La
última novela de Santiago Posteguillo,
si es que podemos considerarla novela, es apasionante, aunque ciertamente su
encuadramiento en un género literario sea difícil —esta sociedad nuestra que ha
conseguido tenerlo todo estructurado, incluso nuestra mente—.
¿Por
qué, entonces, El séptimo círculo del infierno la he incluido como tal? Puede
que porque consta de una serie de personajes ficticios, u obras literarias que
conviven con sus autores en cada capítulo y que, aunque no tengan una trama en
común los veintinueve capítulos que la componen, sí estén regidos por un mismo
tema, todos son personajes malditos pues la sociedad los ha incluido en ese
círculo dantesco al que iban los criminales o los blasfemos. Y sin embargo,
Santiago Posteguillo encierra en este séptimo círculo del infierno de la Divina Comedia, el río Flegetonte, de
sangre hirviente, guardado por el Minotauro y centauros, en el que las harpías
y perras famélicas devoran o lanzan piedras a quienes quieran abandonarlo, a
todos los perseguidores de la literatura, sacando a la luz, como si de un Orfeo
se tratase, a esos libros que nunca han debido estar prohibidos por ser
considerados pecado.
El
autor califica al libro de «viaje
literario» por el que la Historia pasa, y en la que los autores deben
sortear «persecuciones, enfermedades,
pérdidas de seres queridos, prisiones, intolerancia, campos de exterminio,
servicios secretos, dictadores y hasta corruptos». Realmente es un
infierno, y lo más grave es que no ha terminado. En pleno siglo XXI y en plena
democracia sigue estableciéndose una censura sutil, por eso Posteguillo critica
abiertamente los libros catalogados, en la web de la librería del Museo del
Prado, desde LA1, moralmente aceptables, hasta LC3, censurables del todo por
sexo o cuestiones religiosas; lista a la que le gustaría pertenecer pues están,
entre otros «Goytisolo, Benedetti, John
Irving, José Luis Sampedro […] por mencionar algunos autores inmortales y
perversos. Un dulce infierno». Asimismo, Posteguillo, ataca la
reducción de «las asignaturas de humanidades. Eliminan horas de historia, arte,
latín, griego, literatura, filosofía y tantas otras materias claves en la
evolución del pensamiento humano». Está claro que el gobierno tiene miedo,
como lo han tenido los gobernantes de todos los tiempos, de que llegue un
momento en el que aparezca la revolución más temida «la de la inteligencia». Gracias Santiago por ser tan directo,
gracias por apoyar, de manera indirecta —o directísima— a tantos profesores
que, consternados, ven impotentes cómo no pueden educar a sus alumnos por el
simple hecho de que no hay horas disponibles.
Pero
no es momento ahora de analizar la buena, mala o pésima situación educativa por
la que atraviesa nuestro país, sino de profundizar en esos autores que este escritor
ha rescatado del olvido e insta a que los leamos, que reflexionemos sobre lo
que ellos ya hicieron tiempo atrás.
En
el siglo VIII a.C., Safo queda unida, mediante la escritura, a la actualidad, en
este capítulo aparece el padecimiento que, al separarse de su adorada Atis,
dejó escrito en un poema. Para insistir en su dolor pero también en sus ganas
de luchar por los derechos de la mujer, no me cansaré de recomendar Atardecer en Mitilene, obra teatral de Andrés Pociña.
Es
curioso cómo Horacio, tan conocido por sus odas, en el año 42 a.C. dejó por
escrito el miedo que sintió en la batalla de Filipos y su huida
Contigo
compartí el desastre de Filipos y una huida poco honorable, abandonando mi
escudo de forma innoble…
Y es
curioso porque, a pesar de su vergüenza, si no lo hubiese hecho probablemente
no habríamos podido leer los mejores versos de la poesía latina.
Otro
dato extraordinario de este “viaje” es el del escritor Rustichello da Pisa
quien, en el siglo XIII, conoció a Marco Polo en la misma celda y redactó sus
viajes, asombrado de que hubiese visitado Asia, porque Marco Polo no sabía
escribir y, curiosamente fue Rustichello quien lo dio a conocer a la
posteridad, aunque él, que «ya tenía
algunos romances en lengua provenzal sobre los caballeros del rey Arturo […]
fue un escritor tan genial como invisible».
Si
hablamos de escritores invisibles no debemos olvidar a Cristina de Pizán quien,
muertos su padre y su esposo, siguió adelante, sola, escribiendo, y en el siglo
XIV fue capaz de entregar todo un manifiesto en favor del reconocimiento de los
derechos de la mujer «germen de ideas
feministas» La ciudad de las damas, leída o conocida por muy pocos en el
siglo XXI.
Creo
que a estas alturas queda clara mi admiración por el Siglo de Oro, por eso me
ha encantado recordar ese Hombres necios con el que sor Juana Inés de la Cruz
burló a la censura de la Inquisición, la misma que le prohibió ir a la
universidad sólo `por ser mujer «siempre
tan necios andáis / que, con desigual nivel, / a una culpáis por cruel / y a
otra por fácil culpáis».
En
el siglo XIX, nuestro donjuán por excelencia, José Zorrilla, intentó enamorar a
Emilia Serrano a golpe de verso y, una vez que lo consiguió se zafó de ella
como si fuese el propio Tenorio. Pero Emilia no quedó maltrecha, llegó a ser
baronesa de Wilson y escribió numerosos artículos, obras literarias y el primer
libro de viajes sobre el continente americano que existe, aun así todos
recordamos los versos ripiosos y machistas de Zorrilla y pocos se acuerdan de
la baronesa.
En
fin, El séptimo círculo del infierno
está plagado de sorpresas, la mayoría de ellas referidas a mujeres que han
debido luchar contra el intrusismo, la ignorancia o el olvido, como Concha
Espina que no llegó a conseguir el Nobel por un voto, y que a pesar de ser
feminista, liberal y católica en el siglo XX, pocos han leído su novela El metal de los muertos, sobre los
mineros en Córdoba, donde fue y convivió un tiempo para escribir con plena
conciencia y denunciar las condiciones en las que trabajaban.
Sin
embargo a Pearl S. Buck sí le concedieron el Nobel de literatura y, aun así
estuvo proscrita en China desde que llegó el comunismo por haber tomado «una actitud distorsionada y vil hacia la
gente de la nueva China y sus líderes», a pesar de haber luchado por la
discriminación de los chinos en EE.UU. y haber constituido una agencia de
adopción para niños mestizos que nadie quería.
Otra
que fue vetada por el Comité de Actividades Antiamericanas, por haber
simpatizado en algún momento de su vida con los comunistas, fue Vera Castany
quien, a pesar de que sus novelas adaptadas al cine supusieron verdaderos
éxitos de taquilla, no pudo escribir durante 10 años.
Son
mujeres que han combatido el horror, que han superado su miedo al maltrato, la
tortura, y se han impuesto sobre todos aquellos que sí han caído en el olvido
como el marido de Buchi Emecheta, nigeriana que hubo de separarse para poder
escribir, al tiempo que trabajaba, sacaba a sus hijos adelante y recibía el
premio de la Orden del Imperio Británico. Premios que, a veces y a pesar de ser
siempre justos y merecidos, no trascienden lo que debieran. En ocasiones,
alguna famosa y aceptada, como Doris Lessing, llegó a utilizar un pseudónimo, a
modo de experimento, sin obtener reconocimiento; de hecho al firmar como Jane
Somers en obras similares a las que tuvieron éxito, éstas fueron catalogadas
como «un precioso suéter tejido por una
mujer con artritis», mientras que utilizando su nombre real consiguió el
Nobel de 2007.
Todos
conocemos, o al menos hemos oído hablar del spanglish pero pocos saben que este
idioma puede que se deba a Dolores Prida, cubana que tuvo que exiliarse a Nueva
York donde escribió su teatro de esa forma. Probablemente la cátedra de
spanglish de la universidad de N. Y. se formó gracias a ella.
Merece
la pena leer El séptimo círculo porque
no sólo expone anécdotas o sucesos de otros tiempos sino otros totalmente
actuales que todos deberíamos conocer, como que en 2004 se estrenó en Londres Romeo y Julieta en O.P. “original
pronuntiation” y resultó que, teniendo en cuenta los cambios fonéticos surgidos
desde hace años, los chistes del genio universal sonaban mejor y eran más
atrevidos, pues al pronunciar como se hacía en el barroco, no se traducía «De hora en hora, maduramos y maduramos, /
de hora en hora, nos pudrimos y nos pudrimos» sino «De puta en puta, maduramos y maduramos, / De puta en puta, nos
pudrimos y nos pudrimos». No cabe duda de que este verso haría reír mucho
más a un público ávido de morbo en los juegos de palabras y que hoy podemos
recuperar en el Teatro Globe.
Y
merece la pena llegar al final del viaje para ser testigos de la feroz crítica
que Posteguillo hace no sólo a estos culpables del abandono de la cultura
humanística; también arremete contra los gobernantes que, incultos e incapaces
de pensar en algo que no sean ellos mismos y su bienestar, realizan
experimentos con seres vivos sin saber nada de ciencia o de otra cosa que no
sea corrupción, como el caso de Ana Mato que decidió matar a Excalibur, el
perro de una enfermera contagiada de ébola, por si su animal de compañía lo
transmitía al resto de la sociedad, en vez de preocuparse, como han hecho en
otros países, de promover laboratorios y científicos en condiciones que puedan
resolver estos problemas. Ya ha pasado un tiempo, y España sigue a la cola de
la ciencia, así pues, nuestro autor nos ofrece una lista de perros que, a
través de la literatura, lo han dado todo por sus dueños: Pilot, en Jean Eyre, Argos y Ulises, Buck, en La llamada de la selva, Crab, de Los caballeros de Verona, Laska, de Ana Karenina, Fang, de Harry Potter… o
Cujo, el perro con rabia de Stephen King, que le regalaría a la ex ministra, Ana
Mato.
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