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jueves, 1 de octubre de 2020

LA OSCURIDAD QUE CONOCES


El género policial parece el idóneo para anclar el gran impacto cultural y humano al que ha llegado la violencia y La oscuridad que conoces afronta un lugar en el que no solo la violencia, también la memoria de esta quedan instaladas. La estructura de la novela transforma el contenido en materia de reflexión crítica para que seamos conscientes de que no podemos limpiar el pasado con la suciedad del presente. Encontramos dos capítulos que encuadran el argumento, relatados en tercera persona por un narrador omnisciente, y en disposición contraria al tiempo que sugieren. Así el primer capítulo, “El final” relata la muerte de dos preadolescentes, Izzy y Junie, asesinadas de forma brutal en el parque. El último capítulo, “El principio”, narra el nacimiento duro de Eve, la madre de Junie. El resto son 25 capítulos cortos, centrales, escritos en primera persona por Eve quien, a su vez, se desdobla a lo largo de la novela en víctima, verdugo e investigadora.

A veces Eve se desvía de los sucesos presentes y los asocia al pasado o a pensamientos relacionados con algo que el lector no sabe, «el vínculo que las unía (a las niñas) no había hecho más que fortalecerse. Y eso tampoco me gustaba. Odiaba pensar en lo que podía significar». Lógicamente esto aumenta la intriga del lector, que habrá de esperar a que la búsqueda siga su curso para enterarse. Otras veces, las digresiones nos van poniendo al tanto del lugar y los personajes, digresiones que también intensifican el misterio «mi actitud no estaba ayudando […] Pero no sabía cómo estar sentada frente al sheriff Land […] Nuestros papeles habían sido grabados a fuego mucho tiempo atrás».

Y en ocasiones, es la propia información incompleta la que nos despierta la curiosidad «—Jimmy Ray no es su padre —repliqué con voz dura—. Y no ha tenido nada que ver con esto. A pesar de todo tiene ciertos principios».

La historia de La oscuridad que conoces presenta algunas peculiaridades relacionadas con espacios políticos y culturales que funcionan como variables de una imaginaria Barbarie versus Civilización; una de esas distinciones es que da la impresión de que la civilización no existe, no ha llegado. Es la escritura de la marginalidad. Las palabras de Amy Engel contienen la característica del habla oral, por lo que se nos muestran a través de una escritura rápida, inmediata, capaz de formar imágenes objetivas cuya función no es sin embargo efímera, sino para que permanezca la infancia recordada. No hay recuerdos imprecisos. Eve mantiene en su memoria «un cielo negro» que cubría sus momentos dolorosos, pero estaban ahí, latentes, para salir en cualquier momento a golpearla de nuevo, una y otra vez, tras sufrir el peor golpe que puede soportar una madre. La insistencia anafórica y digresiva, el volver constantemente atrás es el testigo de su dolor.

La escritura rápida, el uso del habla coloquial, la narración pretendidamente objetiva, la abundancia de diálogos y la inclusión de escenas dinámicas y violentas participan de las convenciones de la novela negra. La originalidad que propone Engel es transformar a la víctima en investigadora atípica, pues no participa de la credibilidad intelectual ni social, por lo que debe actuar sola, a espaldas de una ley que ella sabe corrupta.

Sin embargo su intención no es denunciar la inmoralidad política, social o humana. Quiere vengarse de quien le arrebató a su hija de la forma más violenta y miserable posible. En un mundo salvaje, atroz, no hay cabida para la sensibilidad ni para la comprensión. A dos días de los asesinatos, atraídos como carroñeros, aparecen los periodistas, los medios de comunicación que, irónicamente intentan llevar la civilización a «una triste colección de edificios situados junto a la autovía […] con unos bosques tan espesos y frondosos que bastaban diez pasos para perderte en ellos». Un intento infructuoso pues se dan cuenta de que nada se puede hacer en ese pueblo, nada pueden conseguir con gente que se ha criado en un sitio duro, rodeada de mezquindad. Abandonan y dejan abierta la oportunidad de venganza para todas las mujeres maltratadas, «Porque te voy a encontrar, cabrón hijo de puta, y te voy a hacer pedazos».

No hay valores sociales para los habitantes de Barren Springs sino un fuerte sentimiento de desarraigo a un espacio hostil; que muestra un sistema que impide la adaptación a la realidad social.

El espacio adquiere, en la novela, una gran complejidad y participa de la consideración que se tiene de sus personajes. Es el mismo, aunque adopte diferentes interpretaciones según quién esté. El reducto de Jimmy Ray es parecido al de Lynette, y sin embargo Eve los sentirá como refugio o peligro, según estén o no ocupados, o según el momento en que Jimmy era su novio o ella decide que no permitirá que él la vuelva a tratar como un despojo. Incluso la casa de Eve, casi acogedora en vida de Junie, se transforma en algo frío y sucio a su muerte.

El pueblo de Barren Springs es el espacio real por el que circulan unos personajes y, sin embargo, en un momento de la trama se iguala al posible mundo ficticio que alberga leyendas de niñas maltratadas, desaparecidas, hasta que ambos universos quedan entrelazados, por lo que el real de la novela adopta la calidad difusa, engañosa de los sueños por donde deambulan seres irreales, «Ya estoy en el infierno».

El pueblo toma la entidad de la masa anónima que se adueña de la característica infernal propia de las novelas de terror, «Tenía tierra aferrada a la piel entre los dedos y debajo de las uñas […] Me tendió la mano y le di la pistola». Cualquiera encubre un secreto o es una amenaza. Los límites entre el orden público, el abuso, el maltrato y el crimen se borran. No hay diferencias entre el día y la noche. No hay un verdadero detective. Eve lleva cabo sola la investigación hasta dar con el culpable. Nadie le ofrece respuestas claras, ella es quien debe encontrar las relaciones ocultas que desencadenaron los crímenes. Eve se convierte en una extraña en su propio terreno, por eso, hasta que no se da cuenta de que debe tomar un punto de vista distanciado de lo que pasó, no descubre la verdad. Nada protege a nadie en un lugar en el que todo es sucio y peligroso, desde el sexo «yo pegada contra las paredes cubiertas de musgo y con Junie dormida en el coche», hasta la naturaleza «plantas de kudzu se me enganchaban en los tobillos y podía oír murciélagos aletear en el cielo cada vez más oscuro». El espacio es el lugar propicio para distanciarse desde el resentimiento y poder objetivar el suceso. Para ello necesita tener la mente despejada y no dejarse llevar por los sentimientos sino por su mente torturada llena de instantes monstruosos, de amenazas, víctimas y verdugos.

Eve disfraza su añoranza de cinismo y nos descubre a unos personajes que intentan infructuosamente recomponer los fragmentos de una identidad animalizada y que curiosamente han representado la autoridad para ella.

Junie no es más que la consecuencia de Eve, situadas en la línea divisoria, pretenden vivir en una sociedad tras haber sido maltratadas, separadas de la civilización. Frente a ellas la naturaleza sanguinaria amoral de la Barbarie las acecha implacable. Amy Engel expone una visión desencantada, determinista de un sistema que condena a los marginados a repetir el ciclo de horror y muerte.

En este entorno miserable, la madre de Eve, Lynette, se convierte en oráculo de sus vidas, «Lo que te golpea nunca es lo que esperabas» «No dejes que nadie te quite lo que es tuyo» «Se lo ha ganado a pulso». Lynette, Eve, Junie, incluso Jenny, madre de Izzy la otra niña asesinada, y ella misma, son mujeres duras forjadas en la miseria, víctimas de los malos tratos, los abusos, la violencia, el horror que solo entiende una norma «A quien hizo esto. Encuéntralo y házselo pagar».

Y eso hacen, las madres maltratadas encuentran al asesino y llevan a cabo su justicia en una vuelta de tuerca impresionante. Madres e hijas conforman un todo único que deja el espacio infernal sin vínculo con el mundo civilizado, «nuestro pasado siempre terminaba saliéndonos al encuentro». No hay descanso para ellas, no tienen salvación. Es demoledor.



miércoles, 15 de julio de 2020

LOS MITOS DE CTHULHU



No cabe duda de que Los mitos de Cthulhu, es literatura de horror sobrenatural, cósmico. Los fantasmas de los cuentos de terror se sustituyen por seres monstruosos que viven en las profundidades de la tierra y en otro tiempo, incluso en otra dimensión. Estos seres  están agazapados para salir en cualquier oportunidad, da igual que hayan pasado miles de años, y causar la muerte de los seres humanos, bien por la fuerza, si son atrapados, o presas de la locura, si han conseguido escapar. Realmente, nadie que los vea se libra de un final terrible.

La obra de H.P. Lovecraft sigue teniendo incondicionales entre los lectores de hoy día a pesar de (o puede que por esa razón) ser un autor con cierto carisma homófobo, antisocial y crítico hacia todo lo moderno. No cabe duda de que en sus relatos late un racismo acentuado; los monstruos tienen que ver con hombres indígenas, negros, nunca de ojos claros, a quienes atacan «La región que ahora invadía la policía era una de tradicional mala reputación, prácticamente desconocida y no cruzada por hombres blancos». «Sus extraños rasgos no tenían nada que ver con los asiáticos, polinesios, levantinos o negroides». Este desprecio da como resultado una obra mitológica, Los mitos de Cthulhu, instaurada con la visión apocalíptica de una imagen degradada del universo.

La edición de Alma Clásicos Ilustrados es, como suele, una maravilla. El libro, de tapa dura, corresponde a una edición revisada, de 2019, en papel reciclado con fantásticas ilustraciones de Paul Carrick. Son doce narraciones, aunque solo diez son enteramente de Lovecraft. Las ratas del cementerio está escrita por Henry Kuttner, probablemente el más fiel seguidor del maestro, aunque se pueden extraer algunas diferencias. En la estructura, Kuttner mantiene la clásica, una presentación del guardián del cementerio y los objetivos por los que continúa en el cargo a pesar de las enormes ratas que colonizaron el lugar y los sucesos extraños que protagonizan. El nudo narrativo ocupa casi toda la historia, cómo el guardián quiere adelantarse a las ratas para robar el oro del último enterrado. Y el desenlace, apenas un párrafo para describir su agonía. La angustia del lector va en aumento desde el principio y el cuento se lee con bastante facilidad, probablemente por ser muy corto. La historia es más sencilla, no encontramos las analepsis ni prolepsis que suelen ser habituales en Lovecraft. Apenas hay digresiones; la atención pues, no se desvía en ningún momento. El lenguaje es mucho más coloquial, exento de términos científicos, mitológicos o inventados, por lo que el ritmo de lectura se acelera.

El corpus de narraciones de Lovecraft tiene su sello propio, de hecho podríamos encuadrar estas novelas cortas y cuentos en la literatura perteneciente al cosmicismo. En casi todos los relatos encontramos seres interestelares no percibidos por el hombre (que no es sino una parte insignificante de un universo aterrador). Los narradores, uno en cada historia, no son fiables, pues sus mentes están alteradas por el horror vivido o por las diversas sustancias ingeridas para olvidarlo. Hay un personaje, Randolph Carter, que se repite en algunos cuentos. En el primero, La declaración de Randolph Carter, denuncia en primera persona a la policía la desaparición de su amigo después de que encontrara el Necromicón (libro prohibido de hechizos y taumaturgia, inventado por el propio Lovecraft y nombrado en La ciudad sin nombre, siguiente cuento del volumen, que sirve para conectar ambas narraciones y ofrecer una sensación realista a lo que nombra. Por supuesto, en La ciudad sin nombre advierte que el libro prohibido fue escrito por «el árabe loco Abdul Alhazred», técnica clásica de la que el padre de la ciencia ficción hace uso cuando se declara a sí mismo el autor pero elude responsabilidades, con su pseudónimo , al introducir dos autores en el relato).

Warren, el amigo desaparecido, sigue las indicaciones del libro por túneles subterráneos en los que habitan seres terroríficos y no sale. Pero Carter espera que Warren le conteste durante «interminables eones» hasta que al final una «voz hueca, profunda, gelatinosa, remota, sobrenatural, inhumana e incorpórea» es la que le responde: «¡Warren está muerto!».

Está claro que este cuento, corto, se podría clasificar como descendiente de los escritos de Edgar Allan Poe, por la atmósfera macabra y la exposición de los miedos ocultos que nos acechan en la oscuridad. Pero va más lejos. La acumulación de adjetivos, las palabras denotativas de algo impracticable «El susurro de Warren se hinchó hasta convertirse en un grito, un grito que se hinchó […] en un alarido que contenía todo el horror de los siglos», las hipérboles imposibles «interminables eones permanecí sentado» y los términos específicos o técnicos «euclidiana», «anadeando», «oleosamente», consiguen que estas narraciones no sean solo románticas sino que adquieran la categoría de góticas. Los personajes se mueven en situaciones exageradas por un marco sobrenatural que trasciende el real para ofrecernos cadáveres, espectros con formas de diferentes seres capaces de traspasar lugares y tiempos para llevarnos, de manera enloquecedora, hasta los comienzos del universo. Y será esta cualidad, la de viajar en el tiempo, la que aporte a la literatura gótica de Lovecraft el rango de ciencia ficción.

Si hay una novela de ciencia ficción que refleja la misantropía de este autor creo que es A través de las puertas de la llave de plata, escrita con Hoffman Price en la que el personaje recurrente de Randolf Carter vuelve a ser el protagonista, aunque en realidad ha desaparecido. Y en su casa se celebra una reunión para decidir el destino de su finca. El gurú Chandaputra les cuenta que Carter desapareció pues el Arquetipo Supremo le entregó una llave que lo llevaría a una dimensión superior, tras haber profundizado en los misterios del cosmos y entender la naturaleza del universo. Al traspasar la puerta entendió que todos los seres son facetas de otro superior; él es una faceta del Arquetipo Supremo que le concede su deseo de conocer una raza extinta de un país lejano. Pero no sigue las normas del supremo, por lo que no puede adoptar su forma humana ni volver a la Tierra hasta dentro de dos años, cuando dé fruto el plan concebido para tal fin.

Los seres monstruosos tienen reminiscencias de Dios «Se encontraba en muchos lugares al mismo tiempo». Carter quiere ser omnipotente «emanó de aquel Espíritu ilimitado una corriente de sabiduría y comprensión…» no se conforma con lo que sabe el hombre, quiere alcanzar «lo que casi estaba fuera de la comprensión humana». Pero, ¿podrá tener del don del conocimiento absoluto? Lovecraft tiene la respuesta y puede que no sea del todo alentadora para el hombre.

Los Grandes Antiguos dioses del más allá despertarán por variadas razones para apoderarse de los humanos y llevarlos hasta otras culturas, otros mitos que estaban enterrados en el tiempo pero no muertos y, aunque puedan volver a sus infiernos en algunos cuentos, el lector tiene claro que en cualquier momento, regresarán al menor descuido del hombre. En cuanto este quiera indagar, saber más de lo debido, investigar sobre el pasado, podrá despertar a las bestias dormidas que traerán el nuevo caos.

Un pesimismo terrorífico invade estos Mitos de Cthulhu, pues sugieren cierto menosprecio a una humanidad incapaz de vivir en armonía. El hombre vive bajo un poder espantoso que, aunque parece inerte, puede cobrar vida para destruirlo. Al personificar «La ciudad sin nombre», le confiere determinada autoridad destructiva acechante, «vetusta superviviente del diluvio, de esta bisabuela de la pirámide»; una autoridad con un fin concreto y determinista para el ser humano, «en los eones venideros hasta la muerte puede morir». Todo puede ser causa de antítesis, de ruptura del orden establecido «me pareció que esta —la luna— temblaba como si se reflejara en la superficie de unas aguas trémulas», por eso no es raro que podamos estar a merced de espíritus malignos que se alían a la naturaleza «furia del viento era infernal, cacodemoníaca» para hacer que desaparezca el hombre «mis gritos se perdieron en aquel babel infernal de espíritus aulladores», y resurjan otras especies extintas «la de las criaturas reptilianas de la ciudad sin nombre». El arqueólogo que visita esa ciudad queda subyugado por las imágenes de reptiles de cabeza deforme que lo sumen en un debate entre lo real y lo imaginado. Esta ciudad recuerda a la que aparece en Las mil y una noches como maldita por Dios. Parece que el hombre está maldito por Dios también para Lovecraft, pues el enfrentamiento que tiene con diversas razas alienígenas en sus cuentos, supone una batalla perdida. Se enfrenta a dioses peligrosos (pero de cierto paralelismo al de la religión católica) y a seres amenazadores (pero de mayor inteligencia que los hombres). El autor deja constancia de su obsesión por tener consciencia del Todo, de la unidad que dirige el espacio con poder absoluto y de la insignificancia del hombre ante ese poder.

En El modelo de Pickman sorprende con un lenguaje más expresivo, menos coloquial que, unido a una narración en primera persona que se funde en un monólogo dirigido a un oyente-lector, impacta doblemente por lo poco explícito del terror y las preguntas retóricas «¿Qué sabrán los hombres de hoy acerca de la vida y de las fuerzas que se ocultan tras ella?» El modelo de Pickman representa la cara terrible del ser humano, no la que ven los demás sino la que vemos al mirarnos en una fotografía, la que presentimos al mirarnos en el espejo, la que intenta (como en El retrato de Dorian Grey) negar el horror y solo consigue acrecentarlo.

No quisiera terminar sin reflexionar en La sombra sobre Innsmonth, una novela corta de 72 páginas incluida en este volumen. El narrador protagonista llega a un puerto de Massachusetts por casualidad y, espantado, solo encuentra a dos humanos, el tendero y el viejo Allen. El resto, así como el propio pueblo, son figuras inquietantes, repelentes. Allen le cuenta que en el pasado llegaron a un acuerdo con los Profundos; estos seres superiores, mitad peces, aportarían prosperidad a cambio de sacrificios y la procreación con humanos. Eran adoradores de Cthulhu, el dios dragón con cabeza de pulpo, del que todos venimos. Los profundos traían a seres del mar y los dejaban en Innsmonth para que se mezclaran con los hombres. El narrador, aterrado, logra verlos; tras ser perseguido por ellos, puede regresar a su ciudad. Pero tiene sueños en los que Cthulhu lo reclama a ese universo de las profundidades ¿Es una actitud blasfema? ¿Puede el hombre adoptar una forma monstruosa que habita en las profundidades marinas para quedar a imagen y semejanza de dios? ¿Creó dios al hombre o este fue una evolución de los seres más antiguos que poblaron la Tierra? ¿Es posible seguir una religión siendo científico? Parece que estas preguntas atormentaron a Lovecraft. En cualquier caso, y a pesar de todo, su mente dejó una base literaria sólida sobre la que se han seguido edificando ficciones hasta hoy.

sábado, 16 de febrero de 2019

UN VIAJE A LA LUNA



Este año se celebra el 50 aniversario de la llegada del hombre a la luna. Aún hoy sigue habiendo reacios a creer en semejante proeza, a pesar de estar refutadas científicamente todas las dudas expuestas. Pero este no es el motivo de mi reflexión sino, como siempre, manifestar mi admiración por aquellos grandes, aquellas mentes sobresalientes capaces de tener una imaginación prodigiosa y saber expresar con palabras más sugerentes que las propias imágenes todo lo que circula por su pensamiento.

Alentada por esto decidí leer De la Tierra a la Luna, novela publicada el 25 de octubre de 1865, por Jules Verne, un hombre que se adelantó a su tiempo en todo lo relativo a ciencia pues predijo hazañas que más tarde se llevarían a cabo. De hecho, en la novela, el presidente del Gun-Club propone la fabricación de un cañón gigante para enviar un proyectil a la Luna; objetivo que logran alcanzar en 4 días y 1 hora. Ciento cuatro años más tarde los estadounidenses lo consiguieron en 4 días. Da que pensar cómo funcionan las cabezas de algunos, que no son como las del resto indudablemente.

Pero tampoco voy a hablar de esta novela sino de un cuento escrito por uno de mis autores románticos preferidos, Edgar Allan Poe, nacido en Baltimore en 1809. Apenas quedan ejemplares de este libro, formado por cuatro cuentos, pero me he hecho con uno de la editorial Losada: Un viaje a la luna y otros cuentos. El que da nombre al libro es el más largo, casi 80 páginas escritas en su mayoría a modo de diario y de forma epistolar que relatan, en primera persona, el viaje a la Luna del holandés Hans Pfaall. El cuento comienza con un narrador en tercera persona que expone lo sucedido en la ciudad de Rotterdam: Un globo desciende del cielo y su extraño tripulante deja caer una carta para el vicepresidente del Colegio Astronómico. Al leer la carta, firmada por Hans Pfaall, la narración pasa lógicamente a primera persona. Pfaall recuerda a todos quién era, un constructor de fuelles que, acuciado por las deudas decide primero suicidarse aunque, tras leer unos libros, prefiere fabricar un globo para marcharse lejos de Rotterdam, dejando sola a su mujer pues la ve capaz de solventarse la vida sin él

Y como tenía mujer e hijos que alimentar, me fue imposible atender en adelante a todas mis obligaciones, y pasaba las horas del día y de la noche reflexionando sobre la manera más cómoda de librarme del peso de la existencia

El día que tiene acabado su medio de transporte, queda con los acreedores prometiéndoles algo maravilloso con lo que contentarlos. El globo hace su despegue tras una gran explosión y posterior incendio, en el que mueren los presentes, y así, provisto de dos palomas a las que parece haber transmitido la nocturnidad y necrofilia del cuervo, una gata y agua se lanza a recorrer el mundo. Cuál no sería su sorpresa al ver que la ascensión es rapidísima, hasta el punto de que le provoca mareos y dolores de cabeza, por lo que, sobre la marcha «Resolví […] dejar este mundo, ¡pero seguir viviendo! […] un camino para llegar a la Luna», encierra la canasta y pone en marcha un condensador para estabilizar la presión atmosférica y poder respirar. De este modo consigue llegar a la Luna en 17 días, no sin antes haberse quedado por el camino las palomas, la gata y la camada de cinco gatitos que, al nacer en el espacio, respiraban con total normalidad. Una vez en la Luna descubre a unos seres diferentes a los terrícolas, más pequeños, con forma casi esférica, sin orejas… y decide quedarse allí durante cinco años, hasta que envía a un “lunita” a la Tierra con la carta pidiendo perdón por los asesinatos cometidos sin querer, a cambio de explicar cómo es la Luna y sus habitantes

Sentí levantarse a un lado, con un ruido y una detonación espantosa, una espesísima nube de fuego, de tierra, de madera, y metal inflamados, y envuelto en ella, miembros humanos despedazados, lo que me causó tan horroroso espanto, que me tendí en el fondo de la barquilla temblando de terror.

Pero el final, retomando el tiempo presente y al narrador testigo, es muy distinto del que Pfaall pensó.

El ansia de experimentar nuevas sensaciones no es nueva. En 1726, Jonathan Swift escribió una sátira sobre la naturaleza humana en general y sobre el gobierno irlandés en particular, en la que Lemuel Gulliver presenta en primera persona, de forma autobiográfica sus viajes a Liliput, a Brobdingnag, a la isla voladora Laputa o al país de los houyhnhnms entre otros, donde conoce todo tipo de seres, desde enanitos hasta gigantes pasando por caballos parlantes e inteligentes o magos que hablan con fantasmas. Pero Gulliver no salió de la Tierra. Creo que el primero en hacerlo adaptando a su época este tipo de literatura y sentando por lo tanto una serie de bases para la novela posterior de ciencia ficción fue Allan Poe; de hecho, Verne se inspiró en este cuento para escribir su novela.

¿Podemos considerar entonces a Poe como el padre de la ciencia ficción? Probablemente, pues en Un viaje a la Luna aparecen descubrimientos científicos imaginarios basados en la realidad, sobre los que gira el argumento, escrito en 1832, es decir, 33 años antes de la novela del autor francés.

Lo primero que hay que tener en cuenta es la distancia positiva que separa a la Luna de la Tierra […] la rarefacción debe ser tanta, que no puede sostenerse la vida animal […] luz zodiacal, era también un punto a tener en cuenta […] la fuerza centrípeta debía decrecer siempre en razón del cuadrado de las distancias […] se experimenta en la cabeza y en el cuerpo un inmenso malestar acompañado a veces de epistaxis…

Lo curioso es que, en este cuento, podríamos llamar de aventuras, de una iniciática ciencia ficción, se manifiestan ya las características que definirían a Poe como autor de cuentos de terror: Encontramos al personaje principal, Pfaall, quien se caracteriza por estar en el límite de la locura. Pfaall es autodestructivo, le gusta propagarse fuera de lo cotidiano y enfrentarse a lo inevitable de forma extrema «Mi cuerpo formaba entonces con las paredes de la barquilla un ángulo de 45 grados, aproximadamente». Puede que este cuento no sea tan famoso como otros del autor pero sí es el más trascendentalista puesto que el protagonista establece una relación original con el universo. Para Pfaall el pensamiento intuitivo es fundamental; en ningún momento se equivoca y, aunque realice planes para su hazaña basándose en las nociones avanzadas de la ciencia, en la mayoría de ocasiones que se presentan inconvenientes, los resuelve de manera sagaz, casi clarividente. «Entonces desplegué el aparato condensador en actitud de hacerlo funcionar inmediatamente».

A través del personaje, Allan Poe se atreve, mediante la observación directa de la naturaleza a desafiar a las propias leyes imperantes en el XIX sobre física y astronomía para recrear un viaje que 127 años después se hizo realidad. Es cierto que el viaje de Pfaall responde, en parte, a los avances realizados en el globo aerostático durante la época de Poe, pero el escritor lo lleva más lejos, hasta la luna.

Es un gas que nadie ha obtenido hasta el presente, nadie más que yo, o por lo menos no se ha empleado jamás con ese objeto […] constituye una de las partes que componen el ázoe […] cuya densidad es menor que la del hidrógeno casi treinta y siete veces y media.

Otros lugares comunes de la prosa del romántico estadounidense, como la obsesión por la muerte, la obstinación con los gatos, el gusto por la bebida, la inquietud por el fuego, las imágenes surrealistas, el miedo ante determinadas situaciones accidentales que termina convirtiéndose en un inicio de psicopatía, se encuentran sin problema ya en este cuento escrito sólo con veintitrés años; cuento que engloba el terror en una prosa poética con la que, en ocasiones describe situaciones verosímiles y en otras es un ejemplo de ensayo científico. Estilo totalmente característico pues la ironía y el humor, en su mayoría negro, salpican aquello que se nos presenta como una desatinada excentricidad.

…respecto a los gatitos […] sin revelar el menor síntoma de malestar […] la manga de la camisa se enganchó a la hebilla que sostenía la cesta […] cuando la cesta había desaparecido de mi vista […] Con gran aflicción les deseaba todo género de felicidad a los animalitos, pero no me parece que ninguno haya sobrevivido

Lo siniestro se mezcla con la burla hasta parecer una caricatura tanto de personajes como de circunstancias. De hecho el protagonista carece de vida interior;

…me dediqué, con auxilio de mi mujer, con las más delicadas precauciones y el más perfecto sigilo, a disponer los pocos bienes que me quedaban y a obtener por medio de pequeños préstamos […] sin cuidarme —he de confesarlo así, para vergüenza mía— de los medios de que me valdría para devolverlos

la cualidad que lo define es la astucia, de la que se vale para embaucar a sus semejantes primero y a los extraterrestres después, al menos eso es lo que nos quiere hacer creer. Pero siempre nos quedará la duda sobre quién tiene razón, si él, que se queda en la Luna conviviendo como líder entre los “lunitas” o “selenitas” residentes, o sus compatriotas holandeses que afirman haberlo visto en la taberna.

Lo que está claro es que la magia rebosa surrealismo a lo largo de las páginas en las que el propio Pfaall relata su aventura.

La escritura es intensa, predomina el énfasis en la narración, técnica con la que logra interesar al lector desde el comienzo. No hay didactismo, ni la intención moralizante propia de la época, por lo que Poe expone sin temor cualquier elemento utópico siempre que consiga cierta estética formal.

caí como una bala en el centro mismo de una ciudad de aspecto fantástico y en medio de una multitud de ruin gentecilla, ninguno […] se tomó la molestia de ayudarme. Todos […] como un ejército de idiotas, gesticulando de una manera ridícula […] Me aparté de ellos con un soberbio gesto de desdén, y levantando mis ojos hacia la Tierra…

A pesar de viajar por el espacio exterior, Pfaall detalla su aventura desde el agobio del enclaustramiento al que se ve sometido para evitar los cambios de atmósfera y por lo tanto la muerte. En este espacio cerrado las emociones del lector se multiplican con el sufrimiento del personaje.

Paradójicamente, cuando este espacio cerrado se abre, cuando puede volver a salir a la luz, a recuperar su libertad, los planes, perfectamente trazados, perfectamente llevados a cabo, se rompen, lo que demuestra que nada está bajo control, que todo puede ser una ilusión, «el perdón no servirá de gran cosa».

martes, 16 de mayo de 2017

EL RASTREADOR DE CONCHAS



De nuevo un alumno me sorprende. Benjamín, de segundo de Bachillerato, tuvo a bien regalarme, para el Día del Libro, El rastreador de conchas. Es cierto que le tocó en el sorteo que hicimos para el amigo invisible, pero no cabe duda de que él también ha rastreado hasta dar con aquello que sabía me iba a interesar. Aborrezco la violencia, desprecio la mentira. Nunca me han gustado pero ahora, desde hace un tiempo, estoy especialmente sensibilizada con ellas, encuentro muchas mentiras y violencia a mi alrededor. Cuando empecé a leer El rastreador de conchas hacía casi un mes que me lo había regalado Benja, pero otras obligaciones (todas relacionadas con mi profesión), me impidieron leerlo hasta no terminar con lo que llevaba entre manos.

¡Gracias Benjamín! No conocía al autor, no había leído nada de él y me ha encantado; encima está publicado este año, aún mejor para recomendarlo a todo el mundo. En esta sociedad marcada por la envidia, por la apatía, por la falta de esfuerzo, por la violencia gratuita, hay que leer a Anthony Doerr y sentir que el ser humano puede volver a ser eso, ser humano.

He encontrado en estas páginas la huella de Hemingway en la descripción emocional de los seres vivos, de la naturaleza y, sobre todo, de dos tipos de personas, unas llenas de emociones primitivas, casi siempre mujeres valientes como Naima o Bella, la maestra del 4 de julio, Griselda e incluso su hermana Rosemary, valientes desde la adolescencia como Dorotea, valientes desde sus visiones maravillosas como Mary y valientes desde el agradecimiento como Selma; y otras personas que buscan ante todo sus necesidades afectivas y encuentran algo o a alguien que los hace triunfar porque no permite que fracasen, aun al abandonar lo que había sido su forma de vida.

El estilo de Doerr es realista, a veces duro; con escasas descripciones conocemos a los personajes, que consiguen en su mayoría transportarnos a una realidad algo idealizada, pues al estar en contacto continuo con la naturaleza dejan rastros del realismo mágico. Y es en este realismo donde la pluma de Whitman aparece reflejada, al menos, en ocasiones podemos observar a ese dios que reside en el alma de cada uno, en la conciencia individual sin jerarquías, en la democracia absoluta entre todos los seres que pueblan la tierra, hombres, animales o plantas.

Como Hojas de hierba, El rastreador de conchas es una obra épica sobre la muerte, la sexualidad, la vida, la unión de todas en un constante fluir, unas se acaban para dar paso a otras. Nosotros estamos aquí para disfrutar, sentir cada una en su momento.

El rastreador de conchas está formado por ocho cuentos, yo diría ocho relatos, pues los personajes están tratados en profundidad, no son personajes tipo, sino seres de carne y hueso que sufren, se equivocan y gozan, sobre todo gozan con la cantidad de maravillas que nos rodean y no sabemos encontrar.

Si tuviera que caracterizar las 233 páginas del libro con una palabra sería musicalidad.

El ritmo es fantástico. Es cierto que al ser historias cortas parece que vas a poder leerlas con facilidad, sólo por ser cortas; nada más lejos, la cadencia de las palabras, la mezcla de vocabulario técnico y usual, las expresiones poéticas consiguen llenar las páginas de un lirismo absoluto, nacido del sentimiento más profundo del autor.

Doerr ama a sus personajes y los envuelve, como los grandes de la literatura, en un halo misterioso que se forma de sueños, de predicciones que ellos mismos realizan para profundizar en lo básico de la naturaleza humana, en lo inusual, en aquello a lo que nunca, o casi, prestamos atención, pues sobre todo ahora, nos dejamos llevar por el poder contradictorio de la tecnología, en vez de seguir esos impulsos nimios que conectan con el medio.

El rastreador de conchas es el relato que da título al libro. El protagonista se mueve con facilidad por un entorno escarpado y difícil; sus grandes conocimientos sobre el mar y los animales que viven en él no pueden venir sólo de vivir allí. Entonces nos enteramos de que el rastreador era un niño de Canadá que se quedó ciego de pequeño, y el médico que se lo confirmó le enseñó a aprovechar los sentidos que le quedaban, así descubrió una concha al tacto. Aprende braille, lee, estudia biología, pero nada lo satisface, hasta que a los 58 años, ciego y solo, se aparta a una cabaña en una playa de Kenia y, como si de un nuevo Tiresias se tratase, actúa como mediador entre la tribu y la naturaleza, hasta que es tomado por un curandero. Un periódico importante quiere hacer un estudio sobre sus costumbres pero es atacado por el veneno de un cónico que lo paraliza durante el tiempo suficiente para que se vayan todos los medios de comunicación que habían llegado y él pueda seguir con su vida sencilla, admirándose a cada momento de que sólo el pleno contacto con la naturaleza nos haga conseguir el respeto necesario para vivir, porque todos nos igualamos en ella

«Antes de una hora dejó de respirar, el corazón dejó de latir y murió. El rastreador de conchas se arrodilló en la arena y se quedó sin habla. Tumaini (la perra), aterrorizada, se tiró sobre las patas observándolo. Lo mismo hicieron los chicos detrás de ellos, acuclillados con las manos en las rodillas.

La historia La mujer del cazador es un relato bello pues representa la inmersión total en el ser humano, en tu pareja hasta entenderla; no importa que cueste veinte años conseguirlo o toda una vida. El relato empieza in medias res, cuando el cazador sale por primera vez de Montana y se dirige a Chicago para ver la actuación de su mujer, de la que se había separado 20 años antes. Una vez en la actuación, el lector queda informado, mediante analepsis y prolepsis de lo que sucedió cuando se enamoraron y de la nueva vida de su mujer.

Durante la historia, las relaciones personales en la civilización se cosifican o quedan ocultas por intereses diferentes «Él le tomó la mano, una cosa pálida, huesuda, ingrávida, como un pájaro sin plumas». Si tenemos esto en cuenta podremos asegurar que el mal en estado puro no existe, sólo tiene que ver con las circunstancias y lo que para algunos es dolor o incluso la muerte, para otros es renacer.

¿Se puede cambiar el punto de vista, de forma que encontremos vida incluso en la muerte? La mujer del cazador experimenta tal empatía con aquellos que la rodean que es capaz de sentir sus experiencias, alegrías y temores y pasarlos, como en una cadena eléctrica, a otros que estén presentes.

Al final no se sabe muy bien quién está experimentando la sensación y cuál es la de cada uno, pues todo se confunde «La primera vez que hicieron el amor, ella chilló tanto que los coyotes se subieron al tejado y aullaron por el tubo de la chimenea. Sudaba y dejaba escapar trinos continuados en distintos tonos. Los coyotes carraspearon y soltaron risas la noche entera».

Ella empatiza con todos, hombres, animales, pero debe lavar las manchas de sangre que trae su marido de las cacerías y sufrir las pesadillas que éste mantiene con lobos, por eso se va, intenta llevar felicidad a otros rincones del planeta; escribe libros dedicados a los animales y enseña a entender la muerte «tan definitiva como la hoja de una espada clavada en el corazón. Pero la naturaleza de la muerte no es en absoluto definitiva; no es un acantilado oscuro del cual saltamos [...] No es más que una transición, como tantas otras». Veinte años después, el cazador lo entiende y al verla actuar no le dice nada, «finalmente, extendió la mano para alcanzar la de su mujer».

Tantas oportunidades es un canto a la esperanza a pesar de paralelismos que anuncian un tiempo circular premonitorio, del que no podrán salir «Llegan, retroceden. Llegan, retroceden». A pesar de la amargura que nos rodea «Mentiras. Tu padre no sabe nada de barcos. Ha trabajado toda la vida como ordenanza. Le miente a todo el mundo. Incluso a él mismo» Lo que nos rodea nos da constantes oportunidades, hay que saber distinguirlas y para ello nada mejor que aunarnos, formar parte, integrarnos en nuestro entorno hasta conocerlo y sólo así llegar a amarlo pues nos sentimos parte de él «Siente sus propios músculos, agotados y fuertes. Se agacha en el mar. Cuenta hasta veinte. Deja nadar al pez».

Durante mucho tiempo Griselda fue la comidilla, fundamentalmente mientras todo el pueblo (y su propia familia) la veían como algo inalcanzable, diferente, alguien que en todo momento hizo lo que quiso sin pararse a pensar a quién podría herir, por eso la veían endiosada, viviendo una vida placentera llena de ilusiones hasta que su hermana Rosemary se enfrentó a todos para que se dieran cuenta de que creemos en los sueños de los demás y no nos damos cuenta de que estamos eliminando los nuestros, esos que están tan cerca que ni los notamos.

En Cuatro de julio encontramos la despersonalización del hombre «salieron a empujones» «se desparramaron» «se apiñaron meditabundos sin decir palabra», el aburrimiento y el afán de obtener premios inútiles. Probablemente sea por esto por lo que localizamos más rasgos de humor que en otros cuentos, humor en la combinación de alimentos «engullendo estupendas costillas con hueso y Doritos», humor en los viajes sin sentido «Después de dos vuelos sobrecargados de Lufthansa [...] un taxista de aspecto fiero que los metió apretujados en una furgoneta japonesa». Humor en las anáforas que resaltan la longitud del viaje «Luego tren rumbo al norte, luego un antiguo autobús, luego la cabina húmeda de un crucero» y la estupidez humana «asomados a la barandilla de proa, parecían mareados».

La animalización y la evidencia de inutilidad se va haciendo más patente conforme avanza la apuesta que están logrando ganar: pescar los peces de agua dulce más grandes de cada continente, para ver quién gana: estadounidenses o británicos. Y cuando todo parece que no va a tener fin surge, para los estadounidenses una carpa «ocre grisácea, como si hubiera absorbido el color de la ciudad en su momento más sombrío», una carpa humanizada «el rizo de los bigotes recordaba a un español huraño y venerable, que hubiera caído herido y jadeara» que consigue que ellos se humanicen y la dejen escapar, aunque, por supuesto, ya tengan planeada la acción en el siguiente continente «No perderían, no podían perder. Eran norteamericanos. Tenían ganada la partida de antemano». Y es que, en el fondo somos así, nos gusta tropezar varias veces en el mismo sitio.

El casero es el relato por excelencia de la esperanza. Cuando el hombre ha conseguido llegar a lo más bajo en la escala de los seres vivos; cuando ha experimentado los horrores más tremendos, cuando el miedo lo persigue atormentando sueños y vigilia, aún puede sacar fuerzas y creer en la vida para experimentar de nuevo los pocos recuerdos agradables que le quedan e intentar vivirlos renovados.

La obsesión de Joseph es que, en esta vida depravada, nada vuelve a su lugar «En tres semanas ve lo suficiente para tener pesadillas durante diez vidas enteras. En esa guerra de Liberia todo queda sin enterrar y cualquier cosa que hubiera estado enterrada se desentierra». Como refugiado de guerra pasa por un calvario similar, al sufrimiento físico se le une el psicológico hasta que consigue empatizar con cinco ballenas moribundas, varadas en la playa, a las que entierra sus corazones en un jardín improvisado del que, pese a todo, salen unos melones estupendos. Joseph descubre que «cuando las cosas se desvanecen, se convierten en alguna otra cosa, muertos volvemos a levantarnos en las briznas de la hierba». Así, ayuda a que Belle, una sordomuda, entienda la luz de la vida y se ayuda a sí mismo, volverá a casa, a su país destruido para enterrarlo todo y poder darle otra oportunidad.

Mkondo, último relato, cuenta la experiencia de Ward Beach, de Ohio, enviado a Tanzania en busca del fósil de un ave prehistórica. Allí se queda prendado de la forma de correr de Naima y consigue que le den más permisos de estancia, aprende a correr y cuando logra alcanzarla le pide que se case con ella. Acepta, pero ella no se adapta a Ohio. Los extraños no la miran a los ojos, los mercados eran asépticos, con todo envasado y el museo la enervaba, todo estaba muerto allí. Ward cambió, empezó a perder forma física, a trabajar todo el día y a estar menos tiempo con ella, que se fue entristeciendo hasta darse cuenta de que la felicidad estaba conectada al paisaje. En Ohio no puede tener animales, lo intenta con abejas y halcones pero los vecinos lo impiden. Cada vez se va consumiendo más en Ohio, también su espíritu, de forma que tras cinco años allí consigue odiar a su marido por haberla enamorado; y de pronto, decide ir a la universidad, a estudiar fotografía y «ver el mundo en términos de ángulos de luz». Consiguió tener éxito porque veía lo que nadie, porque «Estas fotos le recuerdan a uno que cada instante está aquí y ahora, para luego desaparecer por siempre jamás, que no hay dos cielos que vuelvan a ser exactamente iguales».

Naima decide entonces volver a Tanzania y, tras un tiempo, Ward la sigue, pero pasa allí tres años buscándola sin éxito hasta que llega a la cabaña de sus padres y la espera, con la seguridad de que está allí.


Todos los personajes de los cuentos se enfrentan a alguna situación tan adversa que parece insuperable. Con intención catártica Anthony Doerr traza un itinerario de sentimientos para que nos sintamos relajados en la dureza —y belleza— de la existencia. Sólo así podremos buscar lo que verdaderamente importa, aunque cueste trabajo; para ser felices y hacer felices a los demás debemos buscarnos a nosotros mismos.