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martes, 8 de diciembre de 2020

AQUITANIA

 

No suelo leer novela histórica, no es mi subgénero favorito. Acabo de leer Aquitania y lo único que lamento es que haya terminado.

Esta novela me ha supuesto un descubrimiento, una nueva incursión a la lectura. He asistido a la revitalización de una época, que yo creía oscura, en la que el reflejo social no consigue anular el carácter de los personajes. Nadie queda indiferente ante las acciones de cualquiera de ellos pues hasta el más insignificante constituye un engranaje para conseguir los objetivos de la novela: iluminar la Edad Media, denunciar el papel que jugó la mujer en una época en la que su único derecho era asentir, y ensalzar la inteligencia y estrategia de una mujer que aspiró a lo que solo le estaba permitido a los hombres.

No solo he leído esta novela, el interés que ha despertado en mí ha hecho que busque en enciclopedias y libros de historia datos de sucesos que parecían ficticios, y me he llevado la sorpresa con otros que creía reales y forman parte de la imaginación de la autora. Esto es lo bueno de la novela histórica, que conjuga la realidad y la ficción de tal forma que da igual si lo que leemos pertenece a una u otra existencia; lo que importa es que partiendo de una base real se construye un universo que permite soñar, que despierta la imaginación, que aviva la curiosidad, que estimula la capacidad de asombro y de intriga.

Todo esto consigue Eva Gª Sáenz de Urturi con Aquitania. Y más, porque la novela es un despliegue de aventuras, intrigas de palacio, traiciones, acuerdos y amor. ¿Cómo es posible en un mundo tan cruel emanar tanta ternura sin una muestra de sensiblería? ¿Cómo puede una persona contener tanto miedo y rencor sin manifestarlo durante gran parte de su vida, esperando el momento seguro para la venganza?

Magistral la forma en que Sáenz de Urturi va destapando amor, odio, pasión, abulia, venganza, arrepentimiento, dolor, alegría, éxito y fracaso en pequeñas dosis alternando hechos y alternando voces. Tres puntos de vista narran esta historia, el de Eleanor y Luy, reyes de Francia y duques de Aquitania y el del Niño, un personaje entrañable que, con el tiempo, llegará a intervenir de manera decisiva en la vida de los reyes y del propio reino.

Todos los personajes esconden un secreto que se irá desvelando según considere oportuno el narrador correspondiente, emulando en ocasiones las llamadas de atención que el juglar de la Edad Media dirigía a los oyentes, «Creo que es el momento de hablar de los gatos aquitanos. Son importantes en esta historia». Otras veces el protagonista anticipa, mediante un dato catafórico, una confidencia sin llegar a descubrirla, pero el lector ya ha quedado atrapado en la advertencia, «Ninguno de los dos lo sabía, pero aquel infame atardecer en la sacristía no estábamos solos. […] una presencia escuchó la charla que cambió el devenir del reino de Francia, oculta tras las cortinas de un viejo confesionario».

Los personajes son numerosos, los hechos también. Además unos y otros se van mezclando en el tiempo y en diferentes espacios según sea el narrador, que a lo largo de las cuatro partes de la novela se va alternando.

La primera narra la infancia de Eleanor y la relación que mantiene con Rai, su tío carnal y amante. Las analepsis aportan una visión más completa del pasado, pues ha llegado el momento de separarse con el fin de aunar territorios sin exponerlos a futuras guerras. Los poitevinos deben anteponer su nombre a su intimidad: Sólo Sé Subir, es la máxima que no debe olvidar. Asimismo asistimos a la presentación de Luy VII, futuro rey de los francos, a quien Eleanor se entrega para llevar a cabo una venganza.

Finalmente conocemos al tercer narrador, Niño, de quien más tarde sabremos su nombre, su verdadera personalidad y el alcance que llegará a tener en el reino de Francia.

Los datos históricos se mezclan con costumbres sociales y con intrigas palaciegas de tal calibre que van desde las amenazas hasta los más crueles asesinatos, «Creo que habéis perdido al heredero de Francia. Nadie os va a perdonar en la corte vuestra necia imprudencia, si decido contarla». En esta primera parte, a pesar de las otras voces narrativas en primera persona, Eleanor se convierte en protagonista absoluta desde que se desvela como una estratega sorprendente, «“Estoy en la corte de París, estoy más cerca de saber qué hicieron contigo, padre” me dije».

Por supuesto, la inteligencia de Eleanor es real, su fuerza mental y resistencia física también, pero las intrigas se agrandan en la novela por los finales en suspense de los capítulos


Qué letal combinación.
Todavía, para mi desgracia, no sabía cuánto.

El ritmo de la lectura se agiliza con hipérboles tan desmedidas que confieren un inequívoco tinte de narración de aventuras, «Otros afirmaban, después de santiguarse, que podía romper los huesos de un hombre hasta reducirlos al tamaño de una taba».

Y, sin embargo, ese ritmo extremo se ralentiza en los pensamientos emotivos o en comparaciones tan poéticas que consiguen un lector entregado completamente al personaje, «El niño obedeció, con una sonrisa como un universo».

En la segunda parte, el matrimonio de la duquesa de Aquitania con el rey de Francia está consolidado. Eleanor, empleando toda su astucia ha logrado alejar de la corte —al menos momentáneamente— a quien la puede dañar; sin embargo su reino pasa por constantes «miradas desaprobadoras por la ausencia de herederos en el horizonte». Estamos en un lugar y una época en los que prima el interés, no existen los favores, solo son meros intercambios para que las partes implicadas salgan beneficiadas, «—Confío en que logréis lo que os proponéis, y yo cumpliré mi parte, con agrado además».

La tercera parte nos muestra a una reina fuerte que hace valer sus derechos como soberana y como mujer; es ella quien entabla acuerdos con la Iglesia y quien anima a su marido a llevar a cabo contiendas aterradoras ocultándole el verdadero motivo. Amor y desamor que no son más que consecuencias inevitables de no disponer con normalidad de una vida íntima, sino la marcada por los intereses del reinado «Eran demasiados silencios como para disimularlos en una sola mirada».

Llama la atención la exposición de la locura del soldado, algo que a pesar de los siglos sigue afectando al ser humano, otra muestra más de lo poco que hemos cambiado con el transcurrir del tiempo: «muchos de nosotros hemos comido alguna vez carne humana por necesidad […] A veces no hay villa a la que retornar ni señor a quien demandar la paga».

En la cuarta parte el ejército francés, con Eleanor a la cabeza, pierde la Segunda Cruzada contra Nuredín. En una hábil mezcla de realidad y ficción, Eleanor descubre al asesino de su padre gracias al romance de don Gaiferos, que según una de las interpretaciones alude a la muerte del duque de Aquitania al llegar a Compostela.

Con el ritmo vertiginoso, propio de la novela de aventuras, los sucesos se agolpan al final: Eleanor anuncia públicamente su intención de pedir la nulidad matrimonial, es secuestrada y mandada liberar por su propio marido, lleva a cabo de forma épica, magistral, la venganza tan esperada una vez resueltos los asesinatos de los dos hombres más poderosos de Francia y convierte su antiguo lema en Sólo Sé Seguir.

Y en un guiño a la novela bizantina, Eva García nos regala la anagnórisis de los dos personajes más queridos de la trama:


—¿Cómo habéis dicho?

—Que sois mi sobrina, querida Eleanor

Fabulosa Eleanor y fabulosa Aquitania.

Pero no cabe duda de que el verdadero mérito de esta ficción maravillosa es de la autora. Sáenz de Urturi consigue mantener intenso, aunque encubierto con recursos literarios, el cariño que se profesan los protagonistas. La personalidad paciente, buena, pacífica de Luy es capaz de calmar cualquier rencor de Eleanor y transformar en amor su deseo de venganza. El temperamento activo, fogoso de Eleanor aporta ilusión a un rey desengañado con el mundo terrenal

Las metáforas sensuales no son más que el resultado de la relación que se forja entre ambos «yo era mujer de luna creciente, mi sangre siempre bajaba cuando el disco blanco dibujaba sus contornos afilados contra el cielo oscuro». Los diálogos nos acercan salvajes estrategias, sucesos horrendos que al ir salpicados de cierto humor consiguen relajar la tensión, como también lo logran las metáforas cotidianas que encubren el verdadero cariño. Asimismo los diálogos son portadores de réplicas inolvidables, dignas de ser recordadas como parte de la representación de una saga en la que el amor se convierte en fenómeno de masas


—Dejad que os busque en la oscuridad, mi reina. Quiero que la corte de Francia vea que sois inconfundible. No hacen falta los cinco sentidos cuando se está frente a la duquesa de Aquitania.

Otras veces, en las réplicas se impone el humor capaz de acrecentar la emoción del momento


“Bienvenido” murmuré, conmovida
“Bienvenida”, contestó él
—Vuestra  loca  estrategia  resultó  —me susurró al
cuello, creo que pensó que lo hacía al oído.

Asimismo con el empleo de refranes mezclados a expresiones humorísticas se encubre el maltrato dado a las mujeres, el horror de ser mujer cualquiera que fuese su estatus «Pero dice el refrán que vieja que baila mucho polvo levanta».

La autora hace acopio de comparaciones cotidianas, anáforas, epíforas, anadiplosis y paralelismos que poetizan los diálogos. Los constantes contrastes del oxímoron llenan de sentimientos una época catalogada como oscura


Era verano, lo sé. El cielo ardía, lo sé. Mas cayó sobre nosotros una ligera nieve negra

La exposición concatenada de los hechos constata una presencia tenaz de la preocupación solo liberada por la ironía necesaria para afrontar tanto dolor, un dolor ante el que la Iglesia (y sus intereses) se comporta de forma efectista, ávida de masas que le sirvan en sus objetivos, «Bernardo lanzó al aire un pañuelo con el que se había secado el sudor de la frente y […] se arrojaron sobre aquel trozo de tela»

«Tomó aire con la solemnidad de un resucitado […] y se dejó caer desde el púlpito hacia los brazos de sus entregados fieles».

Eva García consigue que, tras leer Aquitania, los lectores quedemos entregados a su prosa esperando una continuación de la vida de Eleanor.



domingo, 22 de noviembre de 2020

LA LENGUA DE LAS SIRENAS

 

Es difícil analizar una novela sin hacer ningún spoiler. No obstante lo voy a intentar porque este libro va dirigido a un público especial, los adolescentes, y es conveniente que sean ellos quienes descubran qué ocurre. Porque además, seguro que cada uno realiza una lectura individual que llega a conclusiones diferentes de los demás.

La lengua de las sirenas es un libro que se presta al debate, a compartir experiencias, a argumentar enseñanzas, a discutir asuntos, a sugerir desenlaces. Esta novela es, no cabe duda, una historia de aventuras. También podría encuadrarse en una colección de cuentos maravillosos, en los que todo es enigmático, el tiempo, el espacio, los personajes… hasta el propio narrador supone una intriga. Pero, aun con incógnitas, no hay problemas de comprensión en su lectura, pues tal como le requiere un personaje al protagonista:


—…debes dejar que yo te guíe. No puedo permitir que leas cualquier libro. Cada página tiene su momento

[…]

—Confía en mí. Habrá tiempo para eso y debes aprender antes con otras historias.

Efectivamente, La lengua de las sirenas es una novela juvenil de diez capítulos, y cada uno contiene una aventura diferente, pero todos están unidos por un eje central que los recorre: el narrador omnisciente, que va acercando al lector a la novela costumbrista «La posada estaba llena de mesas y banquetas elaboradas con madera de cedro…», a la bélica, a la de aventuras o a la de misterio, «El atún los había llevado hasta aguas impetuosas, capaces de destrozar los cascos de los barcos en un soplo». Al mismo tiempo, nos presenta una gran cantidad de personajes extraños, casi mágicos, cuyo poder va más allá de conceder cualquier deseo, otros deciden aleatoriamente sobre la vida de inocentes. Será cada lector quien encuentre todo el sentido a estos personajes y sus actos al terminar la novela.

La estructura también es misteriosa pues se presenta cerrada y, sin embargo, puede tener tantos finales como veces la leamos. Hasta ahí llega la magia. Asimismo las aventuras son fáciles de entender, pero ponen a prueba el conocimiento del idioma y fomentan el uso del diccionario, ya que prácticamente cualquier término marinero puede aparecer en sus páginas: caleta, enseña, falúa, fondeadero, cálamo, carrizo, ostionera, arribé, atalaya, galerna, bajeles, onagro, batel… En la narración encontramos numerosas comparaciones cultas, bélicas, de animales, naturales, sensitivas hasta el punto de formar casi greguerías, o tan representativas que aportan un significado metafórico. Todas facilitan la inmediata comprensión y la futura fluidez en la expresión del lector: «Con la misma pericia que un sastre al urdir, condujeron la luz hasta los gigantes», «El arma de bronce se agitó como los tentáculos de un calamar», «El olor a salitre era intenso, tanto o más que el combate de las olas», «la luna se reflejaba como la carita de un bebé cuando juega con un cubo lleno», «Cuando la costa encogió tanto como una hormiga, paramos de remar».

Las descripciones de criaturas imposibles cobran importancia por medio de personificaciones. Indudablemente las hipérboles juegan un papel sustancial en aquellos seres que aparecen como legendarios, para luego ser parte de cuentos mitológicos en los que el protagonista se manejará con soltura, «Una enorme cabeza, mezcla de calamar y escualo, surgió entre tanto tentáculo […] En el centro de su cabeza asomaba un único ojo negro, del tamaño de un potrillo».

En ocasiones las metáforas antitéticas conforman un todo uniforme al permitir un fuerte contraste entre los elementos divergentes, que se ensamblan en armonía a pesar de todo, «ambas se unían formando un arco que lloraba lágrimas de agua dulce. Bebí de estas».

A lo largo de los diez capítulos Luis Baizán construye una historia atractiva, ágil, con un vocabulario intenso con el que relata sucesos concentrados, significativos, de manera que el lector no se pierda en la trama y mantenga el entusiasmo. El protagonista es un chico normal que encuentra un libro sugerente y, al comenzar a leerlo también se siente atraído por sus palabras. Conforme avanza en su lectura la novela se hace más real «Casi me despeño al intentar verla desde allí arriba», por lo que sin dudarlo se zambulle en esa realidad, que va formando una novela paralela para el lector. Es una literatura que recuerda a la de tradición oral, en el sentido de que los capítulos pueden leerse perfectamente de forma individual y retomar, como el protagonista, la lectura en otro momento: «—Seguro que puedes volver otro día».

Los temas que aparecen son de aventuras, el protagonista deberá superar una serie de pruebas que demostrarán el valor, la bondad o la inteligencia, al mismo tiempo que le harán comprender la necesidad de ayuda, los beneficios del trabajo en equipo, la buena disposición para aprender y, ante todo, la conveniencia de recordar lo aprendido en momentos cruciales.

El autor plasma en La lengua de las sirenas todo un arsenal de reminiscencias literarias. Hasta nosotros llegan ecos de La Odisea, La historia interminable o Moby Dick, entre otros títulos. La trascendencia de la literatura, incluso en la propia literatura, es obvia, por eso cuando nuestro lector se sumerge en el libro Memorias de Balandria consigue que este cobre vida, al mismo tiempo que la historia de Balandria se introduce en la trama de la novela La lengua de las sirenas; estamos ante una metaliteratura capaz de convertir al lector en narrador protagonista con una importancia indiscutible, aunque al principio no tenga muy claro si sus vivencias son fruto del sueño de alguien, de un traslado temporal al pasado o de la realidad. Poco a poco, como Gulliver, llega al país de los gigantes para recabar después en el de los enanos, hasta que alguien lo previene de que esas situaciones solo pasan en su mente «—El príncipe de Riscotejo. Has estado con él mientras leías».

Pero el chico siente que es parte de esas aventuras, por eso cada día acude a Balandria y toma contacto con una historia que, aunque comienza in medias res, «Encontré las primeras líneas a mitad de página», siempre termina cerrada. El peso que adquiere como personaje de las historias es tal que incluso tiene un nombre en ellas «—¿Fred? —balbuceé sin que se diera cuenta— No me llamo Fred, mi nombre es…».

Pero no importa quién sea en la realidad, lo maravilloso es que su imaginación es capaz de hacerle vivir las vidas que quiera, ser quien desee, incluso transformarse en otra criatura fantástica, «Ya domino los giros en el aire con mis alas». La fantasía de su mente se va poblando de ideas hasta conformar en ella La ciudad de los mil cuentos. Fred no quiere regresar a la realidad de su casa, prefiere quedarse en sus sueños aunque a veces le jueguen malas pasadas. Como don Quijote, encuentra monótona la vida real respecto de la que puede encontrar en los libros. Fred, como Peter Pan, quiere seguir en Balandria; envalentonado desprecia la compañía de cualquier adulto, incluso la de su padre, «Era demasiado patán como para imaginar que cualquier hecho podía salirse del orden natural de las cosas». Sin embargo aún encontrará en esa ciudad fantástica sorpresas definitivas capaces de conseguir que sus miedos, temores, incógnitas e incluso él mismo cobren sentido.

Luis Baizán ha escrito un libro que resalta la importancia de desarrollar la imaginación para poder entender la realidad, la importancia de la creatividad en los jóvenes como recurso fundamental para confiar en uno mismo y sentir el placer de crear.

La lengua de las sirenas se une a las Memorias de Balandria, igual que las historias que nos contaban de pequeños se mezclan con las lecturas que, de adultos, hacemos individualmente, para fusionar personaje y lector, lector y creador, razonamiento y fantasía, ficción y realidad. No hay diferencias, todo forma parte de un proceso, el proceso de la escritura, en el que cualquier detalle es importante, pues la imaginación se va formando de memorias originales que se amoldan para crear un espacio lleno de luz, un espacio en el que los seres fantásticos les cuentan sus secretos a unos pocos privilegiados para que, al transmitirlos, hagan sentir excepcionales al resto.




jueves, 29 de octubre de 2020

CUANDO EL ORO APRIETA

Esta es la historia de Diego el Serranillo, un bandido sevillano que, por azares pesarosos, se queda solo en un pueblo remoto del salvaje oeste. Partió con la esperanza de encontrar oro y volver a España rico en dinero y experiencias pero, arruinado, permanecerá en Sinner Horn trabajando como ayudante en un taller de ataúdes. Circunstancia que lo llevará, acompañado del hijo del dueño del negocio, Bram Silk, a resolver una serie de adversidades que están asolando el lugar.

Pues un planteamiento que parece sencillo va enredándose con indios bromistas, un negro gigante que toca el piano en el saloom, el "chérif", su hijo adoptivo y su ayudante, de valentía dudosa, un médico incompetente, un viejo lisiado al que le va desapareciendo su ganado poco a poco, un mexicano redimido, antiguo miembro de la banda de los Barbudos… Un elenco de personajes que podría competir en número y características con los de las novelas tradicionales, que supone el despertar de la curiosidad en el lector, desde el principio, y constituye un claro homenaje a la literatura.

El narrador protagonista le relata, en forma de carta, a su amigo Lero —ingeniosa aféresis de “bandolero”— sus peripecias por el continente americano. Así, somos testigos de que nuestro bandido va evolucionando a detective, carpintero, enterrador, juez, abogado, hasta conformar una auténtica comedia de enredo a la que la vida le va entrando casi por casualidad; la riqueza que encuentra no es el oro que busca sino la alegría de la tribu india, la bondad del enterrador, la concordia de Revólver Dave y la sensatez del niño Bram.

Los caracteres quedan al descubierto, a veces con un aire casi escolar, porque Björn Blanca Van Goch tiene la capacidad de transformar en literatura cualquier observación o experiencia, «entre los seis tenían urdida una trama de confabulaciones con la que todos ellos, unos más y otros menos, sacaban partido de los cadáveres […] ¡colgadlos como a guirnaldas!».

Diego, en largas digresiones, explica sus problemas y preocupaciones, que pasan a ser reflexiones del propio lector porque de alguna manera reflejan el temperamento del autor quien, con un tono épico-lírico, expone una comedia mágica que aprovecha dos hechos históricos, la leyenda de Diego Corrientes, llevada al teatro en 1848, y la fiebre del oro de 1849, para recargarlos de gran imaginación. El estilo poético del autor queda englobado en otro esperpéntico, cercano a una parodia del género de aventuras, para presentarnos al protagonista, alguien sin mucho criterio que, cargado de optimismo y curiosidad, se deja llevar por el riesgo en un espacio alternativo, pues es evidente que, en Cuando el oro aprieta, Björn literaturiza el desierto americano, como hizo en Piel de hojalata con el interior del desván donde se desarrolla.

La literaturización resulta de varios factores, la unión contrastiva entre belleza y escatología, «fui dejando por el camino a todos mis compañeros, quienes, secos como la mojama, fueron cayendo […] todos ellos, de algún modo, volvieron a cabalgar de nuevo por aquellos vientos arenosos sobre las almas de sus caballos».

Asimismo, las secuencias paródicas que manipulan la historia permiten la incursión de citas literarias, bíblicas, o aproximaciones a personajes de talla universal, «Me hallaba en el poblado de una tribu de indios Kiowa, y aquel viejo mencionado en un principio era el chamán […] que me salvó la vida. Me revelaron que el anciano tenía más de ciento cincuenta años y que hasta dos veces, incluso más que nuestro Cristo, había resucitado».

El realismo de Cuando el oro aprieta es una mezcla entre el denotado desde una limitada perspectiva y el connotado que permanece en la sugestión de lo no dicho; de esta forma la narrativa alude tanto a lo divino como a lo humano dentro del mismo contexto. La visión pesimista de la Iglesia queda matizada con la ironía de las expresiones populares «se puso punto final al rosario de memeces que habían adornado aquel rito litúrgico, no sin antes acabar apostillando el mismo párroco que […] traerían una ración doble de hostias en la siguiente misa. Todas consagradas». También la hipérbole, realzada por la literatura popular de los refranes, modifica la precepción de lo expuesto y lo aleja del realismo, «Pero no quiero ir tan rápido. Tras haber cabalgado […] quise evitar toda disputa y liarme a troche y moche a trabucazo limpio con aquellos forajidos. Quien a hierro mata a hierro muere…».

Igualmente, los contrastes son habituales, escenas absurdas junto a otras pretendidamente fieles a la realidad, expresiones cultas de adecuado vocabulario técnico conviven junto a onomatopeyas irrisorias o expresiones populares «él no se corta un pelo y pone cara de alfaquí […] Jamalají, jamalajá […] vituperios en español y ambigüedades en enoquiano».

A lo largo de la novela planea el pastiche, que nos recuerda la perseverancia del detective sin nombre de Eduardo Mendoza, «A pesar de que mi convidante no había aparecido en todo el día,[…] comprobar también de primera mano cuál era la opinión general de los habitantes del pueblo: aquel hatajo de zopencos y papanatas tenía fe ciega en el relato del alguacil». Incluso hay guiños a personajes y situaciones de los clásicos; menciones o citas directas al Quijote, «Y dile también que no lea tantas porquerías […] solo sirven para llenarnos la cabeza de insensateces», conviven con el noventayochista Platero y el aurisecular Lazarillo hasta formar una creación independiente de intenso juego lúdico en el que la degradación de la parodia, con la que maneja espacios y acontecimientos, contribuye a ficcionar el salvaje oeste.

El borriquillo tenía los ojos duros como dos piedras y el pelaje parecía de algodón.

Recogí aquel cuadernillo, leí algunas frases y también me lo guardé. Se titulaba Cuando el oro aprieta.

La alusión literaria ejerce un papel fundamental en esta novela. Múltiples referencias veladas, y no tanto, a los hermanos Grimm, «aquel viejo andrajoso de los acertijos no tuvo tiempo de desatar su exasperante carcajeo», a Quevedo, a la Biblia y, por supuesto, al cine, se intuyen en una narración que, pese a ser escrita como divertimento y leída como tal, constituye un complejo sistema organizado en el que se muestra, estilizada, la base de la literatura. Es una novela redonda en todos los sentidos; formalmente posee una estructura cerrada que ya se advierte desde el principio, y el contenido recoge la tradición literaria para ofrecer una visión cómica, surrealista o absurda según haga uso del contraste, del refuerzo o la degradación.

Nuestro Diego el Serranillo es una parodia de Diego Corrientes, “el bandido generoso”, de José Mª Gutiérrez de Alba, que acabó en la horca a pesar de robar a los ricos para dárselo a los pobres. Pero Diego, el Español, no va a morir ahorcado, al menos por ahora (y a pesar del dibujo «a mano alzada» de José Mª Peña —por cierto maravilloso—), sino que seguirá echando de menos a su Andalucía en Sinner Horn pues, aun habiendo tenido ocasión de disponer de dinero, se ve en la necesidad de seguir trabajando en la funeraria del pueblo.

La novela se plantea, como el Lazarillo de Tormes, en forma de carta aunque este enfoque es en realidad una excusa para evitar la tercera persona, hecho que le confiere al texto la subjetividad necesaria para alejarse por completo de la realidad y ofrecernos una novela, con reminiscencias de cuento infantil, en la que los enredos de unos personajes irreales, cercanos a la locura, aportan un fondo paródico del que Blanca se vale para analizar el trasfondo de una sociedad que se basa en la fe y el engaño para subsistir. Es el funcionamiento del Lejano Oeste que a veces simula el del Próximo Este. Diego, vapuleado una y otra vez es el antihéroe de Cuando el oro aprieta. Sus despropósitos, en ocasiones contados por medio de analepsis o prolepsis, contienen la coherencia necesaria gracias a las cartas enviadas a su compinche Lero que, con falso tono de arrepentimiento, constituyen el principal mecanismo de cohesión de la novela.

El lector empatiza desde la primera línea con la situación desorbitada y la biografía de este, no tan malo, forajido que queda diseminada en digresiones perifrásticas por el argumento.

El estilo cabalga entre la sátira —ridiculiza con humor e ironía la hipocresía de algunas personas y situaciones— el esperpento y la transgresión para dibujar una condición universal del ser humano: la avaricia. Camufladas entre la sorna y el lenguaje mordaz aparecen la mentira, la envidia y la cobardía, tres aspectos consustanciales a la codicia. La mayor ironía es que estas características forman parte de un personaje, en principio marginal y absurdo, a quien no hemos de leer literalmente si no queremos caer en la confusión «Aclaré a mis dos amigos quién era quién. Desde ese momento decidimos hablar en español y que Bram se las apañase como pudiera». Nuestro bandido ha robado y mentido, ha vivido al margen de la ley y termina amparado por una sociedad que lo protege a pesar de sus negativas «Salvo por Bram y por su padre, desearía volver a mi tierra».

El humor fluye en la novela, un humor que oscila entre el absurdo y el surrealismo hasta que la ética se deshace de estereotipos. El antihéroe adopta, sin querer, una serie de valores que lo enaltecen, hasta que llega a admirar con tierno humor a Eugenio el Genio, «el preso era un hombre bueno de corazón y piel de hojalata». A través de esta autocita, se confirma al lector de Björn Blanca Van Goch, que dichos valores son una valiosa posesión que este creador traspasa a sus personajes.



domingo, 2 de julio de 2017

MISS FIFTY


Acabo de terminar una novela que, en principio, me atrajo por tres razones, la portada parece un cómic, además prometía más dibujos puesto que anunciaba quién había realizado las ilustraciones: María Espejo, por otra parte fantásticas; la segunda razón fue la incongruencia del título, al menos eso me pareció pues el adjetivo Fifty no se correspondía con las viñetas de la portada; la tercera, por supuesto, fue la autora Rosa Ribas, con la que he pasado momentos increíbles leyendo las aventuras de su reportera Ana Martí en Don de lenguas, El gran frío y Azul marino (escritas en colaboración con Sabine Hoffman) y, por supuesto, la serie de la comisaria Cornelia Weber-Tejedor: Entre dos aguas, Con anuncio, En caída libre y Si no, lo matamos.

Si nos damos cuenta Ribas prefiere como protagonista a una mujer, que, ya sea periodista o comisaria, tiene una familia que compagina a la perfección con su trabajo. Son mujeres decididas, fuertes, buenas profesionales que no han olvidado su otra faceta de la vida, la intimidad, algo que, por lo general, parece ignorado por los protagonistas masculinos.

Lógicamente Miss Fifty es otra protagonista de Rosa Ribas, de nuevo la mujer al poder (y en este caso nunca mejor dicho). Marta Ferrer es una mujer trabajadora, casada con un abogado, madre de dos hijos, que acaba de cumplir 54 años cuando ha recibido su última sesión de radioterapia, tras someterse a una operación por un cáncer de mama. Hasta aquí todo entra en la normalidad actual, pero Ribas ha querido dar una vuelta de tuerca y ha hecho que la última descarga de radioterapia dote a Marta de una serie de poderes sobre humanos como la fuerza, la invisibilidad o la capacidad de volar. Y así comienza una novela escrita desde el humor, la alegría, la ternura y el ánimo hacia todas aquellas personas que han pasado o están en una situación parecida «...llegó a tres conclusiones: la primera era que lo que le sucedía se debía al rayo, [...] no se lo iba a contar a nadie [...] modificar a placer la temperatura del agua no estaba entre las nuevas habilidades [...] así que tuvo que girar el grifo del agua caliente con la mano, como siempre».

En realidad, los poderes de Miss Fifty son una alegoría de la situación por la que antes o después hemos de pasar las mujeres; la invisibilidad es evidente, llega una edad en la que la sociedad, consciente o inconscientemente te relega, lo vemos en las películas, las actrices más deslumbrantes pasan de ser seductoras a abuelas de primera categoría, no así el hombre, que puede seguir seduciendo aun cumplidos los 60; lo vemos en las series de televisión y, lo más triste es que lo vemos en la realidad, la obsesión por la eterna juventud nunca ha tenido tanta fuerza como ahora, parece como si llegada a una cierta edad, la mujer no sirviera para otra cosa que para sobrellevar el día; por eso la fuerza, la capacidad para enfrentarse al mal, hace de Miss Fifty una heroína. El otro superpoder es el de volar, y está claro que en la realidad si no nos dejamos llevar por nuestros sueños no vamos a tener fuerza para emprenderlos ni ilusión por llevarlos a cabo. Hay otros superpoderes que, curiosamente se desarrollan de forma desmedida en las madres: el oído finísimo (sobre todo en conversaciones familiares) y la vista como cámara de alta velocidad (fruto, en las madres, de la constante vigilancia a las que se ven obligadas desde el principio) «Algo me hace fijar la mirada en movimientos subrepticios y entonces puedo verlos como en cámara lenta. Puedo ver a los carteristas en acción».

Así pues, Marta, con un cuerpo que dista algo de lo despampanante, «...se hizo un traje de una pieza uniendo el pantalón y la chaqueta del pijama y ajustándolos a su cuerpo. Esto último no le gustó tanto porque le marcaba algo de tripa, pero tenía que ser así. Según Raquel, los trajes de superhéroes eran ajustados», ataviada con ropa cómoda, recién salida de una enfermedad que le ha dejado secuelas de dolor y debilidad, consigue transformarse en Miss Fifty y ayudar a combatir el mal que invade todas las sociedades. La primera en tenderle una mano es Raquel, su amiga de toda la vida, otra luchadora que ha sabido, a pesar de ser autista, integrarse en la sociedad y llegar a ser un «alto cargo en el Instituto de Estadística de la Generalitat». Otro que se une es el inspector Jordi Gurruchaga «de los Mossos d’Esquadra. Y si no me equivoco, usted es Miss Fifty». Ambos jugarán un papel importantísimo en el trabajo de Marta, Raquel es la que con su falta de imaginación y su lógica desbordante, encaja los cómics en la realidad, pero al mismo tiempo es quien nos pone en contacto con el día a día de las personas enfermas y las anima a luchar «—No pierdas el tiempo con los por qués, lo que ahora importa es cómo sales de esto». El inspector Gurruchaga será el encargado de mantenerla en el anonimato y, tras el aviso de ella, llevar a los policías hasta el lugar del incidente para que, cara a la sociedad, sean quienes lo han resuelto, aunque es cierto que también será el responsable de un conato angustioso de celos por parte del marido de Marta, que no entiende las salidas nocturnas de su mujer y las entrevistas constantes con el atlético inspector.

He comentado al principio que los poderes son metáforas de situaciones por las que pueden pasar las mujeres, pero hay más, el poder de Miss Fifty viene de las ganas de vivir, de hacer algo bueno mientras estemos aquí, simplemente para que nuestra estancia y la de quienes nos rodean sea más feliz, de hecho la kriptonita de nuestra superheroína es el miedo a empeorar «los controles médicos no solo mermaban las superfuerzas, sino las fuerzas a secas. Y era incapaz de estar al cien por cien hasta que recibía los resultados». De ahí que aparezcan supervillanos tan usuales y anónimos como Yodaína, gente tóxica que encontramos a diario y con la que nos relacionamos a pesar de que nos hace daño, o la Hormiga Atómica, representante de todos aquellos sin escrúpulos que tienen unas ansias de poder desmedidas y se rodean de otros poco inteligentes para poder manejarlos a su antojo «...le quitó la máscara con antenas que le cubría la cabeza y reconoció a una de las personas desaparecidas [...] al que su madre había descrito como “alma de cántaro”». O la Bola Platónica, parejas que siempre van sembrando el rencor que se tienen contagiándolo a quienes se encuentran con ellas, sólo por no hablar en el matrimonio, por dejar que el silencio vaya acrecentando el odio, sin ver que la solución está, precisamente en el diálogo, en escuchar al otro.

Asimismo aparecen nuevos héroes que también reivindican un feminismo como Catman «Como estas cosas de gatos siempres son de mujeres...», o Alina Plastilina, la mujer elástica, Monsieur T (de Teletransporte) quien hace un guiño a Míster T del Equipo A, pues lo que destaca en él es su poder telequinésico tanto físico como mental, y Espíritu Santo, cuyo poder, en un alarde humorístico total es que «Emito ondas que permite que las personas a las que capto en una red mental hablen lenguas que desconocen». Entre todos lograrán desarticular una banda de tráfico de personas, de la forma más humorística imaginable.

La narración es fluida, ágil, casi de cómic, a veces no hace falta mucha explicación, pero siempre humor «Blizardo [...] no llegó a saber si era superhéroe o supervillano porque se despeñó a los pocos minutos de adquirir sus superpoderes entre los que, por desgracia, no se encontraba volar». Otras veces nos encontramos con tópicos supermanidos que no por ello están tratados con menos gracia, como el chino manchego que no habla chino pero lo entona «Mi madre quiso que no perdiera del todo mis raíces y me hizo ver todas las películas  en las que se hablaba de mi abuelo Fu-Manchú o las del detective Charlie Chan». Es fácil pues, entre las ilustraciones, el humor, la ingenuidad, mantener la atención, pero, por si acaso, a veces el narrador nos hace preguntas retóricas que contesta rápidamente, para cambiar de ambiente, lo que le permite, por ejemplo, llevar a la vez la acción de Miss Fifty y la de la familia de Marta, «y la presencia maligna? Mientras M. Fifty salía con la moto a buscar a Espíritu [...] Yolanda escuchó los pasos de José Luis en el rellano...».


Novela divertida para todas las edades; creo que los adolescentes pueden disfrutar con estos nuevos héroes y los adultos podemos identificarnos con algunas situaciones de pareja, casi utópica, (pero por algo es ficción) «No dejaba de ser curioso que, de entre todos sus superpoderes [...] la invisibilidad (que les había descubierto interesantes posibilidades eróticas)—, el que más gracia le hacía a su marido fuera su capacidad para mover las orejas». Y todos, absolutamente todos, tendremos la oportunidad de darnos cuenta de que hay que vivir la vida con ilusión.