viernes, 17 de diciembre de 2021

VEINTICINCO DÍAS DE AGOSTO

Antes de comenzar el análisis de esta novela he de decir que me enfrento a ella con miedo y muchísimo respeto. La he terminado, 617 páginas, y me embarga una sensación de absoluta felicidad, al terminarla y de orgullo, al haber descubierto a un autor de los grandes. No había oído su nombre; fue él quien me envió la novela, agradeciéndome que quisiera leerla, y ahora soy yo la que le agradece, infinito, que la haya escrito. Santi López ha publicado su primera novela, Veinticinco días de agosto, y a mí me gustaría ser una de las grandes editoras internacionales para devolverle todo el bien que ha hecho a los lectores.

Todo transcurre en Inglaterra; los personajes son ingleses. Kurt y Frankie son amigos desde que empezaron Historia en la universidad, Kurt es profesor y Frankie está terminando su tesis, en la que descubre el enterramiento de alguien muy importante de la Edad de los Metales; lo sorprendente es que por la forma de los huesos se trata de una mujer. Una mujer gobernando toda una tribu.

Por circunstancias político-universitarias, la plaza vacante de docente no se la darán a Frankie sino a otro alumno cuyo padre donará dinero a la universidad. Y aquí empieza la tensión, porque Frank y Kurt, que se encontraban cerca de la cueva celebrando el hallazgo, se ven envueltos en un asunto de drogas. Tienen 50 Kg de cocaína y pretenden venderla para poder publicar la tesis y que Frank adquiera la fama que merece.

Pero está Trish, la novia de Kurt, con la que mantiene una relación idílica y quien no se entera de nada, hasta que lo descubre todo de manera fortuita cuando dos sicarios van a su casa a por el alijo, con pretensiones de matarlos. En este momento ya no se puede dejar de leer, por las reacciones que tienen los distintos traficantes que van apareciendo, y las que surgen entre los protagonistas para llevarlos camino de la ruptura. Hay mucho en juego, dinero, amistad y la propia vida y, cuando parece que todo está perdido, el mundo femenino extiende su manto de fuerza, valor, determinación, intuición y bondad para dejar las cosas en su sitio, aunque no sea a gusto de todos.

El estilo es llamativo, destaca el juego de tiempos y personajes. En el primer capítulo Kurt empieza un tratamiento psicológico con Keena, a la que conoce, pero para los lectores, esta conversación que tienen el 25 de agosto no cobrará sentido hasta el final. Kurt, siguiendo las recomendaciones de Keena, se propone analizar cómo fueron los comienzos del suceso, el 31 de julio, y aprovecha para, mediante recuerdos y sensaciones que le provoca el viaje a la cueva, presentar a los dos protagonistas implicados. Pero Trish ha tomado antes la palabra, desde que «todo comenzó a ser una posibilidad», el 18 de julio. No va a haber un solo narrador, las voces de Frankie, Trish, Kurt, Aleksander, Iwan, Bianka, Jou… completarán la historia.

Conforme vamos leyendo, los personajes se van uniendo a nuestro trío de protagonistas para conformar una red que encadena reflexiones particulares, distintas sobre un mismo asunto, recuerdos de otras cuestiones en los que mandan los sentimientos, «Porque ensimismarse es algo muy personal y el hacerlo acompañado significa que no temes perderte en tus pensamientos delante de otro», emociones que emanan de hechos cotidianos para desvelar el carácter del narrador ocasional y, a través de él, el de otro personaje «Es que hacíamos tantas cosas al día que a las pocas semanas ya teníamos memoria común […] y hasta las primeras palabras de un lenguaje propio […] Frankie conoció a los chicos del barrio y se convirtió en uno más». Indudablemente, para conseguir esta escritura en red, la memoria es muy importante porque ayuda a reflejar el transcurso del tiempo; la mente se desliza al pasado y extrae evocaciones que ubica en el presente; son pasados y presentes individuales. Es fundamental, para entender cualquier historia, que la memoria no sea única, que diferentes voces aporten distintos puntos de vista, «me interesan más las vidas de las personas que el devenir de una comunidad, pueblo, nacionalidad, etnia, religión, raza o ideología». Esta es la voz de Kurt, intuyo en ella a la de Santi López. Es lo que Umanuno llamó intrahistoria, la vida de las personas anónimas. Pero aquí, el autor les ha puesto nombre; en Veinticinco días de agosto no son anónimos, son Aleksander, Iwan, Jon, Dunkan, Bianka, Susan… cada uno tiene una vida diferente a la del resto y todas son interesantes por las circunstancias que las han rodeado.

La historia de Aleksander no sería la misma si no hubiera estado determinada por la mezquindad de los nazis. Dunkan es admirable por unir la tradición a la ciencia. Bianka es consciente de tener a su lado a un ángel de la guarda que, en la adversidad, la ha impulsado a mejorar. Y Kurt, Frank y Trish necesitan sacar el miedo que los invade para llegar a conocerse a sí mismos y a los demás. Es un hecho traumático por el que deben pasar para poder experimentar la liberación que da la autoconfianza. Los protagonistas eran presa de la inseguridad que trae consigo la mentira, pero un acto temerario los llevará a establecer contacto con individuos que nada tienen que perder y configurar un plan organizado con el que poder superar la crisis.

Los tres, como el ave fénix, resurgirán de las cenizas para recomponerse como personas y como comunidad en la que lo importante para salir adelante es el amor, la amistad y la familia. Bella metáfora final y duro camino en el que, para conseguir el objetivo, los maleantes se mitifican y los protagonistas se mistifican. Entre todos propician una estructura de movimiento minucioso aunque de formas pausadas «Y en algún momento Frankie debió de moverse imperceptiblemente […] suena de fondo Silly Wizard el mismo folk escocés cada vez que llegamos a la mina galesa».

Los personajes van experimentando, puede que por la mistificación, cómo se debilita su identidad a causa de factores externos o internos, por eso ofrecen una percepción determinada por un punto de vista particular y una realidad personal dividida entre verdad y ficción.

Cada uno avivará su interior en busca de la autoestima perdida. Trish debe comprender que para ella la dignidad es fundamental. También Frankie será consciente de que el motor de su vida no puede ser solo el trabajo y Kurt verá cómo el amor hacia Trish es lo que le confiere el amor propio. Cuando se dan cuenta de esto, salen fortalecidos de la adversidad. También el lector establece una conexión con los protagonistas porque descubre que, en los actos de los tres, hay algo que se parece a sus propios miedos o alegrías. Es una conexión terapéutica «Nos venden que en este mundo sacamos lo mejor de nosotros mismos, y a veces para sobrevivir nos vemos obligados a sacar lo peor, y dentro, en el subsuelo del alma, enterramos la belleza, la fantasía, los sueños».

Como ya hemos dicho, el estilo es lo más llamativo de la novela, pues el presente real de 25 días equivale a un tiempo literario de toda una vida que las mentes de Frankie, Trish y Kurt reviven. El grado de atención que se le otorga a la realidad es total, pues abarca reflexiones cotidianas, científicas, exposiciones de hechos anteriores, descripciones minuciosas del presente y del pasado, tratadas como presente. El realismo se une a lo real del idealismo en una novela experimental en la que el pensamiento está condicionado por cuadros descriptivos vividos por los protagonistas, que encierran imágenes difusas y dejan lugar a dudas e intrigas.

Santi López se aparta de la historia con las diferentes voces narrativas, con los términos científicos empleados y sus explicaciones para los lectores legos en la materia «Cristales, armas y perros, la visión calcolítica del petróleo, misiles y drones». No podemos hablar de realismo en Veinticinco días de agosto, sí del realismo de Veinticinco días de agosto según los paradigmas creados en la literatura de la novela: la precisión de las descripciones intimistas, de hechos vividos por los protagonistas parece real pero oculta otros eventos, es un realismo interior «Vamos acercándonos a Chester […] giramos a la izquierda […] el resto nos parece un engañabobos turístico […] sumidero de todos aquellos que, después de haber visto Gladiator, son amantes súbitos de la Historia».

La novela está escrita con una previsión de exceso: abundante historia, abundante intriga, largas comparaciones encadenadas que se pierden del hilo conversacional en más reflexiones…; pero en esta extensión, la tensión narrativa, lejos de decaer, se centra en una sensibilidad puesta en juego para expresar mejor el parecido con la vida, para transmitir el auténtico valor de la ficción sustentada en su propia verdad, «dar este rodeo es un rito de llegada, nosotros y el viento, y el mar, y la piedra».

Veinticinco días de agosto requiere una lectura lenta, detenida, porque hay que pararse para degustar el lenguaje: las metáforas sobre naturaleza, los vocablos urbanos, las expresiones sensuales, los términos antropológicos, los oxímoron aclaratorios, las manifestaciones irónicas y las humorísticas consiguen una narrativa reveladora.

Hay que retener cada recodo del camino y acoplarlo en nuestra mente, y cada recoveco del pensamiento del autor para encajarlo en ese devenir de la trama, que intriga más cuando la siguiente jugada se hace esperar «Yo no busco señales para decidir […] ellas aparecen los días en que tengo dudas […] y las señales me motivan, me dan confianza, o me avisan de que no es el día para intentar ciertas cosas». El mundo se percibe como una pluralidad en la que es imposible una conciencia unilateral de la realidad y de la historia, porque Santi López usa las estrategias de la autoficción para ahondar en el carácter contradictorio de un yo narrativo desmenuzado, que se encuentra con posibilidades para crear una obra artística partiendo de ideas o reflexiones «¿está dudando? No me lo puedo creer. Abre, vuelve a dejar la llave debajo del felpudo […] La verdad es que este barrio está guay. Voy a llevarle las cosas que le quedan […] Es un mensaje de Trish».

La memoria es fundamental para el autor, pues lo lleva a una serie de microacontecimientos que ocupan la vida de su protagonista principal. El amor, el desamor, la importancia, osadía, entereza y ternura de la mujer, el valor de la amistad, la fidelidad, la trascendencia de la familia son pequeñas transformaciones que Kurt experimenta hasta conseguir un espíritu en constante cambio, estado cambiante de la propia novela donde, en los sentimientos del protagonista intuimos al autor reavivando escenas eróticas, comparando ciertos momentos con películas que introducen la ficción de Santi López en la realidad de su obra.

El cine es para S. López un valor cultural, algo que deja su huella en Veinticinco días de agosto, de hecho, bastantes secuencias aparecen como escenas cinematográficas, capaces de interiorizar los sentimientos con descripciones visuales. La imagen del autor desaparece entonces, en favor de la de los protagonistas porque Santi no legitima ningún valor, deja que cada uno dé un enfoque personal a los suyos hasta que el lector puede desestabilizar unas bases morales que tenía asumidas como normales. El lector pasa a un primer plano, es quien interpreta lo escrito encadenando escenas subjetivas con diferentes fragmentos de la historia, para componer una imagen total. La reflexión sobre la interrelación entre lo objetivo-subjetivo de la novela es constante.

El ambiente es totalmente inglés, la universidad, los paseos, las distintas familias de la sociedad británica… Pero los canarismos en la expresión de estos ingleses delatan al autor, instalado en su propia idea, a la que es fiel en todo momento: «sarantontones», «tú sabes», «coger el búho de vuelta», «empozan», «tú y tus hermanos siempre han tenido…», «camisas de asillas», «mis cholas», «el cinto», «Todo ya lo dijo ella», «el locero plegable»…

En Veinticinco días de agosto no hay personajes desdibujados, porque son sentimientos que evocan la vida y los valores que permanecen, a pesar de todo, para ser analizados. Las voces que constituyen la trama son diferentes pero todas confluyen, al final, en la del autor. Los personajes cuentan e interpretan sus vivencias mientras el autor se proyecta en situaciones imaginarias que el lector asume como tales. Con este juego, Santi López se siente legitimado para incluir en un espacio literario informaciones biográficas que ayudan a construir una trama en forma de red ficcional que parte de un centro real. Puede que el autor no comparta experiencias con los personajes pero sí sentimientos y la expresión de su pensamiento.

¡Enhorabuena Santi!

2 comentarios:

  1. Hola Martina, pues sí, recomiendo totalmente la novela. Si la lees, puedes opinar aquí.
    ¡Seguimos leyendo!

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