miércoles, 9 de febrero de 2022

QUIÉN PILLÓ AL BOBO FEROZ

Indudablemente estamos ante un libro infantil no al uso. Si tuviera que definirlo con una palabra sería “descabellado”. No es que aporte un adjetivo a los libros que leo pero es que Quién pilló al bobo feroz une, desune, dice, desdice y, sobre todo, sorprende. A cada momento. ¿Realmente es una lectura para niños? Desde luego, los pequeños lo van a pasar bien leyéndolo, se van a reír con el lenguaje irreverente que aparece en ocasiones; los más pequeños podrían leerlo con un adulto que les vaya explicando comparaciones y datos que aún no manejan, para entenderlo mejor. Pero no es necesario. También se divertirán con las andanzas de los personajes; los mayores lo disfrutamos, nos sorprendemos con la imaginación de Sergio Vera, capaz de darle la vuelta a los cuentos tradicionales, a las fábulas y a los dichos populares que, depende de quién los diga y en qué contexto, toman otro sentido.

El protagonista, el lobo feroz, Quentin Pulp para más señas, se humaniza ante los lectores al adquirir nombre y apellidos; no es un lobo cualquiera, es, haciendo deshonor a su nombre, un lobo tranquilo, con dificultades para ver bien, que suplía llevando gafas en su infancia, ahora lentillas, y con problemas desde pequeño, abandonado por su padre, un lobo de mar, y acosado por sus compañeros de clase, los siete cabritillos. Como los profesores del colegio no le hacían caso, Débora, la madre de Quentin, fue a arreglar el asunto con Cabra Solán, la madre de los cabritillos. Y ahí acabó todo «Su cuerpo flotando sin vida en el Colorado, con la tripa llena de piedras fue la portada de Había una vez: “CABRA SALVA A SUS HIJOS DEL LOBO FEROZ”».

Quentin, totalmente solo, decide entonces hacerse narrador para evitar más engaños de la prensa, pero lo que propone no es del gusto del editor Calleja, que va buscando atraer al público con sensacionalismos y moralinas finales «—Veamos… ¿La mala lechera? […] ¡Si no tiene ni moraleja ni final feliz!». Así que Quentin sigue pobre y debiendo el alquiler de una casucha, propiedad del Cerdo Ibérico, banquero mafioso que al final lo echa.

Además tiene que soportar que Esopo le robe algunas ideas para las historias, por lo que no le queda más remedio que convertirse en lo que se espera de él. Menos mal que contará con la ayuda de Pinocho, la abuelita, Caperucita, la rata Ratantino y Gatillo, un gato con botas y espuelas al más puro estilo pistolero del Oeste. Entre todos dejarán las cosas en su sitio, que no es el habitual de los cuentos, y contarán lo que quieran porque si desgranasen lo ocurrido a todos los personajes sería «el cuento de nunca acabar».

No contento con crear este disparate, el autor da a los chicos, al final del libro, la posibilidad de formar parte de la CIA, contestando unas preguntas relativas a la historia que han leído y que seguro las saben, porque Quién pilló al bobo feroz se lee con ganas.

Sergio Vera ha desbrozado los cuentos más conocidos y ha racionalizado la ficción de tal forma que la ha disparatado aún más.

Cuando queremos aludir al origen violento y egoísta del hombre acudimos al consabido dicho de Thomas Hobbes El hombre es un lobo para el hombre. Tras leer este libro nos queda la sensación de que el hombre no necesita comparación pues él solo es quien acosa a los demás, los humilla, los martiriza, los desahucia sin importarle las consecuencias, los mata por orgullo o por venganza, los deja en el paro para que sufran sus rigores y vive a gusto en una sociedad materialista en la que las mentiras de las redes sociales pueden destrozar a los que son diferentes y no se ajustan a la norma.

Todos estos temas quedan tratados en esta novela negra-infantil. Una verdadera locura a partir de un personaje de cuento que, rechazado y menospreciado, intenta hacerse un hueco en la sociedad, por lo que construye una serie de situaciones en las que nada ni nadie son lo que parecen. Y al final es el lector quien decide, algo a lo que ya en la primera página alienta el propio Quentin «¿a qué esperas? Investiga mi historia, como un cuentective, y trata de resolver el misterio…».

Está claro que es una novela diferente; el lenguaje, a veces irrespetuoso, siempre atrevido, es un homenaje a Tarantino; si el director estadounidense conforma películas violentas de narración no lineal en las que mezcla distintos géneros cinematográficos, el autor conquense armoniza una historia no lineal, con diferentes subgéneros como el policíaco, el western, el romántico, el violento, el lacrimógeno y la nivola, pues como Unamuno, Sergio Vera dialoga sobre el futuro del personaje «Me llamo Sergio Vera Valencia y soy el narrador […] No había hecho más que presentarle… ¿Presentarme? ¿A eso llamas tú “presentación”? ¡A mí me parece una impresentación! ¡Una presentación impresentable!». Todo tiene cabida, incluso el posible traslado a otro género, como el dramático o el cinematográfico, pues una vez aclarada la impresentación del Capítulo I, no pasamos al Capítulo II sino



CAPÍTULO I
TOMA 2
UNA PRESENTACIÓN DE FÁBULA

Y ahí es donde Quentin toma las riendas, deja a Sergio a un lado y narra en primera persona su vida; paradójicamente, aunque pretenda ser real, las personalidades hiperbólicas anuncian cierta ficción, la misma que aparece en los cuentos, tan vacíos de violencia que resultan increíbles.

El mérito del autor es que a pesar de que el libro no se puede racionalizar, por la fantasía que lo envuelve, las acciones pertenecen a la cotidianeidad humana, tal como la percibimos los adultos. Cuentown es un mundo secundario que toma como base la realidad del mundo primario para desbancar el mito literario de los cuentos infantiles. Esto permite que personajes como Chorizo Ibérico y sus hijos Chuleta, Jamón y Morcilla, y programas basura como Sílbame, contengan grandes dosis de verdad. El autor renueva lo cotidiano y nos lo acerca de modo diferente con personajes que ayudan al niño a comprenderse a sí mismo, y al adulto a ser testigo de la miseria humana y de su grandeza.

Y si la historia es profunda y descarada, la forma es inusitada y trepidante, los juegos de palabras son constantes, con diminutivos expresivos «Lobobito», con expresiones diferentes en las que se emplea el mismo significante «como no veía ni torta, se me daba muy bien dármelas. Torta detrás de torta», con rimas consonantes que aumentan el humor «Y estaré medio cegato, / ¡pero te pillo y te mato!», con acrónimos que sirven para negar «impresentación», con expresiones que unen forma y contenido: Pinocho tiene «un nudo de narices», con nombres metafóricos «termina asomado al puente del Desenlace».

Todo contribuye a pasar un rato diferente, loco y divertido donde nada es lo que parece excepto Sergio Vera. Un excelente autor.

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