la capacidad de atención, pues debe encontrarlo en cada página camuflado con el entorno. En realidad los dibujos son fabulosos, expresivos y capaces no solo de alentar la imaginación sino también de crear lazos entre los niños; es lo bueno de ser monstruos, todos son diferentes, así que los fantasmas conviven con Frankenstein, el hombre lobo, el invisible, la momia, el vampiro, el esqueleto… no hay iguales. Y conviven. Otro bello mensaje para razonar con los niños.

En la vida real es muy difícil vencer la timidez por eso Flavia Drago anima a los pequeños a que compartan sus experiencias con los otros, para que los demás puedan conocerlos, para que desde la guardería disfruten de amigos, valoren después la amistad y tengan más posibilidades de crecer sin contratiempos.

Agradezco cualquier libro que leo, al autor por escribirlo y mostrarme su punto de vista sobre infinidad de asuntos. Y a quien lo regala —cuando es el caso— porque me ofrece su amistad.

Los dos niños que más quiero, Darío y Carlota me trajeron este cuento de la Feria del Libro. El caso es que venía dedicado por el “nomo Roco” y me quedé algo descolocada pues de todos es sabido que los Gnomos vienen a casa el 24 de diciembre al mediodía ¿Será que han decidido hacer incursiones por su cuenta? En fin, leí el cuento con ellos y la poesía que encabeza esta reseña es el resumen de lo que siento.

Gracias, un día más, Darío.

Gracias, un día más, Carlota.