¿Por
qué nos parece tan buena la novela Stoner? ¿Por qué no podemos dejar de
leerla desde el principio si, a ciencia cierta, sabemos que no va a ocurrir
nada extraordinario?
Habrá
que reflexionar sobre este proceso de lectura al que nos enfrentamos.
El
narrador, en tercera persona, es omnisciente. Como en la gran novela
decimonónica comienza con una anotación biográfica del protagonista. De esta
forma nos enteramos de que Stoner fue, simplemente, un profesor asistente de la
Universidad de Missouri, en la que estudió y donde vivió hasta su muerte a los
65 años. No parece que nos encontremos ante un protagonista aventurero o
inquieto y, sin embargo, una afirmación nos hace pensar en la posibilidad de
que tras esa presentación se esconda alguien interesante, precisamente por la
indiferencia que suscita «Un estudiante
cualquiera al que le viniera a la cabeza su nombre podría preguntarse tal vez
quién fue William Stoner, pero rara vez llevará su curiosidad más allá de la
pregunta casual». Esta apatía que surge de la realidad inventada por John Williams es precisamente lo que
despierta en el lector las ganas de saber más.
Y
con este ánimo comenzamos a leer la vida de este hijo de granjeros que, gracias
a la iniciativa de su padre y al sacrificio estoico de ambos, tuvo la
oportunidad de estudiar. Con un esfuerzo ímprobo descubrió su verdadera pasión,
la lengua y la literatura inglesas, y a su estudio dedicó toda su vida. Lo que
le interesaba estaba en los libros, por lo que una vez que le ofrecieron ser
profesor, no necesitó nunca salir del recinto universitario.
Así
pues, de antemano, tenemos la certeza de estar ante un personaje moderno; es un
antihéroe. No será, en su espacio, un modelo a seguir por nadie. Según van
sucediéndose los hechos llegamos a la conclusión de que en las diferentes
etapas por las que atraviesa se destaca lo efímero de lo bueno. Stoner es capaz
de disfrutar de su esfuerzo personal y de la brevedad de la recompensa al
tiempo que las humillaciones, los desplantes y los desprecios pueden no afectarlo.
Nuestro antihéroe disfruta de su predisposición a la abstracción, a vivir en soledad,
a autoanalizarse para luchar por lo que quiere y superarse.
Sus
metas son de ámbito personal, pertenecen a su mundo interior, no tienen nada
que ver con los objetivos que la sociedad propone como ideales, «Los ojos le ardían por concentrarlos sobre
textos turbios, le pesaba la mente con lo que observaba y los dedos le
hormigueaban […] pero se abría al mundo por el que en ese instante caminaba,
encontrando cierto júbilo en él».
Esta
superación personal, así como sus convicciones más profundas contrastan con la
aceptación del fracaso en su matrimonio, una situación verosímil aunque marcada
por un punto naturalista que deriva de la confrontación entre su crecimiento
interior y el pretendido crecimiento externo de su mujer.
Los
hechos se van relatando de forma lineal, con la excepción de algunas prolepsis
de las que se vale el narrador para no crear en el lector falsas expectativas, «Ella continuó hablando y al cabo de un rato
Stoner empezó a escuchar lo que decía. Años más tarde se daría cuenta de que en
esa hora y media, de aquella tarde de diciembre, durante su primer lapso largo
de tiempo juntos, le contó más sobre sí misma que ninguna otra vez».
Apenas
hay diálogos, pero las descripciones minuciosas y detalladas al máximo nos
adentran con precisión no sólo en la sociedad rural o urbana de EE.UU. sino en
la etopeya de la clase alta de principios del XX y, por supuesto, en los
retratos de los personajes.
Al
igual que en la épica, primero, y en la novela realista después, el aspecto
exterior es un aviso de la personalidad de quien lo ostenta; John Williams lo
sabe y utiliza también este recurso: los rasgos angulosos, la tez blanquecina,
la mirada trasparente, casi sin vida, de Edith se ajustan a su empobrecimiento
personal; los hombros caídos de Stoner revelan su disposición al acatamiento; el
aspecto sano y la calvicie incipiente de Finch lo delatan como gran
emprendedor. Por eso una nube negra se instala en el ánimo del lector cuando
aparece Lomax, «Era un hombre de apenas
metro y medio de altura y su cuerpo estaba grotescamente deformado. Un pequeño
bulto le salía desde el hombro derecho […] Después pudieron verle la cara. Era
el rostro de un ídolo de masas».
La
incursión de este personaje no es casual; la vida de Stoner quedará marcada por
la actuación antitética de este hombre quien, sin saberlo, aporta al
protagonista la fuerza necesaria para obrar con mayor determinación, orgullo y
tolerancia, acordes a su propio interés, el único que lo ha movido siempre:
buscar la belleza de la verdad y el placer de sentirse bien consigo mismo.
Aunque
los diálogos hacen gala de un vocabulario coloquial, consiguen elevar la
conversación a lenguaje literario; las expresiones poéticas, amenas o
comparativas refuerzan las ironías, los silencios remarcan la personalidad
pacífica y conformista de Stoner, y las frases inacabadas son un claro reflejo
de la monotonía en su matrimonio,
—No
me ibas a decir nada, ¿a que no? Desconsiderado. ¿No creías que tenía derecho a
saberlo?
Durante
un instante se quedó pasmado. Luego asintió. Si tuviera más fuerzas se habría
enfadado.
—¿Cómo
te enteraste?
—¿Qué
importa eso? Supongo que todos lo saben menos yo. Oh, Willy, francamente.»
Los
antónimos fijan la realidad en la que se mueven, deteriorada desde el origen;
el matrimonio formado por Edith y William es el espejo que muestra los valores
destacados de la clase burguesa y del proletariado. Para Edith, el
individualismo, el materialismo es lo importante; nunca ha sido feliz ni ha
desarrollado una personalidad estable porque eso es lo que ha vivido en su
ambiente, el mismo que trasladará, en cuanto tenga ocasión, a su hija con
resultados parecidos: personas vacías, amargadas, egoístas y carentes de moral.
En este ambiente, la mujer lleva la peor parte porque el ansia de escalar
socialmente no depende de ella sino de su padre o marido, consiguiendo por ello
un malestar continuo que desemboca en apatía y acritud.
Por
el contrario, Stoner es la manifestación de la honradez, la humildad y el
esfuerzo; está lleno de aspiraciones espirituales. Ambos representan los problemas
de una sociedad que casi deviene en universal: la dicotomía campo-ciudad, los
diferentes ideales según el rango social y los problemas insalvables del
matrimonio. «Muy pronto Stoner se dio
cuenta de que la fuerza que atraía sus cuerpos tenía poco que ver con el amor. Copulaban con una fiereza que
[…] los separaba».
Pues,
después de analizarla, ya sabemos por qué es Stoner una obra maestra y por qué Stoner es el héroe por
definición: un hombre íntegro, incorruptible, que desea el bien.
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