Me
gusta el Siglo de Oro español, también el inglés pero me ha interesado
especialmente estudiar y analizar a los grandes de nuestro Barroco. Gracias,
nuevamente, a Babelio y su Masa Crítica
he tenido la oportunidad de leer a María
de Zayas y he disfrutado descubriendo tanto las características comunes con
Ana Caro, Lope, Tirso… como las suyas propias y he de decir que me ha
sorprendido porque no hay finales felices en estas Novelas amorosas y ejemplares
y la mujer es la protagonista indiscutible.
Por
supuesto, Zayas se atiene a las normas renacentistas aún válidas en el siglo
XVII. Intuimos la influencia del Decamerón
en la estructura del libro. Si Bocaccio escribió diez tandas de cuentos durante
10 días, Zayas coloca a Lisis enferma de amor por causa de don Juan, y es su
madre, la discreta Laura, la que propone reunir a sus amigos durante cinco
noches para entretenerla. En cada velada contarán dos cuentos, que todos
aseguran estar basados en la realidad, «Todo
el suceso es verdadero y si no hubiera usado nombres ficticios, los
protagonistas serían de muchos conocidos»; además se agasajará con bailes,
canciones y comida hasta que regresen a sus casas para volver al día siguiente.
Así
pues, el número 10 está presente con toda su simbología religiosa. Sin embargo,
algo va a cambiar respecto del Decamerón,
pues María de Zayas coloca a Lisis, su protagonista, en una circunstancia
parecida a la de Segismundo, de Calderón; esto le permite, no en décimas como
era usual para las quejas, sino en romance, dirigir su lamento a la naturaleza,
marcando así su soledad social «Escuchad,
selvas, mi llanto / oíd, que a quejarme vuelvo…».
También
hay cierto recuerdo a Dante y su Divina
Comedia, cuando la protagonista sueña con el rostro de su enamorado que «sacando una daga, me dio un golpe tan cruel
en el corazón que grité de dolor»; por supuesto este sueño tendrá
connotaciones en lo que sucederá después a la dama.
La
mitología está presente en casi todas las novelas, como era usual en el
Renacimiento al honrar la cultura clásica, lo que demuestra el saber de la
autora, y es que María de Zayas tuvo la suerte de pertenecer a una clase social
privilegiada que le permitió desenvolverse en círculos cortesanos y literarios
y publicar, aunque no le concedieran ningún título militar, literario o
eclesiástico, usual en los varones.
Ya
en la nota del principio, A quien lo
lea, advierte de forma irónica de que es mujer por lo que no aspira más
que al perdón «confiando en que si te
desagrada podrás disculparme porque nací mujer, no con la obligación de
escribir buenas novelas sino con muchos deseos de acertar a servirte». Esta
petición incluye que la mujer debería estudiar para poder realizar lo mismo que
el hombre en igualdad de condiciones; en Aventurarse
perdiendo, Jacinta se lamenta de que su padre haya puesto todo su
interés en su hermano «sin que yo le
importase lo más mínimo» por lo que pide que esto le sea tenido en cuenta: «una mujer que solo se vale de su talento
natural ¿quién duda que merece disculpa en lo malo y alabanza en lo bueno?».
Los
tópicos de la belleza renacentista están presentes, como en doña Ana, de El prevenido engañado, «ella y doña Violante, su prima, son las
sibilas de España, las dos bellas, discretas, músicas y poetas». Y las
quejas del caballero en soledad fruto de divinizar a la dama, como hiciera
Garcilaso, las encontramos en La
fuerza del amor «…Es posible,
amada dueña, que siendo tu aspecto tan agradable, sea tu corazón tan cruel?».
Pero
estamos en el Barroco y la mujer está cansada de girar en torno al hombre, se
resiste a seguir ocupando el lugar de sumisión y obediencia, por eso, nuestra
autora está dispuesta a dotar a sus protagonistas de valor, son capaces de
vestirse de hombre para restaurar su honra, así lo hace Jacinta y también La burlada Aminta que, como si
fuera Jacinto, en un claro giro irónico entra a servir a don Jacinto para
vengar su honor y lo lleva a cabo a la manera de los caballeros «y volviendo a darle otras tres puñaladas,
envió su alma a acompañar a la de su amante». Aminta, mujer de don Jacinto,
no está dispuesta a ser burlada con el matrimonio doble de su marido por lo que
al enterarse de que se hace llamar don Francisco y vive con doña Flora los mata
a los dos.
Así
pues, a pesar de que la religión está presente en las novelas amorosas, las
protagonistas, ellos también, no dudan en suicidarse, asesinar o deshonrar. Las
novelas no son reivindicativas, en el siglo XVII la mujer no tenía conciencia
social; sí puede criticar a la sociedad y, mediante el humor, la ironía o la
burla denunciar la invisibilidad a la que estaba sometida. Al ser amorosas, las
novelas se prestan a dar importancia a la dama, de hecho, en más de una
ocasión, el «mudable» de carácter es
el hombre, característica usual para la mujer, tanto en la literatura como en
la sociedad patriarcal. Aquí el protagonista de El desengañado amado y premio de la virtud, don Fernando, «era voluble de carácter, y los hombres como
él tienden a cambiar el aliño porque, cansados de gozar de una hermosura,
desean otra…».
Pero
no nos engañemos, son novelas “ejemplares” y como tales reflejan lo que para la
mujer constituía el amor, el matrimonio y la sociedad: una cárcel en la que
ella debía soportar lo que quisiera su marido o, en su defecto, aspirar a la
tranquilidad que podía ofrecerle un convento.
María
de Zayas no duda en exponer la crueldad que el amante podía llegar a
demostrarle a la mujer, tanto física: «para
desapasionarse de mi afecto dio el suyo a damas y juegos» (Aventurarse perdiendo), «se acercó a Violante y le dio de bofetadas
hasta que la bañó en sangre» (El
prevenido engañado), como psicológicamente: «…no quería que su esposa viviese en la de su tía, sino con él, para
que no cultivase su ingenio sin desarrollar. Recibió criadas para la ocasión y
buscó las más ignorantes».
Con
este panorama no es de extrañar que la mujer acuda a la magia, incluso a la
magia negra, perseguida por la sociedad y por la iglesia, para escarmentar a
maridos injustos y a amantes, lo que hace que a veces surjan escenas
humorísticas «…los demonios que estaban
en las sortijas se le pusieron delante. Lo derribaron de la mula y lo
maltrataron» o lamentables, «subieron
al cuarto de doña Laura y vieron el desatino de don Diego y a la dama bañada en
sangre […] la afligida Laura encargó que le trajese a la embustera» (La fuerza del amor).
No
hay reivindicación, María de Zayas quiere exponer la realidad por lo que, en
general, sus mujeres son independientes, pretenden una libertad que podían
obtener y esta no venía con el matrimonio, «verdaderamente
aborrecía el casarse, temerosa de perder la libertad de la que entonces
disponía»; en realidad no se dan cuenta, o sí pero no alardean de ello, de
que están luchando por una causa importante.
Las
novelas se leen fácilmente y tienen cierto regusto actual pues las
protagonistas actúan como hombres para buscar su felicidad y no les importa
humillar al que las ha dañado; los típicos donjuanes de la tradición literaria
quedan perjudicados, tal y como hizo Tirso de Molina con su Burlador de Sevilla; y los excesivamente
celosos, también, tal y como se extrae de la moraleja de El castigo de la miseria.
Asimismo
encontramos escenas carnales y de sexo aunque el amor continúe desdichado. Y
las damas son capaces de abandonar a su amado al darse cuenta de que valen más
que él, por lo que en los temas clásicos de la época, Zayas da una vuelta de
tuerca y con grandes dosis de humor, ya sea exponiendo situaciones hiperbólicas
o réplicas irónicas, consigue que los enredos se vayan haciendo imposibles, que
las parejas se conviertan en tríos y estos pasen a cuartetos en un santiamén,
que los diablos o los fantasmas acaben con el sufrimiento de la mujer y
amenicen la lectura con apariciones idealistas, algo que ha permanecido en la
literatura desde los clásicos y aun hoy se sigue usando como recurso.
Y
como recurso actual, el cuento dentro de otro cuento consigue derrumbar los
cimientos de la sociedad patriarcal con una ironía que hace honor a estas “maravillas”.
Don Gaspar lamentaba sumamente el
verme casada, y yo más que él […] puesto que quería a don Gaspar, y aunque no
fuera por esto, por lo menos por estorbar su amor no había de ser gustosa la
compañía de mi marido.
La
inteligencia de María de Zayas se ve en el estilo de su narrativa: la chispa de
los diálogos, las alusiones de los poemas, las descripciones realistas e
idealistas, la tragedia verídica en la crítica social y los dos tipos de
narrador, uno que se dirige al personaje y otro al lector, consiguen que
empaticemos con las mujeres tanto de las maravillas
como de aquellas que las cuentan y que protagonizan sus propias historias, «Prometo […] publicar la segunda parte, en
la que narraré el castigo de la ingratitud de don Juan, el cambio de opinión de
Lisarda y las bodas de Lisis».
No
es raro pues, que el libro termine con diferentes poemas de los más grandes, en
honor a María de Zayas:
A la señora doña María de Zayas y
Sotomayor
Doña Ana Caro de Mallén
Décimas
Crezca la gloria española
insigne doña María,
por ti sola, pues podría
gloriarse España en ti sola
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