miércoles, 26 de junio de 2019

ARDIENTE PACIENCIA


Cuando alguien toma una frase o un verso del poeta admirado para que dé título a su libro es síntoma de que nos vamos a encontrar ante una literatura respetuosa.

Cuando el verso del poeta admirado anuncia una novela sobre otro poeta es señal de que la trama va a estar cargada de metáforas.

Cuando finalmente leemos la novela y encontramos en sus páginas la grandeza moral del maestro sólo superada por la tremenda sencillez y valentía del alumno es que estamos ante una obra maestra.

En su discurso de recepción del Premio Nobel, Pablo Neruda terminó aludiendo al modernista, poco valorado en su época, mucho hoy día, Rimbaud, «Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades».

Pablo Neruda es el poeta del amor, pero su Canto General es un saludo a los luchadores por la libertad, una exaltación de la solidaridad y una denuncia a los traidores y dictadores.

Asimismo Antonio Skármeta reclama incansable una sociedad honrada y libre, en la que todos podamos convivir sin odios ni envidias, y nos regala, nos regaló en 1986, Ardiente paciencia, concebida inicialmente (1983) como guion cinematográfico y obra teatral. También Mario, el protagonista, lucha apasionadamente por aquello en lo que cree y espera su momento, sin importarle las consecuencias.

He releído el libro y he descubierto una prosa sencilla, repleta de guiños al lenguaje popular, al refranero, a los medios de comunicación como la televisión y el cine, y a la música de los 70,

Mario Jiménez jamás había usado corbata, pero antes de entrar se arregló el cuello de la camisa como si llevara una y trató, con algún éxito, de abreviar con dos golpes de peineta su melena heredada de fotos de los Beatles. —Vengo por el aviso— declamó al funcionario, con una sonrisa que emulaba la de Burt Lancaster.

El estilo es fresco, ágil, rebosante de ironías y denuncias políticas que enaltecen la vida natural del pueblo, la espontaneidad de su gente, la humildad y el orgullo de pertenecer a un colectivo «estos brujos de cuello y corbata que sabotean la producción […] y que complotan para derrocar al gobierno del pueblo». Una narración fluida, cargada de humor, de paralelismos, comparaciones, anáforas, metáforas, con los que alaba la bondad, la pasión, el amor, la literatura y el proceso de la escritura, «el viento revuelve la nieve como un molino de harina. La nieve sube y sube, me trepa por la piel. Me hace un triste rey con su túnica blanca. Ya llega a mi boca, ya me tapa los labios, ya no me salen las palabras». Ardiente paciencia es una novela del post boom latinoamericano que reclama para la cultura el puesto más alto en la sociedad, aunque debamos esperar eternamente.

Creo que no descubro nada nuevo; la novela es suficientemente conocida. Tampoco quiero desvelar datos clave a quienes no la hayan leído, pero me gustaría aportar mi granito de arena para homenajear a Skármeta por compartir con los lectores una parte de su vida, por delatar la acción destructiva que todas las dictaduras tienen, por reflejar con ironía, humor y claridad la vida dura, sencilla, sin alicientes, aunque esperanzada de los oprimidos, «en cuanto el telegrafista gritó a distancia “Correo de Pablo Neruda para Mario Jiménez” alzando en una mano un paquete con no tantas estampitas como un pasaporte chileno […] y en la otra una pulcra carta, el cartero flotó sobre la arena y le arrebató ambos objetos».

La generación de los novísimos en Latinoamérica nos deja el regusto amargo de los proyectos de democratización. Pero en Skármeta esta reminiscencia es siempre agridulce pues, ante todo, hace brillar la bondad del ser humano, los buenos sentimientos.

En Ardiente paciencia construye un retrato de Neruda inolvidable pues resalta lo que consiguió el premio Nobel, hacer que escribir poesía pareciese fácil. Por eso Mario quiere ser poeta. Cualquier lector, tras leer esta novela, quiere ser escritor; las estructuras complejas, laberínticas del Boom han sido sustituidas por otra sencilla, accesible, que encierra un argumento natural y de una clara organización. Leemos la trama de un tirón, sin dificultad, como si las referencias clásicas fueran innatas, consustanciales a la historia política de los 70, a la crítica hacia una sociedad atrasada e ineficaz: «—Sí —dijo— tomándose su vaso de vino, y luciendo el mismo entusiasmo con que Sócrates bebió la cicuta».

El lector disfruta a lo largo de la novela, y reflexiona hondamente al final con la realidad presente en la ficción que consigue resaltar, ante todo, la función emotiva, por el valor testimonial que aportan los datos históricos del asesinato de Salvador Allende y la muerte de Pablo Neruda casi al mismo tiempo.

Aunque la sencillez es el reflejo de la debilidad y miseria en la que puede quedar un pueblo asolado por el poder, paradójicamente la naturalidad es la fuerza y atractivo de San Antonio. Todo es tan original que se agranda; la sexualidad, parte fundamental de lo espontáneo, está presente en los protagonistas, Mario y Beatriz, en todo momento; los amantes se entregan al sexo como quien descubre lo más placentero, de ahí que la metáfora para expresar el acto sexual venga de otra actividad atractiva para los ciudadanos, «La boda tuvo lugar dos meses después […] de que se hubiera abierto el marcador. Rosa […] no pasó por alto que las lides, a partir de la regocijada inauguración del campeonato, empezaban a tener lugar en enfrentamientos matutinos, diurnos y nocturnos».

Asimismo la descripción hiperbólica del orgasmo se convierte en una sucesión de metáforas, sinestesias, animalizaciones, personificaciones e imágenes oníricas, casi surrealistas, que recuerdan a escenas sacadas del mejor realismo mágico «Y acto seguido, promulgó un orgasmo tan estruendoso, burbujeante, desaforado, bizarro, bárbaro y apocalíptico que los gallos creyeron que había amanecido y empezaron a cacarear con las crestas inflamadas, que los perros confundieron el aullido con la sirena del nocturno del sur y le ladraron a la luna como siguiendo un incomprensible convenio…».

La descripción detallista, minuciosa, sensual del acto queda acentuada por el sencillo, pero inteligente, diálogo final en el que el humor, derivado de la evidencia, encierra todo un pensamiento filosófico

—Bueno, suegra. Olvídese de la vergüenza que esta noche estamos celebrando.
—¿Celebrando qué? —rugió la viuda.
—El premio Nobel de don Pablo. ¡No ve que ganamos, señora!
—¿Ganamos? […] —“vamos arando, dijo la mosca” concluyó antes de asestar el portazo.

Han pasado treinta y tres años desde que Antonio Skármeta escribió Ardiente paciencia. Da igual. Hay que leerla. Es universal.

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