Canto
a la vida. Al leer El último día de Terranova me viene a la memoria Víctor Jara, el derecho de vivir en paz. Un derecho
pisoteado una y otra vez a lo largo de la historia por aquéllos que se sienten
invencibles y que en realidad son cobardes parapetados en sus reductos con
mucho miedo y, por miedo, destruyen todo lo que suponga un peligro a su
bienestar.
Que
cada viaje de Eliseo a América o Europa era, en realidad, un internamiento en
un sanatorio mental. No por loco [...] por homosexual. Y lo del psiquiátrico
era una forma de evitar la cárcel.
Canto
a la libertad. Terranova supone vivir libre, de manera sencilla pero fértil.
Sus ocupantes conocen la libertad, la riqueza, la vida a través de los libros.
Vicenzo, el narrador protagonista, experimenta la alegría, la protección, el
amor y la salvación de su propia existencia de la mano de los que habitan
Terranova.
En
Terranova vivíamos en un sagrado desorden [...] Se entraba y salía sin tener
que dar explicaciones [...] Se respetaba esa rareza.
Canto
a la poesía. Manuel Rivas elabora un relato pleno de belleza, rebosante de
sensibilidad, plagado de sentimientos. Es una novela, pero lírica; es prosa
aunque poética. Hay esplendor en todas sus páginas, incluso aquellos recuerdos
cubiertos de fealdad, de dolor, de horror, están mostrados al lector desde el
punto de vista del optimismo final porque hasta en la desesperación más
absoluta asoma la elegancia de quienes quieren llevar felicidad.
Pedrés,
que tenía merecida fama de torturador, era de frases estereotipadas: Para hacer
una tortilla hay que romper huevos [...] Amaro les había dicho [...] Que no
sabía. Era consciente, dijo, que un poder enojado puede matar a alguien por un
verso, y se anticipó a citar a Stalin: él mandó asesinar a Ósip Mandelstam por
un poema
¿Por
un poema?
Por
un verso.
Carajo.
[...]
Cuando
volvió contó que todo el tiempo, durante el interrogatorio, se había
concentrado pensando en Pitts.
Canto
al saber. El argumento de la novela se aparta en ocasiones de la trama para
recordarnos a grandes músicos o escritores, grandes personas o seres anónimos
que se han perdido, se pierden, en esa búsqueda de la vida. La novela es una
denuncia a los regímenes dictatoriales que imponen la represión, la tortura, la
muerte despiadada, y se jactan del miedo que provocan, precisamente por tener
miedo a que se descubran todas las tropelías cometidas.
...se
presentaban para hacer registros. A veces al tuntún, por intimidar [...] El
Pitts, con su riñón y los líquidos corporales, protegiendo, como falsa
cubierta, criaturas clandestinas. Incluso falsas cubiertas de ministros
franquistas, como El crepúsculo de las ideologías de Fernández de Mora, u
Horizonte español, de Fraga Iribarne [...] cobijaban obras malditas de Ruedo
Ibérico. ¿Quedan crepúsculos? ¡Marchando un horizonte!
El
argumento de El último día de Terranova es
muy sencillo; La librería Terranova, como otros comercios situados en un
enclave privilegiado, va a ser cerrada por intereses inmobiliarios. Sin
embargo, en el último momento, los especuladores son acusados de corrupción y
todo el proceso se detiene. No sabemos qué ocurrirá con la librería, queremos
creer que sobrevivirá a las grandes superficies pero el autor lo deja ahí, con
final abierto.
Detrás
de este argumento tan sencillo está la verdadera trama de la novela. Vicenzo,
el narrador, nos cuenta la historia de la librería, su propia historia,
mediante recuerdos que se van superponiendo en el tiempo y espacio, recuerdos
aislados con los que los lectores no tenemos dificultad para construir con
ellos un argumento lineal, al contrario, se instala en nosotros una seductora
sensación de autonomía al tener la impresión de que vagamos por las páginas
superando cualquier limitación. Evocamos algo parecido a lo que sentimos con la
poesía, como si pudiésemos deambular a nuestro antojo, saltando algún capítulo
para retomarlo más tarde, y sin embargo, el narrador es consciente en todo
momento de que nos conduce de la mano para que lleguemos al final de la novela
sabiendo lo que quería comunicarnos.
Los
hechos relatados, referenciales, encubren las verdaderas funciones del escrito.
La más importante, la expresiva. Mediante esos sucesos el autor hace aflorar
sus sentimientos, sus emociones, las impresiones que han quedado grabadas
después de vivir el horror de la dictadura. No sé si Vicenzo es la voz de
Manuel Rivas pero el corazón de Rivas late en El último día de Terranova.
El
lenguaje cuidado, la personificación de la naturaleza, enumeraciones
agilizadoras, anadiplosis animalizadoras que conforman una frase en la que se
condensa la desesperación del ser humano, la mezcla de lenguajes artísticos, la
sinécdoque despersonalizadora de la policía como símbolo de la represión, las epanadiplosis
que refuerzan la solidaridad del ser humano y las metáforas embellecedoras de
la vida, asociada siempre a la mujer: Viana, Comba, Garúa, Expectación, Estela
del Mar, consiguen que predomine la función poética, de hecho hay párrafos que
son por sí mismos un poema.
En
la transcripción del siguiente párrafo, donde apreciamos todo lo señalado
anteriormente, me he tomado la libertad de colocarlo en versos
Él,
que
parecía desaparecido, engullido por la Ola,
emerge,
se aúpa, trepa por las rocas,
los
pies son manos y las manos son garras.
Llega
junto a ella.
Posa
las manos en la esfera del vientre.
Pienso
que debería pararse el mundo un instante.
Las
aves exasperadas del mar.
El
helicóptero.
La
sirena del coche policial.
Debería
haber, en la vida, la
posibilidad
del plano congelado.
Echan
a correr por ese otro mar de hierba,
que
mece el viento de las aspas giratorias.
Se
dan la mano, se sueltan, se dan la mano.
Caen,
se levantan...
Desaparecen.
El
autor es un maestro en el uso del vocabulario. Las palabras no se resisten,
antes al contrario fluyen de forma eficaz para comunicar. El lector es
partícipe de los sentimientos, de los hechos que rodearon al protagonista, e
inmediatamente empatiza con sus ideas. Al leer El último día de Terranova nos posicionamos con Vicenzo, ante la
belleza sin límites de lo que nos rodea, sentimos su amor por la naturaleza y
percibimos una armonía que deseamos nazca de nosotros para propagarse como una
onda expansiva hasta cubrirlo todo.
El estilo,
qué duda cabe, es elegante y, sin embargo, no pierde nada de intensidad y
expresividad. Es intenso porque precisamente nace de dentro, de la intimidad,
del sentimiento y la memoria, fundamental para vivir. Es expresivo porque
encontramos acumulación de recursos que fortalecen las relaciones entre los
personajes y el carácter de los propios personajes con paradojas, metáforas o
términos polisémicos
En
Coruña nos estaban esperando en la estación. La embajada en pleno de Terranova.
Comba, Amaro y Eliseo.
¡Ahí
los tienes! les gusta tanto estar solos que siempre van juntos.
[...]
¡Es
Giuliana, mamá!
Y
Eliseo le pasó un paraguas [...] Ella se alzó sobre la punta de los pies y lo
elevó como una cometa a punto de ser liberada.
¿Sabés?
cuando era chica me llamaban Garúa
Porque
es cierto que participamos de hechos alegres, tristes, duros, llevaderos...
pero son efímeros; sólo nos queda el recuerdo y todos sabemos que los recuerdos
se van remodelando en la mente hasta dejar en ella nuestra verdadera vida, la
que recordamos una y otra vez; no importa si protagonizamos un hecho, importa
lo que recordamos, cómo lo recordamos, cómo lo vivimos a diario y lo
transmitimos. Eso somos nosotros. Y eso es lo que tiene presente Vicenzo
Fontana; en sus memorias nos induce a ver belleza, a ver arte en lo que nos
rodea, pero no podremos distinguirlo si no hemos advertido el dolor, la injusticia,
la desventaja vergonzosa que sufren los manipulados, los débiles.
El último día de Terranova es un símbolo de resistencia y
funciona de la misma manera que la librería, símbolo a su vez de reducto del
arte y garantía de libertad.
La
novela acoge a una serie de personajes, todos diferentes y todos igualados en
la desgracia, el dolor. Sin embargo no tenemos la sensación de estar ante
perdedores: una frase nos lo recuerda a modo de estribillo «Él no está estructurado para morir», otras nos hacen tomar
consciencia de la fuerza que podemos llegar a tener a pesar del paso del tiempo
«Pues no desfallezcas, chaval», y
otras constituyen toda una declaración de intenciones
Echo
de menos a Guillermo, el vagabundo que de vez en cuando venía a venderme algún libro
“abandonado”, que él mismo había birlado [...] Primero lo leía, y luego venía a
vendérmelo. Una ganga, maestro.
Por
su parte la librería ha servido de refugio, durante casi un siglo, a los
dadaístas, surrealistas, a Rosalía de Castro, a la generación del 27, a
Valle-Inclán, a la generación perdida, al existencialismo... Porque quienes han
estado al frente de esa librería son portavoces de la cultura, baluartes del
saber, defensores del libro como medio para sobrevivir en un mundo despiadado «¡Terranova podría vivir sin libros, carajo!
El día que dije eso, la blasfemia largo tiempo rumiada, Comba y Amaro hicieron
que no oían. Ni siquiera se miraron. Qué fracaso de provocación.»
He
empezado esta reseña afirmando que El
último día de Terranova es un canto a la vida, a la libertad, a la poesía,
al saber. Quiero terminarla testificando que es un canto al librero, a esa
figura que lamentablemente se va extinguiendo en pro de un ordenador. Esa
figura que algunos recordamos con cariño porque regentaba un local tranquilo,
de olor peculiar a tinta y papel, al que se podía ir no sólo a comprar sino a
mirar, a conversar, a dejarte aconsejar, a aprender, a reforzar la amistad que
antes o después te unía al librero y a consolidar la admiración por ese mundo
inabarcable encerrado en una librería de nombre clásico. Felicidades a Manuel
Rivas por la novela, y felicidades a todos lo que, como yo, hemos podido pasar
tardes enteras enriqueciéndonos con los Fontana de Terranova, con los Mariano
de Espartaco o con los Fidel de Athenas.
¡Qué maravilloso libro! Y pues con música comienzas la reseña, a música me suena el inicio de tu crítica, en concreto a un maravilloso tema de Aute (que estos días combate con la muerte en un hospital)
ResponderEliminar…
y ahora el éxito es su meta;
mercaderes, traficantes,
más que náusea dan tristeza,
no rozaron ni un instante
la belleza...
Leí el libro hace algunos meses, y al recordarlo ahora en tus palabras, he vuelto a vivir las sensaciones que me produjo, paz, belleza, solidaridad. Si el libro es un maravilloso hallazgo, tu crítica es el perfecto colofón, no se puede expresar mejor.
Son una genialidad todas las anécdotas que Eliseo recuerda haber vivido junto a los grandes escritores, aunque nunca ha salido de la librería y no ha conocido a ninguno ¿o sí?, ya que no hay manera mejor para conocer a un escritor que a través de sus libros.
Contigo y con Manuel Rivas me sumo al homenaje al librero, una especie en peligro de extinción.
Gracias y hasta pronto.
Gracias por tus palabras, el éxito es de todos los que traen la belleza en forma de obras de arte o de hechos, no es mío pero te lo agradezco de corazón.
EliminarMe enteré de la desgracia de Aute y lo lamento. Fue mi músico preferido hace "millones" de años.
¡Seguimos intentando rozar la belleza, seguimos leyendo!
Una maravilla de novela, tan gratificante que hace de su lectura un ejercicio dolorosamente fugaz.
ResponderEliminarEs, efectivamente, esa sencillez argumental que comentas en tu genial entrada, lo que más me impresionó, al comprobar cómo este escritor, poeta, era capaz de transformar una historia tan sencilla y cotidiana en algo tan melódico y lírico. La yuxtaposición de momentos temporales diferentes aporta toda la fuerza, mezclando personajes y escenarios de forma mágica para que podamos comparar el nacimiento y el ocaso de un sueño, o de la propia vida.
Brindo por ese librero en vías de extinción.
Un saludo!
¡Brindemos por el librero! y brindemos por todos los que son capaces de ver la poesía de la vida, de realizar sus sueños o intentarlo.
EliminarY yo brindo por los que con vuestras palabras conseguís dar vida a esta página.
¡Leemos!