Debe
ser fabuloso llegar casi a nonagenario con la mente tan lúcida como la de Harold Bloom, y más aún que este
miembro de la Academia estadounidense de Artes y Letras dedicase sus últimos
años a seguir investigando sobre una de sus pasiones, Shakespeare. Debe ser fabuloso
disfrutar de la vida hasta el final; si tenemos en cuenta el subtítulo de este
libro Lo mío es la vida, encontraremos el sentido a las comparaciones
que el propio Bloom se hace con Falstaff, uno de los personajes con más
personalidad que el bardo de Avon extrajo de su pluma.
Después
de leer Falstaff queda claro que Harold Bloom, como excelente crítico,
reclamó los valores que corresponden a la ficción literaria, entre ellos,
aportar beneficios al ser humano pues, según qué personajes u obras pueden
iluminar inseguridades al ofrecernos otra idea de la vida. La imaginación queda
como la principal cualidad del hombre en general y del artista en particular,
pues gracias a ella, los lectores en este caso, podemos reflexionar sobre el
mundo real que nos rodea; y en esta reflexión llegamos a descubrir el alma de
los autores. Ya en el primer capítulo de Falstaff
encontraremos el concepto que este personaje, o Shakespeare, tenía del honor «¿Quién lo tiene? El que murió el otro día.
¿Lo siente? No […] ¿no vive con los vivos No ¿Por qué? Porque no lo permite la
calumnia […] El honor es un blasón funerario, y aquí se acabó mi catecismo».
Idea similar a la de Pedro Crespo, nuestro Alcalde
de Zalamea cuando sentencia «El honor
es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios». Similar, aunque está
claro que el inglés se burla de la fe, no admite deber la muerte a Dios.
Falstaff es la imagen de la vida. En el capítulo 5, ¿De quién es Falstaff?, Bloom reclama para Shakespeare el invento
del sketch satírico al recordarnos la escena entre Falstaff con el príncipe Hal
mientras ensayan la entrevista que éste tendrá con su padre, Enrique IV, en la
que mientras Hal descubre su aspecto malvado, Falstaff la toma como una diversión
y se permite (como Enrique IV) recomendar a «uno
de espléndida mirada y mucho cuerpo […] con él quédate y destierra a los demás».
Bloom advierte de que este entretenimiento es, ante todo, emotivo pues encierra
el deseo (vano) de Falstaff de convertirse en un padre para Enrique IV. Para
nuestro crítico, ese ingenio de Shakespeare lo eleva a genio, capaz de
conseguir que el mundo gire en torno a este personaje y se desdibuje ante él
hasta parecer ficticio. Un genio con alma privilegiada, de gran inteligencia
emocional y dotado de una imaginación superior.
Bloom,
dedicado a reflexionar sobre la fantasía literaria, consiguió acercarnos a
personajes que, como Falstaff, no tuvieron en principio un protagonismo
principal, pero todo palidecía a su alrededor. El propio caballero inglés
advierte al príncipe que si lo hiciera desaparecer solo quedaría en el mundo «política y violencia», aunque la
envidia y la venganza de Hal no lo tienen en cuenta, «Pues lo hago; lo haré».
Harold
Bloom fue otro genio, por eso reconforta leer sus conclusiones, aprender de
unas interpretaciones que llegan a constituir otra obra de arte, otro reflejo
mejor acabado de la realidad. No nos extraña el diagnóstico que nuestro
crítico, también de alma privilegiada, hace del personaje al compararse con él,
«yo lo valoro más, ya que no es fácil ser
viejo y alegre».
No
había leído Enrique IV, así que me he puesto al día cuando empecé a ver el
estudio que Bloom lleva a cabo en Falstaff.
Al principio este personaje nos recuerda al Miles
gloriosus, un fanfarrón que solo dispone de ingenio para sacar del apuro a
sus amigos, aunque estos se burlen de él, sin embargo, en la escena del
reclutamiento, vemos que Falstaff no es cobarde aunque «se ríe de la teoría y práctica militares con el entusiasmo y la fruición
que esperamos de la personalidad más pletórica de vida de todo Shakespeare».
Por eso, sir John no mira la fuerza o apariencia de los soldados sino «el espíritu», es capaz de llevar por
bandera la alegría y la amistad y, en su jocosidad, esconder como casi todos
los divertidos una gran sensibilidad. Por eso a Bloom no le extraña que muera
al verse traicionado por su antiguo amigo, el príncipe Hal. El crítico
estadounidense se da cuenta de que con Falstaff, Shakespeare exploró la
conciencia del ser humano: enérgico aunque perezoso, inteligente, por lo que
cínico, íntimo y abandonado, tramposo aunque sensible. En esta moral del hombre
se halla «La espinosa relación entre Hal
y Falstaff» y representa «el centro
de las dos partes de Enrique IV».
La
ética de sir John es la de un hombre cualquiera que aspira a conquistar el
afecto; ahí reside su riqueza, no quiere más, y si no lo consigue no le
interesa seguir en el mundo.
En Falstaff encontramos afirmaciones
decisivas, seguras, fruto de la experiencia como conocedor de Shakespeare. La
investigación aflora constantemente en las páginas; aparecen argumentadas, en
relación con la obra de 1597, citas bíblicas y pasajes como la parábola de
Lázaro «si puede haber una resurrección
secular, sería la de Falstaff levantándose de entre los muertos», obras
cinematográficas como Campanadas a medianoche
(1965) de Orson Welles, piezas
musicales como la ópera de Verdi de 1893, o novelas «En Cumbres borrascosas, Catherine Earnshaw es la fragua turbulenta
atrapada entre los mundos antitéticos de Heathcliff y Edgar Linton». Estas afirmaciones
de Bloom van cubiertas por una sensibilidad tal que condiciona la forma en la
que conoce a Falstaff y nos lo transmite como verdad universal.
Los
juicios de Bloom se hacen necesarios para todos los que nos sentimos atraídos
por Shakespeare, imprescindibles para interpretar correctamente las causas de
la crítica subyacente en la obra teatral «La
rimbombancia de Pistola se vuelve teatral cuando Shakespeare satiriza a los
dramaturgos George Peele, Thomas Kyd y más llamativamente, a Christopher
Marlowe». Los pareceres de Bloom se convierten en verdades razonadas que
aportan el conocimiento necesario para relacionar las ideas que connotan
algunos términos. Su crítica pasa a ser una matemática exacta, una objetividad
que no plantea dudas porque él mismo es quien propone la discusión.
Falstaff supone, por lo tanto, un tratado
sobre el mito de Shakespeare; un ser humano real que no se para en moralidades
ni en posturas personales que lo desvíen de su ánimo sublime hacia el hecho
literario «desconocemos la causa de su
muerte. En Medida por medida, Troilo y Crésida y Timón de Atenas, así como
en sus últimos sonetos, hay una creciente preocupación por la enfermedad
venérea. En el tratamiento contra la sífilis entraba una amplia dosis de
mercurio. ¿Fue eso lo que aceleró el fallecimiento de Shakespeare?».
Shakespeare no tuvo interés en dosificar miserias ni en inducir en mayor o
menor grado a la violencia en su obra.
Asimismo,
Falstaff es un hombre que vuelca en la ficción delirios de grandeza, dudas,
complejos, vergüenzas, hasta que se apropia de todas ellas, hasta que vemos en
él al propio autor y somos incapaces de distinguir lo real de lo ficticio, «¡Loco mundo, locos reyes, loca alianza!».
La confusión entre sueño-realidad es usual en las grandes tragedias y sin
embargo extraña en los dramas históricos. Al leer Enrique IV surge la gran pregunta ¿Acaso la realidad no existe?
Todos los personajes están basados en personas reales y, sin embargo, imbuidos
de la frescura de la literatura en general y de la influencia del autor en
particular, por lo que Bloom encuentra rasgos del brío y del verbo de Falstaff «en el bastardo Falconbrige», de El rey Juan.
Leer
este tratado supone un privilegio pues uno de los hombres más cultos del mundo
combina la crítica especializada con un estilo asequible, dirigido a todos, que
acopla con total acierto lo sublime y lo humanizador que encontramos en la obra
de arte.
Al
leer Enrique IV podemos asegurar que
hemos vibrado mientras aprendíamos algo de la historia de Inglaterra, aunque
lógicamente con algunos cambios efectivos.
Después
de leer Falstaff, queda en nosotros
el beneficio de la duda que nos ofrece la literatura, pues no hay una lectura
política, y la certeza de que queremos la vitalidad del personaje, el empuje de
Harold Bloom y la concepción de la ficción de Shakespeare pues, no sólo el
contenido de sus obras, sino su maestría en el lenguaje nos atraen. Bloom nos
muestra cómo seducen los juegos homófonos «—ahí
están tus señales —¿por qué, hijo mío, tantos te señalan?», las
cosificaciones «¡Tú cállate, jarra!
¡Cállate, aguardiente!», las comparaciones sarcásticas «Estáis tan gordo, sir Juan, que a la fuerza estáis sin medida»,
los malapropismos «conmigo tiene infinitivas
cuentas», los neologismos «¡ah, ruin
hombricida! ¡sois un mataseres, un matahombres, un matahembras!», el humor
polisémico «aquí no dejaré que te
dispares. Pistola, descárgate de nuestra compañía» o las personificaciones,
«No hables como una calavera. No me
recuerdes mi fin».
Así
pues, con el permiso de Harold Bloom, me apropio de sus palabras «Nunca he tenido claro cómo un profesor y
crítico de Shakespeare puede evitar ser absorbido por él».
Ya hace años que apenas leo traducciones, pero esta bien merece la pena. Es de agradecer que alguien reseñe lo que casi nadie reseña. Y que lo reseñe así de bien. Todo esto tiene su sentido, al contrario que lo otro, ese sinsentido, ese hablar siempre de lo que no interesa.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Me alegro de que te te guste Shakespeare. Fue un genio, lo bueno es que hoy tenemos genios entre nosotros que nos hacen pensar dándoles la vuelta a la tortilla.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo! (y tú, escribiendo por favor)