Es
gratificante leer una novela y darse cuenta de que durante casi cuarenta años
hubo mucha gente que no se contuvo, a la que no pudieron refrenar a pesar de
utilizar contra ella todo el odio y la violencia imaginables, amparados por el
poder. Esto es lo que tienen las dictaduras, que no dejan actuar según lo que
cada uno piense sino solo lo que quiera el dictador.
Cuando
alguien que tiene intactas sus facultades mentales lee sucesos de lo ocurrido
en cualquier posguerra no puede dejar de sobrecogerse, de sentir pena, dolor
por lo que las personas debieron pasar para empezar de cero y, en algunos
casos, solos. Son los horrores inevitables de la contienda. Cuando leemos
sucesos de lo ocurrido en una dictadura, nos espantamos al comprobar que, haber vivido el trauma de la guerra, no todos tienen el derecho a
vivir, a sobreponerse.
Esto
es lo que nos ocurre cuando reflexionamos sobre Indómita Aurora, se
encienden las alarmas, cierto regusto amargo nos viene a la memoria. Conviene
leer este testimonio para comprobar la capacidad de sufrimiento que tiene el
ser humano, solo comparable a las ansias de libertad.
La
novela es la historia que protagonizaron tantas familias en España, desde los
años 40 hasta los 80. Una vez terminó la guerra civil, los que pudieron, o
quisieron, adherirse al régimen vivieron más o menos bien, aun siendo
conscientes –o no– de que tampoco ellos eran realmente libres. Los que
mantuvieron una actitud contraria al bando vencedor entraron en el infierno.
Indómita Aurora me ha tocado de cerca. Por la
proximidad con Murcia, Valencia estuvo presente en mi niñez, mi familia materna
tenía amigos (de la guerra) en Algemesí. En realidad no sé si eran parientes,
pero cuando venían era motivo de alegría extrema para mis abuelos. Siempre
traían naranjas. En fin, no es lugar para contar nada de esto, daría para
escribir otra novela, pero sé que todo lo que relata Estela Melero es cierto, el rencor de las familias enfrentadas, la
justicia ejercida por aquellos que nunca habían sido defendidos, las
delaciones, las violaciones de los señoritos, impunes, el ocultamiento de la
mujer, el silencio.
La
autora pretende que en esta novela destaque la función referencial cuando
relata lo que ocurrió en un lugar y un tiempo determinados. Aunque Indómita Autora se desarrolla a
principios de los años 70, el narrador, en tercera persona, cuenta a modo de flash back, hechos habituales de 1936, «Amanecía el pueblo con los primeros fríos
del otoño […] Los concejales y el alcalde, republicanos, habían huido a los
montes, otros se encontraban ocultos en sus propios hogares, dentro de tinajas o
en las cuevas de las casas».
Pero
esta finalidad referencial no dura mucho; ante un suceso de ese tipo es difícil
mantener la imparcialidad, por lo que Estela Melero toma las cartas de Carmen,
una activista del PCE, para, desde su punto de vista, transformar la labor
intelectual objetiva, en labor artística. Los pensamientos de la joven, en 1945,
rebosan plasticidad con imágenes naturales que hoy han desaparecido. Así pues
la función expresiva deriva asimismo en referencial. Es maravilloso asistir a
sentimientos propios de cualquier época a través de expresiones hoy algo
anticuadas, olvidadas «Ya nos hemos besado,
sin que nadie lo vea. Besar a un hombre es como cuando te comes una fruta
madura y la boca se te llena de jugo, los labios te arden y todo explosiona en
tu cerebro». Creo que en las novelas que hacen referencia al siglo XXI no
he leído eso. ¿No hay frutas maduras ya? ¿No saben igual? Es una delicia leer
expresiones de este tipo, y vocablos propios de la zona «palangana, aldaba, una palometa, a la taula, melguizo, la casquera,…».
El
fondo de la novela, según quien la lea, puede gustar más o menos no cabe duda,
pero merecen la pena los comentarios, las reflexiones sobre cierto costumbrismo
que nos trae términos locales y actos de un tiempo concreto, no tan lejano y
tan diferente al actual «Le fascinaban
los toros de Osborne, pues le recordaban a los primeros viajes que hicieron ella
y su primo con el abuelo a Valencia […] siempre les retaba a ver quién lo veía
primero […] en los trayectos surgía siempre una conversación entrañable, una
canción bonita, una broma divertida, una parada exprés debido al mareo de uno
de ellos…».
Puede
que algún escéptico elimine ciertos diagnósticos que se dan por ciertos en la
trama. Puede que encontremos un discurso filosófico, poco profundo, sobre la
postura adoptada para el momento, puede que alguien piense que faltan argumentos
de autoridad. Pero la Historia se ha encargado de eliminar razones. En una
guerra civil no se buscan culpables. El caos vivido debe ser de tal calibre que
atrape a los combatientes en un vórtice temerario. No hay culpables entre
quienes luchan en una guerra. No hay culpables en Indómita Aurora (no aparecen quienes provocaron el levantamiento). Es una novela escrita desde el punto de vista del perdedor, pero Estela
Melero no es demasiado severa a la hora de juzgar las tropelías de la
posguerra «–Arturo entró en la cárcel por adulterio, como tu tía […] Mas tarde su
padre apareció muerto […] tu abuelo siempre sospechó de Arturo». La autora sabe que cuando se
instaura una dictadura el hombre deja de serlo y se convierte en animal aterrado.
Y no hay nada peor que el miedo «Según a
quien preguntes te dirá una cosa u otra».
Esta novela es representativa del quehacer social del libro a través de
las cartas. Actúan como transmisoras
de mensajes que salvan las distancias aparecidas entre los personajes y al
mismo tiempo funcionan como análisis psicológico para que el lector entienda
las razones de la actuación que llevan a cabo. Las cartas, o la variante en
forma de diario de Carmen, constituyen el grueso de la novela. Aurora y Carlos
son meros artífices que nos leen la situación por la que pasaron los
protagonistas, Carmen y Paco primero, Lola y José después. El miedo, la ocultación,
el dolor, la culpa son compañeros habituales de aquellos que tuvieron mala
suerte en el reparto al no encontrarse en el lado adecuado, estaban al otro
lado y debieron vivir ocultos para siempre.
El
narrador intercala escenas, de la misma época en diferentes lugares, de
diferentes épocas de los mismos personajes. Con esto se convierte en el
enunciador ficticio de una historia que plasma una situación conflictiva
ficticia pero con capacidad para asumirse como autobiográfica. La mitad de España
se ve reflejada de alguna manera en los hechos; los personajes se dejan llevar
por la interpretación de las cartas, voces del pasado que advierten del horror «Paco trabajó mucho mientras yo estaba en la
cárcel […] la casera se enteró de nuestra condición y nos tiró. Era una
fascista acomodada que no quería saber nada de presos rojos».
La
autora intenta permanecer entre su yo y la interpretación del mundo no vivido
aunque certificado. Los hechos ocurridos en la década de los 70 representan el
presente, la verdad de Aurora y Carlos, por lo que ambos –de diferente
formación política– quieren tomar distancia crítica para interpretar esa
experiencia que, a punto de terminar la dictadura, los lleva a seguir huyendo
del régimen temerosos de lo peor. Las cartas exponen una serie de cuestiones
vinculadas a la memoria individual, puede que formen parte de una historia real
o no, pero son un reflejo de los testimonios sociales que aun hoy corroboran
algunos, pocos ya, que los vivieron en primera persona.
Deberíamos haber sido testigos del pensamiento de los dos bandos en Indómita Aurora, si consideramos las cartas como voces del pasado que nos avisan del miedo a la deshumanización, a la animalización. Probablemente, pero Estela Melero ha levantado la voz de los perdedores sociales (triunfadores éticos). Para proclamar en lo que devino el bando ganador ya tenemos bastantes libros de historia, y algunos confirman detalles que nunca debieron ocurrir y que empiezan a asomar en consignas pensadas por monstruos antes que por seres humanos. Algunos deberían revisar –no hace falta leer un gran libro, solo el DRAE– el concepto de “libertad” para no incluirlo en contextos inadecuados… o leer a Estela Melero.
Muchas gracias por este análisis profundo.
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