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viernes, 13 de junio de 2025

LA IRA DE LOS HUMILLADOS

Petros Márkaris, después de treinta años, sigue denunciando las injusticias sociales. En la última entrega de la saga de Kostas Jaritos, La ira de los humillados, hay mayor carga de sátira social que de intriga policial; desde el primer momento casi, el Jefe de las Fuerzas de seguridad del Ática, junto a Antigoni Ferleki, la jefa de la Brigada de Homicidios, sospechan de quiénes podrían ser los asesinos de un profesor de matemáticas en la Facultad de Economía. El caso se va complicando cuando también matan a un profesor de instituto y, más tarde, atentan contra un jefe de una empresa tecnológica extranjera con sede en Atenas.

Los miembros de la policía no necesitan violencia ni engaños para que los culpables confiesen. Jaritos y Ferleki preguntan, razonan y los responsables hablan sobre lo sucedido. No hay violencia en la novela a pesar de los asesinatos. Sí hay crítica sociopolítica en las causas de la desaparición del estudio de las Humanidades; de la apatía que muestran los jóvenes hacia la cultura y las tradiciones: «La razón no es únicamente la reducción del interés de los estudiantes, sino también la progresiva marginación de los estudios humanísticos». Y hay crítica en las consecuencias: estamos creando sociedades sin arraigo, «El conocimiento de la historia y de la civilización es la base sobre la que se sustenta una ciudadanía concienciada».

Está claro que la denuncia le interesa a Márkaris, y además tiene razón. El problema del desprecio por las humanidades no es solo en Grecia; estamos acostumbrándonos a que vayan desapareciendo de los institutos el Latín, el Griego, la Cultura Clásica o las horas de Lengua y Literatura. Al mismo tiempo vamos asumiendo con relativa normalidad la corrupción; no solo en España, no solo en los políticos. La corrupción alcanza a todas las esferas y llega a todos los lugares. No nos importa que el mundo esté en manos de pederastas, asesinos o genocidas mientras no toquen nuestra escasa parcela. Nos vamos habituando a chillar sin pensar… Así nos va. Pero esto es otro tema que habría de ser tratado y cortado de raíz.

En La ira de los humillados, el autor expone qué ocurre cuando unos chicos han sufrido acoso en el instituto: un atosigamiento por parte de los profesores para que elijan ciertas materias tecnológicas porque son el futuro; burlas de los compañeros hacia los que destacan en “letras” por ser considerados “raritos”. Y ocurre que esos chicos terminan estudiando, trabajando en algo que no les gusta, algo que aumentará su frustración y el deprecio y odio hacia una sociedad a la que no aman. Algo que irá abarcando otras esferas hasta crear un nudo gordiano casi imposible de deshacer. Pero Kostas Jaritos tiene por bandera el respeto y el amor a la familia, a los necesitados y a los oprimidos. Solo con estos valores podrá resolver unos delitos que ya vamos admitiendo como parte del sistema «El miedo a ser víctimas los convirtió en victimarios».

Para este policía no hay partidos políticos sino personas y él sabrá distinguir quién merece la pena y tendrá en cuenta sus consejos. La novela está relatada por Jaritos, en primera persona del presente, momento a momento; de esta manera no olvida contar actos o hechos que podrían ser innecesarios porque no aportan nada para la resolución del caso pero confirman el carácter humilde de este jefe de Policía al que tampoco su último ascenso se le ha subido a la cabeza «Yo estaré presente, pero el interrogatorio lo haréis vosotros. Solo intervendré si es necesario».

Creo que su sencillez es lo que le hace no dar nada por sabido; por eso continúa, a pesar de los años, utilizando el diccionario cada vez que duda sobre algo; solo así podrá resolver un dilema sabiendo con seguridad a lo que se enfrenta. Solo así ironiza sobre un amor por la lengua que se mantiene intacto: «tecnología. f. […] Pobre Dimitrakos, algo sabes de economía, pero en tecnología eres un desastre, pensé mientras cerraba el diccionario».

La crítica social se amplía con cierto sarcasmo al referirse al ámbito político; el Ministro del Interior no se lo pone fácil y entre él y el Ministro de Educación no hay colaboración. Es una competición para ver quién sale indemne de los desórdenes sociales. No importa tanto la solución como ser culpabilizado. Sin embargo, se trata de Márkaris, fiel reflejo, creo, de su personaje, por lo que no incide demasiado en la dejación de responsabilidades de los políticos. No hace «leña del árbol caído»; se limita a exponer la realidad de una sociedad en la que destacan la escasez de recursos policiales, la mala estructuración urbanística y educativa o la falta de recursos para los inmigrantes…, lugares comunes que trata en su obra, que pueblan las páginas de sus novelas una y otra vez. En esta ocasión aparece algo nuevo que parece también de carácter universal: los pakistaníes que emigran a otros países y solucionan su vida con pequeños comercios de frutas y verduras, abiertos con horarios imposibles para el descanso «Ellos abren sus tiendas a primera hora de la mañana y cierran bien entrada la madrugada. Lo sé por un africano que tiene una tienda similar cerca de mi casa. El pakistaní nos ha dicho que vio…».

Pues sí, en este caso un pakistaní, que no es griego, ayuda a la policía griega a resolver el caso. Fuera de la novela, otro pakistaní llamó por teléfono al dueño de un bar, en Cartagena, cuando por la noche entraron a robarle aprovechando que había tenido que ir al hospital gravemente enfermo. No tiene que ver con La ira de los humillados pero al leer este pasaje me vino a la mente este suceso que viví en primera persona. A veces los humillados nos dan lecciones de civismo y convivencia.

Está claro que Márkaris escribe una novela cercana en la que detalla la forma de vida de Kostas Jaritos, una cotidianeidad que puede no ser tan usual, aunque sigue siendo envidiable, y una forma de trabajar que no requiere de héroes pero tampoco acepta canallas que pongan zancadillas


—Hay otro camino […] —dice Askalidis.

—¿Qué camino? —pregunto.

—…quizás debamos empezar por…

—Te felicito, Zanos. Es una idea muy buena…

—Hay un problema —interviene Kollas…

—En eso tienes razón —reconoce Antigoni.

Márkaris es el autor de la novela negra de intriga, social, política. Leyendo a este casi nonagenario de mente lúcida aún creemos en la justicia social y deseamos que sea leído por todos para que nos inculque su apoyo a los perdedores sociales.

Leyendo a este estambulí entendemos temas actuales y transformaciones sociales que han saltado de Grecia para conformar, al menos, un panorama europeo que va perdiendo valores morales y tradicionales.

martes, 22 de abril de 2025

MOSTURITO

Después de leer Mosturito uno se replantea el pasado, reconsidera al ser humano como tal.

Al revisar tiempos pretéritos ahora, hartos de añorar el vivir en la calle, el tener amigos con los que divertirse, tener libertad de horarios, tener las tardes libres para disfrutar… es conveniente que pensemos en la soledad de aquellos con los que nadie quería jugar, en el miedo de tantos otros de llegar a casa cuando el ambiente no era acogedor. Mucha calle, mucha libertad, pero también drogas, alcohol, vejaciones que nadie denunciaba porque era lo normal… Los pederastas existían y vivían como perfectos ciudadanos, los curas, también. Los maltratadores podían matar a palos a su mujer o a su hijo. No había compensaciones para las víctimas. Y todos callaban.

Al reflexionar hoy sobre el ser humano, a lo mejor nos damos cuenta de que no tiene tantos buenos sentimientos como creíamos; o están mal repartidos. En cualquier caso, después de leer la novela de Daniel Ruiz, comparamos lo que sucede en 2025 con lo que ocurría en los 80 y llegamos a la conclusión de que el Hombre es más despreciable de lo que pensamos. ¿Cómo toleramos el machismo? «El ventura tiene canas a los lados del pelo y unas gafas grandes y en realidad es un enano que no tiene ni dos guantazos».

Mosturito es una novela sobre la vida en los barrios de los años 80. Son personajes literarios pero es un texto real.

He leído la vida de Mosturito, Pedro Gotor Fernande, y aún llevo dentro la rabia, la pena, la compasión y las ganas de venganza.

La pobreza, la violencia y la miseria han hecho de Mosturito, Mostu, un pícaro que aprende a callar, a robar, a pensar y a sobrevivir con lo que tiene en cada momento. El amor por la Tata y la amistad del Zurdo le enseñan a ser fuerte y enfrentarse a todo con valentía.

Pedro, Periquillo, es un niño de diez u once años que vive con su Tata desde que su padre mató a su madre de una paliza y a él lo dejó deformado. Lo único que tiene en el mundo es a su tía y ella sobrevive como puede para cuidarlo, para enfrentarse a aquellos que abusan de él, se burlan, «Mosturito, Carastrujá» o le pegan. Son dos perdedores que se protegen mutuamente hasta que el niño conoce al Zurdo, un chico mayor, de la alta sociedad, drogadicto, que le demuestra su amistad y le da la oportunidad de demostrarse quién puede llegar a ser.

La historia es dura y de una ternura infinita. Es imposible no querer a ese niño contrahecho y a su tata, gorda, demasiado aficionada al alcohol, y desbordada de amor hacia su sobrino.

Y es imposible no admirar a Daniel Ruiz. La narración es fantástica. El narrador es el protagonista quien, desde su punto de vista cuenta en primera persona, y con un lenguaje oral, su historia plagada de términos del argot, tantos que a veces hemos de parar la lectura y volver atrás para entender lo que dice: «fumete, jarto, moni, palique, quinco…»; lenguaje que lo instala en un nivel sociocultural bajo. A Mosturito no le importa nombrar palabras tabú: culo grasiento, el cogollo… Las irregularidades sintácticas logran que prevalezca el sentimiento o aquello que le interesa remarcar; la dicción correcta es lo de menos. Lo observamos en oraciones agramaticales en las que queda claro dónde está la importancia del enunciado, «Está todo el día fumando, la Tata, y las paletas las tiene grises…» «y alguna vez el bocata la Tata lo tira demasiado flojito y acaba en el taller».

En la sintaxis elimina el superlativo y lo sustituye por la repetición del adjetivo en grado positivo o con expresiones propias de la jerga coloquial, «siento dolor fuerte fuerte» «de tela de lejos».

Creo que uno de los rasgos que más llama la atención es el uso continuado en la escritura de la variedad oral; el autor consigue formar nuevas palabras con todos los medios a su alcance:

– Usando escritura fonética: sielo.

Sufijaciones incorrectas, pintarraca, guapura, totalmente expresivas.

–Unión de palabras mediante haplología mentretenga, sahecho, carastrujá, pal otro lado, cagon tu madre.

–Palabras nuevas por asimilación de vocales dispierto, yanki (por yonki); o por disimilación, chiquetito.

–La composición según la fórmula verbo+ nombre también da resultado, agarraniños; o simplemente mediante apóstrofos, pal.

–Formación de palabras por supresión de sonidos, bien con aféresis: ira (mira), enga (venga), suntosociales, quillo; con síncopas: salío, hijosputa, masca (mastica), vi (voy) Gosgoblin (Go Go Goblin); con apócopes: zanca (zancadilla), pa (para), namenos; con la utilización de hipocorísticos: Puri, Periquín.

–Asimismo forma palabras mediante prótesis de sonidos: endiñarle. Y es común la trasposición, en la que usa metátesis: daleo la cabeza, mosturito, murciégalo.

–Forma palabras derivadas por similitud; así encontramos guarreosos, porquerioso… Pero no cabe duda de que la tendencia, sobre todo en la lengua oral, es a economizar sonidos y así podemos encontrar términos como oruta (eructa). Son palabras cargadas de sensibilidad que aportan una afectividad fuera de lo común en un niño por todo lo que lo rodea. A veces elimina signos ortográficos para incidir en la continuidad de lo que cuenta; esto unido al polisíndeton alarga el sufrimiento del protagonista, «y me ven de lejos y me dicen ira el mosturito ira el mosturito».

En los momentos más profundos, cuando habla de sí mismo en segunda persona nos proyecta hacia su propia intimidad y su propio dolor, «Tienen miedo. Todos tienen miedo de ti mosturito. La sensación es nueva, se parece a cuando estoy en la azotea y tengo vértigo y a la vez no me importaría tirarme».

El ritmo de la novela es ágil, influyen no solo las modalidades del lenguaje oral, también los capítulos cortos; las comparaciones con alusiones a la televisión de los 80; los latiguillos utilizados para terminar las frases, «también la Bombi, que es la de las tetas gordas y el pelo azul, quillo, Zurdo, llégate a por un litro, o qué», «y el padre cabrón tiene toda la cara de Gargamel»; al ritmo dinámico contribuyen, asimismo, la eliminación de la voz del narrador o la mezcla de exposición de hechos, pensamiento y diálogos, «la sujetan por detrás y le retienen el bate y ella sigue gritando y tranquila Tata, por dios Tata, tranquila».

A pesar de la historia despiadada, los recursos literarios bañan el argumento de dulzura, bien con elipsis, «A mi niño ni un pelo», bien con animalizaciones o cosificaciones «manos de choco gigante», «gran torre de carne». No cabe duda de que la pena es fundamental para exaltar el lirismo con metáforas «Me gustan las pecas de la Estrella, es como si alguien le hubiera echado una cucharada de canela en la nariz» o con oxímoros «Y el silencio es lo peor. Porque es un silencio lleno de ruido».

Y si no lloramos leyendo Mosturito es porque en este ambiente inhumano destaca el humor, la agudeza o la inocencia con la que Mostu describe los hechos, la ironía que emplea en momentos difíciles y su disposición para despreciar aquello que no le gusta, «vuelve con un mierdoso pastelito», «cara de burguer con extra de carne», «un cuadro de Jesucristo con los ojos azules y medio pelirrojo en el que Jesús parece un jipi gay», «es un tío calvo, encogido, bajito, se parece un poco a Filemón».

Y en esta ternura, con este humor, Daniel Ruiz pone en tela de juicio la desolación con la que los más pobres han de enfrentarse a la vida, al acoso que sufren los niños, el maltrato de género, el maltrato infantil, la pederastia, las pesadillas constantes de quienes los sufren, la pena, el miedo y la indefensión y sobre todo, el deseo de poder controlar sus vidas.

martes, 13 de agosto de 2024

UNA HISTORIA RIDÍCULA

El último libro que he leído de Luis Landero me ha hecho reflexionar bastante durante su lectura, prácticamente iba comentando las diversas acciones, algunas inclasificables, del protagonista; al finalizar la lectura me he reafirmado en mi idea de que se debe leer un libro hasta el final, te guste más o menos, porque solo así podremos hablar de él con conocimiento de causa. Otra cosa es que su lectura no sea gratificante, pero esa es otra historia.

Una historia ridícula empieza bien. Marcial Pérez Armel se presenta y se dispone a contar su historia. El caso es que tenemos la impresión de que lo que narra va dirigido a nosotros: «ustedes mismos, quienes lean estas letras, son para mí unos extraños y, por tanto, una amenaza en ciernes». Sin embargo nos iremos dando cuenta de que en realidad sus primeros receptores son oyentes, aunque en todo momento piense en los posibles lectores del libro que él mismo ha escrito aconsejado por el doctor Gómez: «seguro que a alguien, quizá al doctor Gómez, le faltará tiempo para ironizar… Aunque había decidido olvidarme del lector y del doctor Gómez, una vez más oigo la voz inquisitiva de alguno de los dos…»

El vocabulario es variado. Con gran surtido de términos el protagonista decide exponer sus confesiones. Aun admitiendo que no ha estudiado tiene un alto concepto de sí mismo y su cultura, «creo ser un buen conservador, profundo, versátil y por momentos (repito: solo por momentos, y cuando lo pide la ocasión), incluso divertido».

Todo en Marcial resulta paradójico, confiesa ser amante de la naturaleza y los animales pero ejerce de “matarife” en una empresa de productos cárnicos, se precia de saber más que cualquiera que haya estudiado en un centro oficial pero se enorgullece del único elogio que obtuvo de un profesor «y además en público, que es como lucen de verdad los elogios», se sabe querido por Merche pero decide terminar esa relación porque no tiene la gracia de Pepita, aunque es consciente de que ella no lo aceptará en su vida.

Y es que en realidad Marcial es un acomplejado, tímido, incapaz de resolver de pequeño las burlas infligidas por un profesor de su colegio; incluso sus compañeros se reían de él por su forma de ser introvertida, por su físico débil que no acompañaba a su altivo nombre…; este comportamiento llegó a traumatizarlo hasta conseguir que odiase a todos los que lo rodeaban. El temor a quedar en ridículo fue tan grande que terminaba haciéndolo constantemente aunque él no fuera consciente de ello.

Luis Landero usa un estilo también paradójico: fluido, de hecho su narración es ágil y entretenida pero adolece de excesivas repeticiones, analepsis y vueltas a lo mismo «Ya dije antes, y no me cansaré de repetirlo […] Claro que pensé en eso […] Repito: el placer que nuestra animadversión empezaba ya a proporcionarnos». Y así empecé a mostrar yo también cierta tirria por esta narración en la que apenas pasaban hechos; su lectura me llevaba con una y otra vuelta a la misma reflexión, consiguiendo que viera a Marcial como un egoísta vanidoso por el que no sentía ninguna simpatía. Tampoco él empatiza con nadie, porque está convencido de que todos se burlan, de que no hay comportamientos sinceros. Marcial cree que vive en un mundo que no lo acoge, por lo que constantemente se transforma para poder encajar y, de manera absurda, esto le hace adoptar un proceder ficticio.

Es necesario seguir leyendo para ir entendiendo a Marcial y descubriendo a Landero.

Marcial es el fruto de una sociedad que lo ha hecho soberbio y miserable, incapaz de mostrar sus sentimientos, alguien sin compasión que vive en un continuo divagar simplista, sin profundizar en lo individual sino en generalidades. Constantemente se da de bruces con sus complejos, algo que admite, pero su trauma le hace involucionar y lo relega al engreimiento y al patetismo.

Marcial es un hombre anodino que lleva una vida más o menos según lo esperado de su condición sociocultural, hijo de un albañil que nunca disfrutó de la vida y que «el único (consejo) que me dio en toda su vida: “No des que hablar”, me dijo».

Hasta que Marcial se encuentra a Pepita, una chica de clase superior y pretende, a toda costa, estar a su altura para enamorarla. Pero ¿qué es estar a la altura? Nuestro protagonista lo tiene claro y nos advierte al comienzo de la novela, «es una lucha de poder, y en esa lucha estamos todos, todos los días y a todas horas, de modo que la historia de esa lucha es la historia de nuestras relaciones sociales».

Marcial lucha por desprenderse de Natalia, de Merche, de todos aquellos que no le permiten relacionarse con los que representan el poder y conseguir a Pepita, pero el encorsetamiento al que se ha visto sometido desde pequeño no se lo va a permitir.

Marcial es fruto de una sociedad represora con los débiles, una sociedad que no soporta a los pobres y humilla a quienes pretenden acceder a un puesto que por tradición no les corresponde, así su comportamiento se vuelve violento cuando se da cuenta de que se había dejado llevar por una vida monótona, con unas acciones establecidas, una prostituta fija sin otra pretensión que la de desahogarse y que denota una total soledad, «Nos veíamos todos los sábados por la tarde a las siete en punto, y estábamos juntos durante dos horas. Siempre fue así», y una novia con la que mantuvo una relación de casi tres años, aunque parecía insulsa y representaba lo que él rechazaba, «Merche tenía […] mucha materia y poco espíritu […] carecía de cultura […] pero respetaba y valoraba mucho el saber…».

Conforme vamos conociendo a Marcial nos damos cuenta de que su periplo no va a terminar bien; se enamora de Pepita pero siente que no es correspondido. Este es el tema principal de su historia. Como subtemas hay muchos, infinidad de reflexiones sobre los abusos, la falta de aspiraciones de la clase social baja, sobre los enredos de la gente para aprovecharse de los demás, sobre las extorsiones admitidas, sobre el empobrecimiento de las relaciones personales, sobre los que ven el lado optimista de las cosas porque no se han parado a reflexionar, sobre los que juzgan y critican a los demás… Multitud de disertaciones en las que adivinamos «el sentimiento trágico de la vida» y por supuesto la tragedia que esconde la historia de Marcial que, en ningún caso es ridícula a pesar de ser grotesca. Una historia ridícula es el título del cuento que Marcial escribe de niño; una fábula en la que, cuando nadie sentía compasión por él, escribe un cuento en el que los insectos más repulsivos ayudan a un langostino que se siente separado de su familia. Un cuento que engloba la inocencia y debilidad de los niños, el realismo mágico literario, el drama de la existencia humana y el humor irónico de ciertas normas o la ausencia de ellas en nuestros actos «¿qué fue de […] mi concepto del honor? O bajando en el escalafón ¿qué fue de mi decoro? ¿y de mi teoría sobre la altura de las circunstancias? Porque ya en la camiseta iba yo pregonando la intención de sobrepasar esa altura, cualquiera que ella fuese».

miércoles, 17 de julio de 2024

LA REVUELTA DE LAS CARIÁTIDES

Si decidimos leer el último libro de Petros Márkaris no pensemos que nos vamos a encontrar con una novela negra. Al menos, no una novela negra al uso. Cuando comenté La hora de los hipócritas la califiqué de novela roja, me dejé llevar por la ideología del autor. También hay una llamada a la movilización de los trabajadores en Ética para inversores.

Larevuelta de las cariátides no defrauda a quienes buscamos, de este autor casi nonagenario, la constante denuncia social y su persistente llamada en favor de la unidad familiar. Una familia que no tiene por qué estar compuesta por personas que llevan la misma sangre, sino por los que se ayudan, se quieren y comparten lo que tienen. Un modelo familiar que empieza a quedar alejado de las ciudades.

En la última entrega de Kostas Jaritos, el ahora jefe de las fuerzas de seguridad del Ática debe enfrentarse de nuevo a una protesta, pero Márkaris da un paso más y en La revuelta de las cariátides coloca a la mujer como principal protagonista. El autor cede su voz a las manifestantes y pide justicia para los asesinatos ocurridos, porque quienes se quejan, quienes levantan la voz para advertir de posibles engaños son mujeres; porque es hora de que la mujer ocupe un lugar en la sociedad que solo le era permitido al hombre y hay hombres, muchos todavía, que no toleran esta igualdad, «Es materialmente imposible ofrecerles protección policial a todas ellas […] ser cautas y evitar circular solas por la calle […] serán objeto de mofa del personal masculino […] recibirán comentarios hostiles…». La violencia machista está tras las páginas de La revuelta de las Cariátides y para combatirla, nada mejor que una mujer, Antigoni Ferleki, la nueva jefa de homicidios, secundada por Jaritos y con la colaboración al completo de su departamento.

Ni Ferleki ni Jaritos descartan pedir ayuda a todos los que pueden colaborar para esclarecer los problemas, ya sean emigrantes, abogados o profesores de universidad. Estamos en el siglo XXI, así que las redes sociales son las más indicadas para efectuar un llamamiento, tanto en contra como a favor de cualquier situación, «…y esta vergüenza no recae solo sobre esa persona que lo ha aplaudido, sino también sobre nosotros, los que componemos el mundo de la arqueología, porque es uno de nuestros colegas».

En esta novela llegan a Atenas unos empresarios estadounidenses que pretenden remodelar la ciudad para atraer al turismo y proponer a la Grecia Antigua como modelo. La Inteligencia Artificial construirá en el espacio una réplica de la Hélade y de sus guías, personajes famosos del mundo clásico, también, «Grecia podría convertirse en uno de los países económicamente más pujantes de Europa […] la seguridad de estos empresarios es crucial […] preparen un plan para su protección».

La respuesta no se hace esperar, un grupo de chicas, estudiantes de Historia del Arte, se disfrazan de Cariátides y se manifiestan mostrando su disconformidad. Cada lugar de Grecia tiene una historia, no hay que crearla artificialmente porque, además, las mujeres de la Antigüedad eran tratadas como madres, objetos sexuales o esclavas y no hay que volver a eso, «Recordad a Ifigenia, […] Acordaos de Antígona […] Casandra […] Todos estos crímenes han sido olvidados, pero permanece indeleble el recuerdo de una única asesina, Clitemnestra, que mató a Agamenón, para que luego su propio hijo la matara a ella».

A raíz de esta protesta, son asesinadas dos manifestantes y otra mujer muere a consecuencia de una paliza. Por otro lado, los problemas sociales se ensañan con los desfavorecidos, el refugio para los sintecho deberá ser desalojado porque el edificio será vendido para otros propósitos.

Está claro que da igual que el lugar sea Grecia; también al leer esta novela vemos reflejado el problema que tenemos aquí con la violencia machista y con la intolerancia y falta de humanidad que estos días se está manifestando en la Conferencia Sectorial de Infancia y Adolescencia en Tenerife para acoger a quienes vienen buscando un lugar donde vivir en paz.

La narración de Márkaris no es novedosa; encontramos un vocabulario coloquial que consigue que todos lo entendamos. El autor quiere llegar a todos y, de forma directa quiere que su opinión quede clara. No hacen falta símbolos ni metáforas y si es necesario hacerse entender por todo el pueblo, coloca algún que otro refrán «Al hierro candente, batirlo de repente». Petros Márkaris denuncia con la paciencia de Kostas Jaritos, con la disposición de su mujer Adrianí, con la inteligencia de su hija, Katerina y la comprensión de su yerno, con el gran corazón de sus amigos, Melpo y su marido ucraniano, Yuris, y con Lambros Zisis el eterno sindicalista desvivido por ayudar a los demás en el Refugio que dirige, un hombre íntegro; tanto, que Katerina decidió que su hijo llevase el mismo nombre en su honor.

Novela emotiva, no cabe duda; utópica, por supuesto. Pero capaz de llevar a cabo el modelo que propone porque prima ante todo la sensatez, la responsabilidad y la madurez de quienes dirigen. Hay una gran lección de honestidad que nos invita a seguir leyendo desde la primera página

…se me cae un trozo de marisco encima de la camisa, que deja una mancha enorme.

—Menos mal que no llevo el uniforme nuevo —me consuelo.

—No te preocupes. Aunque llevaras el uniforme, siempre sería una mancha de comida. Jamás sería una mancha en tu historial, como un soborno —me responde mi mujer con ironía.

Y hay una lección de sencillez y amor hacia las cosas sencillas que a muchos de nosotros nos gustaría llevar a cabo.

Petros Márkaris es otra persona que dedica su vida, muy larga, a exigir el bien común y la igualdad. Y todo lo hace, como su personaje, con naturalidad, sin perder el humor aun en las situaciones más complicadas «Llamo al subdirector y le informo del encuentro con los periodistas, principalmente para engañarme a mí mismo y fingir que me ocupo de algo».

Todos sabemos que, si Jaritos se preocupa por el bien de Atenas, Márkaris se preocupa por el bien de la humanidad. ¡Bravo!

sábado, 20 de mayo de 2023

TODO VA A MEJORAR


La dictadura perfecta tendrá la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros ni siquiera soñarían con escapar. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre

 

(Aldous Huxley. Nueva visita a un mundo feliz)

 

No cabe duda de que la influencia de Un mundo feliz ha sido universal y evidente en la novela de ciencia ficción. Es tentador presentar un mundo en el que el Estado controle la totalidad de los movimientos y pensamientos de sus habitantes. Incluso Huxley analizó su propia obra para, en 1958, razonar sobre sus aciertos en las tendencias políticas que amenazaban la libertad del ser humano.

Almudena Grandes también quiso dejarnos una novela que tratara sobre este tema; para ello plantea una distopía en la que el Estado planea la vida de los españoles, gobernados por hombres sin escrúpulos cuyo mayor interés es el poder. Hombres en la sombra que manejan mequetrefes, rostros aparentes que defenderán lo que les ordenen, rostros que no interesa que piensen y quieren también dinero y poder: «…había insistido en ponerle de número uno por Madrid porque parecía un actor de cine y la belleza masculina siempre había dado buenos resultados electorales en España».

Lo curioso de Almudena es que ella, inteligente, sensata, amante del pueblo español en general y del madrileño en particular, defensora de los derechos humanos en cualquier circunstancia, escribió una novela distópica pero no tanto; una novela en la que advierte de algunos peligros que ya estamos viviendo. A lo mejor es que nos encontramos en la antesala de un apocalipsis. No vivimos una dictadura, pero la libertad se resiente al hablar de justicia. Estamos presenciando discursos de gobernantes que sólo quieren dañar esta democracia de forma que la mayoría de ciudadanos no se entere, discursos que pretenden conducir al pueblo a través del engaño y que suponen un ataque a nuestra inteligencia, porque lo que plantean de forma individualista desembocará en una falsa justicia.

En Todo va a mejorar, a través de un virus informático, el Movimiento Ciudadano ¡Soluciones ya! dirigido por el empresario megalómano Juan Francisco Martínez Sarmiento, produce un gran apagón que deja sin internet a la población. A esto se van sumando tres pandemias sospechosas que privan a los españoles de libertad de movimientos. Martínez Sarmiento consigue que esta crisis lo sea para según qué estrato social, por lo que asume, como el Gran Capitán de los Reyes Católicos, reconquistar el reino para aquellos que, seguro, le rendirán pleitesía. Sólo tiene que emplear una fórmula utilizada ya en la antigüedad. El panem et circenses romano se transforma, en nuestro futuro inmediato, en una sociedad de consumo organizada en la que no faltan alimentos, no falta diversión, pero falta libertad.

Da igual, estamos en la era de no pensar y dejamos las grandes decisiones en manos de quienes no están dispuestos a que bajen sus rentas ni su poder. El nuevo gobierno lo tiene todo bajo control, «La disolución por decreto de las oenegés se vio compensada por el anuncio de una institución nueva, El Cuerpo Nacional de Voluntarios para la Repoblación de la España Vaciada»; el ejecutivo está formado por personas que actúan de espaldas a los ciudadanos, personas que mienten pero apenas se nota porque a nadie le interesa cambiar su forma de vivir sin penurias; son falsos “proactivos” que actúan para prevenir los posibles problemas que atenten contra sus intereses.

Pocas mujeres han acumulado tanto éxito literario, en vida, como Almudena Grandes. El paso del tiempo fue tomando cuerpo en sus novelas, la memoria histórica, el recuerdo como parte de un pasado que nos pertenece y sin él no podríamos entender nuestro presente. Esta obra póstuma es una novela coral, los protagonistas son los futuros madrileños que viven las consecuencias de nuestro presente, en el que cada vez hay más usurpadores, corruptos, mala gente que se considera impune a sus fechorías, gente que está por encima del bien y del mal y trata al pueblo como si fuera idiota.

La literatura de Almudena está plagada de personajes complejos, secundarios que nos abren su mente y sus sentimientos a cada paso. Todo va a mejorar no podía ser menos porque la autora, con tanta vida, tan llena de amor por Madrid no podía permitir que una serie de desnaturalizados acaben con ella, por eso tras «una familia de virus mutantes capaz de generar sus propios antivirus que mutan al mismo ritmo», a la que sucedieron varias pandemias que dejan al pueblo como un títere en manos de dioses caducos, aparecen personas que aman, que quieren sentirse libres, que necesitan preocupaciones y conflictos para intentar, al menos, solucionarlos.

Como siguiendo la distopía propuesta en el cronotopo novelado, el narrador expone diferentes líneas informativas que en momentos determinados se unen a la continuidad del presente. Novela y vida van de la mano. El núcleo de la novela es el afán de superación que tienen «los parias de la tierra», pero para vencer hay que luchar unidos contra el sistema, «lo que se había propuesto era una tarea inabarcable, demasiado grande para una sola persona». Sólo en equipo podrán sacar a la luz las barbaridades cometidas por los gobernantes y conseguir que sean los ciudadanos quienes se vayan dando cuenta «y antes de aparcar la furgoneta en la puerta de la pastelería, ya habían descubierto tres pintadas más».

En Todo va a mejorar encontramos una advertencia al ser humano: No podemos dejar que los endiosados dirijan nada porque un dios decide cómo han de vivir los hombres y cuánto y, si algo se complica, sólo ha de mandar alguna plaga que ponga un remedio favorable a sus intereses «Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. Él había tardado mucho más tiempo, pero se había ganado el mismo descanso […] Alejandro Fernández sintió un escalofrío […] Su viuda tardó más de un mes en encontrarlo […] Una putada, concluyó el Gran Capitán para sí mismo […] no quedaba más remedio que ir pensando en provocar la cuarta (pandemia)».

También localizamos un consejo: Si queremos seguir viviendo como seres humanos hemos de tener cuidado con la Inteligencia Artificial, porque quien la controle, dominará el dinero, el poder y los movimientos del resto.

Almudena Grandes nos desea un futuro, mejor o peor, construido por nosotros, un futuro en el que los aciertos sean fruto de haber aprendido de los errores.

El estilo de la novela, a pesar de que el ambiente revela cierta ciencia ficción, es realista; el lenguaje mantiene la capacidad comunicativa reflejo de diálogos situacionales actuales cargados de gran fuerza y emoción «—…Todo el santo día dando la murga con la patria de los cojones, como si España fuera el jardín de su casa, como si los demás fuéramos unos parias que no tenemos dónde caernos muertos. Y lo peor es que los tenemos dentro».

Almudena nos conmina a no conformarnos, a luchar por un mundo que estrene cada generación y no deba vivir según los que están en el poder si anulan la capacidad de actuar por propia voluntad, porque «Votar cada cierto tiempo no te hace libre cuando tienes que regresar a casa de tus padres sin trabajo y con treinta años».

¡Qué grande, Almudena, hasta el último momento!

sábado, 2 de abril de 2022

EL CASTILLO DE BARBAZUL


Creo que José María Pozuelo Yvancos es uno de los mejores críticos literarios que hay actualmente en España, sus libros sobre Teoría Literaria han representado la base de mi formación. Por eso lamento profundamente no estar de acuerdo con su afirmación sobre Independencia, «El mejor Javier Cercas. Una formidable novela. Léanla sin prejuicios». No creo que el mejor Cercas esté en Independencia. Mucho menos en El castillo de Barbazul, donde da la impresión de que ha querido mantener el juego personaje-autor, que puso en marcha con su novela anterior, para confundir los límites entre realidad y ficción al utilizarse él mismo como un escritor famoso. Un escritor de historias reales sobre Melchor Marín al que todos leen excepto el propio Melchor. Eso es lo que afirma el protagonista, sin embargo algo debe haber leído porque tacha de embustero a Javier Cercas. No sabemos con exactitud qué cuenta Cercas de Marín, pero quienes aseguran haberlo leído coinciden con lo relatado en la primera y segunda novelas de la trilogía Terra Alta, «—Leí la segunda porque Vero me dijo que salía yo –explica Vázquez —Independencia se titula… Luego leí la primera […] Que no están mal. Por lo menos son entretenidas, no como otros rollos macabeos […] ese cabrón se ha informado bastante…».

Poco a poco el argumento va quedando intrincado en la trilogía y nos confirma quién es en realidad Melchor Marín. Si en las anteriores no tiene problema para saltarse la ley y tomarse la justicia por su mano, en El castillo de Barbazul arrastra a todos sus amigos policías a llevar a cabo un asalto a la residencia de uno de los hombres más ricos y corruptos del mundo. Y así, lo que no han conseguido las fuerzas internacionales del orden más capacitadas, lo logran siete policías, algunos fuera del cuerpo desde hace años, en menos de siete minutos.

La novela vuelve sobre sí misma para exponerse como algo artificial en donde se enfatiza el conflicto, destacando la relación entre realidad y ficción, entre literatura y vida. Este es uno de los temas de El castillo de Barbazul, la confrontación del texto con la realidad; otro tema es, qué duda cabe, la falta de identidad entre autor y escritor. Cercas quiere confundir los límites y para ello se utiliza como escritor de historias reales (las que verdaderamente lo llevaron a la fama) que escribe pues, sobre un personaje real, Melchor Marín.

Es una novela anafórica donde se alude constantemente al pasado ficticio, que aparece en esta como consecuencia de la nueva aventura. Melchor Marín protagoniza una metaficción historiográfica en la que el ejercer ahora de bibliotecario es la excusa para que aflore el desconcierto de su hija y él se afirme como lector de Javier Cercas, el inventor de esa realidad ficcional, el que lleva a cabo la hazaña de la escritura en la que transmite la falta de dignidad de quienes viven cara a la sociedad, la falta de empatía de los poderosos y el daño irremediable que pueden causar

En fin, en Independencia, Marín decidió abandonar el cuerpo de los Mossos d'Esquadra y presentarse a las oposiciones de bibliotecario de Terra Alta. En esta entrega retoma su labor policial, aunque ya no lo sea, y deja de lado al bibliotecario que, creo, nunca ha llevado dentro.

La originalidad que supuso, en el siglo XIX, la reivindicación del autor en el plano literario, llevándola a cabo al desdoblar su persona real y la imagen proyectada en su obra, ha dado un paso más. Cercas es quien maneja a sus protagonistas, sobre todo a Melchor Marín y lo coloca en situaciones extremas para que denuncie diversas corruptelas en el ambiente políticosocial español. La lamentable situación de la prostitución, la no menos lamentable corrupción por el poder y ahora, la indignante trata de blancas que aún llevan a cabo, en silencio, arropados, los más poderosos del mundo.

En los medios de comunicación saltan de vez en cuando noticias sobre famosos denunciados por violación, abusos, maltrato… Cercas intenta traer esta verdad a la novela, pero en ningún momento estamos preocupados por Mattson. No hay tensión. La hija de Melchor, Cossette, se entera de que su madre fue asesinada y, enfadada con su padre por no haber sido sincero con ella, se va a Mallorca. Allí desaparece; todo apunta a que está retenida en casa de Mattson. Pero nadie hace nada, ni la policía ni los jueces. Cossette aparece después, a los dos días, en unas circunstancias traumáticas psicológicamente. Así que nuevamente es Melchor quien adopta el papel de policía (o más bien de justiciero) para, con ayuda, poder desmantelar el dispositivo que llevaba entre manos el magnate, «El jefe del Equipo de la Policía Judicial se ha puesto lívido […] Atraídos por el escándalo, los agentes que trabajan en la sala contigua acaban de irrumpir en el despacho del sargento. De pie frente a este, Melchor no se vuelve hacia ellos. —¿Hace falta que te diga lo que puedes hacer con esto?».

La novela está estructurada en cuatro partes, cada una comienza con un narrador externo que cuenta el pasado de Cossette, su infancia, la muerte de Olga, su madre, su niñez con su padre y amigos de este, la adolescencia, cuando la decepciona su padre, cuando desaparece… La historia inicial, en letra cursiva da paso a la historia actual, en la que otro narrador en tercera persona va presentando los hechos siguiendo la línea temporal. El juego entre narradores, autor, personaje se acrecienta con esta técnica, lo que eleva su calidad literaria. Sin embargo al caso, amargo, le falta angustia, tensión, apenas hay detalles del proceder de los implicados en la red y apenas hay minuciosidad en lo que ocurre después. Cercas carga más las tintas en la recopilación de la historia de Melchor desde su primera aparición en Terra Alta que en los entresijos del caso.

Por otro lado, el Epílogo, parece un cierre a la trilogía, en el que en apenas 27 páginas cuenta cómo apresaron al magnate filántropo Rafael Mattson, cómo quedó cercado sin posibilidad de redención, cómo dejan fuera de juego a algunos policías y jueces implicados en la red de abusos, cómo los amigos de Melchor resuelven las desavenencias arrastradas de las novelas anteriores, cómo Cossette es capaz de sobreponerse al trauma vivido, cómo algunos periodistas arriesgan buscando la verdad, cómo Melchor rehace su vida junto a Rosa Adell…

En fin, como novela negra se me ha quedado demasiado ajustada, no encuentro el humor ni la ironía de algunos detectives, ni siquiera el odio o la amargura de otros. En este sentido, Melchor se comporta como un padre en apuros capaz de arriesgar lo que sea para salvar a su hija, sin embargo, del Epílogo sí podría salir otra novela completa en la que se denunciase la actuación de muchos lobos disfrazados de corderos.

viernes, 14 de enero de 2022

LA MADRE DE FRANKENSTEIN



En la calle Villalba, donde yo vivía cuando era una niña, había dos chicas a las que admiraba; estudiaban bachillerato y todos los días las veía ir al colegio y volver, hablando. Una era más bajita, rubia y pizpireta, siempre reía. La otra, más alta, morena, delgada y tímida, sonreía. Yo no sabía a quién quería parecerme de mayor aunque me decantaba por mi vecina la morena; era listísima. Se fue a estudiar a Madrid y volvía en vacaciones, muy moderna, con abrigos maxi y una mirada prometedora. La admiraba. Una Navidad no llegó a Cartagena, mi madre me dijo que la habían internado. Se había vuelto loca de estudiar tanto y lavarse la cabeza durante la menstruación. Cuando la volví a ver, yo era una adolescente y ella no era nada. Dejó de estudiar y sus ojos no miraban, su expresión era la de alguien sin voluntad, sin vida. Desde entonces he sentido una rabia tremenda por aquellos monstruos capaces de torturar a enfermos.

He leído La madre de Frankenstein con una herida que se me ha vuelto a abrir, pero agradezco a la autora la prosa sencilla, atractiva, con la que ha creado una bella historia en medio del terror que supuso estar en un manicomio durante el franquismo, aun en su última época.

Almudena Grandes explica al final de la novela, cómo se le ocurrió la idea, qué hay de cierto y qué de inventado. Por supuesto, la belleza surge de la mente de esta autora, con la que quiere compensar a tantas mujeres sacrificadas, tantos hombres mancillados y tantos niños arrancados del amor de sus familias para evitar que siguieran engrosando las filas de los parias de la tierra.

Almudena, de humanidad insuperable, agradece a los médicos, monjas, periodistas, escritores y cineastas que la ayudaron a investigar para escribir esta novela. Y los españoles agradecemos a Almudena que, una vez más, haya sacado la belleza de la miseria, denunciado, al dar a conocer hechos vergonzantes, a todos aquellos exaltados de derechas que se sintieron dueños de un país que nos les pertenecía e intentaron que fuera una cárcel para los que no pensaban como ellos, «no nos dejan salir de España, ni siquiera tres días, ni siquiera para ir a tu boda, no podemos. Mamá es la viuda de un rojo que se suicidó en la cárcel».

La madre de Frankenstein es una novela histórico-ficticia cuyo protagonista múltiple está formado por todos aquellos desgraciados que conformaron el bando perdedor de una guerra ganada y acaudillada por locos desalmados, que convirtieron a España en un manicomio del que era difícil escapar, «El manicomio de Ciempozuelos era […] una miniatura patológica de un país enfermo». Esta vergüenza forma parte de nuestra historia y en la historia de Almudena Grandes, la desolación de Germán es la que padecieron quienes debieron exiliarse a Europa en busca de un futuro, aunque no resultó sencillo evadirse de los perseguidores, «quiero que te salves tú […] porque si no subes a ese barco fracasaré después de fracasar, volveré a perder la guerra después de haberla perdido». Veinte años más tarde, el asombro de Germán al encontrarse con un país estancado en el analfabetismo y la represión como norma para los ciudadanos, «donde nadie era libre en absoluto, ni siquiera para enamorarse fuera del carril social al que estaba asignado desde su nacimiento», es comparable al temor y la lucha clandestina de los liberales que intentaron instaurar un orden lógico y científico.

El trauma de Ernesto no es sino el de quienes se vieron encerrados en un cuerpo que no les correspondía o en una mente que difería de la implantada por la iglesia: «Que tenían mucho éxito entre los jóvenes, porque estaban adoctrinados desde la infancia, y con los hombres mayores, a los que el cuerpo ya no les daba de sí para grandes tentaciones». Todos debieron ocultar su homosexualidad en matrimonios desgraciados, en el sacerdocio, supresor de cualquier sospecha sobre la soltería, o en un apasionamiento desmedido hacia su profesión, garantía de no pensar en otra cosa «Le dije a mi madre que estaba curado, que había perdido el apetito sexual, que había decidido practicar la castidad».

La angustia de Pepe Sin Apellidos es la de todos los comunistas que hubieron de vivir sin expresar su opinión en público, con el temor de ser delatados por alguien que buscara congraciarse con el régimen, «y no dejó de hablar en un susurro, que no se entere tu abuelo, a tu madre la mataron los rojos, doña Aurora es una loca, no le hagas caso…».

La humillación de María es la de las mujeres engañadas, tratadas como animales para obedecer sin poder elegir, sin levantar la voz, sin quejarse, resignadas, aleccionadas para agradecer cualquier migaja de quien quisiera regalársela; niñas educadas en un régimen eclesiástico para no ser nada en la sociedad, peones de fácil repuesto que las propias mujeres apartarían si eran pilladas disponiendo libremente de su cuerpo o de su mente. 

La tortura de Aurora es la de quienes tuvieron la desgracia de necesitar cuidados especiales. Si la mujer era un estorbo, la enferma era una fatalidad, no servía para nada, solo daba trabajo, por lo que era normal violarla, torturarla o negarle las atenciones básicas. El problema es que cuando un marido se cansaba de su mujer no tenía más que declararla enferma, «mujeres de hombres poderosos que consiguieron ingresarlas aquí para quitárselas de en medio, inhabilitarlas y vivir tranquilamente con sus queridas».

Una España de locos, un manicomio donde gritaban las desdichas sin ser escuchados. Esto es parte de nuestra historia, pero en La madre de Frankenstein también aparecen los homosexuales que llegaron a ocupar cargos importantes, acallando voces, los comunistas que fueron hadas madrinas de muchos desarraigados, ayudándolos a salir del país, las mujeres que, señaladas con el dedo del odio, consiguieron rehacer su vida en otro lugar, los médicos y eclesiásticos que ayudaron a hacer la vida y la muerte más agradable para los desahuciados. Porque, aunque todos enloquecieron de dolor, formaban parte de los inteligentes que supieron despistar a los que pretendían imponer su beneficio personal, «y me demostró que no solo era el hombre más simpático que había conocido en mi vida […] también era el más generoso. Agradéceselo a tu hermana, si acaso».

Almudena Grandes plantea en esta novela el problema de la identidad ¿Quiénes somos realmente? ¿Por qué vivieron de determinada manera en la posguerra? Porque los personajes son reales. Los ficticios deambulan tan armoniosamente que cuesta reconocerlos: actúan en hechos reales, pero tan duros y terroríficos que parecen ficticios. Los temas son un referente para quienes vivimos en los años 50, 60, incluso 70 en nuestro país, pero la novela se dirige a un público general. Está bien que los más jóvenes sean conscientes de a dónde lleva el fanatismo. Estamos ante una proyección realista de una época que no debemos olvidar, para agradecer el vivir en un estado democrático que hace uso de avances obtenidos por quienes lucharon por la paz y la igualdad. La novela contiene una gran carga crítica donde los personajes no exponen hechos individuales, son representantes de clases específicas. Da igual si son reales o no, lo que representan lo fue. La autora pone en duda, en el contenido, valores tradicionalmente admitidos. La forma también se aleja de lo tradicional, las voces narrativas se mezclan; aparece el narrador testigo en tercera persona, el narrador en primera persona con cambio de personaje, o incluso en primera persona en forma de monólogo interior o de diálogo con un personaje ausente.

Con todo, consigue el tono realista de una multiperspectiva coral, pues aporta el punto de vista de todos los que formaron el elenco de la España franquista. Todas las voces son relevantes para formar el puzle que sugiere la historia. Al final, reconstruimos perfectamente la guerra, la posguerra y la vida dentro y fuera de España.

Las técnicas empleadas son variadas, la reflexión del monólogo interior sustituye a la narración del personaje y al dirigirse al lector hace que la reflexión pase a nosotros. Almudena Grandes siempre tiene presente al lector, que es capaz de conectar con cualquier personaje, entender cualquier situación. Incluso a veces expone la falta de realidad en la que vivían las mujeres de la clase media-alta, contrastando el día a día con un cambio de letra, con el que ironiza lo aconsejado en las revistas: «los señoritos son más listos que el hambre y no dejan una viva. Tú ya me entiendes. Ya no vivimos en la Edad Media, Chica insegura. La posición social es importante […] pero si él te quiere de verdad, no representará un obstáculo insalvable… ¡Ay, Rosarito!, no me digas esas cosas».

La narración fragmentada ayuda a visualizar la trama en diferentes historias, espacios y tiempos, con esto la autora consigue un ritmo ágil y favorece, con analepsis y vueltas al presente, que el lector mantenga la intriga. Asimismo las largas presentaciones de un personaje, sin decir en el momento de quién se trata, aumentan la curiosidad por seguir leyendo y despiertan la empatía.

Los enlaces causales anafóricos ofrecen las infinitas razones por las que se necesitaba la ciencia en la vida diaria «Porque la ciencia española […] en manos de los segundones. Porque los segundones […] fascistas. Porque […] familiarizado con la clorpromacina. Porque […] si volvía a España. Porque mi carrera… Porque […] estancia temporal. Porque […] en la Dirección General de Seguridad… Porque no iba a trabajar para Franco sino para varios cientos de mujeres abandonadas».

Asimismo las coordinadas enlazadas mediante anáforas refuerzan la oscuridad en la que se sumía el pensamiento de muchísimas familias «Que el doctor Robles […] miedo […] Que muchas mujeres se casaban sin conocer las ideas del novio […] Que por las mañanas […] no contar a sus amigos […] Que por las noches […] apagar la luz […] Que hablar, leer […] actividades sospechosas […] Que […] no te signifiques».

No hay burla en la narración de Grandes, solo franqueza. Únicamente se permite alguna ironía hacia la supremacía y el (falso) orgullo español «España es […] el país escogido por Dios, la más católica de las naciones, la hija predilecta del Espíritu Santo […] y por eso lo que está pensando todo el mundo es que estás loco por acostarte con María».

Es una pena que Almudena Grandes nos haya dejado ahora, tan pronto. Después de oír a la extrema derecha siento que el país se tambalea y puede caer hacia atrás. Hacen falta personas como esta madrileña capaces de hacer frente a la injusticia y poner al pueblo en su lugar.

Gracias, Almudena, porque no solo combatiste la injusticia, sino que has dejado testimonio de ella en tus libros.

domingo, 31 de octubre de 2021

LOS PERROS DE RIGA

Está claro que la novela negra es un buen reflejo social, por eso es tan diferente la del norte respecto de la meridional. La manera de afrontar los casos tiene que ver con el temperamento de los habitantes, sin olvidar la importancia de las condiciones climáticas. Sin embargo después de leer novelas protagonizadas por detectives españoles, italianos o griegos debo reconocer que los fines para cometer asesinatos son similares en todo el mundo. La corrupción, que salpica a cualquier esfera, no tiene lugares predilectos. Las ansias de poder a cualquier precio, tampoco. El miedo a lo desconocido, menos aún.

Los perros de Riga no es una novela negra al uso, más bien es de intriga, y no es que necesite catalogarla pero llama la atención que, frente a una policía letona conspiradora, sin escrúpulos ni sentimientos se mueva Kurt Wallander, nuestro policía sueco preferido, en una posición excesivamente sensible. Va desarmado, se emociona con detalles de la vida de los que sufren pero en los que aún no se atreve a confiar, se enamora casi al instante de alguien que acaba de conocer y reflexiona sobre la vida espiritual a pesar del miedo que lo atenaza en todo momento. Creo que en este caso se sobrepone el plano existencial a la realidad, «La noche que pasaron en la iglesia fue un punto de inflexión en la existencia de Kurt Wallander».

Tras la segunda novela que leo, pienso que Henning Mankell ha dejado a la vista que en su obra prima el respeto por el ser humano, la denuncia a países que viven en pésimas condiciones y la acusación hacia su propio país, un lugar en el que se vive bien pero que queda lejos de esa imagen paradisíaca que tenemos de Suecia en nuestra mente.

Cerca de la costa de Ystad llega un bote con dos hombres muertos de un tiro en el pecho, sin embargo todo apunta a que fueron asesinados en otro lugar y metidos en el bote a la deriva.

Cuando el equipo de Wallander empieza a investigar se ve sobrepasado, pues aparecen especialistas de homicidios y narcóticos para colaborar, así como el Ministerio de Asuntos Exteriores. El caso se abre con aspectos intrigantes e inquietantes «Sus empastes están hechos por un dentista […] ruso. […] Antes de matarlos los habían torturado: los habían quemado, despellejado y además tenían los dedos machacados».

Al ser naturales de Letonia, envían de allí al mayor Liepa para que resuelva el caso y, después de trabajar unos días con Kurt Wallander, regresa a su país. Desde Letonia requieren al policía sueco, pues Liepa ha desaparecido nada más llegar. Al tomar contacto con los Estados Bálticos es cuando el caso se complica con un tema del que tanto sabemos por aquí: el intento de golpe de estado por parte de una facción policial avalada por Rusia.

Mankell esboza una imagen crítica de la Europa del este; encontramos un compromiso político-social con los países aquejados por una dictadura. El retrato de Letonia es lamentable, lleno de contrastes, donde la gran mayoría vive sumida en la pobreza y el miedo a expresar la propia opinión ante desconocidos. Nunca se sabe quién escucha o qué puede pasar. Las reflexiones que Wallander lleva a cabo sobre los países bálticos son constantes, «este es un país pobre […] Durante años hemos vivido encerrados en una jaula […] se abrieron las esclusas a una oleada de avidez, avidez por todo lo que antes nos habíamos visto forzados a contemplar a distancia».

¿Será cierto que los países que han pasado por una dictadura están más predispuestos a la corrupción?

El caso es que Wallander se fija en que mientras hay penurias para el pueblo, también circula —para determinados bolsillos— el alcohol «una copa de whisky que costó casi lo mismo que la cena», la prostitución y las drogas. La situación llega a ser tan agobiante para el policía, que le viene a la mente la entrada al Infierno de La  Divina Comedia cuando pretende salir de Lituania, «Kurt Wallander tenía miedo. Más adelante recordaría los últimos pasos que dio en tierra lituana frente a la frontera letona como un andar de paralítico hacia un país desde el que podría gritar las palabras de Dante: ¡Abandonad toda la esperanza los que entréis aquí!».

Seguro que lo recordará siempre, al igual que por su mente pasan las experiencias vividas en Asesinos sin rostro, «cuando luchaban mano a mano por resolver el brutal asesinato de los dos ancianos de Lenarp», y las reflexiones que su amigo y compañero, muerto de cáncer, compartía con él constantemente, «Intentaba imaginarse las respuestas y reacciones de Rydberg y unas veces lo lograba y otras solo veía ante sí su cara demacrada en el lecho de muerte».

En Los perros de Riga, la solidaridad y disposición de Wallander a ayudar a quien lo necesite es evidente y su rasgo más característico; su físico no es destacable, siempre en lucha por bajar de peso aunque no pueda dejar la comida basura y siempre en lucha por controlar su ira aunque no consiga dejar la bebida; sin embargo su preocupación por el bienestar de los demás es algo prioritario, por eso no duda en trasladarse a un país cuyas condiciones de vida son infinitamente peores y las posibilidades que tiene para desenmascarar el intento de golpe de estado, imposibles. Pero debe ayudar a aquellos dispuestos a dar su vida por un futuro mejor. Y la novela se nos presenta tan realista que tenemos la impresión de irrealidad. La investigación apenas avanza, ¿qué puede hacer uno solo contra todo un complot mundial? Los sucesos se ralentizan y el lector, durante un tiempo, solo es consciente del miedo de Wallander, «comprendió que iba a morir y cerró los ojos». Pero es una novela y en este caso, el protagonista se verá salvado por quien menos se lo espera. La trama está tan argumentada con la humanidad de Kurt Wallander que no deja traslucir en realidad su valentía. La imaginamos, aunque es evidente que cuenta con mucha ayuda y mucha suerte. Probablemente por eso es más humano que cualquier otro detective de novela negra. Probablemente Henning Mankell escriba una novela negra más realista que la de cualquier otro escritor. No le importa denunciar los problemas entre los funcionarios, sobre todo los del departamento policial en Suecia: el bajo sueldo, la escasa preparación o los escándalos judiciales, «desde el ministerio […] A veces me dejan de lado a mí, otras es al ministro de Justicia a quien engañan, pero la mayoría de las veces a quien no le dicen más que una ínfima parte de lo que realmente está sucediendo es al pueblo sueco».

Los perros de Riga no son perros, son sombras que se mueven, cobardes, detrás de Wallander, detrás de quienes intenten un mundo mejor, más justo. Y como sombras permanecen a pesar de los esfuerzos de Mankell, a pesar de los esfuerzos de tantos por denunciarlo. Porque, aunque sean muchos, la jauría es peligrosa y no tiene conciencia.