domingo, 18 de noviembre de 2018

LOS TIEMPOS DEL ODIO



Hace tiempo leí El peso del corazón, protagonizada por la tecno-replicante Bruna Husky, y sus páginas me atrajeron sobremanera porque en más de una ocasión me recordaron, creo que lo dije en este blog, a uno de mis personajes favoritos, hasta ahora, de Rosa Montero, Leola, la niña medieval que lucha y encuentra las felicidad en una comunidad paralela donde predomina el amor. Ahora he terminado Los tiempos del odio y me he quedado impresionada ¿cómo es posible que, sin gustarme la ciencia ficción sea capaz de leer estas novelas? y, lo más importante, ¿cómo es posible que me atraigan tanto? La respuesta, creo, está en la propia autora pues ha conseguido crear un personaje universal, un espacio global y un tiempo absoluto.

Bruna, se rodea en esta entrega de seres raros; si ya estaba con Yiannis, su incondicional amigo archivero depresivo al que le colocaron una bomba de endorfinas para equilibrar su ánimo, que le quita la angustia pero lo deja demasiado optimista ante la realidad, también se relacionaba con su querido policía humano Paul Lizard, con quien mantiene una relación algo tumultuosa; su mascota bubi, un peludo extraterrestre que la adora, y Gabi, una niña rusa que tuvo la mala suerte de nacer en la Zona Cero, aquélla en la que reside la escoria del planeta, humanos que sufren desde pequeños todo tipo de vejaciones; los traumas de Gabi le traen a Bruna más de un disgusto, pero es lo que tiene la convivencia y este grupo tan diferente es lo más parecido a la familia que una tecnohumana de combate podría soñar en conseguir.

Pues si Bruna no esperaba más de la vida, ésta es imprevisible, así que lo que a ella le parecía un horror, «tres años, tres meses y dieciséis días», el tiempo que le quedaba de vida hasta que el Tumor Total Tecno la destrozara de forma cruel sin ningún tipo de paliativo para el dolor, se transforma en la novela en algo secundario. Es verdad que el paso del tiempo es obsesivo, pero ahora no teme tanto por lo que le queda a ella sino a su amado Lizard, aquél que en El peso del corazón le salvó la vida y se instaló en ella hasta conseguir que los sentimientos aflorasen en un ser no preparado para ellos «no se acercaba a Lizard, se zambullía en él […] machihembrados y convertidos en un único animal, ella era inmortal». Las metáforas, las palabras nuevas, incluso la animalización de ambos juntos aportan una fuerza increíble al escrito, la fuerza de Rosa Montero, no cabe duda, su defensa hacia el ser como tal, sin importar su forma, su procedencia, su religión, sólo el ser y los sentimientos que puede albergar.

Pues sí, ahora es Lizard quien se encuentra en peligro inminente; secuestrado por terroristas que «estaban por debajo de los veinticinco años. Pero la edad había ido bajando progresivamente […] dieciocho, diecisiete. Menores», es amenazado junto a los demás rehenes de muerte, uno cada día, degollado, si los gobiernos no se avienen a las peticiones. En principio, éstas son bastante sensatas «Ésta es una guerra […] la guerra contra el abuso y la explotación», pero dicho esto, cogieron a un rehén y le cortaron el cuello con un cuchillo «y la víctima se retorcía y chillaba de modo insoportable, hasta que el alarido se convirtió en un estertor gorgoteante».

A partir de ahí a Bruna se le encoge el alma que, supuestamente no tiene. Sólo vive para encontrar a Lizard «el número de víctimas en manos de los terroristas había subido a diecinueve. Bruna sonrió con amargura: qué terrible alegrarse de que hubieran secuestrado a más personas. Pero eso aumentaba las posibilidades de Lizard». En poco tiempo deberá ir a Cosmos, pues parece que es allí donde están confinados los rehenes, vuelve tras estar a punto de perder la vida; allí no se encuentran; debe descodificar un plano que Lizard ha dejado con una posible pista, hasta dar con el grupo. Pero Bruna Husky no puede pilotar la nave que la llevará a Cosmos y rastrearlo a la vez; no sabe descifrar las coordenadas ni el dibujo del pájaro negro que las acompaña en esa señal. No importa, porque a esta familia de seres grotescos, que considera suya, se unen otros tres, no menos estrafalarios: Ángela, una mujer fea aunque con una inteligencia superdotada, tan falta de afecto que se tatúa en la piel el nombre de todos aquellos que admira y por los que siente amor «—Sin amor no merece la pena vivir» Con estas palabras, Ángela abre la novela, y será la encargada de cerrarla demostrando que llevaba razón. También aparece de la nada Barri Aznárez «La melena, corta y castaña, estaba entreverada de canas, cosa poco habitual. Era alta para ser humana, quizá 1,80, y desde luego estaba excedida de peso […] Sin operar, unos cincuenta años». Barri se escapó de casa cuando era pequeña y en la actualidad pertenece a «Los Nuevos Antiguos», una secta que vela por mantener la información de los libros. Barri sabe todas las curiosidades ocurridas en el mundo; es la hermana de Lizard, a quien éste le hizo llegar los documentos que más tarde descifrarán para poder salvarlo.

Y por último, casi se instala en casa de Yiannis, Emma, la primera amiga de Gabi; otra rareza, pues la pequeña rusa continuaba siendo huraña con todos, y sin embargo encuentra a «una pizca de persona, toda piernas y brazos delgadísimos. Tenía la piel de una blancura insana, casi traslúcida, los ojos redondos y azules, el pelo castaño muy corto. Se la veía muy frágil al lado de la recia Gabi».

Así pues, en esta nueva entrega de Bruna Husky, la familia crece; el argumento cada vez se acerca más a la realidad y se aleja de la ficción; es cierto que hay androides, humanos, robots, tecnohumanos y hasta polimorfos, otra variedad más que nos recuerda que la tradición sexual hombre-mujer se va ampliando con la libertad del ser humano «Natvel no era andrógino sino polimorfo. Su sexualidad estaba en constante cambio, en una resbaladiza alternancia en apariencias […] Seguro que esa falta de fijación del género era un desorden producido por los saltos de la teleportación». No se nos escapa la ironía del “desorden de género” que actualmente muchos habitantes de nuestra “moderna” sociedad se empeñan en borrar, por muy avanzados que digamos estar.

Los tiempos del odio compone una metáfora de la actualidad; en el nuevo planeta existe un universo paralelo donde la radiación hace estragos, donde los más pobres viven hacinados en condiciones infrahumanas.

Los que tienen más suerte, como Yiannis, deben medicarse constantemente para poder sobrellevar la realidad sin caer en la depresión.

Los jóvenes, de mentes aún por formar son manipulados con drogas y otros atractivos que los enganchan, con el único objetivo de cumplir los intereses ambiciosos de unos cuantos.

Los más fríos, calculadores, fruto experimental de una sociedad que les ha hecho daño, como Bruna, al conseguir de ellos una réplica del ser humano primitivo, tienen sentimientos, generalmente de odio; pero esa animadversión va transformándose en empatía e incluso en amor. Aunque les cueste reconocerlo todos los seres “monstruosos” que parecían exentos de ternura, demuestran lo contrario cundo sienten amor cerca de ellos. De esta forma, Ángela se transforma, deja de tartamudear, deja de sentirse inferior por su físico y por esa mente especial que, los gobernantes, han conseguido que crea ser una desequilibrada «Lo que demuestra por si hubiera alguna duda, que no ha sido una explosión solar, sino un atentado —dijo Gayo con la voz seria y segura de su otro yo». A Bruna deja de obsesionarle el paso del tiempo y la muerte al tener cerca a Lizard «Bruna buscó rápidamente a Lizard y sus miradas se trenzaron […] Se acariciaron con los ojos y cayeron uno dentro del otro, como solamente lo habían conseguido antes en el éxtasis del sexo. Morir con él, por lo menos. Morir junto a él sería un consuelo».

Gabi es otra persona cuando se da cuenta de quiénes le han dado amor

…mientras la rusa le arreaba dos bofetones a la pequeña terrorista y se sentaba sobre ella, inmovilizándola.
—¡Por qué has hecho esto, por qué has hecho esto! gritaba Gabi, con la voz estrangulada por la ira y las lágrimas.

La ternura y el cariño de Paul Lizard consigue que, a pesar de que «estaba avejentado, demacrado» a «la rep nunca le había parecido más guapo».

Barri, a pesar de haber sido maltratada en su infancia, de no haber estado con sus padres, es capaz, por amor a su hermano, de enfrentarse a quien sea con los medios más rudimentarios «Una llave, tres puñetazos, una patada a los genitales, dos codazos, y un golpe final en el cuello. El tipo se desplomó. Barri Aznárez […] —Si no llego a venir contigo estás frita. Vaya mierda de rep de combate que eres…».

Incluso las dos rep, Bruna y Kai, experimentan algo parecido al cariño al saberse objetivos terroristas. Ambas han luchado por los mismos ideales (que les han impuesto al programarlas) y junto a Lizard; aunque a veces los celos de Bruna hacia Kai fuesen evidentes por trabajar ésta en la comisaría. Pero ahora perciben que están en el punto de mira, por lo que aparece entre ellas un apego verdadero «…volveremos por aquí. Quizá de madrugada. —De acuerdo […] La inspectora le puso una mano en el hombro a Bruna. Extraño gesto de contacto entre dos tecnos de combate».

Sin embargo, en Los tiempos del odio la esperanza no se pierde; a pesar de asistir a escenas de verdadera dureza, de crueldad indescriptible y de un acervo abominable, hay un rastro de esperanza que, aunque Bruna no quiera ni oír hablar de él, Yannis está trabajando en ello

No sé, a lo mejor conseguimos volcar toda tu memoria real, todo lo que tú eres en otro cuerpo… A lo mejor conseguimos que no tengas que morir en tu TTT.
Si hubiera tenido fuerzas, la rep habría soltado una carcajada. Pero no tenía energías ni para reír y tampoco para soportar los delirios del archivero

Creo que he desvelado lo justo, pero esta novela ha conseguido sacar de mí lo mejor que llevo dentro, porque la fuerza, la personalidad, el sentido del humor, de la justicia, la pasión por la naturaleza, la confianza en el ser humano, la obligación de igualdad entre todos los que pertenecemos a este mundo, la insistencia en luchar por un lugar mejor, sin fronteras ni ataduras es lo que define a Rosa Montero, tanto en su labor periodística como en sus novelas. Su simple presencia transmite paz. En Los tiempos del odio encontramos a Rosa Montero, más que nunca es ella, y nos demuestra que todo puede cambiar, tanto para lo bueno como para lo malo, de ahí que, a veces advierta hacia dónde puede ir nuestra sociedad, que ya está cabalgando como en el Apocalipsis, los

que anhelan una dictadura derechista y para mí representan el caballo rojo, que es la Guerra; y los terroristas del EJI, el caballo bayo, la Muerte totalitaria y dogmática.
—Entonces los partidarios de los EUT son el caballo negro ¿no? Representan el Hambre —dijo con tranquilidad una vocecita
[…]
—Sí… ejem… Es verdad que nuestro sistema democrático es injusto e hipócrita… Y desigual y corrupto y…

Rosa Montero no se calla, continúa denunciando —aunque sea aquí, en un futuro— a nuestra sociedad desorbitada, por eso, en bastantes ocasiones, aparece una función didáctica que nos avisa dónde podemos encontrar la sensatez, la paz; sobre todo en la cultura, que ha existido desde siempre «una mafia buena por así decirlo… Buscaban el conocimiento, la armonía, los misterios del universo… Supuestamente comenzó en el siglo XIV con un alemán llamado Rosenkrentz…».

Y este es el mensaje de la autora. Todos moriremos, unos antes que otros; Rosa Montero también, es lo que trae la vida, pero su memoria será volcada en todos aquellos que la leamos, las buenas ideas de las buenas personas, el saber, la tolerancia pasará a través de ella a muchas generaciones. Gracias, Rosa, por legarnos lo mejor de ti. Ojalá todos te lean y nos impregnemos de lo que representas.

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