domingo, 13 de febrero de 2022

DIARIO DE UN GATO ASESINO. EL RETORNO



Desde sus orígenes, el hombre ha contado cuentos para entretener, normalmente, a los más pequeños, para educarlos y transmitirles ciertos valores morales, pero…no cabe duda de que algo ha cambiado el contenido de los cuentos en la nueva sociedad. Y la forma.

El niño ya no es aquel ser minúsculo que obedecía sin pestañear a sus mayores y se creía, inocentemente, todo lo que le contaban. Ahora sigue siendo inocente pero pregunta, cuestiona e incluso llega a acuerdos con sus padres y profesores. La infancia ya no es lo que era. Los gatos tampoco.

Tuffy no es un criminal, tal y como nos quiere hacer creer Anne Fine al titular su cuento, aunque es bastante arrogante, o al menos esa es la imagen que reclama para sí con sus actos y palabras, pero si leemos Diario de un gato asesino. El retorno, nos damos cuenta de que Tuffy es bastante normal, tanto que podría parecer un niño. Puede que por eso el libro sea perfecto para que lo lean los más pequeños; se van a sentir identificados con muchas de las peripecias a las que se enfrenta este gatito, un verdadero torbellino que, como un pequeño dictador de su casa, consigue que su dueña se lo tolere casi todo.

Y en el casi está la cuestión, porque cuando la familia se va de vacaciones Tuffy se las promete muy felices «¿Una semana entera? Fantasía […] Una semana haciendo el vago sobre la tele sin tener que oír las quejas del padre de Ellie: “¡Tuffy! ¡Aparta la cola que no me dejas ver el partido!”». Sin embargo el encargado de cuidarlo será el cura, alguien estricto que no tolerará destrozos en los muebles ni gastos superfluos con la comida «No, Tuffy, no te abro una latita hasta que no termines la de ayer». Nuestro gato decide, por supuesto, escaparse de casa.

Para ello se esconde en el jardín (es un gato doméstico y su visión del mundo es bastante limitada), donde finalmente, tras sufrir algunas contrariedades con el cura, cae por azar en manos de Melanie, amiga y vecina de Ellie, quien confundiéndolo con una gatita la hace suya. Tuffy se acostumbra pronto a la buena vida y se convierte en un gato bastante vago y glotón.

Sus amigos se desconciertan porque no reconocen el él al verdadero Tuffy; por eso se burlan hasta que nuestro protagonista comienza una verdadera pelea de gatos, en la que Melanie cree que el gato de Ellie se ha comido a su dulce gatita, pues no la ve entre tanto pendenciero. Pero no hay que alarmarse, todo vuelve a su cauce (por ahora) cuando la familia regresa de vacaciones.

El protagonista es genial, puede convertirse en el ídolo de los más pequeños porque es un gato que ansía experimentar con la libertad y, cuando tiene la ocasión de vivir como quiere se da cuenta de que es satisfactorio tener un lugar cómodo rodeado de afecto, sin demasiadas responsabilidades. Tuffy aprende de sus errores aunque sea momentáneamente, algo que les ocurre a los niños casi de forma constante.

Además de sentirse identificados, no cabe duda de que desarrollarán la imaginación y, en muchos casos, harán las paces con el otro sexo. Se darán cuenta de que no es tan terrible ser una niña, o ser confundidos con alguna «El camisón de encaje me quedaba un poco grande. ¿Qué vais a hacer? ¿Nombrarme el gato menos fashion del mundo?».

Anne Fine ha escrito un cuento especial, carente de prejuicios, en el que expone acciones atrevidas y, otras, casi faltas de respeto pero que Tuffy, como cualquier gato, lleva a cabo con total normalidad


—Tuffy, no arañes los muebles

Eh… ¿Hola? ¿De quién es la casa, suya o mía? Si me apetece rascar los muebles, pues los rasco


Diario de un gato asesino. El retorno, cautiva a los niños porque expone temas de interés para ellos. Las expresiones irónicas y las acciones rebeldes ayudan a diferenciar lo que está bien y lo que no. Asimismo, con las travesuras del gato, distinguen que todos los actos tienen consecuencias y no todas son beneficiosas, algunas pueden llegar a ponerlos en peligro. No cabe duda de que las ideas ingeniosas contribuyen a organizar la mente y sobre todo, a disfrutar con los amigos, con quienes experimentarán la satisfacción de la amistad y perderán el miedo a romper con lo establecido, si causa deleite y no le hacen daño a nadie «Janet tenía calorcito, la tripa llena y un cojín en el que tumbarse ¡Cómo no iba a quedarme con el nombre de Janet!».

El egoísmo de Tuffy es evidente, al igual que sus engaños ante quien representa la autoridad. Pero su bondad también lo es y su inteligencia. Por eso aprende a evitar a quien puede hacerle daño y a querer incondicionalmente a quien lo protege. Realmente los gatos son como los niños.

La autora emplea en la narración un lenguaje totalmente actual, atrevido, con términos que, por causa de la televisión, se utilizan a menudo cada vez con menos edad, probablemente porque ayudan a exteriorizar las emociones con libertad. Al alargar las vocales o realizar preguntas que no requieren respuesta demuestran el extrañamiento o la sorpresa que les causan algunas órdenes y se reafirman en su negativa: «¿Peeerdona? ¿Pero con quién se pensaba este hombre que estaba hablando?»

El vocabulario es, como vemos, sencillo, algo gamberro en ocasiones pero ideal para atrapar de inmediato a los lectores.

El cuento está diseñado para que los primeros lectores lo lean en solitario, no obstante si los adultos quieren acompañar a los niños será una idea acertadísima pues, al tiempo que se estrechan lazos, contribuirá a que pasen ratos estupendos en familia. Además, siempre es bueno contar con ayuda para entender determinadas expresiones que aún no hayan empleado, «ojo, Ellie, no te vengas muy arriba que a lo mejor lo que te llevas no es un achuchón».

Y ante tal despliegue de imaginación, las ilustraciones no iban a ser menos. Son de gran creatividad. Fantásticas. El gato cobra vida a pesar de estar dibujado con pocos trazos pero totalmente descriptivos, expresando a la perfección diferentes connotaciones placenteras, de indiferencia, de sorpresa, expectación, bondad, alegría, dolor, enfado o miedo. Los ojos lo dicen todo, o casi, porque las líneas expresivas que rodean el dibujo aportan los movimientos del cómic.

Hay varios dibujos en el cuento, pero Alexandre Reverdin solo dibuja la figura completa del protagonista: el gato y del antagonista: el cura. Los gestos de ambos, perfectamente marcados, estimulan la capacidad de observación y concentración del niño; los colores lisos pero brillantes, naranja para el gato, negro para el cura, intensifican la personalidad de cada uno. Las ilustraciones complementan al texto y le aportan dinamismo. Este hecho ayuda a comprobar su finalidad, todo gira en torno a cómo nos comportamos con alguien que no empatiza con nosotros. Lo mejor es alejarnos.

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