La
editorial Gadir tiene una joya en formato pequeño y Babelio me la ha regalado
en su última Masa Crítica. Gracias.
Muchísimas gracias. He saboreado cada uno de los Cuentos franceses que
componen este libro. Son cuentos del siglo XIX, tan lejano ya, escritos por
seis de las mejores plumas de la historia. En ningún momento tenemos la
impresión de estar leyendo algo anticuado; es lo que tienen los genios, que son
universales. Y eso que, en su mayoría, forman parte de la corriente realista,
pero cada uno tiene sus peculiaridades. La editorial decidido abrir el volumen El
arca y el fantasma, de Henry Beyle, Stendhal, nacido en 1783.
En
el cuento se observan ya las características que van a marcar a los
protagonistas de sus novelas: el héroe moderno, aislado en la sociedad, aparece
en la figura de don Fernando que, enamorado de Inés, debe soportar ser encarcelado
porque don Blas, el terrible jefe de policía, se encapricha de ella y soborna a
su padre para obtenerla en matrimonio. El policía le propone que liberará a D.
Fernando si este se va a Mallorca. Tras estar allí dos años vuelve a Granada y
los enamorados burlan los celos de D. Blas aprovechando un baúl y la ayuda de
Sancha, la amiga de Inés. El ingenio de la mujer es manifiesto; son capaces de
mezclar el asunto de la pareja con una riña callejera «Sancha dijo con medias palabras que, nada más llevar Zaga a su casa el
arca con sus géneros, había entrado en su cuarto un hombre todo ensangrentado y
con un puñal en la mano». Además del ingenio, en la mujer encontramos el uso de la
razón, fundamental para salir de las dificultades, pero Inés sabe que su condición está marcada
por el determinismo y se lo hace saber a Fernando, «tengo el presentimiento de que nuestra vida no será larga», por lo
que ambos ponen en práctica sus ideas avanzadas en el amor. Sin embargo un
final sorprendente deja al lector sobrecogido tras leer la historia con gran
incertidumbre.
Como
su nombre indica, El caballero doble hace gala de inquietante fantasía. Théophile Gautier, nacido en 1811,
convierte el principio de su cuento en una descripción lírica de la dama
Edwige, enamorada que recuerda, con las interrogaciones retóricas del narrador,
a la princesa que Rubén Darío plasmó en su Sonatina
«¿Qué es lo que tanto entristece a la
rubia Edwige? ¿Qué hace ahí, sentada, sola, con la barbilla apoyada en la mano
y el codo en la rodilla…». No cabe duda de que Gautier fue un precursor del
Modernismo. Con El caballero doble encontramos una prosa llena de encanto y
sensibilidad cargada de léxico romántico «ángel
caído», «languidez pérfida». Asimismo otras características románticas van
apareciendo en el relato: el epíteto épico «el
hijo moreno y rubio de Edwige la triste», la presencia de la muerte «Sobre su tumba hay una estatua tumbada…»,
el color negro «un ojo de azabache
iluminado», el ambiente tenebroso marcado por la condición de los
personajes, «Una niebla producida por su
sudor y respiración, le envuelve y le persigue». Y no faltan, además, los
recuerdos al padre del cuento de terror: «un
cuervo negro brillante, con destellos de azabache, posado sobre su hombro».
El estilo es depurado, preciso; del que se vale el autor para destacar la
ironía de la situación engañosa a la que Edwige somete a su marido. Una
circunstancia que acarrea toda una confusión no solo para los padres sino para
el niño nacido: «El pequeño conde Oluf
tiene una estrella doble».
Gautier
se vale de Oluf para destacar la lucha librada cuando alguien arrastra una doble
personalidad, de forma que la lírica del comienzo se va doblando en una prosa
oscura llena de terror. En El caballero
doble distinguimos el conflicto que surge en el hombre cuando se debate
entre el bien y el mal.
En Tamango
aparece el historiador que, ante todo, fue Prosper
Mérimée. Con gran ironía, rayando en ocasiones el sarcasmo, ataca a la
sociedad del siglo XIX capaz de tratar a personas peor incluso que a los
animales. Mérimée denuncia el comercio de esclavos y los abusos cometidos
especialmente con los negros. «Estos
aparecieron formando una larga fila, con el cuerpo encorvado por el cansancio y
el terror, llevando cada uno en el cuello una larga horca de más de seis pies,
con las dos puntas unidas en la nuca por una barra de madera».
La
denuncia queda más evidente por la forma de narrar, con fórmulas propias del
realismo que dan la impresión de estar contando una crónica más que un relato
imaginativo; para ello, el narrador a veces se muestra indeciso, no es
omnisciente, no lo sabe todo, es un testigo omnipresente que a veces utiliza el
humor, otras la ironía y otras la realidad descarnada para relatar los hechos.
Con la primera persona del plural introduce al lector en la narración, lo hace
partícipe de lo sucedido «En medio de
aquellos hombres desesperados, imaginemos a las mujeres y los niños gritando de
miedo». El anticlericalismo es evidente, «invocaban a sus fetiches y a los de los blancos». El estilo de
Mérimée, vigoroso, adopta en Tamango un
tono violento con el que desmonta cualquier atisbo de afectividad humana. Una
historia con tanta fuerza que no nos extraña que fuera llevada al cine para
contar la historia de la venta de esclavos.
Bibliomanía, de Gustave Flaubert, nos adentra en el mundo de los libros. Hasta dónde puede llegar nuestra pasión por ellos. En este caso Flaubert confiere al libro, el
objeto, el verdadero protagonismo, pues el coleccionista apenas sabía leer, no
le interesaba su contenido, «amaba su
olor, su forma, su título […] su vieja fecha ilegible, las letras góticas,
curiosas y extrañas, los densos dorados que recargaban sus dibujos…».
En Bibliomanía, la realidad contiene la
belleza de lo irreal, esto le aporta cierta resonancia romántica al reflexionar
sobre los peligros de las obsesiones y adicciones «Era ese: el Misterio de San Miguel […] Saltó por los agujeros, volaba
por las llamas, pero no halló la escalera que había llevado hasta el muro […]
Se le empezaba a quemar la ropa…». La trama está basada en la historia real
de un librero convertido en asesino. Además, las referencias a Dante, añaden
misterio y realismo al argumento: «»un
hombre que reía amargamente con la risa de los condenados de Dante», y por
supuesto, la mención a Hoffmann, unida al entorno calificador del personaje y
las constantes oraciones adversativas que terminan en una conclusión nefasta,
mantienen rasgos románticos que acentúan la locura del personaje «seres satánicos y extraños a los que
Hoffmann desenterraba en sus sueños. […] Era alto […] pero iba encorvado […] su
cabello era largo pero blanco […] fisonomía pálida, triste, fea e incluso
insignificante».
Con
una prosa diáfana y concisa consigue cierta exactitud y musicalidad en la
lectura. Las enumeraciones de graduación ascendente y las repeticiones
ejemplificadoras definen a la perfección la condición humana que marca, como no
podía ser de otra manera, un final espectacular.
La
jornada de un periodista americano en 2889 señala los comienzos de la ciencia
ficción a pesar de que su autor, Jules
Verne afirmase estar más interesado en la ciencia y en lo que en años
venideros podía llegar a ocurrir. El caso es que acierta casi con todo lo que
aparece en este cuento; no cabe duda de que estaba al tanto de innovaciones
científicas y tecnológicas; sus predicciones de «casas de trescientos metros de alto, con la temperatura siempre igual,
con el cielo surcado por miles de aerocoches», sobre «energía que proviene de cualquier fuente», sobre el control de la
natalidad en China, sobre técnicas de alimentación, sobre la preponderancia de
la inteligencia artificial y los avances de la robótica o sobre la criogénesis
son asombrosas, y el humor con el que lo afronta todo no resta ni un ápice a su
inteligencia y visión de futuro «—¡Nada,
no, señor! —respondió Francis Bennett— ¡Les queda Gibraltar!».
Y, por último, la
crítica a la burguesía la encontramos en El paraíso de los gatos, una fábula
de Émile Zola que le sirve para reflexionar sobre qué es mejor, la seguridad de
una vida tediosa o la incertidumbre de la libertad para perseguir los ideales.
Además este cuentecillo es una metáfora de la naturaleza del hombre,
determinada según el medio y las circunstancias en los que se desarrolla. «Me acordé con amargura de mi triple colcha
y mi almohadón de plumas».
Seis autores esenciales de la literatura francesa y universal. Un libro imprescindible de la editorial Gadir.
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