lunes, 10 de noviembre de 2025

LA CAPITANA

Empecé a leer Progenie con algo de aprensión por la temática, cruda sin duda alguna, pero la narrativa de Susana Martín Gijón consiguió que leyera la trilogía completa. La autora no escatima en escenas que pueden dañar sensibilidades, pero lo hace con una afectividad tan personal que es imposible dejar de leer para luego replantearnos muchas ideas.

No había oído nada de La Capitana excepto que era novela histórica y la protagonista, monja. Ninguna de las dos premisas son “santo de mi devoción” pero en este caso no estuve indecisa: “Es de Susana”. Además, el contexto en el que se desarrolla, el Siglo de Oro, es uno de mis preferidos en el conjunto de la historia. Así que empecé a leer con el corazón encogido y poco a poco se fue expandiendo para entender a una protagonista que refleja fielmente a su personaje histórico. Sor Ana de Jesús, continuadora de santa Teresa de Jesús, constituyó una pieza clave en la empresa carmelita. Su buen amigo, san Juan de la Cruz, tiene también un papel fundamental en la novela. Y curiosamente, algo que hace de La Capitana una novela excepcional, es que Martín Gijón ha elegido a Juan Latino como otro coprotagonista, así mismo esencial en la resolución del caso. Y es llamativo aunque está en la línea de la autora, pues sus novelas ensalzan figuras que, pese a los condicionamientos y adversidades, han sabido brillar, tal es el caso de este afroeuropeo, el primero en distinguirse por su inteligencia a pesar del color de su piel. Estimado y respetado, pasó de esclavo a catedrático de la Universidad de Granada; sus diálogos en La Capitana, plagados de latinismos, lo confirman, sobre todo cuando se las ve con sor Ana de Jesús:


—Ipso facto —bromea ella—. Así le despaché.

—In situ —sigue él.

—Lo peor es que lo hice ex profeso.

Los personajes son reales, basados en la realidad, pues hay otros como la adorable Samira, que representan a un pueblo forzado a huir, sometido y humillado por la Iglesia católica. Son retazos históricos, presentes en todo momento y de los que no escarmentamos con el paso del tiempo. Algunos continúan sintiéndose superiores, con derecho sobre otros.

Susana Martín Gijón no defrauda, todo lo contrario. En La Capitana combina el thriller con una ambientación histórica perfecta. No nos cuesta trabajo introducirnos de lleno, como si fuésemos espectadores de esa realidad tan cruel históricamente como brillante en la literatura. La poesía de san Juan de la Cruz ilumina alguna página de argumento intrincado que se va aclarando con el paso de los capítulos. Aunque se desarrolla en 1585, todo comienza quince años antes, lo que da lugar a que al monasterio de las monjas carmelitas descalzas lleguen los cadáveres de dos frailes carmelitas, desnudos, con la cara deformada por pústulas y el miembro viril enhiesto. Sor Ana de Jesús, priora del convento, teme por la fama de este y su disolución. Fray Juan de la Cruz, amigo de sor Ana y prior de los padres muertos, ayuda a la resolución del caso, que también supone una afrenta para ellos.

La trama se va complicando con la muerte de una novicia de clase social elevada y la consecuente intromisión de la Inquisición. Profecías que se van cumpliendo, revueltas pasadas y enredos de la alta sociedad irán enrevesando una historia que desemboca en un final trepidante. Es una lectura adictiva. Los capítulos cortos ayudan al ritmo, que no decae en ningún momento. Como va cambiando de focalizaciones, nos llevamos más de una sorpresa. Con las analepsis y prolepsis temporales entendemos mejor el presente, tras desvelar ciertos misterios que envuelven la trama.

Los personajes históricos son tratados con respeto y cariño, esto hace que nos interesemos más por el Siglo de Oro, por la literatura e incluso por las órdenes religiosas, tan opuestas a los altos mandatarios eclesiásticos, a las tropelías de la justicia y de la Inquisición, siempre atacando a los más desfavorecidos, a los más débiles: en La Capitana, los moriscos y mujeres en general, «No importó que el pueblo entero le pidiera que detuviese su tropelía: el verdugo la estranguló mientras el feto se retorcía en su vientre. El alcalde vio así cumplida una venganza personal con el padre de la víctima».

De ahí que, refugiarse en un convento fuese una salida más que aceptable para la mujer cuando no quería someterse a los desafueros de los hombres. Pocas opciones tenían, preparadas para el matrimonio desde niñas; sus vidas estaban privadas de libertad para estudiar, trabajar o independizarse. No eran dueñas de nada. 

La autora sevillana vuelve a insistir en la querella social y en el homenaje a la mujer, denunciando la violencia machista y ensalzando el valor femenino. Empatizamos desde el primer momento con las protagonistas, aun siendo tan diferentes. La fuerza de voluntad de Ana de Jesús consigue sacar adelante el convento a pesar de vivir de la caridad. El resto de monjas supone un cuadro de aquellas mujeres de la época para las que no había otra salida. Pocas sentían la llamada de Dios, antes primaba la soledad, la humillación por ser diferente, física o fisiológicamente, la negación a ser dominadas por un hombre violento, la falta de recursos económicos familiares… La solución para todas era el convento, pero todas tienen la conciencia de ser mujer y eso es lo que las salva. Susana Martín apenas se detiene en personajes como Amal; con un par de trazos es representante de la ilusión de tantas niñas antes de ser servidoras de sus maridos, la decepción posterior y el miedo ante su nueva realidad. Son todas protagonistas de La Capitana, mujeres destinadas a plegarse a las exigencias sociales y familiares y, como Kala, enfocadas a proteger y amar. También hay hombres; unos, poderosos representantes del dolor constante; otros, respetados por su labor social a pesar de sus orígenes y algunos buenos que confían en un mundo mejor aunque ya solo lo esperen fuera de este.

Nuestra autora se ha sumergido en el Siglo de Oro y lo ha hecho tan bien que nos ha arrastrado con ella. Y somos también, con ella, defensores del trabajo de la mujer, en aquella época y en esta.

Entre tanta tensión relajan el argumento ciertos toques de humor con los que los personajes se definen.

—¿De dónde venís? —le espeta, olvidando todo protocolo.

—Estaba dando una vuelta por ahí.

—¿Por ahí? ¿Queréis decir dentro del convento?

Él asiente como si fuera la cosa más normal del mundo y sor Ana contiene las ganas de vocearle que cómo se atreve […] la mira con una sonrisa tan agradable que cuesta ponerlo en su sitio.

Y entre tanta tensión, nos relaja el ser testigos de la belleza de Granada, de la que fueron responsables en gran medida, los musulmanes, «La original Puerta del Molino, de fábrica nazarí, se llama ahora igual que la calle y que el monasterio cercano, otra joya arquitectónica de lo que algunos ya empiezan a considerar un renacimiento de las artes».

Susana Martín Gijón vuelve a dar una vuelta de tuerca a la novela negra, ahora con novela histórica tan fiel a la realidad que bien podría ser parte de una crónica del siglo XVI. Y si Camino Vargas nació con un papel diferente en lo habitual de la novela negra, sor Ana de Jesús es otra heroína distinta de nuestra literatura actual, fiel reflejo de su personalidad real. Seguimos, con esta autora sevillana, renegando de algunos seres humanos y manteniendo la esperanza en que prime la actitud de otros.

miércoles, 29 de octubre de 2025

ESCONDERÉ MI ROSTRO

En la introducción de Esconderé mi rostro, el protagonista se dirige en primera persona a los lectores. O puede que no. Con la segunda persona narrativa aumenta la credibilidad de lo que nos va a contar, nos hace partícipes de sus emociones y nos ofrece su perspectiva, por lo que inmediatamente estamos dispuestos a creerlo. Somos parte del relato. El narrador protagonista se hace, entonces, con las riendas y cuenta su historia. Al momento, nos damos cuenta de que, en realidad sus palabras van orientadas a un narratario, a otro personaje. Otros personajes que no vemos, que no oímos; personajes cuyas palabras intuimos por las respuestas y preguntas que les hace nuestro narrador innominado.

El comienzo de la novela es intrigante «Es la primera vez que alguien confiesa un crimen y, en la misma frase, jura por lo más sagrado su inocencia». ¿Es, entonces, nuestro protagonista o simplemente lo está presentando? No queda claro, porque en la Primera Parte, el narrador es una tercera persona externa que, de forma totalmente objetiva nos introduce en la vida de Rytas desde su nacimiento. A partir de ese momento los dos narradores intercalarán sus roles en los capítulos y los lectores conoceremos la situación mucho mejor que el propio protagonista; sabemos por qué realmente Rytas se crio con Gregor Delmen, sabemos por qué sus vecinos actuaron de manera tal que lo obligaron a realizar actos que no entendía. Pero, ¿es en realidad fiable la voz de este narrador protagonista que cuenta en primera y segunda personas la historia? No relata su vida sino la de Rytas, su íntimo amigo que se la contó a él a su vez, por lo que confluyen en un mismo personaje los tres tipos de narrador. No hay nada claro al comienzo de la novela, Guillermo Borao maneja con la precisión de un relojero los tiempos de actuación de cada uno. De los tres narradores solo conocemos el nombre de Rytas Delmen, por lo que deducimos que él es quien tiene razón. Él es quien aporta a ese narrador omnisciente la categoría de dios omnipotente que lo ve todo y sabe el porqué de todas las cosas.

No cabe duda de que el comienzo de Esconderé mi rostro es intrigante. No sabemos quiénes están hablando, quiénes son los que preguntan ni quién responde. No sabemos en qué espacio se desarrolla, «Las Lomas», pero, ¿qué es? La confusión se adueña de nosotros por momentos, la intriga también; los diálogos sin preguntas se van intercalando en la narración sin ningún tipo de marca. El autor crea con destreza un ritmo introspectivo rápido mientras el narrador conforma un efecto íntimo con nosotros. Los “dialogantes” invisibles justifican la narración; adquieren una función social al tiempo que impulsan al narrador a que vaya actuando. Será en esa actuación donde este narrador se irá caracterizando como alguien que no conoce las expresiones coloquiales, al contrario, habla de forma culta, propia de quien conecta más con lecturas que con personas «…la directora, que nos tenía por residentes muy obtusos», «con un anorak en medio de esa canícula volcánica», «Sara estaba preocupada […] Rytas posaba sus ojos en los míos […] así que figúrense el triángulo isósceles con el que nos aislamos del resto». Tenemos la impresión de que las descripciones, tan exactas, son más propias de una mente que no funciona del todo bien. Más allá de la sonrisa relajada que nos puede surgir al leer estos despropósitos, «sorber el cordón de la sudadera, que es, por encima de todas las manías abominables, la que más asco me produce», se esconde una intriga inquietante «Sara sabía que él no encajaba aquí […] “Esta vez no saldrá bien —me dijo—, no es como nosotros”».

¿Cómo es Sara? ¿Cómo es el narrador? ¿Cómo es Rytas? Hay que seguir leyendo para conocer su historia: Un bebé maldito antes de nacer. Un recién nacido abandonado ese mismo día por su madre que, a última hora no se atrevió a enfrentarse a él, a cuidarlo y educarlo en el camino recto. Un niño criado por un hombre cruel y temeroso que no estaba dispuesto, tras ser abandonado por su mujer y su hijo, a quedarse solo otra vez. Un adolescente consciente de ocupar un lugar que no era el suyo sino del otro. Gregor Delmen le dio su apellido y no dudó en maltratarlo física y psicológicamente hasta doblegarlo.

Rytas Delmen vivió así su niñez y adolescencia, angustiado por pasar desapercibido. El control del tiempo fue crucial; para esquivar aglomeraciones de compañeros que lo acosaban; para coincidir con su vecina Danuté, a la que quería y con la que se sentía a gusto; para no llegar tarde a casa y evitar la paliza que Gregor le daba con su cinturón; para dormir sin la angustia de la pesadilla que una noche tras otra lo martirizaba anulando así su tiempo de descanso. Rytas se levantaba cada mañana sin saber lo que había ocurrido con el tigre que lo acechaba en sus sueños, sin saber que, en realidad, ese tigre que lo espiaba le aportaba la fuerza necesaria física y espiritual; desarrollado de forma desmedida, alto y desgarbado, con una fuerza casi sobrehumana que solo utilizó en una ocasión. En realidad no quería despertar sino ternura aunque su mirada transparente reflejaba el pecado capital de quien se acercara a sus ojos. Determinó mirar al suelo y llevar una capucha. Pero las burlas y el maltrato continuaron hasta que abandonó su pueblo, Timisos y, con 18 años llegó a Madrid. Cumplió su sueño, ahora sería tratado con amor, en una ciudad donde nadie conoce su marca vergonzosa. ¿Podrá Rytas eludir al destino? En Madrid se encuentra con cuatro compañeros de piso en quienes descubre la lujuria de Rebecca, la gula de Lourdes, la pereza de Juan y la avaricia de Pablo. En Madrid conoce el final de su sueño con el tigre y es ahí donde además de la fuerza física y espiritual que lo caracterizaba se da cuenta de que puede convertirse en alguien sanguinario. Rytas es un ser dual que adapta su tamaño, fuerza, agilidad y ferocidad a según qué circunstancia.

El abandono físico y emocional, el maltrato físico y emocional le provocaron poco a poco una ansiedad constante, un dolor perseverante capaz de aniquilarlo o aportarle agresividad y, lo más importante, hicieron de él alguien asocial con temor a los vínculos afectivos. Alguien que puede cometer un crimen y ser inocente al mismo tiempo.

La dualidad está presente en la novela, el bien y el mal residen a la vez. Experimentamos el bien haciendo mal; Rebecca se lo insinúa citando a Oscar Wilde, «podía resistirlo todo excepto la tentación» y Rytas, como otro personaje de Wilde es capaz de desdoblarse hasta sacar fuera su pecado. Hay que terminar la novela para saber cuál es, el suyo y el de todos. Guillermo Borao evoca, mediante conceptos pictóricos, El jardín de las delicias, o literarios, Insomnio de Hijos de la ira, un conocimiento en los lectores con el que profundizamos en el verdadero significado de una sociedad cruel en la que vive Rytas, que es la nuestra. Una sociedad que se mueve entre la fachada y los deseos ocultos de quienes vivimos en ella.

Rytas quiere esconder su rostro en Timisos para que los demás no se sientan despreciables cuando lo miran, «lo avergonzó aquella expresión de pánico en el rostro del chico». Cuando llega a Madrid se da cuenta de que nada cambiará, por lo que, al igual que hizo Dios con aquellos que adoraban a otros dioses («esconderé de ellos mi rostro y serán consumidos; y vendrán sobre ellos muchos males y angustias»), Rytas esconde su rostro para no ver a nadie. Se siente un cadáver que se pudre en vida junto al mar de cadáveres que es Madrid. La vida ha sido su muerte y el tiempo ha ido marcando su podredumbre desde que nació.

Guillermo Borao nos hace vibrar mientras reflexionamos sobre quién es el verdadero culpable de la situación de Rytas Delmen. Quién es en realidad y quiénes somos nosotros.

martes, 21 de octubre de 2025

QUÉ FUE DE LOS LIGHTHOUSE

El pronombre que encabeza el título de esta novela es un misterio; si lo tomamos como interrogativo introduce cierta curiosidad, por saber la situación en la que ha quedado un clan. Si lo tomamos como exclamativo puede referirse a la admiración o lástima que nos ha provocado una familia, como consecuencia de un suceso.

Con esta indecisión empecé a leer Qué fue de los Lighthouse y, al terminarla, me he dado cuenta de que ambas sensaciones han pasado por mi mente. Desde el primer momento, Berna González Harbour nos atrapa con una carta que Everett Lighthouse escribe a su mujer, Marjory, ya fallecida. En ella promete contar hechos que nunca le dijo, por vergüenza y por liberarla de esa vergüenza.

Y poco a poco, leyendo el diario de Everett con los ojos de Asha, nos enteramos de lo que supuso la colonización que Inglaterra llevó a cabo en África: gloria y honor para los ingleses; engaño, torturas, humillación, dolor para los africanos.

Los Lighthouse, Everett y Marjory, empezaron en Tanzania, él como científico, para ayudar a que prosperara el país y ella, enseñando. Buena gente, incluso salvan a Asha de las manos de su marido, Mohamed, un viejo que la compró a su padre y la destrozó nada más poseerla con trece años. Asha solo es feliz con Marjory, por eso, cuando los ingleses abandonan las colonias, muchos avergonzados de las barbaridades cometidas, los Lighthouse se la llevan junto a su hija, Amina, a Inglaterra. Asha es vendida ahora por Mohamed a los ingleses. Ambas conviven en la mansión unos diez años, hasta que Everett las echa y van a parar a pisos construidos especialmente para inmigrantes. Asha irá a la casa familiar todos los días a trabajar. Amina no es bienvenida.

Ahora ha muerto Everett. Sus cuatro hijos acuden a la lectura del testamento, en donde se llevarán una sorpresa. Everett no sabía, en los últimos años, lo que ocurría a su alrededor. El Alzhéimer consiguió que dependiera exclusivamente de su nuera, Martha, que, al irse a vivir allí, con el menor de la familia, Ben, se encargó de él. Pero todo el honor de Everett esconde aspectos turbios, la grandeza de Marjory quedó sepultada cuando ella murió. Quedan su hijo mayor, Arthur, científico como su padre y su hijo pequeño, Benjamín, actor venido a menos.

Ambos en una rencilla continua, por envidias personales y gustos por chicas demasiado jóvenes, «Aclaremos algo, Ben. A ti te consintieron todos los caprichos del mundo […] toda la vida fuiste el niño especial. Y así has seguido».

Entre ellos dos, están Jane y Joyce, las mellizas, que salieron pronto de la casa y, aunque lamentaron no estar con su familia acomodada y con el amor de su madre sobre todo, decidieron ser felices formando su propia familia, Jane en España y Joyce en Francia.

El reparto de los escasos bienes de Everett es caótico. Ninguno está conforme con lo que su padre dispuso, «—…A todos nos ha dejado cosas raras. A mí una virgen, imagínate. Suponía que te lo había dicho Ben. —Me la sudan las cartas. Y me la sudan los sellos. Incluso vuestro dinero […] Ni siquiera sabes que le he abandonado y vienes a pedirme dinero. ¿Por qué no se lo pides a él».

En un querer hacerse con lo del otro, surge uno de los enredos mejor llevados en una novela trágica. Situaciones imposibles, casi surrealistas, que podrían levantar una sonrisa, no hacen sino aumentar la pena o el desprecio hacia determinados personajes, «Caroline y Arthur mantenían los ojos abiertos, espantados. Las educadísimas hijas de Ben […] se estaban revolcando en el suelo oscuro de un hospital, sucias y desgreñadas, para zarandear a una periodista que se había disfrazado de sanitaria y quitarle el móvil».

Al final todos quieren lo mismo: los diarios escritos sobre la estancia en Tanzania y los comienzos de la familia en Inglaterra, diarios que Everett ha legado a Asha, pidiéndole perdón y que nadie, ni ella misma, sabe por qué. También los lectores queremos saberlo, la inquietud se apodera de nosotros al leer una narrativa que, por momentos es poética y en otros, somos testigos de las mayores atrocidades cometidas por el hombre, «pocos chicos habían sobrevivido a un trabajo que realizaban a 60 grados de temperatura y 4.000 metros de profundidad. Los que lo lograron sufrieron enormes problemas de salud».

Las metáforas abundan y algunas son tan sensoriales que parecen imágenes en la que el narrador, perfecto conocedor de sus protagonistas, representa diferentes estados de estos para que en la mente de los lectores surja una comparación implícita «El salto desde el sueño profundo a la máxima atención que ahora tenían que prestar era una cabriola de vértigo en su penoso estado». Con las imágenes no solo consigue un lenguaje más descriptivo, también crea efectos, que evocan emociones en los lectores con las que permite una relación mucho más intensa con los personajes, pues aunque no conectemos con ellos ni empaticemos, percibimos impresiones que hemos vivido en algún momento.

La lectura es ágil, Berna González se permite, en ocasiones, ciertos momentos humorísticos en medio de la desgracia con los que refresca la prosa. Más de quinientas páginas para retratar a la familia Lighthouse, mientras en nuestro inconsciente vayamos comparando su suerte con la de la familia Tabora, tan escasa, tan entera. Asha, Amina, Adela, tres mujeres representantes del horror de los perdedores, de su humildad y pundonor; mujeres víctimas del machismo, de la violencia, de la arrogancia que, no obstante, a pesar de estar doblegadas por el sufrimiento, han aprendido a vivir con la cabeza alta.

Quinientas páginas dan para mucho y la autora no pierde la ocasión de denunciar el trato que los países más “avanzados” dan a los inmigrantes, lo que nos hace reflexionar sobre el horror que ha supuesto, a lo largo de la historia, pertenecer a una raza determinada. Y no avanzamos; cuando parece que hemos dado un paso adelante, volvemos atrás con más saña si cabe a una sociedad prepotente, resentida, racista y envidiosa. Y en esas estamos «El puto consentimiento. La famosa libertad de elección, el solo sí es sí, o no es no, o toda esa tabarra en la que se perdía».

Leyendo Qué fue de los Lighthouse me pregunto qué está siendo del mundo.

martes, 14 de octubre de 2025

JUAN RANA

Antes de empezar con la reflexión sobre este libro quiero agradecer a Babelio la oportunidad que me ha dado de conocerlo al obsequiármelo en su última masa crítica. La labor de esta plataforma en favor de la lectura y la transmisión cultural es encomiable.

Elegí esta novela porque soy una enamorada del Siglo de Oro; de su literatura y arte en general. Por eso, al ver el libro escrito por José Luis Alemán, Juan Rana, no lo dudé. Afortunadamente, me tocó.

La novela es muy curiosa: empieza en 1634, en Granada, donde Íñigo Narváez va a celebrar su decimoquinto cumpleaños, momento en el que su padre ha decidido enviarlo a Madrid, al cuidado de Calderón de la Barca para que haga de él un “hombre” en el sentido estricto de la palabra.

El marqués de Valdemar, casi anciano, detesta que su único hijo muestre a todas horas cierto amaneramiento, por lo que, a pesar de que él quería enviarlo a Flandes, don Juan de Caramel propone que estudie teología en Madrid pero, en realidad quiere introducirlo en alguna compañía teatral para que lo enseñen a actuar y disimular la afectación, «tal vez agravando la voz, teniendo movimientos más rudos y varoniles, apocando los gestos…». Y así, acompañado de Juan Caramel llega a Madrid tras casi dos semanas de viaje y queda al cuidado de Pedro Calderón de la Barca. Lo inscriben en teología, a pesar de ser apenas un niño y conoce a la compañía donde el actor de mayor renombre, Juan Rana, lo acoge.

Las andanzas de Íñigo, tanto en la universidad como en el teatro apenas se describen; sí sabemos que es un chico inteligente y llega a lo más alto en sus estudios, hasta formar parte de la Inquisición con diecinueve años. En el teatro no actúa, aunque hace amigos que lo salvan de más de un apuro.

Las casi cuatrocientas páginas de la novela son un reflejo del Madrid del siglo XVII y de las penalidades que hubieron de sufrir los cómicos. Imprescindibles para alegrar la vida de los ciudadanos, fueron perseguidos por la Iglesia, por no ajustarse a la censura o por mostrarse “desviados” en el comportamiento.

La vida fue dura para ellos. También lo fue para los musulmanes que, pese a haber introducido costumbres mucho más cívicas que las de los cristianos, estos no las continuaron por considerarlas de “infieles”: «El Madrid musulmán estaba ligado a las abluciones y al uso cotidiano del agua para el aseo. En esos tiempos había baños públicos y alcantarillas por toda la ciudad».

Juan Rana tiene un personaje colectivo: los habitantes de Madrid; a expensas de las irregularidades de la Iglesia y la monarquía. De eso sabían mucho los cómicos pues, a pesar de que debían pagar impuestos, habían de atenerse a lo que unos y otros querían. El tribunal del Santo Oficio tuvo hacia ellos especial inquina: Juan Rana fue procesado por sodomía, encarcelado y liberado por intervención de la reina a cambio de que la hiciese reír. Este hecho, real, está recogido en la novela.

Los privilegios de los que goza el cómico en la novela fueron ciertos; a cambio llegó a identificarse tanto con el personaje que a veces ni él mismo sabía si actuaba o no. Hubo de representar obras escritas exclusivamente para él, por Calderón o Quiñones de Benavente, tal y como recoge el libro de José Luis Alemán, donde también se deja ver que parte de su éxito se debió a su indefinición sexual, de ahí que no fuera conocido como Cosme Pérez sino por su apodo de significado ambiguo.

Y a este ambiente “indefinido” llega Íñigo, niño que aprende de golpe las durezas de la vida, también las alegrías, sobre todo las aportadas por los jóvenes actores Rosauro y Diego. Pero Íñigo muestra unas ganas de venganza absoluta hacia su padre, un rencor desmedido y una ira que le hace sentir admiración por las enseñanzas eclesiásticas y devoción absoluta por el tribunal de la Inquisición. No es consciente de los desmanes hasta que él, una vez forma parte de ellos, lamenta las consecuencias.

José Luis Alemán intenta una vinculación con el lenguaje del Siglo de Oro, una reflexión sobre los límites de la censura en el arte y una exposición detallada de la vida en el siglo XVII. Nos enteramos de costumbres, «Esto es un bodegón de puntapié. A los madrileños nos encanta comer fuera de casa…»; del estado en que, a veces, era ingerida la comida, «¿Por qué creéis, si no, que un hojaldre se baña con tanto condimento»; sobre la condición de los guardias reales, «son en su mayoría milicias licenciadas con alguna parte amputada excepto la codicia […] se pasan el día borrachos, entre juegos y fulanas»; el funcionamiento de los corrales de comedias y su distribución también queda especificado, así como la censura de obras «que no sea(n) expurgada(s)».

En fin, en Juan Rana nos enteramos de estrategias utilizadas para lograr la fama, de personajes que existieron en la realidad, de su historia familiar y de la distribución de las calles. A veces tenemos la impresión de seguir un plano de la ciudad «Cambiaron de ruta y se dirigieron […] Enseguida llegaron […] las antorchas de la entrada deslucían…».

Hay que destacar la fidelidad histórica del autor. Deduzco que, en su afán de mostrarse “más hombre”, Íñigo consigue acabar con su sentimentalismo. Puede que sea por eso o por el rencor al ser privado del cariño de sus padres o porque era de naturaleza implacable; el caso es que es un personaje que no se hace de querer. No atiende a los consejos de Juan Caramel, ni a los de Calderón; se mete en líos constantemente, de los que lo salvan o bien sus preceptores o la gente de la farándula. Y finalmente lleva a cabo una de las acciones más desalmadas que puede cometer un ser humano. Pero son datos que aparecen en medio de otros asuntos, cuando han pasado años en los que no somos capaces de distinguir la evolución o involución del personaje.

Por otro lado, Juan Rana tampoco mantiene una relación estrecha con Íñigo. Él debe ir lidiando su propia historia. Parece que murió sin ser consciente de estar en la ruina a pesar de que su fama se mantuvo hasta el último día, en 1672, año en el que también fallece en la novela Juan Caramel, enamorado en secreto de la madre de Íñigo, y cuyo entierro es una escusa para el reencuentro de Calderón y un Íñigo cincuentón que aparece como hombre cabal religioso.

En fin, libro entretenido, aunque algo deslavazado, en el que asistimos con gusto a lo que pude ser una crónica del siglo XVII aunque algo perdidos en la fusión trama-personajes.

sábado, 4 de octubre de 2025

CLARABOYA

Cuando eres consciente de que la vida va a dar pocas oportunidades de mejorar a una determinada clase de gente, cuando ves que el tipo de gente es el mismo que existía ayer, el año pasado, el siglo anterior, quedas sumido en una reflexión en la que tampoco encuentras demasiadas respuestas, al menos respuestas válidas.

He leído Claraboya y lo que me ha llamado la atención es que esta historia tan real, tan dura, esté contada de forma tan bella, casi poética por momentos; no hay cortos capítulos, las oraciones son largas, con reflexiones filosóficas abundantes y, sin embargo, el lector siente la necesidad de seguir leyendo, aun cuando somos conscientes de que no hay solución para Lidia o para Abel o para Claudia o para Isaura…, jóvenes a los que la vida ha marcado con cierto determinismo porque han nacido en el lado equivocado.

Y llama la atención que Claraboya fuera escrita por un joven Saramago de 31 años capaz de dejar constancia de lo que sería su literatura. Porque Claraboya no fue aceptada por la editorial donde la entregó, al menos no le dieron respuesta. Y allí quedó. Dormida hasta 2012. José Saramago hacía dos años que había fallecido así que no la vio publicada, porque en 1989, cuando la editorial es trasladada a otro lugar y aparece el manuscrito del ya famosísimo autor, le ofreció sacarla a la luz, a lo que él se negó.

En esta obra, Saramago se asoma a un edificio humilde para relatarnos la vida de sus habitantes. Cada capítulo cuenta las acciones de los que viven en una casa, empezando por el entresuelo, habitado por Silvestre, el zapatero, «Tenía una figura algo quijotesca, encaramado en las altas piernas como si fueran ancas, en calzoncillos y camiseta, el mechón de pelo manchado de sal y pimienta, la nariz grande y adunca y ese tronco poderoso que las piernas apenas soportaban». Silvestre nos cae bien, sabemos, por su parecido con el quijote, que es buena persona; también, que a su manera busca la justicia y la igualdad. Y nos cae mejor cuando aparece su mujer, Mariana, como otra figura literaria unida irremediablemente a este «loco idealista», «Por el modo de andar se adivinaba que Mariana era gorda y que no podía ir más deprisa. Silvestre tuvo que esperar un buen rato y esperó con paciencia».

Conforme avance la novela seremos testigos de la bondad del matrimonio, la de Mariana enfocada más a resolver problemas corporales y la de Silvestre orientada al razonamiento para solucionar desigualdades sociales.

Las costureras Isaura y Adriana viven en el segundo, con su madre, Cándida, y su hermana, Amelia; ambas viudas. Un grupo de mujeres de vida monótona, la que les permite la sociedad, dedicadas a trabajar para subsistir; mujeres que se evaden de la realidad a través de la música y la lectura. En el primer piso, vive Justina, «Vestía luto cerrado y, así, muy alta y fúnebre, con el pelo negro y una raya larga en el centro, parecía un muñeco mal articulado»; el luto es por su hija, muerta a los 8 años, por una enfermedad, pero también podría ser por Caetano, su marido, un machista mujeriego, causante de las desgracias que le suceden no solo a ella sino a algunas vecinas que lo han rechazado.

También sabremos de la vida de Claudia que, con 19 años, es la que trae más dinero a casa, pues su madre es ama de casa y Anselmo, el padre, apenas gana para sus caprichos; aunque ambos crean que son los mejores padres no sabrán ver venir la decadencia de Claudia, o sí, pero es mejor ponerse una venda en los ojos cuando las causas son el dinero que entra en casa.

Lidia es la que mejor vive del edificio: ropa cara, sugerente, muebles de calidad y con las comodidades que hacen de su vida una especie de jaula de oro donde no pasa privaciones, aunque sabe que será hasta que su amante se canse de ella, por eso, intenta tenerlo satisfecho en todo momento. Lidia no tuvo otra oportunidad, prácticamente fue arrojada a los brazos de Paulino, por su propia madre, cuando esta vio un filón del que vivir.

A este edificio llega Abel, un donnadie dispuesto a vagar hasta encontrar sentido a la vida; Silvestre y Mariana le alquilan una habitación y entre los tres reflexionan sobre el presente: al pesimismo casi existencial de Abel, Silvestre le rebate con alegorías filosóficas y sociales sobre la necesidad de buscar cada uno el bien dentro de sí mismo para poder ofrecerlo a los demás. El zapatero reclama los valores perdidos, valores basados en la ética del bien común, para poder combatir la abyección social.

El narrador es un observador objetivo de este cuadro; como si contemplara desde la claraboya, va exponiendo lo que ocurre, sin inmiscuirse, dejando que el lector saque sus propias conclusiones. Tampoco habrá final cerrado para los personajes. La vida sigue, sin premios por las buenas acciones o castigos para las malas llevadas a cabo. Como la vida misma. Solo en determinados momentos, el narrador cede la palabra a la voz de Adriana cuando su tía Amelia lee su diario.

José Saramago aprovecha esta galería de personajes para tratar la pobreza, la maldad de la condición humana y la bondad, el machismo imperante, las urdimbres que debe tejer la mujer para no sentirse esclava a pesar de la ocultación a la que se ve sometida, el poder, que siempre reside junto al dinero y ante el cual, los que no lo tienen pierden la dignidad, la hipocresía de todos, capaz de lapidar aunque sea mentalmente a quien está señalado por algún poderoso, «la secundó en los lamentos acerca de las costumbres inmorales de ciertas mujeres y, como la vecina, se enorgulleció en su fuero interno de no ser como ellas».

Frente a todo esto, Silvestre proclama el amor desinteresado, «¿Nunca ha sentido al ir por la calle, un deseo repentino de abrazar a las personas que lo rodean?». Un amor que no tiene que ver con el que proclama la religión, «No creo en Dios, si es ahí donde quiere llegar».

José Saramago ya muestra, en su primera novela, lo que será más tarde su marca, lo que lo llevó merecidamente a conseguir el Premio Nobel de Literatura: un lenguaje rico, con términos cultos, con alusiones a otros escritores y filósofos y con cierto humor irónico con el que consigue una crítica absoluta y una prosa fluida, «Y, más aún, nadie se explicaba cómo de dos personas nada bonitas […] pudo nacer una hija de tal manera graciosa como lo era la pequeña Matilde. Se diría que la naturaleza se equivocó y que, más tarde, descubriendo el engaño, trató de enmendarlo haciendo desaparecer a la criatura».

Como tantos otros hombres buenos, murió sin ver un cambio social. Y algunos, como tantos, seguimos constatando que «El día que sea posible construir sobre el amor no ha llegado todavía».

martes, 23 de septiembre de 2025

EL CANTAR DEL PROFETA

¿Distopía? Actualidad.

Situación en la que la derecha más fanática se permite un golpe de estado, entrando sin hacer apenas ruido hasta masacrar a todo el que no esté dispuesto a acatar la forma de vida que impone.

Los sistemas democráticos no valen nada desde que todo vale: se puede insultar, mentir, perseguir, encubrir, implicar sin que pase nada. Se puede ser cómplice de un genocidio porque no se le da ese nombre (la importancia del nombre, que se nos olvida) sino el de guerra, intentando justificar con ello actos deleznables impropios de seres humanos.

Y, a los que no nos toca de lleno, seguimos con nuestras vidas, nuestras fiestas, despropósitos, sin tener en cuenta a los que, incluso a nuestro alrededor, necesitan de ayuda mental, económica o social. Porque también están a nuestro lado. No necesitamos ir demasiado lejos.

Cuando terminamos de leer El cantar del profeta quedamos en shock; al menos, con la sensación de que no recibimos el flujo suficiente de sangre y pasamos la página y no hay más.

Emocionalmente, El cantar del profeta nos somete a una ansiedad constante, desde que damos comienzo a la lectura y somos conscientes de que no habrá salida para los protagonistas, «Esa sensación de que algo ha entrado en la casa […] Ahora, el jardín cada vez más oscuro ya no es algo que desear, pues parte de esa oscuridad ha entrado en la casa». La esperanza no tiene cabida en esta novela, catalogada como distopía pero que no es sino un fiel reflejo de la realidad.

Paul Lynch escribió de forma profética en 2023 lo que sería un futuro casi inmediato para determinadas personas y el pasado y el presente de otras miles que, a lo largo de la historia, se han visto perseguidas por gobernantes hipócritas, por locos del poder o, simplemente, malvados con dinero.

Este autor irlandés analiza, a través de la familia Stack, las circunstancias y características fundamentales que nos definen como seres humanos, desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por la alegría, el sufrimiento, la felicidad, el sufrimiento, el amor, el sufrimiento, la humillación, el sufrimiento, el terror. El paso del tiempo se detiene en el horror que vive Eilish Stack, bioquímica, desde que su marido, Larry Stack, profesor, salió para una reunión con la policía y ya no volvió, Larry ejercía como sindicalista y estaba negociando mejoras para el gremio.

Eilish busca la verdad entre la realidad brutal en la que se ha visto inmersa: están desapareciendo vecinos de su barrio residencial; otros alardean de banderas en las ventanas; su hijo mayor, Mark, será llamado a filas en cuanto cumpla los diecisiete años; él no quiere, ella tampoco, pero mientras Eilish lo insta a que vaya a la universidad, Mark está decidido a luchar con los rebeldes contra el gobierno impuesto.

Los habitantes que pueden salen de Irlanda, los que no, se adaptan a la nueva realidad o desaparecen. Eilish tiene la oportunidad de escapar, pero no hasta que no vuelva Larry. Su padre, con principio de Alzheimer, no soportaría separarse de su hogar; sus otros hijos, sin embargo, Molly, Sidney y el bebé, Ben, corren peligro donde están y ella no sabe qué hacer. Conforme van sucediendo barbaridades, Eilish las difumina en su imaginación, donde «habla con Larry» constantemente a pesar de que él no puede ayudarla. La protagonista vive en un caos continuo en el que no existe el orden, la huida no es una opción, tampoco puede valorar la muerte por sí misma sino por el reflejo de lo que muestran los demás. Ya nada es como antes, «Si dices que una cosa es otra y lo repites lo suficiente, entonces debe ser así, y si sigues diciéndolo una y otra vez la gente lo acepta como verdad».

La prosa de Lynch es precisa, dura, sin embargo la leemos mientras la poesía que emana de ella nos contiene el aliento; a pesar del impacto consigue que profundicemos en nuestros propios sentimientos. Todos somos Eilish, todos somos capaces de experimentar lo que ella está viviendo porque todos hemos visto imágenes parecidas, «se repite la imagen de un profesor al que unos hombres de paisano llevan a rastras a un coche sin distintivos […] se ve a sí misma hace media hora comiéndose un sándwich mientras el tiempo estaba corriendo, el tiempo ya la había dejado atrás […] la larga caída de su corazón y aun así sigue cayendo […] El paso a tientas tras todos los pasos a tientas, tanteando la larga noche que se avecina».

A partir de una imagen, los sentimientos se suceden a través del lenguaje: el gerundio nos anuncia que es real, todo sucede a su alrededor y no va a parar; la aliteración de fonemas líquidos laterales crea un efecto sonoro que embellece la prosa al tiempo que acentúa el mensaje; la reiteración de fonemas nasales y oclusivos refuerza su destrozada emoción y la tensión propiciada por el doloroso desorden que está viviendo.

Molly está experimentando unas condiciones nuevas, un estado totalitario que no se aviene a sindicatos o derechos, unas circunstancias en las que nadie puede ayudar a nadie. Cuando es consciente, se hace una con Larry, quiere transmitirle la fuerza necesaria para afrontar lo que le espera y que él se la pase a ella, «ahora nota su fuerza y la conoce, se adentra en ella y la estrecha contra su propio cuerpo».

El tema de violencia desmedida propaga por la novela que el ser humano no puede vivir en armonía. Todo es una larga lucha que finalizará, probablemente, con la muerte. El estilo es implacable, los largos capítulos no dan tregua, la ausencia de marcas en los diálogos son reflejo del desorden interior de los protagonistas. Sin embargo, la voz de Lynch es directa, de manera que la crítica social es significativa y evidente, con cierta ironía en un tono poético cargado de rechazo hacia el abuso de poder.

La narrativa es de fácil lectura, a pesar de las metáforas o precisamente por ello. Busca objetividad en lo que expone pero la emotividad invita a la reflexión crítica. El estilo pues, marca la incongruencia entre la ética y la justicia. Los antónimos dan fe de ello. Las anáforas asindéticas, también: «las noticias son la verja de la entrada cerrada por última vez, la casa oscura […], el semáforo constantemente en rojo[…], el coche al que no franquean el paso, las noticias son el aire cada vez más escaso […], las tiendas sin abrir…».

El cantar del profeta es el día a día, momento a momento de una guerra sobrevenida tras un golpe de estado; cómo van amedrentando a los rebeldes hasta dejarlos sin identidad, sin alimentos, sin casas… Si no te avienes al nuevo régimen no existirás.

¿Distopía? No sé. Empezamos a vivirlo. Unos antes que otros. El profeta, no cabe duda, es Paul Lynch. El poeta, también.

martes, 16 de septiembre de 2025

LA AMIGA ESTUPENDA

Cuando se cuenta una historia dura sin aspavientos, la historia resulta más dura aún a ojos del receptor. Lenú es la narradora protagonista de La amiga estupenda. Su amiga es Lila, Rafaella Carullo y, probablemente, represente de la forma más descarnada la condición de la mujer en una época y en un nivel socioeconómico determinados. Lila es inquieta, libre, poco dada a seguir las normas, increíblemente inteligente


¿Quién te ha enseñado a leer y escribir, Carullo?

Carullo, pequeña, con el cabello, los ojos y la bata negros, el lazo rosa en el cuello y apenas seis años de vida, contestó:

—Yo

Mal cuidada por su familia, sale adelante sola pero, poco a poco van aplacando sus ansias de libertad, sus ganas de ser. La mente de Lila no para de idear hasta que a fuerza de golpes, de amenazas, de desprecios, en un momento determinado hace “clic” y queda sobrepasada.

Lenú, Elena Greco, hija de un conserje del ayuntamiento, cuenta la historia de su vida con Lila, la relación que tenían con sus vecinos de un barrio marginal de Nápoles. A mediados del siglo XX la educación era machista y ellas, las mujeres, lo asumían como algo natural. La mujer se limitaba a ser ama de casa o trabajar, además de en casa, en el negocio familiar. Las expectativas para los hijos eran que entrasen a trabajar lo antes posible para ganar dinero y, para las hijas, que se casasen pronto con un «buen partido» para suponer un problema menos en la familia.

A mediados del pasado siglo, en los barrios pobres se respiraba violencia, venganza, embrutecimiento y machismo. La escuela era algo secundario, los libros también. La envidia hacia las familias más pudientes estaba revestida de odio. Los celos hacia la pareja, también, «Anda, búrlate de mí, pero ¿te acuerdas de aquella vez que me amenazaste con la chaira? Si me entero de que te gusta otro, que no se te olvide, yo no me limito a amenazarte, te mato y punto».

La amiga estupenda es una novela que podría formar parte de las grandes obras del Realismo. Está firmada por Elena Ferrante aunque es un pseudónimo. El verdadero nombre, la verdadera identidad de la autora o autor no se sabe. Pues bien, pero la obra es magnífica. Ferrante se acerca de manera certera a detallar lo cotidiano. Los personajes son, más que verosímiles, reales; vamos conociendo su forma de pensar, el porqué de su manera de pensar, sus decepciones, sus amarguras, sus complejos… todo con un lenguaje directo. Los diálogos reflejan la problemática social de Nápoles en la posguerra.

No hay grandes temas en La amiga estupenda, o precisamente lo son, por imprescindibles: la vida de los distintos personajes, la falta de esperanza, la educación basada en métodos humillantes… No hay actitudes racionales sino machistas, oscuras, «sabíamos muy bien que los agresores habían sido solo tres y nos preocupamos mucho […] Los Solara, en cambio, maltrechos y despistados se pasaron una temporada moviéndose solo a pie […] verlos en esas condiciones me alegró. Me sentí orgullosa de mis amigos».

El retrato de las costumbres queda expuesto a la perfección, así como los tipos que pueblan los barrios marginales. Sin ninguna actitud moralizante. Puede que esto sea lo que aparta la novela del Realismo y la introduce en la novela intimista. Es lo que viven; la normalidad va de la mano de la violencia y el machismo.

Es el reflejo de una realidad social que muestra la opresión sufrida y asumida por la mujer y los niños, fruto de un patriarcado feroz y acomplejado que descarga su ira contra los más débiles mientras acata lo estipulado por quienes tienen el dinero.

La amiga estupenda es la primera de una serie de cuatro novelas. A su vez está dividida en cuatro partes. Como en todas las grandes sagas, la primera parte es una relación de todos los personajes: los componentes de nueve familias más los maestros y algún personaje suelto. Este apartado es de agradecer porque sitúa perfectamente al lector en todo momento. 

La segunda parte es un Prólogo, que viene a ser el epílogo de los hechos y el porqué de la novela, por qué Elena se decide a escribirla.

La tercera, Infancia, cuenta la historia de don Achille Carracci, el charcutero, hombre detestable al que, sobre todo los niños, temían como si fuera un ogro. Son dieciocho capítulos cortos que empiezan en 1944, cuando nacen las protagonistas y relatan la historia de su infancia hasta que Alfredo Peluso, el carpintero, es detenido por matar a Achille. En esta parte observamos la degradación del ser humano, la vida normal de violencia-venganza que llevaban en el barrio; el maltrato paterno, con consecuencias nefastas para los hijos, sobre todo a las niñas, cuya esperanza por salir de la miseria quedaba rota.

«El señor Peluso nos parecía la imagen de la imagen de la desesperación. Por una parte, lo perdía todo en el juego y por la otra, en público la emprendía a golpes con todo el mundo porque no sabía cómo darle de comer a su familia».

La cuarta parte, Adolescencia, cuenta la historia de cómo Lila, su hermano Rino y su padre fabrican zapatos novedosos con los que pretenden salir de la ruina. Lila idea modelos rompedores, excesivamente caros para el barrio. La vida del grupo de amigos de Lenú va tomando forma: algunos siguen estudiando, otros trabajan y Lila, con 16 años se casa con Stefano Carracci, de 23.

Aunque los capítulos siguen un orden temporal, la narradora introduce analepsis o prolepsis que más adelante podemos comprobar su veracidad o bien sirven de reclamo para siguientes novelas «Años más tarde, una noche de noviembre de 1980 —ambas teníamos treinta y seis años, estábamos casadas, con hijos—, me contó con todo detalle lo que le había pasado en aquella circunstancia».

Lenú explora los sentimientos de Lila a través de los diálogos, los de los demás personajes al describir sus acciones y los de ella misma, que brotan, mediante la primera persona, desde lo más profundo. Su voz pretende ser objetiva pero es completamente intimista. Lenú se desnuda ante el lector sin miedo a ser juzgada; ella es quien contantemente lo hace: cuestiona sus miedos, sus deseos… No le importa dejar expuesto su mundo interior. A veces se recrea en el dolor, pero sin aspavientos; simplemente deja que las sensaciones sobre ella misma, o las provocadas por las circunstancias de Lila, sean el motor de la narración. Retrata con precisión la atmósfera en la que vive, donde se acepta la muerte como parte de la vida y donde la mujer lucha continuamente por sobrevivir. Lucha que pasa por el conformismo cuando no se es consciente de otro mundo mejor y por la ocultación de tabúes, de crueldad física y psicológica a la que todos están sometidos y los moldea hasta hacer de ellos hombres rencorosos y vengativos, acomplejados; mujeres con rabia hacia sus propias hijas si ven que la vida les brinda oportunidades que ellas no tuvieron.

El desasosiego de Lenú es constante; ella, insegura aunque brillante, se ve silenciada en cada momento. También Lila es anulada. Ninguna obtiene la ansiada libertad que buscan. Les faltan armas para encontrarla y están acorraladas por los prejuicios, la violencia y el desprecio.

Sin duda, habrá que seguir con el segundo volumen de la saga Dos amigas.

martes, 9 de septiembre de 2025

TODO ARDE

Después de leer casi 600 páginas, no sé por dónde empezar a comentar. ¿Me ha gustado? No lo tengo claro. El caso es que me piqué al empezar la novela y quería saber qué iba a pasar después, porque la historia da muchas vueltas. Juan Gómez Jurado ha podido escribir en Todo arde el argumento de una temporada de serie televisiva. El nombre podría ser Aura Reyes porque ella es fundamental. Manipulada, engañada, arruinada, encarcelada… Da para mucho. A los desprecios de la vida, Aura les planta cara transformándose en superheroína y, uniendo sus cualidades a las de otras mujeres que le van apareciendo por el camino, llegan a actuar como personajes de un cómic en el que los buenos son cada vez mejores y los malos, malísimos. No importan las humillaciones, las palizas, los golpes, las torturas; ningún personaje que se precie queda más perjudicado de lo que ya estaba. Aura Reyes podría firmar para varias temporadas.

En la novela anterior tiene lugar lo que se nombra en esta: la emboscada a la familia de Aura, donde asesinan a su marido y ella queda gravemente herida. Durante su estancia en el hospital, su jefe se la juega y la culpan de quedarse con el dinero del Banco y evadirlo pero, en realidad la han dejado en la ruina. Ahora, mientras espera el juicio, tiene un altercado en una tienda de la calle Serrano. Se da cuenta de que ya no es nadie. Al entrar en la cárcel conoce a Mª Paz, una exlegionaria que malvive en su coche, arruinada, como tantos otros que ayudaron al país y ahora ya no son “útiles”. Tras pasar la noche en el calabozo, Aura empieza a idear un plan para vengarse de su jefe antes de ir definitivamente a la cárcel. Mª Paz la ayuda pero Juan Gómez Jurado nos tiene en ascuas, porque va detallando por parte los pensamientos de la protagonista. Ella tiene una idea pero a los lectores no nos resulta tan fácil adivinarlos, por la estructura general de Todo arde: Cinco partes y un epílogo.

La primera parte: Aura, está dividida en dieciséis capítulos, más tres que no van numerados sino que ostentan un sustantivo, más o menos explicativo de la parte: Miedo, el que siente Aura tras ser consciente de su situación. Ponzano, donde nos enteramos de que el presidente del Value Bank está en conversaciones con Laura Trueba, presidenta del banco más poderoso de Europa. Ahora, al caer las acciones por el desvío de capital «ejecutado por Aura Reyes», quiere fusionar ambas entidades. Entre ella y Ponzano no pueden fallar para terminar de hundir a Aura en el juicio.

El otro capítulo con título es Rabia, en el que Aura, consciente de su situación, decide poner en marcha una venganza. Además, cada capítulo, como si se tratase de una mininovela, tiene su propia estructura narrativa: El nombre de la parte presenta el foco de atención, efectúa el inicio que se irá desarrollando hasta llegar al final donde el autor deja al lector en tensión, pues tiene la sensación de que la acción continuará de forma novedosa.

La parte I, Aura, termina con el anuncio de algo tan importante como insólito: Mª Paz y ella van a contar con un nuevo nombre, «—El nombre de quien me jodió la vida».

Algunos capítulos constan de divisiones internas, son diferentes escenas que pueden desarrollarse secuencialmente al mismo tiempo en distintos espacios. Normalmente añaden tensión a la trama y mantienen el interés: «El germen de una idea se ha aposentado en su cabeza. Una idea tan improbable como imposible. Una idea que sola no hubiera podido realizar. Ahora, en cambio…».

La parte II, Mª Paz, consta de 22 capítulos numerados más los que llevan título: Rafa y Josete, referidos a los nombres de los conserjes del banco que Aura engañará y donde Mª Paz se jugará la vida para entrar. Mientras tanto, debajo de la mesa, es otro capítulo en el que la protagonista pone una bomba casera casi al mismo tiempo que Mª Paz logra huir tras quedar atrapada en una puerta automática. Romero: este capítulo nos presenta a la excomisaria corrupta, expulsada de la policía (en teoría), asociada ahora a Ponzano para terminar de hundir a Aura y Mª Paz. Además encontramos la transcripción de la Prueba Policial; una conversación a través de ordenador con un policía engañado por una de las hijas de Aura para obtener una dirección, la de Sere.

La parte III, Sere, la componen ocho capítulos más lo que rodea a esta ingeniera informática: Caos (nos la presenta en la ruina económica y mental tras ser engañada y abandonada por su marido una vez que ella hizo todo lo posible para que él triunfase. Preparación de un robo es otro capítulo; la comisaria sigue a Aura en todos los pasos que da. Sabe que ha encontrado a Sere.

La parte IV, Romero, agrupa dieciocho capítulos más cuatro titulados, referidos explícitamente a la sensación de cada una de las protagonistas: Miedo (sobre todo de Mª Paz), Rabia (sobre todo de Aura), Caos (por supuesto, el producto en la mente de Sere) y Ponzano (su felicidad tras el éxito que propagará por los mass media).

La novela tiene, además, un Epílogo donde toda la seguridad del lector puede dar un vuelco al exponer Un adiós. Un fracaso. Un tesoro.

En fin, las casi seiscientas páginas pasan rápido. El estilo es dinámico, gracias a las escasas descripciones, al uso continuado del presente y a los capítulos cortos. Aun así a veces la lectura se hace algo repetitiva por el empleo de narración de acciones que salpican constantemente la lectura, este inconveniente en cambio, es bueno para la representación en una pantalla.

Está claro que la exposición en presente aporta realismo y el uso del futuro para referirse al presente, aumenta la precisión.

El narrador es omnisciente. A veces opina sobre el pensamiento del personaje, como si estuviera participando del diálogo que mantiene con otro. Incluso dirige al lector interrogaciones indirectas, que confirman la opinión que tiene sobre quien habla:


—Los números son sólidos. Nuestras acciones no han parado de crecer en el último año y medio.

—Después de caer casi un cuarenta por ciento.

Directo a la yugular, ¿eh?

Las tres protagonistas son bastante creíbles. Mujeres utilizadas por el sistema o por hombres hasta que ya no sirven para los intereses que la sociedad machista y clasista tiene en mente. Entonces son invisibilizadas, apartadas de ese sistema. Sin embargo, Aura, Mª Paz y Sere llevan a cabo acciones bastante fantásticas, increíbles, tanto que las convierten en personajes de cómic, superheroínas que ponen las cosas en su sitio. Mujeres capaces de solucionarse la vida por muy difícil que lo tengan.

El lenguaje es sencillo, otra de las características por las que Gómez-Jurado conecta rápido con el lector; además encontramos adjetivos relacionales que conectan directamente con las características de determinadas novelas literarias «viaje dickensiano». Los adjetivos calificativos consiguen expresar un grado superlativo del sustantivo, a pesar de estar expuestos como positivos


Su fastuosa soberbia.

Su industriosa avaricia.

Su mal disimulada envidia.

En ocasiones algunas palabras están designadas de forma imposible gramaticalmente «suena un no demoledor, casi esdrújulo».

Las comparaciones llaman nuestra atención al unir términos abstractos y concretos «El escrúpulo en mi negocio es como el esmoquin en un nadador».

Las descripciones están completadas con explicaciones que destacan cierta ironía en el humor «Imaginemos un matrimonio feliz. Idílico. Él, chef en restaurante con media estrella Michelín —a puntito de tenerla, vamos—».

El uso de galicismos españolizados aumenta también el sarcasmo hacia alguien «La sopa fría, la vichisuá caliente…».

El sarcasmo es utilizado casi constantemente, como acto intencionado y no consecuencia de algo natural, «Su padre, que era el Muñoz, tuvo a bien quitarse de en medio, ictus mediante…».

El uso indebido de conectores aumenta el escarnio «Puede que Sere hable sola […] Pero que eso no nos engañe: está como un cencerro».

El sarcasmo deriva en socarronería cuando toda una acción conclusiva desmiente lo dicho anteriormente, «Sere nunca había sido de montar dramas, así que cerró la puerta muy discretamente […] les prendió fuego»

La hipérbole es otro recurso bastante utilizado para generar cierto humor, así como la escritura fonética de la calle «arfavó» y la unión del significado de dos palabras antitéticas, «Sere tiene esta clase de premoniciones a menudo. Casi siempre a posteriori».

Los recursos, si atendemos al detalle, van encaminados a una crítica —más o menos sutil— al capitalismo. Las hipérboles negativas destacan la humillación de los perdedores sociales y las oraciones contrastivas resaltan las ideas y acciones de las personas, analizadas con profundidad en una pretendida superficialidad.