Solo
en Aosta, y en otros sitios de montaña, puede llover a cántaros en primavera,
nevar en primavera y hacer el mismo frío que en invierno. Por eso Rocco
Schiavone lleva nueve pares de Clark echados a perder, ya que ha decidido que
por simples nevadas no va a cambiar de marca de zapatos, con los que ha
caminado toda su vida por Roma. Algo tiene que ver el clima de los Alpes
italianos para que el caso que lleva entre manos demore su resolución. Un
número de teléfono equivocado es el culpable, y la carretera en mal estado
también «La furgoneta pilló un bache y
ambos pegaron un bote. —¡Que voy a vomitar –exclamó el hombre del acento
extranjero, mientras se llevaba el móvil a la oreja». En un bote del
vehículo es fácil marcar un número por otro. En una carretera sin visibilidad,
con curvas y mojada por una lluvia torrencial, es fácil derrapar. Y morir si
vas en el coche.
Con
esta intriga empieza Una primavera de perros: la muerte
accidental de dos delincuentes que van en un coche, con la matrícula robada, se
enlaza a la voz de Chiara. La chica, en la escasa lucidez que se le permite,
nos introduce en su propio misterio desde donde intenta dominar su
incomprensible circunstancia «Todavía me
escuece. Tengo que dormirme. Si me duermo se irá el dolor y la peste, y podré
respirar».
El
lector intuye que ambas situaciones están relacionadas pero la policía no sabe
nada. La matrícula robada es lo que alerta a Rocco para investigar el accidente,
que lo lleva a la desaparición de la hija de un rico constructor. Esto anima a
prever un final feliz y a seguir leyendo. Si no avanza la investigación por
ahí, Chiara puede morir sola, abandonada. Las dudas vuelven a la patrulla, y a
los lectores, cuando aparece asesinado el principal sospechoso; el tiempo sigue
corriendo y Chiara continúa en peligro. Cada vez más. Las esperanzas casi se
esfuman para el lector quien, además, es consciente de otro caso en el que la
vida privada de Rocco está implicada. Y él tampoco lo sabe. Imaginamos que Antonio Manzini tiene la venganza
preparada para la siguiente entrega. Por ahora, un nuevo personaje se une a
Rocco Schiavone, Loba, un cachorrito que encuentran a punto de morir.
El
ambiente que se respira en Una primavera
de perros se caracteriza por el contraste. Por un lado nos encontramos a la
familia Berguet, dueña de Construcciones Edil. ber, perteneciente a la clase
alta y, sin embargo, envuelta en los bajos fondos con asuntos sórdidos que no
casan del todo con el refinamiento al que los afectados están acostumbrados.
Por eso es un caso idóneo para el subjefe Schiavone, totalmente desencantado
con el mundo en general, cínico con quienes lo rodean, al filo de la ley cuando
se trata de aprovecharse del dinero de ladrones, para que lo disfruten otros
necesitados o él mismo, e implacable cuando considera que los transgresores han
sobrepasado la raya de «tocadas de
cojones». Sin embargo, toda la ira, el resentimiento y el dolor que lleva
dentro se dulcifica al llegar a casa y hablar con Marina, su mujer, a la que
mataron cinco años atrás. Marina le sirve para reflexionar consigo mismo y
dejar ver a los lectores cómo es en realidad, alguien atormentado por el dolor
de la soledad, tolerante con quienes sufren por causas ajenas, intransigente
con los corruptos, observador minucioso con todos y conocedor de la psicología
humana: «Tenía una dentadura perfecta,
idéntica a la de su hijo. Se recreó un poco en la carcajada, como para exhibir
la perfección […] La de veces que habría ensayado esa pose ante el espejo».
Antonio
Manzini intenta quitar algo de gravedad al argumento con descripciones
detalladas que recuerdan, en parte, a la novela costumbrista, sobre todo en la
utilización de cierto tono burlesco con el que ironiza sobre el funcionamiento
de la policía, del tráfico, de las rutinas sociales, de la impunidad de los
bancos…
No
había paso de cebra […] Los indígenas de la capital, Rocco entre ellos, están
acostumbrados a cruzar hasta una carretera de siete carriles en curva con un
tráfico endemoniado. Hay que reconocer, sin embargo, que gran parte del gasto
municipal en sanidad se reserva a las personas atropelladas por bólidos
enloquecidos.
Sin
embargo la visión pesimista que subyace en el carácter impaciente, irrespetuoso
del protagonista, acerca el estilo de la novela al del thriller norteamericano, donde el insulto al más necio o al que se
las quiere dar de perspicaz es visto con total normalidad, incluso es necesario
para establecer cierta complicidad con el lector «—Escucha, soplapollas, una cosa te voy a decir […] te la voy a decir.
Estoy intentando salvarle la vida a una de tus alumnas […] ¿Te queda claro
ahora, o tengo que recurrir a la mano dura?»
Son
situaciones extremas en las que casi todo está permitido para este subjefe de
la policía, desde la amenaza al que no colabora hasta acciones fuera de la ley
para quienes la hacen cumplir «Y yo
tendría que pinchar los teléfonos sin denuncia de por medio». En un país en
el que la mafia campa a sus anchas hay que intentar que no se salga con la
suya, al menos, alguna vez. Y para eso Rocco no tiene ningún problema, excepto
al poner al tanto de sus acciones a sus jefes, por si acaso, «Rocco se lo contó todo sin saltarse un solo
detalle… aparte del trato con el juez Baldi, el trato con el notario
Charbonnier, el trato con la familia Berguet y el falso registro de la tienda
Chiquiviesos».
Con
esta actitud y esta forma de pensar no es raro que Schiavone sea el causante de
deseos de venganza entre los que están al otro lado, algo que causará más de un
tormento a él y a sus allegados.
Leer
a Antonio Manzini es entrar de lleno en la buena literatura; a los crímenes y
sucesos escabrosos les añade el humor, sarcasmo e ironía para pasar un buen
rato y la descripción de una realidad en la que los horrores son cada vez
mayores y la sociedad está cada vez más distorsionada.
Con un lenguaje actual influido por el del cine atrapa de inmediato al lector, pues ofrece una técnica casi televisiva con la que el protagonista continúa sus andanzas en nuevas entregas, con la que aparecen y desaparecen personajes, con la que enferman y envejecen, con la que se equivocan y vuelven atrás, como en la vida. No hay personajes perfectos ni a un lado ni al otro. Todos tienen sus defectos y todos pueden caer en cualquier momento. No hay moralidades de las que alardear, pero Rocco engancha precisamente por eso, porque es completamente humano.
Mi historia es que cuando estaba pequeño fuimos a una expedición y un perro me mordió la pierna y hasta me rompió el pantalon levanta pompis y tengo 40 años y les sigo teniendo miedo.
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