sábado, 4 de enero de 2025

LA CONJURA DE LOS NECIOS

Sencillamente maravillosa. Voy a intentar reflejar lo que ha supuesto para mí esta novela; sabía de su existencia, nada más; por casualidad, supe que mi hijo la tenía y se extrañó de que no la hubiese leído, así que me la dejó y tengo que decir que aún pienso en algunas situaciones que ocurren y les voy encontrando la sátira donde en principio sólo veía humor. Es una novela para leer y releer, como las grandes joyas de la literatura.

La conjura de los necios comienza con la descripción del protagonista que, irremediablemente, me llevó a otra totalmente antagónica y, sin embargo con algunos puntos en común «Una gorra de cazador verde apretaba la cima de una cabeza que era como un globo carnoso […] grandes orejas […] Los labios, gordos y bembones […] los altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly […] en busca de signos de mal gusto […] La posesión de algo nuevo o caro solo reflejaba la falta de teología y geometría de una persona. Podía proyectar incluso dudas sobre el alma misma del sujeto». Esta es la base de la descripción de Ignatius, un hombre gordo y estrafalario que califica el consumismo de su sociedad como lo que destruye al ser humano. Luego nos enteraremos de que Reilly sigue sin ninguna objeción De consolatione philosophiae, de Boecio, algo que lo llevará a obsesionarse con un pasado medieval sin mucho sentido en el siglo XX.

Hay otro personaje literario obsesionado con reflejar en su vida los libros de caballería de Feliciano de Silva y, aunque las diferencias son evidentes, pues don Quijote es «de complexión recia, seco de carnes, enjuto el rostro», ambos pierden el juicio de tanta lectura y ninguno de los dos hallará su lugar en este mundo.

Sinceramente, creo que nunca me he encontrado con un personaje como Ignatius, alguien que pretende cambiar todos los componentes de la estructura social pero se mueve en un entorno reducido: su habitación y las salas de cine a las que acude cuando deja de escribir su diario; películas que nunca le parecen adecuadas y siempre las ve, si puede, incluso repetidas veces. Cierto día, un suceso casi intrascendente, provocado por su madre a causa de una pelea con él, lo hará salir de su zona de confort para introducirse en la sociedad injusta en la que vive, a la que odia y donde es rechazado. Desde este punto de vista Ignatius es el quijote del siglo XX pero la ternura que nos despierta el caballero andante desaparece ante Reilly, al menos en un principio, cuando lo intuimos como prototipo del disparate, vago, maltratador psicológico, egoísta, fantasioso y enfermo mental que subvierte la sociedad para burlarse de ella. Sin embargo, la novela de Jhon Kennedy no es de lectura rápida, hay que seguir leyendo y uniendo cabos.

A lo largo de las casi cuatrocientas páginas de la novela no he dejado de asombrarme. Mi ánimo ha pasado de desearle al protagonista un buen juicio para que no se metiese en más líos a esperar que recibiese un buen escarmiento.

Ignatius, en realidad, quiere una sociedad mejor, quiere una sociedad que funcione; para ello se enfrenta al desprecio de todos por ser considerado un inútil, algo de lo que no es consciente, fruto de un elevado ego que lo lleva a tratar a los demás con sarcasmo; mordacidad que no entienden quienes lo rodean


—…Aquí le meto un paquete de panecillos ¿Entendido?

Luego cerró aquella tapa y abrió una puertecita lateral situada en la resplandeciente salchicha roja.

—Aquí hay una latita de calor líquido que mantiene calientes las salchichas.

—Dios santo —dijo Ignatius con cierto respeto. Estos carros son como rompecabezas chinos. Sospecho que me pasaré la vida abriendo la trampilla que no es.

El viejo aún abrió otra trampilla, situada al fondo de la salchicha

—¿Y ahí qué hay? ¿Una ametralladora?

—Aquí van la mostaza y la salsa de tomate.

—Bueno, haremos una valerosa tentativa, aunque puede que le venda a alguien la lata de calor líquido al doblar la esquina.

Creo que la intención de Jhon Kennedy Toole fue retratar la decadente sociedad del siglo XX, y lo consigue; por La conjura de los necios van apareciendo financieros que no experimentan nada por sus empresas y se dedican a vivir bien, mujeres de la alta sociedad que solo saben sacar el dinero a sus maridos en beneficio propio, mujeres amargadas que advierten que no son valoradas y pretenden sobresalir ridiculizando a los demás, altos cargos policiales que tratan con desprecio y amenazas a sus subordinados para que cubran su ineptitud, trabajadores que no se sienten motivados por sus jefes, negros esclavizados que son empleados por menos del salario mínimo a cambio de trabajos precarios, encargados incompetentes, incapaces de sacar adelante los negocios, inmigrantes que no son tratados con justicia, ni siquiera como personas, da igual que sean adultos o niños «Pobre mamá. Directamente del barco. Apenas hablaba inglés. Y yo, que era una cosita así de pequeña, abriendo ostras. No fui a la escuela. De veras, chica. Tenía que estar allí aporreando ostras en la acera. De vez en cuando mamá me aporreaba a mí».

El protagonista es el portavoz de la crítica a esa sociedad capitalista que no respeta a quienes no han logrado tener un puesto “aceptable” con recursos suficientes para vivir bien, da igual lo que se haga para conseguirlo. Incluso Irene Reilly, la madre de Ignatius, considera un fracasado a su hijo y a ella una fracasada por haber gastado su dinero en darle unos estudios universitarios que ahora no quiere aprovechar; harta de malvivir, desaliñada y alcohólica, se decanta por pasar el fin de su vida al lado de un viejo que puede mantenerla pero que ella considera —horrorizada— comunista.

Una sociedad carente de valores morales analizada desde una perspectiva mordaz para que el lector dude de todo aquello que asume como verdad; una perspectiva que quiere construir un pensamiento libre de prejuicios. Entre todos los personajes construyen un retrato hiperbólico del ser humano (asocial, embustero, racista, misógino y misántropo) «—Debería alegrarse de que le diese una oportunidad, muchacho —dijo Lana Lee—. En estos tiempos hay por ahí la tira de chicos de color buscando trabajo. —Sí, y también hay muchos chicos de coló que se hacen vagabundos cuando ven los salarios que ofrece la gente. A veces pienso que pa un negro es mejó sé vagabundo».

Si el negro Jones tiene claro que solo podrá librarse de su acoso poniendo en marcha su imaginación para culpar a quienes lo esclavizan, Ignatius no duda en mentir, hasta límites insospechados, para llevar adelante su plan de reforma social. Esto da lugar a situaciones delirantes que forman parte del absurdo más intenso y que retratan a Reilly como un esquizofrénico de manual. Él sabe que esa es la imagen que da y se aprovecha de ello para conseguir lo que quiere


El señor Clyde conocía la triste historia del vendedor Reilly: la madre borracha […] la amenaza de miseria para madre e hijo, los amigos lascivos de la madre.

—Mire voy a asignarle a usted una ruta nueva y a darle otra oportunidad […]

—Puede usted mandar un mapa de la nueva ruta al pabellón de enfermos mentales del Hospital de la Caridad. Las amables hermanitas y los serviciales psiquiatras de allí quizá puedan ayudarme a descifrarlo entre electro y electro.

Los diálogos solo pueden compararse a los escritos por los grandes de la sátira y el absurdo. Son geniales, perfectos para mantener la ilusión por la lectura hasta el final que, por cierto, es trepidante.

Las sectas, las habladurías, las injusticias sociales, los pseudointelectuales, los ineptos, los drogadictos, los impotentes que culpan a las mujeres de su incapacidad… todos forman parte de La conjura de los necios, mostrando una sociedad en la que la Fortuna, a base de coincidencias, los unirá y marcará el argumento: George, el drogadicto que trabaja para Lena Lee, la madame que “contrató” al negro Jones, se hace con De consolatione philosophiae, un libro de Ignatius, que le prestó a su madre para que lo leyera y que ella se lo deja al patrullero Angelo Mancuso, sobrino de Santa, una amiga de Irene, con quien contactará y se contarán sus penas. El libro quedará vinculado a las drogas y será el detonante para finalizar la novela

Si Boecio se consuela dialogando con Filosofía, Ignatius intuye que, hacia lo bueno o lo malo, es la rueda de la Fortuna la que preside la existencia.