Es
imposible permanecer indiferente. Durante la lectura de El beso de la mujer araña
llegamos a penetrar en ella para estar más cerca de Molina, para no perder ni
un detalle de sus relatos. No sólo somos espectadores de los movimientos, las
palabras, los gestos; llega un momento en el que conseguimos saltar adentro. Y
sufrimos y gozamos con los protagonistas, y sufrimos de nuevo aunque algo bello
se haya instalado en nuestra alma.
No
es de extrañar que la novela, escrita en 1976 por el argentino Manuel Puig y prohibida por la
dictadura militar se llevara a la gran pantalla en 1985; El beso de la mujer araña es una obra maestra. Su autor consigue
crear una narración sin uno de los principales elementos de este género. No hay
narrador. No hace falta. Los diálogos entre el preso político Valentín Arregui
y el preso común (homosexual) Luis Alberto Molina son suficientemente
indicativos para ponernos en situación. A través del relato de películas con
que Molina entretiene a Valentín empezamos a vislumbrar el carácter de ambos.
Molina necesita sus dramas románticos, con los que se introduce en una fantasía
en la que fusiona su propia realidad. Siempre se identifica con el personaje
femenino más glamuroso, con un punto de tragedia y sufrimiento pues, así se ve
él, ella. Molina es una mujer encerrada en un cuerpo de hombre. Sensible.
Buena. Cariñosa. Desprendida. Antepone los deseos de los demás a los suyos
aunque en ocasiones se rebele contra su propia forma de actuar; la educación
recibida la hará desistir de su interés por adaptarse al de quienes la rodean:
su madre, amigos, novios… y por supuesto Valentín. Molina se da cuenta de que
no es aceptada por la realidad, consiente con cierta naturalidad la humillación,
el miedo, el dolor y se refugia en su idealismo fílmico. Dentro de la película,
el protagonista consigue separar la sensatez de la opresión para poder formar
parte de la vida. Molina es surrealista, en él predomina el impulso del
subconsciente. Es representante de la fragilidad del ser humano, de ahí que en
todo momento se rodee de una triste melancolía, de ahí que elija, en sus
películas, el papel trágico, triste, perdedor, de ahí que sea capaz de fusionar
perfectamente el sueño y la realidad para vivir en su lógica liberada de toda
normativa opresora.
Mediante
las películas narradas por Molina empezamos a conocer a Valentín, un joven
idealista que cree en una sociedad justa a la que se llegará mediante la lucha
contra la dictadura. Valentín es disciplinado, seguir una normativa es crucial
para formar parte de una realidad libre. A Valentín lo rodea un pesimismo
existencial total, que viene de anteponer constantemente el deber al deseo.
Está encarcelado por sus ideas políticas y lo acepta, sabe que toda decisión
acarrea una consecuencia; pero sigue peleando por lo que cree aun en la cárcel.
Estudia rigurosamente todos los días, es consciente de que sólo a través de su
existencia podrá hacerse mejor; por eso lee, quiere formarse un juicio personal
que no lo cosifique; su individualismo será el arma con la que luchar contra la
sociedad embrutecida, animalizadora, capaz de estropear al ser humano.
Dos
personalidades diferentes aunque unidas desde el comienzo por el respeto mutuo
y la comprensión, que derivarán con el tiempo en admiración. Los personajes se
van acercando tanto que piensan en el otro antes que en sí mismos. El director
de la cárcel chantajea a Molina con su libertad para que le saque información a
Valentín, cuando esté tan debilitado por la comida envenenada que no sepa ni lo
que dice. A pesar de ser lo que más desea, Molina no sólo no deja que Valentín
le cuente nada sino que lo cuida cada vez que se intoxica. Tanto es el amor que
le demuestra que el activista político se lo quiere pagar con sexo. Pero no es
un simple pago; los momentos íntimos se repiten hasta que no son dos sino uno;
ni ellos mismos saben de quién se trata
—Me
pareció que yo no estaba… que estabas vos solo.
[…]
—O
que yo no era yo. Que ahora yo eras vos.
Se
va produciendo entre ellos una identificación similar a la experimentada por
don Quijote y Sancho. Para cuando Molina va a salir de la cárcel ya no vive en
su mundo onírico, se ha valentinizado y es consciente de que puede tener un
papel importante en la lucha por la libertad de su país.
—Tenés
que darme todos los datos… para tus compañeros…
—Como
quieras
—Tenés
que decirme todo lo que tengo que hacer.
Valentín
también se ha molinizado en la cárcel, en su subconsciente vive una lógica
liberada desde que se ha percatado de la fragilidad del ser humano
—…Que
callado estás, no haces comentarios…
—Es
que estoy embromado, seguí vos que me hace bien pensar en otra cosa.
—Esperate
que perdí el hilo
—No
sé cómo puedes tener en la cabeza todos esos detalles, «el cerebro hueco, el
cráneo de vidrio lleno de estampas de santos y putas […] se caen al suelo todas
las estampas»
La
novela es formidable. Sin escenas violentas (directas), Manuel Puig consigue
retratar lo más cruel del hombre y lo más compasivo. Es la cara y cruz de la
condición humana.
Argumentalmente
es como las películas que cuenta Molina, sensual, apasionada, trágica.
Ideológicamente es progresista, respecto incluso de la sociedad actual; se
adelanta cuarenta y tres años para reclamar un estado libre de pensamiento,
donde se pueda vivir sin ningún tipo de menosprecio sexual. Creo que debería de
ser lectura obligada durante la conmemoración anual del Orgullo LGTBI
—…
la gracia está en que cuando un hombre te abraza… le tengas un poco de miedo
[…]
—…
eso, ser macho, no te da derecho a nada
[…]
—Estate
contento entonces […] Tenés que estar orgulloso de ser así
Estructuralmente
es tan novedosa que no sólo triunfó en el postboom. Aún hoy estas innovaciones
hacen de El beso de la mujer araña
una novela actual: Está dividida en dieciséis capítulos, de cuatro
configuraciones diferentes. La que predomina es la de diálogo entre Molina y
Valentín; así comienza la novela, in
medias res, con la narración de La
mujer pantera. De los comentarios entre ambos empezamos a intuir la
personalidad de cada uno
—Hasta
mañana. Que sueñes con Irene
—A
mí me gusta más la colega arquitecta.
—Yo
ya lo sabía. Chau.
—Hasta
mañana
Los silencios, indicados por puntos, son signo de
que duermen o del paso del tiempo en general.
Molina cuenta películas de forma magnífica. Pocas
veces se ha contado una con tanto lujo de detalles, con diálogos exactos
extraídos del film, con comparaciones, como si estuviera viviendo en ese mundo
fantástico «pero la felina esa ni lo mira y le dice una segunda frase a
Irene. Él no entiende ni una palabra de lo que se dicen […] Irene está como
petrificada, los ojos los tiene llenos de lágrimas, pero turbios, parecen
lágrimas de agua sucia de un charco».
Está claro que la sensibilidad y la paciencia son
los rasgos más llamativos de Molina, como el respeto y el ímpetu lo son de
Valentín «Bueno, yo creo que es frígida, que tiene miedo al hombre, o tiene
una idea del sexo muy violenta, y por eso inventa cosas».
Molina se evade de su miseria con la irrealidad del
cine, «me había olvidado de esta mugre de celda, de todo, contándote la
película».
Valentín se evade de la realidad mediante la lucha
para cambiarla, «y no se rebeló, y le inculcó al hijo toda esa basura, y el
hijo ahora se topa con la mujer pantera. Que se la aguante.»
Hay dos capítulos, precedidos de un informe de la
penitenciaría, en los que se da el encuentro entre el director y Molina.
Quieren que éste saque información a Valentín. Aquí, el preso común nos deja
ver el comienzo de su evolución; él lucha a su manera pues consigue burlar a la
autoridad y reponer a Valentín de los efectos del veneno que le ponen en la
polenta, «Dulce de leche, en tarro grande… dos tarros, mejor. Duraznos al
natural, dos pollos asados, que no estén ya fríos, claro […] una barra entera
de jabón Radical y cuatro paquetes de jabón de tocador, Palmolive […] y déjeme
pensar un poquito, porque tengo como una laguna en la cabeza…»
El capítulo quince es el informe sobre los pasos
que dio Molina, desde el miércoles 9, en que es puesto en libertad, hasta el
viernes 25 en que lo mataron.
El capítulo 16 es el pensamiento de Valentín, tras
la brutal paliza recibida en la cárcel, al interrogarlo. Pero ha descubierto la
manera de vivir en esa sociedad podrida. Mediante escritura automática, que
refleja su pensamiento, van viniendo a la mente, su novia Marta y Valentín, a
quienes amó de verdad y con quienes quiere quedar en paz «yo en la celda no
puedo dormir porque él me acostumbró todas las noches a contarme películas […]
“yo sé lo que le hiciste, y no estoy celosa, porque nunca más lo vas a ver en
la vida” es que ella estaba muy triste ¿no te das cuenta? “pero te gustó y eso
no tendría que perdonártelo”».
Valentín echa de menos a Molina. Al pensar en él
como mujer, la acepta como es, acepta el amor mutuo y acepta que siempre vivirá
en su mente «nunca vas a estar solo».
El surrealismo convive con la realidad «—Vos sos
la mujer araña, que atrapa a los hombres en su tela». También la lucha por
la vida, la que conforma al hombre no por su esencia sino en su existencia; es
un factor clave en esa realidad, aunque al ver las consecuencias, lo dejen
sumido en un profundo pesimismo existencial «Marta… tengo miedo […] miedo
terrible de morirme […] que mi vida se haya reducido a este poquito, porque
pienso que no lo merezco […] que luché […] contra la explotación de mis
semejantes…».
La narrativa histórica se introduce, como denuncia,
para avisarnos de las teorías científicas predominantes en los 70, sobre la
homosexualidad. Algo que nos vapulea hasta hacernos pensar en por qué hoy una
parte de la sociedad sigue estancada en esas aberraciones «El mismo Freud […]
ciertos tipos anormales de personalidad, cuyos rasgos predominantes son la
avaricia y la obsesión por el orden, pueden estar influidos por deseos anales
reprimidos».
Efectivamente, ante la belleza imaginada por Manuel
Puig, la realidad es la que hace que se nos parta el alma.
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