viernes, 13 de noviembre de 2020

SIN MUERTOS

Si tuviéramos que escribir nuestra vida, una vez consumida gran parte de esta, posiblemente nos encontrásemos un «un montón de papeles manuscritos» que nos produjeran «cierta perplejidad», no por haber sido los protagonistas de grandes hazañas o incidentes miserables, aunque puede que también, sino porque es probable que al mirar hacia atrás veamos nuestra propia vida a través del caleidoscopio del tiempo. A veces nos llegan evocaciones brillantes y en ocasiones se impone la oscuridad. En cualquier caso, los recuerdos no son hechos, por eso hay que encajarlos como las sensaciones que han permanecido en nosotros y que de alguna manera nos condicionan a la hora de formar nuestra personalidad, «¿se falsean necesariamente las cosas cuando se cuentan? No lo sé… Sólo a mí me han servido. Creo conocerme mejor ahora». Esta reflexión es a la que llega Petra Delicado tras pasar una semana en un convento escribiendo sus recuerdos. Una temporada que por suerte ha afrontado, Sin muertos, en unas vacaciones durante las que se ha aislado para descansar.

Pero, afortunadamente también, Alicia GiménezBartlett ha utilizado esos papeles y nos los ha presentado agrupados en cuatro partes para contar, en primera persona, la vida de Petra, la primera inspectora de policía protagonista de novela negra. A quienes nos gusta el género policial, hemos disfrutado con cada caso, pero aquellos a los que la lectura en general, o esta en particular, no les atrae demasiado, también tuvieron, tienen, la oportunidad de conocer a la inspectora Delicado y al subinspector Garzón, pues en 1999, Televisión Española estrenó una serie de 13 episodios, basados en esta saga de novelas de Giménez Bartlett, promotora de la igualdad de oportunidades para la mujer, que dejaba su papel secundario para convertirse en jefa, teniendo a sus órdenes a los hombres en su trabajo y tomando sus propias decisiones en su vida privada: divorciada, libre y sin hijos. Indudablemente esto hizo que muchas mujeres se quisieran ver reflejadas en este modelo, inteligente, intuitiva, irónica, dura… Creo que aún hoy choca encontrar mujeres en situaciones parecidas; por mucho que se empeñen los gobiernos en llevar a cabo la paridad, encontramos profesiones en las que abundan las mujeres como enfermería, enseñanza, limpieza… y, sin embargo, los altos cargos están ocupados por hombres. Pero esto sería otra historia.

En Sin muertos, Petra va narrando su infancia y juventud en la Primera parte. Con el sentido del humor característico de Giménez Bartlett, leemos complacidos cómo Petra fue la tercera hija, tardía, de un matrimonio burgués, en el que su madre, puede que obsesionada por no haber brillado lo suficiente, se entrega en cuerpo y alma a amargarles la vida a sus hijas dirigiéndolas hacia lo que ella consideraba mejor «Mi madre continuó con su llanto sofocado para subrayar, como siempre hacía, que estuviera contra quien estuviera dirigida una afrenta, era ella quien pagaba las mayores costas de dolor».

En esta primera parte es donde más asoma la propia autora. En una época en la que la mujer debía ser obsequiosa no solo en sociedad sino, ante todo, familiarmente, Alicia Giménez es capaz de plasmar con ironía las circunstancias que rodeaban al sexo femenino y los ajustes que debía realizar para llegar a donde quería «Jacinto era un marido de paja, alguien con quien efectuar el trámite matrimonial para pasar el examen materno definitivo. No me equivoqué, dos años después del casorio, Amanda lo abandonó. Se divorciaron […] y ella fue libre por fin, libre de verdad».

Ironías aparte, este periodo de Petra sirve para exponer las diferencias educacionales respecto a los niños actuales, la obsesión que, en algunos casos, se mostraba por la abundancia o calidad de la comida, dependiendo de la propia infancia paterna y el peso que suponía, para una hija, las propias circunstancias de su madre.

En la Segunda parte tomamos conciencia de la vida universitaria de los jóvenes de finales del XX, preocupados por la política y, en general, simpatizantes con los trabajadores de la izquierda «Las clases se habían suspendido. Se inició la asamblea […] “¡hay que ser solidarios con nuestros compañeros trabajadores!”».

Pero Petra, obsesionada con abandonar la familia, se enamorará de Hugo hasta el punto de seguirlo en todo lo que hace y dice. Se cambia de carrera para estudiar Derecho, como su enamorado, se casan antes de obtener el título y montan un despacho juntos. Con el tiempo, el sueño de Hugo, triunfar, se hace realidad. El de Petra, vivir en un mundo de amor y felicidad, se hace añicos. Así que la abogada Petra Delicado se separa de su marido y decide preparar oposiciones a la Policía.

En la Tercera parte se hace policía, aunque la destinan a documentación, por lo que no se cumple su sueño de investigar y trabajar en la calle. Pero retoma la amistad con Pepe, quien olvidó su objetivo de ser policía para abrir un bar. Pepe, más joven que Petra, se enamora perdidamente de ella y la convence para que ambos se casen, hasta que ella se da cuenta de que más que como mujer actúa como madre para su marido. Supone el segundo divorcio para la protagonista.

En la Cuarta parte, Petra consigue llegar a ser inspectora de homicidios, conoce al subinspector Garzón y al arquitecto Marcos, un divorciado con cuatro hijos, con el que también se casa, aunque esta situación queda abierta para posibles entregas de Petra Delicado «“en el dolor y en la enfermedad”, lo de que la muerte nos separe, está por ver».

En general es una novela entretenida. La particularidad de que las memorias sean de un personaje ficticio nos aporta una trama intimista también ficticia. La narradora protagonista no ahonda demasiado en el análisis de situaciones; de manera subjetiva cuenta el discurrir de España en una etapa especial en la que el miedo a la dictadura se iba relajando, más por las ansias de libertad que por lo que en realidad se pudiera llevar a cabo. Ante el lector va apareciendo un pasado histórico en el que los hechos reales se distancian como consecuencia de la visión paródica que aporta Giménez Bartlett. En dichas memorias ficticias conjuga algo de historia real con la construcción de una prosa atractiva y sugerente que expone la trayectoria de la inspectora de policía, por eso encontramos alguna que otra incursión de las novelas de Petra Delicado en la propia vida de Petra; aparecen, en su recuerdo, algunos casos —el del vagabundo que expuso en Día de perros, «un drama callejero que siempre me había llamado la atención: los sintecho», drama que vuelve a tratar en Un barco cargado de arroz— y personajes que investigaron con ella y con quienes tuvo una relación (llamativa la conexión con el inspector ruso protagonista de Mensajeros de la oscuridad).

Asimismo la autora plasma los sentimientos de la protagonista, sentimientos que ahondan en la familia, la amistad, la felicidad, la amargura, el amor… Cuestiones que, seguro, muchas mujeres de la época se preguntasen a lo largo de su vida y que debían responder según las normas establecidas para ellas «¿qué es un matrimonio exitoso: aquel que dura más tiempo, el basado en la absoluta fidelidad, el de convivencia más fácil? No tengo ni idea». Son verdades íntimas de las que se vale la autora para reflexionar sobre aquellos eventos relevantes de la vida que son parte histórica de una época. Sin embargo, con ironía, mediante el distanciamiento, consigue que la protagonista se replantee el poder afrontar la vida burguesa exigida «vivíamos en un piso lujoso […] cenábamos con amigos agradables, los domingos por la mañana salíamos a pasear, hacíamos el amor una vez a la semana […] ¿Qué coño quería yo entonces, subir cada día en un tiovivo para experimentar mayor diversión?».

Aunque dentro del humor, de la ironía y la banalidad, Alicia Giménez advierte de las verdades que se llegan a decir en una relación y que, salpicadas de reproches, consiguen que la convivencia ya no sea la misma «A partir de aquel enfrentamiento ya nada fue igual entre nosotros». Es fácil caer en la decepción, lo difícil es tener la valentía de admitir que no era eso lo que se buscaba porque correríamos un riesgo, «nadie se presentaría a la hora de cenar, nadie me besaría en la mejilla cuando llegara».

Hombres desnudos supuso una mirada a la España actual. En Sin muertos, la autora se apoya en Petra Delicado para repasar las condiciones y condicionamientos de la España posfranquista. El pensamiento de Giménez Bartlett se convierte en estandarte de una generación algo ilusa y muy ilusionada respecto a cómo encauzar una vida que no cambió lo rápido que hubiese gustado. Hay algo típico de la autora en Sin muertos a pesar de ser un subgénero diferente al utilizado hasta ahora: la ausencia moralista, didáctica. El no intentar convencer de que algo es muy bueno o muy malo. No hay verdades absolutas. No hay víctimas o culpables. Los matrimonios de Petra, pese a no haber salido bien, lo corroboran. Los personajes son tan realistas que a veces tenemos la impresión de estar ante una crónica de la época y otras veces nos parece observar los fallos o aciertos que una mujer de cualquier época se cuestiona «Juré no volver a casarme jamás. ¿Para qué? Para contraer nupcias con el jovenzuelo en cuestión».

Es interesante el planteamiento que observamos del matrimonio; lejos de suponer algo monótono, obligado, aparece como una situación en la que no son necesarias las luchas por conservar una realidad estresante. Después de ver la actitud adoptada por Petra llegamos a la conclusión de que intentar salvar una circunstancia que comenzó a resquebrajarse puede conllevar un cambio en la persona. La separación se presenta como liberadora, una opción que impide la formación de un carácter irritable, el acrecentamiento de los defectos del otro, la continua sensación de que alrededor de la vida establecida falta algo que la haga cómoda

—… ¿Tú no crees que a ti te cambió el carácter después del matrimonio?

—Puede ser. En cualquier caso, ¿vamos a echarnos las culpas el uno al otro de que esto no haya funcionado?

—¡No, ni hablar! Quien insistió en casarse fui yo

Así pues, Sin muertos no es novela negra, aunque mantenga la problemática de la mujer para insertarse en una sociedad y en un género en los que no brillaba, y la nostalgia de dicha mujer por el desencanto que le produjo la sociedad pretendidamente igualitaria.    





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