En
este librito, formado por tres relatos, vemos la esencia de Rosa Montero. No debemos olvidar lo que
hemos sido pues marcará lo que somos ahora y las circunstancias en las que nos
encontramos. Pero la memoria acude a retazos, por lo que nuestra identidad,
producto de esos recuerdos, puede estar afectada por ellos. Y el presente
siempre se dirige a la muerte, que curiosamente aparecerá de forma reiterada en
nuestra imaginación. Es decir, memoria, identidad, imaginación y muerte están
conectadas.
La asesina de insectos expone dónde están los límites del
compromiso. Dónde queda el papel del hombre y el de la mujer en el matrimonio,
en la convivencia. Qué ocurre con el chantaje emocional de los egoístas, que
por lo demás son vagos intentando dar pena para salir adelante.
El
matrimonio supone un proyecto en el que, quienes lo forman deben implicarse. Si
no ocurre así, está claro que fracasará y, vaya coincidencia, la mayoría de las
veces es la mujer la que lleva las riendas, organiza, trabaja y alienta al
hombre. Cuando esto ocurre sin reciprocidad, todo se viene abajo. ¿Por qué en estos
casos es normalmente ella quien lleva la carga y además acusa una culpabilidad
por no haber sabido alentar al marido?
Mujeres
que viven una vida triste «de color panza
de burra» porque no analizan sus emociones; si lo hicieran se darían cuenta
de que pueden disfrutar de la existencia sin tener que cargar con parásitos
abusones que desprecian todo aquello que supone un cambio en sus costumbres
que, por otro lado, quedaron estancadas en la adolescencia. Parásitos que no
han madurado, incapaces de darse cuenta de que son un lastre para aquellos que
los rodean; o se dan cuenta y no les importa. Hacen daño a la mujer, culpándola
de su propia inutilidad «Marina siempre
detrás clavándose en su tímpano, Marina torturante y berbiquí». El rencor
que sienten hacia la mujer envuelve en una mentira su existencia «Toda una vida con ella, contra ella» y
la de quienes los rodean. Una vida tocada por la desesperanza que se convierte
en mera subsistencia.
En El hombre de mis sueños también la mujer
espera mejorar con un hombre. El sueño recurrente de ascenso en el ascensor es
significativo. Pero en ese sueño hay un aviso inquietante, cuando el hombre va
a estrangularla, ella despierta, «pero sé,
con total certidumbre, que estoy muerta» y así somos las mujeres. Si
nuestra autoestima está baja, podemos pensar que el contacto con un hombre nos
solucionará la vida, arreglará nuestros problemas porque nos protegerá y amará
como en las películas. De esta forma, una vez establecida la relación de
dependencia, pocas veces se puede dar marcha atrás. Si se pone violento es por
algo que hemos hecho, algo que lo ha enfadado, «temía que mi comportamiento de esta mañana le hubiera parecido propio
de una loca furiosa» y a pesar de saber que su actitud no va a cambiar,
continuamos a su lado, porque seguimos intentando vivir nuestra ficción, «Siempre me despierto en ese momento»,
como si en cualquier momento, llegado el peligro, pudiéramos retroceder. Pero
hay que tener en cuenta que vivir en una mentira no puede traer nada bueno y
Rosa Montero nos avisa de ello, «Como me
suponía, ni trabaja allí ni le conoce nadie», porque aunque sepamos lo que
nos espera esperamos que nuestro amor pueda cambiarlo. Y no. Los violentos no
quieren a nadie.
El
último relato, Parecía el infierno,
pone sobre el papel las consecuencias que la envidia puede traer. En Los tiempos del odio, la autora ya trató la aversión como un sentimiento
nacido de la envidia. En este relato, Violeta se encuentra en un infierno que
curiosamente está formado por el sol abrasador y el agua de una cala profunda.
Ella, tumbada en la arena, «veía el mar
como una pared vertical […] que amenazaba con desplomarse sobre la playa».
Violeta ha llegado a su propio infierno, que no es sino la envidia que siente
hacia su prima Carolina y la vida que la rodea, «un cuerpo de revista, una carne atlética y tostada». El problema
es que Violeta se siente sola; su madre se está muriendo y ella querría ser
otra persona, como su prima, despreocupada, capaz de conseguir lo que se
propone, incluso a Nicolás, el chico del que Violeta se había enamorado y
pensaba que ella también le gustaba hasta que un día vio a Carolina y Nicolás
juntos en el agua, «se agitaban los
cuerpos con raros movimientos». La chica odia desde ese momento a todos, a
Carolina y Nicolás por arrebatarle su sueño y al resto de amigos por burlarse
de ella, así que esperará el momento en que, en una coincidencia que le brinda
el destino, puede transformar esa cala en un infierno real aunque no para ella «…el sol calcinaba. Parecía el infierno,
pero tan solo era una aburrida mañana de verano».
Al
leer Coincidencias
reflexionamos sobre cómo el amor puede transformarse en dolor. Marina Gálvez se
ha visto abocada a una vida llena de penurias rutinarias que la ahogan. La
protagonista de El hombre de mis sueños
ni siquiera tiene nombre, vive instalada en una falsa realidad amorosa, un
sueño que es solo de ella y que, por no saber salir de él para enfrentarse a la
realidad, terminará causándole un dolor absoluto.
La
frustración de Violeta la lleva al aislamiento, al desprecio hacia los demás y
al dolor.
Son mujeres que sufren porque no se aman a sí mismas y, para darse cuenta de esto y ponerle solución, solo deben prestar más atención a sus sueños o deseos. La mayoría de veces al vernos en un sueño dejamos que nuestro inconsciente nos muestre nuestra personalidad o los rasgos que quisiéramos tener. Una vez despiertos, nuestra consciencia es la que nos guía para alertarnos de si se trata de experiencias pasadas o posibles o son meras advertencias. Para distinguir lo correcto abandonaremos un pensamiento lineal. Hemos de estar preparados para visualizarnos capaces. Solo así podremos convivir, al menos, con nosotros mismos.
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