Hace
tiempo leí El peso del corazón, protagonizada por la tecno-replicante Bruna Husky, y sus
páginas me atrajeron sobremanera porque en más de una ocasión me recordaron,
creo que lo dije en este blog, a uno de mis personajes favoritos, hasta ahora,
de Rosa Montero, Leola, la niña
medieval que lucha y encuentra las felicidad en una comunidad paralela donde
predomina el amor. Ahora he terminado Los tiempos del odio y me he quedado
impresionada ¿cómo es posible que, sin gustarme la ciencia ficción sea capaz de
leer estas novelas? y, lo más importante, ¿cómo es posible que me atraigan
tanto? La respuesta, creo, está en la propia autora pues ha conseguido crear un
personaje universal, un espacio global y un tiempo absoluto.
Bruna,
se rodea en esta entrega de seres raros; si ya estaba con Yiannis, su
incondicional amigo archivero depresivo al que le colocaron una bomba de
endorfinas para equilibrar su ánimo, que le quita la angustia pero lo deja
demasiado optimista ante la realidad, también se relacionaba con su querido policía
humano Paul Lizard, con quien mantiene una relación algo tumultuosa; su mascota
bubi, un peludo extraterrestre que la adora, y Gabi, una niña rusa que tuvo la
mala suerte de nacer en la Zona Cero, aquélla en la que reside la escoria del
planeta, humanos que sufren desde pequeños todo tipo de vejaciones; los traumas
de Gabi le traen a Bruna más de un disgusto, pero es lo que tiene la
convivencia y este grupo tan diferente es lo más parecido a la familia que una
tecnohumana de combate podría soñar en conseguir.
Pues
si Bruna no esperaba más de la vida, ésta es imprevisible, así que lo que a
ella le parecía un horror, «tres años,
tres meses y dieciséis días», el tiempo que le quedaba de vida hasta que el
Tumor Total Tecno la destrozara de forma cruel sin ningún tipo de paliativo
para el dolor, se transforma en la novela en algo secundario. Es verdad que el
paso del tiempo es obsesivo, pero ahora no teme tanto por lo que le queda a
ella sino a su amado Lizard, aquél que en El
peso del corazón le salvó la vida y se instaló en ella hasta conseguir que
los sentimientos aflorasen en un ser no preparado para ellos «no se acercaba a Lizard, se zambullía en él
[…] machihembrados y convertidos en un único animal, ella era inmortal».
Las metáforas, las palabras nuevas, incluso la animalización de ambos juntos
aportan una fuerza increíble al escrito, la fuerza de Rosa Montero, no cabe
duda, su defensa hacia el ser como tal, sin importar su forma, su procedencia,
su religión, sólo el ser y los sentimientos que puede albergar.
Pues
sí, ahora es Lizard quien se encuentra en peligro inminente; secuestrado por
terroristas que «estaban por debajo de
los veinticinco años. Pero la edad había ido bajando progresivamente […]
dieciocho, diecisiete. Menores», es amenazado junto a los demás rehenes de
muerte, uno cada día, degollado, si los gobiernos no se avienen a las
peticiones. En principio, éstas son bastante sensatas «Ésta es una guerra […] la guerra contra el abuso y la explotación»,
pero dicho esto, cogieron a un rehén y le cortaron el cuello con un cuchillo «y la víctima se retorcía y chillaba de modo
insoportable, hasta que el alarido se convirtió en un estertor gorgoteante».
A
partir de ahí a Bruna se le encoge el alma que, supuestamente no tiene. Sólo
vive para encontrar a Lizard «el número
de víctimas en manos de los terroristas había subido a diecinueve. Bruna sonrió
con amargura: qué terrible alegrarse de que hubieran secuestrado a más
personas. Pero eso aumentaba las posibilidades de Lizard». En poco tiempo
deberá ir a Cosmos, pues parece que es allí donde están confinados los rehenes,
vuelve tras estar a punto de perder la vida; allí no se encuentran; debe
descodificar un plano que Lizard ha dejado con una posible pista, hasta dar con
el grupo. Pero Bruna Husky no puede pilotar la nave que la llevará a Cosmos y
rastrearlo a la vez; no sabe descifrar las coordenadas ni el dibujo del pájaro
negro que las acompaña en esa señal. No importa, porque a esta familia de seres
grotescos, que considera suya, se unen otros tres, no menos estrafalarios:
Ángela, una mujer fea aunque con una inteligencia superdotada, tan falta de
afecto que se tatúa en la piel el nombre de todos aquellos que admira y por los
que siente amor «—Sin amor no merece la
pena vivir» Con estas palabras, Ángela abre la novela, y será la encargada
de cerrarla demostrando que llevaba razón. También aparece de la nada Barri Aznárez
«La melena, corta y castaña, estaba
entreverada de canas, cosa poco habitual. Era alta para ser humana, quizá 1,80,
y desde luego estaba excedida de peso […] Sin operar, unos cincuenta años».
Barri se escapó de casa cuando era pequeña y en la actualidad pertenece a «Los Nuevos Antiguos», una secta que
vela por mantener la información de los libros. Barri sabe todas las curiosidades
ocurridas en el mundo; es la hermana de Lizard, a quien éste le hizo llegar los
documentos que más tarde descifrarán para poder salvarlo.
Y
por último, casi se instala en casa de Yiannis, Emma, la primera amiga de Gabi;
otra rareza, pues la pequeña rusa continuaba siendo huraña con todos, y sin
embargo encuentra a «una pizca de
persona, toda piernas y brazos delgadísimos. Tenía la piel de una blancura
insana, casi traslúcida, los ojos redondos y azules, el pelo castaño muy corto.
Se la veía muy frágil al lado de la recia Gabi».
Así
pues, en esta nueva entrega de Bruna Husky, la familia crece; el argumento cada
vez se acerca más a la realidad y se aleja de la ficción; es cierto que hay
androides, humanos, robots, tecnohumanos y hasta polimorfos, otra variedad más
que nos recuerda que la tradición sexual hombre-mujer se va ampliando con la
libertad del ser humano «Natvel no era
andrógino sino polimorfo. Su sexualidad estaba en constante cambio, en una
resbaladiza alternancia en apariencias […] Seguro que esa falta de fijación del
género era un desorden producido por los saltos de la teleportación». No se
nos escapa la ironía del “desorden de género” que actualmente muchos habitantes
de nuestra “moderna” sociedad se empeñan en borrar, por muy avanzados que
digamos estar.
Los tiempos del odio compone una metáfora de la
actualidad; en el nuevo planeta existe un universo paralelo donde la radiación
hace estragos, donde los más pobres viven hacinados en condiciones
infrahumanas.
Los
que tienen más suerte, como Yiannis, deben medicarse constantemente para poder
sobrellevar la realidad sin caer en la depresión.
Los
jóvenes, de mentes aún por formar son manipulados con drogas y otros atractivos
que los enganchan, con el único objetivo de cumplir los intereses ambiciosos de
unos cuantos.
Los
más fríos, calculadores, fruto experimental de una sociedad que les ha hecho
daño, como Bruna, al conseguir de ellos una réplica del ser humano primitivo,
tienen sentimientos, generalmente de odio; pero esa animadversión va
transformándose en empatía e incluso en amor. Aunque les cueste reconocerlo
todos los seres “monstruosos” que parecían exentos de ternura, demuestran lo
contrario cundo sienten amor cerca de ellos. De esta forma, Ángela se
transforma, deja de tartamudear, deja de sentirse inferior por su físico y por esa
mente especial que, los gobernantes, han conseguido que crea ser una
desequilibrada «Lo que demuestra por si
hubiera alguna duda, que no ha sido una explosión solar, sino un atentado —dijo
Gayo con la voz seria y segura de su otro yo». A Bruna deja de obsesionarle
el paso del tiempo y la muerte al tener cerca a Lizard «Bruna buscó rápidamente a Lizard y sus miradas se trenzaron […] Se
acariciaron con los ojos y cayeron uno dentro del otro, como solamente lo
habían conseguido antes en el éxtasis del sexo. Morir con él, por lo menos.
Morir junto a él sería un consuelo».
Gabi
es otra persona cuando se da cuenta de quiénes le han dado amor
…mientras
la rusa le arreaba dos bofetones a la pequeña terrorista y se sentaba sobre
ella, inmovilizándola.
—¡Por
qué has hecho esto, por qué has hecho esto! gritaba Gabi, con la voz
estrangulada por la ira y las lágrimas.
La
ternura y el cariño de Paul Lizard consigue que, a pesar de que «estaba avejentado, demacrado» a «la rep nunca le había parecido más guapo».
Barri,
a pesar de haber sido maltratada en su infancia, de no haber estado con sus
padres, es capaz, por amor a su hermano, de enfrentarse a quien sea con los
medios más rudimentarios «Una llave, tres
puñetazos, una patada a los genitales, dos codazos, y un golpe final en el
cuello. El tipo se desplomó. Barri Aznárez […] —Si no llego a venir contigo
estás frita. Vaya mierda de rep de combate que eres…».
Incluso
las dos rep, Bruna y Kai, experimentan algo parecido al cariño al saberse
objetivos terroristas. Ambas han luchado por los mismos ideales (que les han
impuesto al programarlas) y junto a Lizard; aunque a veces los celos de Bruna
hacia Kai fuesen evidentes por trabajar ésta en la comisaría. Pero ahora
perciben que están en el punto de mira, por lo que aparece entre ellas un apego
verdadero «…volveremos por aquí. Quizá de
madrugada. —De acuerdo […] La inspectora le puso una mano en el hombro a Bruna.
Extraño gesto de contacto entre dos tecnos de combate».
Sin
embargo, en Los tiempos del odio la
esperanza no se pierde; a pesar de asistir a escenas de verdadera dureza, de
crueldad indescriptible y de un acervo abominable, hay un rastro de esperanza
que, aunque Bruna no quiera ni oír hablar de él, Yannis está trabajando en ello
No
sé, a lo mejor conseguimos volcar toda tu memoria real, todo lo que tú eres en
otro cuerpo… A lo mejor conseguimos que no tengas que morir en tu TTT.
Si
hubiera tenido fuerzas, la rep habría soltado una carcajada. Pero no tenía
energías ni para reír y tampoco para soportar los delirios del archivero
Creo
que he desvelado lo justo, pero esta novela ha conseguido sacar de mí lo mejor
que llevo dentro, porque la fuerza, la personalidad, el sentido del humor, de
la justicia, la pasión por la naturaleza, la confianza en el ser humano, la
obligación de igualdad entre todos los que pertenecemos a este mundo, la
insistencia en luchar por un lugar mejor, sin fronteras ni ataduras es lo que
define a Rosa Montero, tanto en su labor periodística como en sus novelas. Su
simple presencia transmite paz. En Los
tiempos del odio encontramos a Rosa Montero, más que nunca es ella, y nos
demuestra que todo puede cambiar, tanto para lo bueno como para lo malo, de ahí
que, a veces advierta hacia dónde puede ir nuestra sociedad, que ya está
cabalgando como en el Apocalipsis,
los
que
anhelan una dictadura derechista y para mí representan el caballo rojo, que es
la Guerra; y los terroristas del EJI, el caballo bayo, la Muerte totalitaria y
dogmática.
—Entonces
los partidarios de los EUT son el caballo negro ¿no? Representan el Hambre
—dijo con tranquilidad una vocecita
[…]
—Sí…
ejem… Es verdad que nuestro sistema democrático es injusto e hipócrita… Y
desigual y corrupto y…
Rosa
Montero no se calla, continúa denunciando —aunque sea aquí, en un futuro— a
nuestra sociedad desorbitada, por eso, en bastantes ocasiones, aparece una
función didáctica que nos avisa dónde podemos encontrar la sensatez, la paz;
sobre todo en la cultura, que ha existido desde siempre «una mafia buena por así decirlo… Buscaban el conocimiento, la armonía,
los misterios del universo… Supuestamente comenzó en el siglo XIV con un alemán
llamado Rosenkrentz…».
Y
este es el mensaje de la autora. Todos moriremos, unos antes que otros; Rosa
Montero también, es lo que trae la vida, pero su memoria será volcada en todos
aquellos que la leamos, las buenas ideas de las buenas personas, el saber, la
tolerancia pasará a través de ella a muchas generaciones. Gracias, Rosa, por
legarnos lo mejor de ti. Ojalá todos te lean y nos impregnemos de lo que
representas.
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