Indudablemente
estamos ante un libro infantil no al uso. Si tuviera que definirlo con una
palabra sería “descabellado”. No es que aporte un adjetivo a los libros que leo
pero es que Quién pilló al bobo feroz une, desune, dice, desdice y, sobre
todo, sorprende. A cada momento. ¿Realmente es una lectura para niños? Desde
luego, los pequeños lo van a pasar bien leyéndolo, se van a reír con el
lenguaje irreverente que aparece en ocasiones; los más pequeños podrían leerlo
con un adulto que les vaya explicando comparaciones y datos que aún no manejan,
para entenderlo mejor. Pero no es necesario. También se divertirán con las
andanzas de los personajes; los mayores lo disfrutamos, nos sorprendemos con la
imaginación de Sergio Vera, capaz de
darle la vuelta a los cuentos tradicionales, a las fábulas y a los dichos
populares que, depende de quién los diga y en qué contexto, toman otro sentido.
El
protagonista, el lobo feroz, Quentin Pulp para más señas, se humaniza ante los
lectores al adquirir nombre y apellidos; no es un lobo cualquiera, es, haciendo
deshonor a su nombre, un lobo tranquilo, con dificultades para ver bien, que
suplía llevando gafas en su infancia, ahora lentillas, y con problemas desde
pequeño, abandonado por su padre, un lobo de mar, y acosado por sus compañeros
de clase, los siete cabritillos. Como los profesores del colegio no le hacían
caso, Débora, la madre de Quentin, fue a arreglar el asunto con Cabra Solán, la
madre de los cabritillos. Y ahí acabó todo «Su
cuerpo flotando sin vida en el Colorado, con la tripa llena de piedras fue la
portada de Había una vez: “CABRA SALVA A SUS HIJOS DEL LOBO FEROZ”».
Quentin,
totalmente solo, decide entonces hacerse narrador para evitar más engaños de la
prensa, pero lo que propone no es del gusto del editor Calleja, que va buscando
atraer al público con sensacionalismos y moralinas finales «—Veamos… ¿La mala lechera? […] ¡Si no tiene ni moraleja ni final
feliz!». Así que Quentin sigue pobre y debiendo el alquiler de una casucha,
propiedad del Cerdo Ibérico, banquero mafioso que al final lo echa.
Además
tiene que soportar que Esopo le robe algunas ideas para las historias, por lo
que no le queda más remedio que convertirse en lo que se espera de él. Menos
mal que contará con la ayuda de Pinocho, la abuelita, Caperucita, la rata
Ratantino y Gatillo, un gato con botas y espuelas al más puro estilo pistolero
del Oeste. Entre todos dejarán las cosas en su sitio, que no es el habitual de
los cuentos, y contarán lo que quieran porque si desgranasen lo ocurrido a
todos los personajes sería «el cuento de
nunca acabar».
No
contento con crear este disparate, el autor da a los chicos, al final del
libro, la posibilidad de formar parte de la CIA, contestando unas preguntas
relativas a la historia que han leído y que seguro las saben, porque Quién pilló al bobo feroz se lee con
ganas.
Sergio
Vera ha desbrozado los cuentos más conocidos y ha racionalizado la ficción de
tal forma que la ha disparatado aún más.
Cuando
queremos aludir al origen violento y egoísta del hombre acudimos al consabido
dicho de Thomas Hobbes El hombre es un
lobo para el hombre. Tras leer este libro nos queda la sensación de que el
hombre no necesita comparación pues él solo es quien acosa a los demás, los
humilla, los martiriza, los desahucia sin importarle las consecuencias, los
mata por orgullo o por venganza, los deja en el paro para que sufran sus
rigores y vive a gusto en una sociedad materialista en la que las mentiras de
las redes sociales pueden destrozar a los que son diferentes y no se ajustan a
la norma.
Todos
estos temas quedan tratados en esta novela negra-infantil. Una verdadera locura
a partir de un personaje de cuento que, rechazado y menospreciado, intenta
hacerse un hueco en la sociedad, por lo que construye una serie de situaciones
en las que nada ni nadie son lo que parecen. Y al final es el lector quien
decide, algo a lo que ya en la primera página alienta el propio Quentin «¿a qué esperas? Investiga mi historia, como
un cuentective, y trata de resolver el misterio…».
Está
claro que es una novela diferente; el lenguaje, a veces irrespetuoso, siempre
atrevido, es un homenaje a Tarantino; si el director estadounidense conforma
películas violentas de narración no lineal en las que mezcla distintos géneros
cinematográficos, el autor conquense armoniza una historia no lineal, con
diferentes subgéneros como el policíaco, el western, el romántico, el violento,
el lacrimógeno y la nivola, pues como Unamuno, Sergio Vera dialoga sobre el
futuro del personaje «Me llamo Sergio
Vera Valencia y soy el narrador […] No había hecho más que presentarle…
¿Presentarme? ¿A eso llamas tú “presentación”? ¡A mí me parece una
impresentación! ¡Una presentación impresentable!». Todo tiene cabida,
incluso el posible traslado a otro género, como el dramático o el
cinematográfico, pues una vez aclarada la impresentación del Capítulo I, no
pasamos al Capítulo II sino
TOMA 2
Y
ahí es donde Quentin toma las riendas, deja a Sergio a un lado y narra en
primera persona su vida; paradójicamente, aunque pretenda ser real, las
personalidades hiperbólicas anuncian cierta ficción, la misma que aparece en
los cuentos, tan vacíos de violencia que resultan increíbles.
El
mérito del autor es que a pesar de que el libro no se puede racionalizar, por
la fantasía que lo envuelve, las acciones pertenecen a la cotidianeidad humana,
tal como la percibimos los adultos. Cuentown es un mundo secundario que toma
como base la realidad del mundo primario para desbancar el mito literario de
los cuentos infantiles. Esto permite que personajes como Chorizo Ibérico y sus
hijos Chuleta, Jamón y Morcilla, y programas basura como Sílbame, contengan
grandes dosis de verdad. El autor renueva lo cotidiano y nos lo acerca de modo
diferente con personajes que ayudan al niño a comprenderse a sí mismo, y al
adulto a ser testigo de la miseria humana y de su grandeza.
Y si
la historia es profunda y descarada, la forma es inusitada y trepidante, los
juegos de palabras son constantes, con diminutivos expresivos «Lobobito», con expresiones diferentes
en las que se emplea el mismo significante «como
no veía ni torta, se me daba muy bien dármelas. Torta detrás de torta», con
rimas consonantes que aumentan el humor «Y
estaré medio cegato, / ¡pero te pillo y te mato!», con acrónimos que sirven
para negar «impresentación», con
expresiones que unen forma y contenido: Pinocho tiene «un nudo de narices», con nombres metafóricos «termina asomado al puente del Desenlace».
Todo contribuye a pasar un rato diferente, loco y divertido donde nada es lo que parece excepto Sergio Vera. Un excelente autor.
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