Desde
sus orígenes, el hombre ha contado cuentos para entretener, normalmente, a los
más pequeños, para educarlos y transmitirles ciertos valores morales, pero…no
cabe duda de que algo ha cambiado el contenido de los cuentos en la nueva
sociedad. Y la forma.
El
niño ya no es aquel ser minúsculo que obedecía sin pestañear a sus mayores y se
creía, inocentemente, todo lo que le contaban. Ahora sigue siendo inocente pero
pregunta, cuestiona e incluso llega a acuerdos con sus padres y profesores. La
infancia ya no es lo que era. Los gatos tampoco.
Tuffy
no es un criminal, tal y como nos quiere hacer creer Anne Fine al titular su
cuento, aunque es bastante arrogante, o al menos esa es la imagen que reclama
para sí con sus actos y palabras, pero si leemos Diario de un gato asesino. El
retorno, nos damos cuenta de que Tuffy es bastante normal, tanto que podría
parecer un niño. Puede que por eso el libro sea perfecto para que lo lean los
más pequeños; se van a sentir identificados con muchas de las peripecias a las
que se enfrenta este gatito, un verdadero torbellino que, como un pequeño
dictador de su casa, consigue que su dueña se lo tolere casi todo.
Y en
el casi está la cuestión, porque cuando la familia se va de vacaciones Tuffy se
las promete muy felices «¿Una semana
entera? Fantasía […] Una semana haciendo el vago sobre la tele sin tener que
oír las quejas del padre de Ellie: “¡Tuffy! ¡Aparta la cola que no me dejas ver
el partido!”». Sin embargo el encargado de cuidarlo será el cura, alguien
estricto que no tolerará destrozos en los muebles ni gastos superfluos con la
comida «No, Tuffy, no te abro una latita
hasta que no termines la de ayer». Nuestro gato decide, por supuesto,
escaparse de casa.
Para
ello se esconde en el jardín (es un gato doméstico y su visión del mundo es
bastante limitada), donde finalmente, tras sufrir algunas contrariedades con el
cura, cae por azar en manos de Melanie, amiga y vecina de Ellie, quien
confundiéndolo con una gatita la hace suya. Tuffy se acostumbra pronto a la
buena vida y se convierte en un gato bastante vago y glotón.
Sus
amigos se desconciertan porque no reconocen el él al verdadero Tuffy; por eso
se burlan hasta que nuestro protagonista comienza una verdadera pelea de gatos,
en la que Melanie cree que el gato de Ellie se ha comido a su dulce gatita,
pues no la ve entre tanto pendenciero. Pero no hay que alarmarse, todo vuelve a
su cauce (por ahora) cuando la familia regresa de vacaciones.
El
protagonista es genial, puede convertirse en el ídolo de los más pequeños porque
es un gato que ansía experimentar con la libertad y, cuando tiene la ocasión de
vivir como quiere se da cuenta de que es satisfactorio tener un lugar cómodo
rodeado de afecto, sin demasiadas responsabilidades. Tuffy aprende de sus
errores aunque sea momentáneamente, algo que les ocurre a los niños casi de
forma constante.
Además
de sentirse identificados, no cabe duda de que desarrollarán la imaginación y,
en muchos casos, harán las paces con el otro sexo. Se darán cuenta de que no es
tan terrible ser una niña, o ser confundidos con alguna «El camisón de encaje
me quedaba un poco grande. ¿Qué vais a hacer? ¿Nombrarme el gato menos fashion
del mundo?».
Anne
Fine ha escrito un cuento especial, carente de prejuicios, en el que expone
acciones atrevidas y, otras, casi faltas de respeto pero que Tuffy, como
cualquier gato, lleva a cabo con total normalidad
—Tuffy, no arañes los
muebles
Eh… ¿Hola? ¿De quién es
la casa, suya o mía? Si me apetece rascar los muebles, pues los rasco
Diario de un gato asesino. El retorno, cautiva a los niños porque expone
temas de interés para ellos. Las expresiones irónicas y las acciones rebeldes
ayudan a diferenciar lo que está bien y lo que no. Asimismo, con las travesuras
del gato, distinguen que todos los actos tienen consecuencias y no todas son
beneficiosas, algunas pueden llegar a ponerlos en peligro. No cabe duda de que
las ideas ingeniosas contribuyen a organizar la mente y sobre todo, a disfrutar
con los amigos, con quienes experimentarán la satisfacción de la amistad y perderán
el miedo a romper con lo establecido, si causa deleite y no le hacen daño a
nadie «Janet tenía calorcito, la tripa llena y un cojín en el que tumbarse
¡Cómo no iba a quedarme con el nombre de Janet!».
El
egoísmo de Tuffy es evidente, al igual que sus engaños ante quien representa la
autoridad. Pero su bondad también lo es y su inteligencia. Por eso aprende a
evitar a quien puede hacerle daño y a querer incondicionalmente a quien lo
protege. Realmente los gatos son como los niños.
La
autora emplea en la narración un lenguaje totalmente actual, atrevido, con
términos que, por causa de la televisión, se utilizan a menudo cada vez con
menos edad, probablemente porque ayudan a exteriorizar las emociones con
libertad. Al alargar las vocales o realizar preguntas que no requieren
respuesta demuestran el extrañamiento o la sorpresa que les causan algunas
órdenes y se reafirman en su negativa: «¿Peeerdona?
¿Pero con quién se pensaba este hombre que estaba hablando?»
El
vocabulario es, como vemos, sencillo, algo gamberro en ocasiones pero ideal
para atrapar de inmediato a los lectores.
El
cuento está diseñado para que los primeros lectores lo lean en solitario, no
obstante si los adultos quieren acompañar a los niños será una idea
acertadísima pues, al tiempo que se estrechan lazos, contribuirá a que pasen
ratos estupendos en familia. Además, siempre es bueno contar con ayuda para
entender determinadas expresiones que aún no hayan empleado, «ojo, Ellie, no te vengas muy arriba que a
lo mejor lo que te llevas no es un achuchón».
Y
ante tal despliegue de imaginación, las ilustraciones no iban a ser menos. Son
de gran creatividad. Fantásticas. El gato cobra vida a pesar de estar dibujado
con pocos trazos pero totalmente descriptivos, expresando a la perfección
diferentes connotaciones placenteras, de indiferencia, de sorpresa,
expectación, bondad, alegría, dolor, enfado o miedo. Los ojos lo dicen todo, o
casi, porque las líneas expresivas que rodean el dibujo aportan los movimientos
del cómic.
Hay varios dibujos en el cuento, pero Alexandre Reverdin solo dibuja la figura completa del protagonista: el gato y del antagonista: el cura. Los gestos de ambos, perfectamente marcados, estimulan la capacidad de observación y concentración del niño; los colores lisos pero brillantes, naranja para el gato, negro para el cura, intensifican la personalidad de cada uno. Las ilustraciones complementan al texto y le aportan dinamismo. Este hecho ayuda a comprobar su finalidad, todo gira en torno a cómo nos comportamos con alguien que no empatiza con nosotros. Lo mejor es alejarnos.
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