martes, 10 de diciembre de 2019

STONER



¿Por qué nos parece tan buena la novela Stoner? ¿Por qué no podemos dejar de leerla desde el principio si, a ciencia cierta, sabemos que no va a ocurrir nada extraordinario?

Habrá que reflexionar sobre este proceso de lectura al que nos enfrentamos.

El narrador, en tercera persona, es omnisciente. Como en la gran novela decimonónica comienza con una anotación biográfica del protagonista. De esta forma nos enteramos de que Stoner fue, simplemente, un profesor asistente de la Universidad de Missouri, en la que estudió y donde vivió hasta su muerte a los 65 años. No parece que nos encontremos ante un protagonista aventurero o inquieto y, sin embargo, una afirmación nos hace pensar en la posibilidad de que tras esa presentación se esconda alguien interesante, precisamente por la indiferencia que suscita «Un estudiante cualquiera al que le viniera a la cabeza su nombre podría preguntarse tal vez quién fue William Stoner, pero rara vez llevará su curiosidad más allá de la pregunta casual». Esta apatía que surge de la realidad inventada por John Williams es precisamente lo que despierta en el lector las ganas de saber más.

Y con este ánimo comenzamos a leer la vida de este hijo de granjeros que, gracias a la iniciativa de su padre y al sacrificio estoico de ambos, tuvo la oportunidad de estudiar. Con un esfuerzo ímprobo descubrió su verdadera pasión, la lengua y la literatura inglesas, y a su estudio dedicó toda su vida. Lo que le interesaba estaba en los libros, por lo que una vez que le ofrecieron ser profesor, no necesitó nunca salir del recinto universitario.

Así pues, de antemano, tenemos la certeza de estar ante un personaje moderno; es un antihéroe. No será, en su espacio, un modelo a seguir por nadie. Según van sucediéndose los hechos llegamos a la conclusión de que en las diferentes etapas por las que atraviesa se destaca lo efímero de lo bueno. Stoner es capaz de disfrutar de su esfuerzo personal y de la brevedad de la recompensa al tiempo que las humillaciones, los desplantes y los desprecios pueden no afectarlo. Nuestro antihéroe disfruta de su predisposición a la abstracción, a vivir en soledad, a autoanalizarse para luchar por lo que quiere y superarse.

Sus metas son de ámbito personal, pertenecen a su mundo interior, no tienen nada que ver con los objetivos que la sociedad propone como ideales, «Los ojos le ardían por concentrarlos sobre textos turbios, le pesaba la mente con lo que observaba y los dedos le hormigueaban […] pero se abría al mundo por el que en ese instante caminaba, encontrando cierto júbilo en él».

Esta superación personal, así como sus convicciones más profundas contrastan con la aceptación del fracaso en su matrimonio, una situación verosímil aunque marcada por un punto naturalista que deriva de la confrontación entre su crecimiento interior y el pretendido crecimiento externo de su mujer.

Los hechos se van relatando de forma lineal, con la excepción de algunas prolepsis de las que se vale el narrador para no crear en el lector falsas expectativas, «Ella continuó hablando y al cabo de un rato Stoner empezó a escuchar lo que decía. Años más tarde se daría cuenta de que en esa hora y media, de aquella tarde de diciembre, durante su primer lapso largo de tiempo juntos, le contó más sobre sí misma que ninguna otra vez».

Apenas hay diálogos, pero las descripciones minuciosas y detalladas al máximo nos adentran con precisión no sólo en la sociedad rural o urbana de EE.UU. sino en la etopeya de la clase alta de principios del XX y, por supuesto, en los retratos de los personajes.

Al igual que en la épica, primero, y en la novela realista después, el aspecto exterior es un aviso de la personalidad de quien lo ostenta; John Williams lo sabe y utiliza también este recurso: los rasgos angulosos, la tez blanquecina, la mirada trasparente, casi sin vida, de Edith se ajustan a su empobrecimiento personal; los hombros caídos de Stoner revelan su disposición al acatamiento; el aspecto sano y la calvicie incipiente de Finch lo delatan como gran emprendedor. Por eso una nube negra se instala en el ánimo del lector cuando aparece Lomax, «Era un hombre de apenas metro y medio de altura y su cuerpo estaba grotescamente deformado. Un pequeño bulto le salía desde el hombro derecho […] Después pudieron verle la cara. Era el rostro de un ídolo de masas».

La incursión de este personaje no es casual; la vida de Stoner quedará marcada por la actuación antitética de este hombre quien, sin saberlo, aporta al protagonista la fuerza necesaria para obrar con mayor determinación, orgullo y tolerancia, acordes a su propio interés, el único que lo ha movido siempre: buscar la belleza de la verdad y el placer de sentirse bien consigo mismo.

Aunque los diálogos hacen gala de un vocabulario coloquial, consiguen elevar la conversación a lenguaje literario; las expresiones poéticas, amenas o comparativas refuerzan las ironías, los silencios remarcan la personalidad pacífica y conformista de Stoner, y las frases inacabadas son un claro reflejo de la monotonía en su matrimonio,

—No me ibas a decir nada, ¿a que no? Desconsiderado. ¿No creías que tenía derecho a saberlo?
Durante un instante se quedó pasmado. Luego asintió. Si tuviera más fuerzas se habría enfadado.
—¿Cómo te enteraste?
—¿Qué importa eso? Supongo que todos lo saben menos yo. Oh, Willy, francamente.»

Los antónimos fijan la realidad en la que se mueven, deteriorada desde el origen; el matrimonio formado por Edith y William es el espejo que muestra los valores destacados de la clase burguesa y del proletariado. Para Edith, el individualismo, el materialismo es lo importante; nunca ha sido feliz ni ha desarrollado una personalidad estable porque eso es lo que ha vivido en su ambiente, el mismo que trasladará, en cuanto tenga ocasión, a su hija con resultados parecidos: personas vacías, amargadas, egoístas y carentes de moral. En este ambiente, la mujer lleva la peor parte porque el ansia de escalar socialmente no depende de ella sino de su padre o marido, consiguiendo por ello un malestar continuo que desemboca en apatía y acritud.

Por el contrario, Stoner es la manifestación de la honradez, la humildad y el esfuerzo; está lleno de aspiraciones espirituales. Ambos representan los problemas de una sociedad que casi deviene en universal: la dicotomía campo-ciudad, los diferentes ideales según el rango social y los problemas insalvables del matrimonio. «Muy pronto Stoner se dio cuenta de que la fuerza que atraía sus cuerpos tenía poco que ver  con el amor. Copulaban con una fiereza que […] los separaba».

Pues, después de analizarla, ya sabemos por qué es Stoner una obra maestra y por qué Stoner es el héroe por definición: un hombre íntegro, incorruptible, que desea el bien.

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