Alicia Giménez Bartlett ha vuelto para poner el dedo en la
llaga, esta vez a través de Berta y Marta Miralles, un par de principiantes que
entran en el Cuerpo General de Policía por la puerta grande, aunque
permanezcan, a todos los efectos, en el anonimato.
La
presidenta de la Comunidad Valenciana, Vita Castellá, aparece muerta en su
habitación del hotel un día antes de ser juzgada, en Madrid, por malversación.
Ha sido envenenada, pero esto no puede salir a la luz por miedo a que altas
instancias del estado y del partido en el poder queden implicadas. El caso se
llevará en absoluto secreto y será investigado por algún novato, como un caso
sin importancia. Al nuevo no le darán la información oportuna y a los medios de
comunicación se les dirá que la presidenta ha sufrido un infarto.
Las
altas esferas policiales envían el cadáver a Valencia y allí pondrán a trabajar
en su nuevo cargo como inspectoras a «Dos
hermanas, Berta y Marta Miralles. De treinta y dos y treinta años […] las reclamará
el comisario Pepe Solsona, que es mi hombre de confianza, de la comisaría de
Russafa».
Pero
las hermanas no son tontas, aunque piense lo contrario la cúpula policial, así
que con sus pesquisas lograrán quebrar los nervios de un importante militante
corrupto del partido, devenido asesino que, cuando se ve acorralado, termina
suicida.
Hasta
que no resuelven el caso, con ayuda del exjefe de prensa de Vita Castellá, el
forense y el inspector Sales, las novatas pasan unos días bastante estresantes,
haciendo turnos larguísimos de vigilancia, casi sin comer, descansando apenas,
pagando gastos de la investigación de su bolsillo, inventándose informes para
un juez que, dejándose llevar por el jefe de la policía, los firma sin leer o
buscando colaboradores en los bajos fondos. Sus vidas llegan a estar en
peligro. Sus puestos de trabajo también.
Aunque
Giménez Bartlett lo niega, no cabe duda de que los hechos y personajes están
basados en la realidad. Hace unos años Valencia fue conocida por el alto nivel
de corrupción. Hoy le sacarían ventaja otras comunidades, «Nombramientos y adjudicaciones a dedo, recalificaciones de terrenos
por interés, financiación ilegal, desfalcos, sobornos, eventos multitudinarios
donde el dinero pasaba como un rayo de lo público a las arcas del partido».
En
realidad da la impresión de que el territorio español, ávido de protagonismo,
lucha por obtener el dudoso primer puesto de perversión, «para velar por el bienestar general no siempre se podía transitar por
el camino de la ortodoxia».
Y es
en este ambiente del partido, al más puro estilo degenerado, donde aparecen dos
jóvenes policías que no se dejan comprar, que ponen en juego sus puestos y sus
vidas, para destapar una trama en la que la inmoralidad llega hasta las más
altas esferas. Berta y Marta no obtendrán felicitaciones, tampoco
reconocimientos, pero van eliminando a todos los cargos implicados en el
proceso. Un devenir que acaba con la vida de los donnadies, meros peones
atraídos por el dinero, esa avaricia que siempre rompe el saco; y con la de mujeres
inapreciables, inservibles en la mente de poderosos que las consideraban
desechos por los que no valía la pena preocuparse.
Asistimos
a cinco crímenes en La presidenta, la última novela de Alicia Giménez, escrita con
una ironía que saborea al máximo para denunciar la corrupción de un partido que
no ha podido caer más bajo (y sin embargo ahí continúa, acogiendo en sus filas
a los reyes del mambo, o eso parece)
Ya
has visto la que nos ha caído encima con lo de Vita. El ministro está de los
nervios
—Pobre
Vita, no se merecía semejante final aunque […] era como una especie de bomba ambulante
que campaba por ahí […] ¿Tú crees que se la han cargado los del propio partido
para que estuviera calladita?
y para
evidenciar la corrupción de los altos cargos policiales preocupados, sobre
todo, por mantener el puesto a costa de lo que sea «Hay que enfriar el tema de cara al exterior […] No sabemos quién ha
sido ni nos interesa saberlo. Fue un infarto y en paz».
Ojalá
vivamos en una realidad en la que haya más Bertas y más Martas capaces de
observar, analizar, deducir cuándo las órdenes de los jefes son un sinsentido; más
policías sin miedo a las represalias, que no toleren la impunidad de hechos
delictivos. Ojalá la autora continúe con sus investigadoras porque, a pesar de
los crímenes, la novela está marcada por el optimismo. Es realista aunque
grandes esperanzas planean en la Comunidad Valenciana, probablemente porque
Giménez Bartlett ha dado la vuelta a la novela policial: Es cierto que se parte
de un crimen –encubierto–. Es cierto que hay delitos muy graves –que no se
especifican del todo–. No hay uno sino dos investigadores, son mujeres, novatas
tratadas con paternalismo, humillación y suficiencia. Hay un sospechoso, desde
el principio, que va anulando las pistas mientras enreda a otros. Las pistas
son verdaderas aunque, por increíbles, no lo parecen; por lo tanto, hasta el
final de la novela, las hermanas Miralles no dejan al lector ser consciente de
lo que ocurre, cuando tiran del hilo y van cayendo los implicados como fichas
de dominó, porque el criminal tampoco es al uso. Ese ser inteligente que
preside la novela negra es, en La
presidenta, un chapucero que se rodea de inexpertos para llevar a cabo sus
planes.
La
autora no se anda con tapujos, «todos
esos nuevos ricos, horteras, maleducados, convencidos de que podían hacer
cualquier cosa porque tenían el poder. ¡Gente de la política que debía dar ejemplo
a los demás!», pero el humor hace gala desde la primera página, en la que
descubrimos quién es la asesinada. Humor en la ironía con la que se toman las
órdenes, en la propia actuación policial, en la falta de confianza que los
jefes muestran hacia las investigadoras
—¿Tú crees que sospecha algo? (el juez)
—¡Qué coño va a sospechar! Nos toma
por dos floreros decorativos
Humor
en las actitudes machistas de los altos cargos policiales y del gobierno, con
el que refuerza, al final, el verdadero valor de la mujer «¿Será posible? ¡Este Pepe Solsona es más estúpido de lo que parecía!
[…] ¡Mujeres, mujeres! ¿Hay algún animal más dañino en el mundo?». Humor en
las hipérboles irónicas y en la concatenación del lenguaje con los sentimientos
—Otro corazón puro ganado para la
causa –clamó
—Para puro el que nos va a caer
[…]
—¡Joder, qué buena frase! Deberías
haberte hecho abogada en vez de policía
—Un buen abogado es lo que vamos a
necesitar
Pero no lo necesitan porque si su lenguaje es efectivo, sus hechos también. Solo esperamos que este sea el principio de una saga. Las Miralles lo merecen.
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