Antes
de comenzar el análisis de esta novela he de decir que me enfrento a ella con
miedo y muchísimo respeto. La he terminado, 617 páginas, y me embarga una
sensación de absoluta felicidad, al terminarla y de orgullo, al haber
descubierto a un autor de los grandes. No había oído su nombre; fue él quien me
envió la novela, agradeciéndome que quisiera leerla, y ahora soy yo la que le
agradece, infinito, que la haya escrito. Santi
López ha publicado su primera novela, Veinticinco días de agosto, y a mí
me gustaría ser una de las grandes editoras internacionales para devolverle
todo el bien que ha hecho a los lectores.
Todo
transcurre en Inglaterra; los personajes son ingleses. Kurt y Frankie son
amigos desde que empezaron Historia en la universidad, Kurt es profesor y
Frankie está terminando su tesis, en la que descubre el enterramiento de alguien
muy importante de la Edad de los Metales; lo sorprendente es que por la forma
de los huesos se trata de una mujer. Una mujer gobernando toda una tribu.
Por
circunstancias político-universitarias, la plaza vacante de docente no se la
darán a Frankie sino a otro alumno cuyo padre donará dinero a la universidad. Y
aquí empieza la tensión, porque Frank y Kurt, que se encontraban cerca de la
cueva celebrando el hallazgo, se ven envueltos en un asunto de drogas. Tienen
50 Kg de cocaína y pretenden venderla para poder publicar la tesis y que Frank
adquiera la fama que merece.
Pero
está Trish, la novia de Kurt, con la que mantiene una relación idílica y quien
no se entera de nada, hasta que lo descubre todo de manera fortuita cuando dos
sicarios van a su casa a por el alijo, con pretensiones de matarlos. En este
momento ya no se puede dejar de leer, por las reacciones que tienen los distintos
traficantes que van apareciendo, y las que surgen entre los protagonistas para
llevarlos camino de la ruptura. Hay mucho en juego, dinero, amistad y la propia
vida y, cuando parece que todo está perdido, el mundo femenino extiende su
manto de fuerza, valor, determinación, intuición y bondad para dejar las cosas
en su sitio, aunque no sea a gusto de todos.
El
estilo es llamativo, destaca el juego de tiempos y personajes. En el primer
capítulo Kurt empieza un tratamiento psicológico con Keena, a la que conoce,
pero para los lectores, esta conversación que tienen el 25 de agosto no cobrará
sentido hasta el final. Kurt, siguiendo las recomendaciones de Keena, se
propone analizar cómo fueron los comienzos del suceso, el 31 de julio, y
aprovecha para, mediante recuerdos y sensaciones que le provoca el viaje a la
cueva, presentar a los dos protagonistas implicados. Pero Trish ha tomado antes
la palabra, desde que «todo comenzó a ser una posibilidad», el 18
de julio. No va a haber un solo narrador, las voces de Frankie, Trish, Kurt,
Aleksander, Iwan, Bianka, Jou… completarán la historia.
Conforme
vamos leyendo, los personajes se van uniendo a nuestro trío de protagonistas
para conformar una red que encadena reflexiones particulares, distintas sobre
un mismo asunto, recuerdos de otras cuestiones en los que mandan los
sentimientos, «Porque ensimismarse es
algo muy personal y el hacerlo acompañado significa que no temes perderte en
tus pensamientos delante de otro», emociones que emanan de hechos
cotidianos para desvelar el carácter del narrador ocasional y, a través de él,
el de otro personaje «Es que hacíamos
tantas cosas al día que a las pocas semanas ya teníamos memoria común […] y
hasta las primeras palabras de un lenguaje propio […] Frankie conoció a los
chicos del barrio y se convirtió en uno más». Indudablemente, para
conseguir esta escritura en red, la memoria es muy importante porque ayuda a reflejar
el transcurso del tiempo; la mente se desliza al pasado y extrae evocaciones
que ubica en el presente; son pasados y presentes individuales. Es fundamental,
para entender cualquier historia, que la memoria no sea única, que diferentes
voces aporten distintos puntos de vista, «me
interesan más las vidas de las personas que el devenir de una comunidad,
pueblo, nacionalidad, etnia, religión, raza o ideología». Esta es la voz de
Kurt, intuyo en ella a la de Santi López. Es lo que Umanuno llamó
intrahistoria, la vida de las personas anónimas. Pero aquí, el autor les ha
puesto nombre; en Veinticinco días de
agosto no son anónimos, son Aleksander, Iwan, Jon, Dunkan, Bianka, Susan…
cada uno tiene una vida diferente a la del resto y todas son interesantes por
las circunstancias que las han rodeado.
La
historia de Aleksander no sería la misma si no hubiera estado determinada por
la mezquindad de los nazis. Dunkan es admirable por unir la tradición a la
ciencia. Bianka es consciente de tener a su lado a un ángel de la guarda que,
en la adversidad, la ha impulsado a mejorar. Y Kurt, Frank y Trish necesitan
sacar el miedo que los invade para llegar a conocerse a sí mismos y a los
demás. Es un hecho traumático por el que deben pasar para poder experimentar la
liberación que da la autoconfianza. Los protagonistas eran presa de la
inseguridad que trae consigo la mentira, pero un acto temerario los llevará a
establecer contacto con individuos que nada tienen que perder y configurar un
plan organizado con el que poder superar la crisis.
Los
tres, como el ave fénix, resurgirán de las cenizas para recomponerse como
personas y como comunidad en la que lo importante para salir adelante es el
amor, la amistad y la familia. Bella metáfora final y duro camino en el que,
para conseguir el objetivo, los maleantes se mitifican y los protagonistas se
mistifican. Entre todos propician una estructura de movimiento minucioso aunque
de formas pausadas «Y en algún momento
Frankie debió de moverse imperceptiblemente […] suena de fondo Silly Wizard el
mismo folk escocés cada vez que llegamos a la mina galesa».
Los
personajes van experimentando, puede que por la mistificación, cómo se debilita
su identidad a causa de factores externos o internos, por eso ofrecen una
percepción determinada por un punto de vista particular y una realidad personal
dividida entre verdad y ficción.
Cada
uno avivará su interior en busca de la autoestima perdida. Trish debe
comprender que para ella la dignidad es fundamental. También Frankie será
consciente de que el motor de su vida no puede ser solo el trabajo y Kurt verá
cómo el amor hacia Trish es lo que le confiere el amor propio. Cuando se dan
cuenta de esto, salen fortalecidos de la adversidad. También el lector
establece una conexión con los protagonistas porque descubre que, en los actos
de los tres, hay algo que se parece a sus propios miedos o alegrías. Es una
conexión terapéutica «Nos venden que en
este mundo sacamos lo mejor de nosotros mismos, y a veces para sobrevivir nos
vemos obligados a sacar lo peor, y dentro, en el subsuelo del alma, enterramos
la belleza, la fantasía, los sueños».
Como
ya hemos dicho, el estilo es lo más llamativo de la novela, pues el presente
real de 25 días equivale a un tiempo literario de toda una vida que las mentes
de Frankie, Trish y Kurt reviven. El grado de atención que se le otorga a la
realidad es total, pues abarca reflexiones cotidianas, científicas,
exposiciones de hechos anteriores, descripciones minuciosas del presente y del
pasado, tratadas como presente. El realismo se une a lo real del idealismo en
una novela experimental en la que el pensamiento está condicionado por cuadros
descriptivos vividos por los protagonistas, que encierran imágenes difusas y
dejan lugar a dudas e intrigas.
Santi
López se aparta de la historia con las diferentes voces narrativas, con los
términos científicos empleados y sus explicaciones para los lectores legos en
la materia «Cristales, armas y perros, la
visión calcolítica del petróleo, misiles y drones». No podemos hablar de
realismo en Veinticinco días de agosto,
sí del realismo de Veinticinco días de
agosto según los paradigmas creados en la literatura de la novela: la
precisión de las descripciones intimistas, de hechos vividos por los
protagonistas parece real pero oculta otros eventos, es un realismo interior «Vamos acercándonos a Chester […] giramos a
la izquierda […] el resto nos parece un engañabobos turístico […] sumidero de
todos aquellos que, después de haber visto Gladiator, son amantes súbitos de la
Historia».
La
novela está escrita con una previsión de exceso: abundante historia, abundante
intriga, largas comparaciones encadenadas que se pierden del hilo conversacional
en más reflexiones…; pero en esta extensión, la tensión narrativa, lejos de
decaer, se centra en una sensibilidad puesta en juego para expresar mejor el
parecido con la vida, para transmitir el auténtico valor de la ficción
sustentada en su propia verdad, «dar este
rodeo es un rito de llegada, nosotros y el viento, y el mar, y la piedra».
Veinticinco días de agosto requiere una lectura lenta, detenida,
porque hay que pararse para degustar el lenguaje: las metáforas sobre
naturaleza, los vocablos urbanos, las expresiones sensuales, los términos
antropológicos, los oxímoron aclaratorios, las manifestaciones irónicas y las
humorísticas consiguen una narrativa reveladora.
Hay
que retener cada recodo del camino y acoplarlo en nuestra mente, y cada
recoveco del pensamiento del autor para encajarlo en ese devenir de la trama,
que intriga más cuando la siguiente jugada se hace esperar «Yo no busco señales para decidir […] ellas aparecen los días en que
tengo dudas […] y las señales me motivan, me dan confianza, o me avisan de que
no es el día para intentar ciertas cosas». El mundo se percibe como una
pluralidad en la que es imposible una conciencia unilateral de la realidad y de
la historia, porque Santi López usa las estrategias de la autoficción para
ahondar en el carácter contradictorio de un yo narrativo desmenuzado, que se
encuentra con posibilidades para crear una obra artística partiendo de ideas o
reflexiones «¿está dudando? No me lo
puedo creer. Abre, vuelve a dejar la llave debajo del felpudo […] La verdad es
que este barrio está guay. Voy a llevarle las cosas que le quedan […] Es un
mensaje de Trish».
La
memoria es fundamental para el autor, pues lo lleva a una serie de
microacontecimientos que ocupan la vida de su protagonista principal. El amor,
el desamor, la importancia, osadía, entereza y ternura de la mujer, el valor de
la amistad, la fidelidad, la trascendencia de la familia son pequeñas
transformaciones que Kurt experimenta hasta conseguir un espíritu en constante
cambio, estado cambiante de la propia novela donde, en los sentimientos del
protagonista intuimos al autor reavivando escenas eróticas, comparando ciertos
momentos con películas que introducen la ficción de Santi López en la realidad
de su obra.
El
cine es para S. López un valor cultural, algo que deja su huella en Veinticinco días de agosto, de hecho,
bastantes secuencias aparecen como escenas cinematográficas, capaces de
interiorizar los sentimientos con descripciones visuales. La imagen del autor
desaparece entonces, en favor de la de los protagonistas porque Santi no
legitima ningún valor, deja que cada uno dé un enfoque personal a los suyos
hasta que el lector puede desestabilizar unas bases morales que tenía asumidas
como normales. El lector pasa a un primer plano, es quien interpreta lo escrito
encadenando escenas subjetivas con diferentes fragmentos de la historia, para
componer una imagen total. La reflexión sobre la interrelación entre lo
objetivo-subjetivo de la novela es constante.
El
ambiente es totalmente inglés, la universidad, los paseos, las distintas
familias de la sociedad británica… Pero los canarismos en la expresión de estos
ingleses delatan al autor, instalado en su propia idea, a la que es fiel en
todo momento: «sarantontones», «tú sabes»,
«coger el búho de vuelta», «empozan», «tú y tus hermanos siempre han tenido…», «camisas
de asillas», «mis cholas», «el cinto», «Todo ya lo dijo ella», «el locero
plegable»…
En Veinticinco días de agosto no hay
personajes desdibujados, porque son sentimientos que evocan la vida y los
valores que permanecen, a pesar de todo, para ser analizados. Las voces que
constituyen la trama son diferentes pero todas confluyen, al final, en la del
autor. Los personajes cuentan e interpretan sus vivencias mientras el autor se
proyecta en situaciones imaginarias que el lector asume como tales. Con este
juego, Santi López se siente legitimado para incluir en un espacio literario
informaciones biográficas que ayudan a construir una trama en forma de red
ficcional que parte de un centro real. Puede que el autor no comparta
experiencias con los personajes pero sí sentimientos y la expresión de su pensamiento.
¡Enhorabuena Santi!
Que Maravilla Santi !!!❤️❤️❤️
ResponderEliminarHola Martina, pues sí, recomiendo totalmente la novela. Si la lees, puedes opinar aquí.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!