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sábado, 21 de enero de 2023

LOS DOS REYES

El conflicto del Sáhara Occidental continúa tras más de 40 años: Benjamín Prado introduce al profesor y detective Juan Urbano en una búsqueda imposible de llevar a cabo si pretende ser fiel a la historia, pero construye una novela densa, repleta de misterios, negocios lucrativos y sorpresas finales donde, como en la propia historia, pocas cosas son lo que parecen.

Juan Urbano pretende viajar con su novia, Isabel Escandón, a los campamentos de refugiados de Tinduf e inspirarse allí para su próxima novela, sin embargo habrá de dejarlo para la siguiente entrega, porque alguien poderoso le encarga buscar a los soldados que recibieron la orden de matar a Hassán II y el documento en el que el rey firmó su abdicación a cambio de que le perdonasen la vida.

Así que en Los dos reyes, Juan Urbano investiga sobre Fahim Jamal, Haidor Rachidi y Nassim el-Mansouri para encontrar el documento y, sobre todo, las causas que les llevaron a perdonar la vida del monarca.

Benjamín Prado construye una historia sobre los sucesos en que, en el último cuarto del siglo XX se vieron implicados Marruecos, España y, por supuesto las grandes potencias; la decisión de los reyes y gobernantes cuya mayor pretensión era seguir ostentando el poder sin tener en cuenta a los habitantes de esos países: engaños, amenazas, asesinatos, torturas… todo valía con tal de que el poder y el dinero siguieran en manos de los poderosos. Negocios turbios que destrozaron el medio ambiente para engrandecer a quienes los llevaron a cabo. En este cronotopo real, Prado escribe su propia realidad ficticia, en la que Juan Urbano e Isabel Escandón son los protagonistas que, casi sin pretenderlo, viven una trama detectivesca.

El punto de vista narrativo fluctúa entre Juan e Isabel; ambos son narradores protagonistas, pero en la voz de Juan se observa, implícita, la del propio autor, tanto cuando expone sus sentimientos más íntimos hacia la mujer que ama, como cuando pretende analizar lo ocurrido para dejar claro que la memoria está dotada de cierta capacidad reparadora «Hassan II fue un genio que además tuvo suerte […] le perseguía su fama de codicioso, débil y hortera […] usa los atentados contra él para imponerse un aura de mártir […] se viste de libertador, lanza la Marcha Verde […] y gracias al Sáhara multiplica, ni se sabe por cuánto, su fortuna».

El narrador Juan Urbano posee conciencia autorial, este profesor sigue una pauta investigadora, ayudado por su novia, en la que se señala un misterio por resolver en la trama «Haidar Rachidi […] Fahim Jamal […] los dos dieron muestras de estar huyendo de algo y de sentirse en peligro». Pero Urbano se desenvuelve en un juego de espejos entre la historia novelesca y la Historia, por lo que el crítico Prado deja su denuncia social en manos del profesor. Hay mucho de uno en el otro: la búsqueda de la verdad «los abandonó todo el mundo: nosotros, Mauritania y […] la comunidad internacional que nunca ha existido». Ambos declaran con firmeza su repulsa al poder a cualquier precio, a ambos los mueve el amor por la literatura, por la escritura y los dos se sienten impulsados por el Amor y así nos lo hacen llegar, «hagan todo lo que sea preciso e incluso lo imposible, hasta conseguir encontrar a su Isabel Escandón. Y, si ya la tienen, no la cambien por nada del mundo».

Urbano se deja llevar por el entusiasmo del conocimiento, la acumulación de saber. Ahí se diferencia de cualquier otro detective que vaya movido por el deber, el miedo, la venganza o el dinero, «A cambio, le devolveré el dinero que nos ha adelantado». De hecho, Urbano, impregnado del culturalismo de Benjamín Prado, se permite alguna que otra broma alusiva al lenguaje excesivamente fácil y popular de las novelas policíacas «Aquel individuo era más sospechoso que un walkie-talkie en la mesa de una vidente —dijo, remedando, para divertirme, el estilo de las novelas policiacas».

El narrador protagonista sabe, como si se tratase del propio autor, que, en todo momento, está refiriendo una historia a un lector; de hecho, dentro de su discurso a veces cuestiona la capacidad de la lengua para reproducir la historia, por lo que incorpora a esta novela reflexiones de tipo metaliterario, «llamamos a la única neuróloga que ambos conocíamos […] una antigua relación mía, conocida suya y que tal vez recordarán aquellos de ustedes que hayan leído mi novela Ajuste de cuentas».

Asimismo aparecen personajes que estuvieron en otras entregas de la saga; no solo Natalia Escartín, también Martín Duque, antiguo jefe de Isabel o el propio comisario Sansegundo y el profesor José Antonio Alarcón, ambos invitados ya para la boda «que formará parte de nuestra próxima aventura». Está claro que bien por parte del autor o del protagonista, los lectores estamos constantemente presentes, técnica con la que pretende ofrecer un aire de realidad a la novela. Incluso cuando la narradora es Isabel, los lectores nos enteramos antes, en la linealidad de la escritura, que el propio Juan Urbano, de esta forma condiciona el texto y nuestra impresión, pues sentimos que estamos leyendo algo no ficcional cuando en realidad esas aventuras pertenecen a la invención de la novela.

Antes he comentado que Los dos reyes es una novela densa, a mí al menos me lo pareció, por la carga histórica que lleva, por la cantidad de personajes reales, por los abundantes datos culturalistas que aparecen como el fallido golpe de estado de Mohammed Madbuh contra Hassan II en 1971, la toma de Sjirat, la Marcha Verde, los negocios con la arena del Sáhara, las empresas de fosfatos… datos que se adentran en una parte de la Historia que apenas conozco. Pero conforme me sumergía en las páginas he visto al verdadero Benjamín Prado y su estilo plagado de referencias culturales mediante las que se revela contra el intimismo moral «alardeó, por ejemplo, de que su relación con el futuro Comendador de los Creyentes era tan íntima que “ella le quería a él como a un hijo y él a ella más que a su madre”».

He observado la rebeldía del autor contra los valores sin referentes culturales, por eso su obra está repleta de citas intertextuales alusivas a los clásicos del Siglo de Oro, de las que se vale para recordar lo que dijeron en sus versos Quevedo, Góngora o Shakespeare sobre la ocultación, la violencia del dinero o las consecuencias de las ansias ilimitadas de poder.

Benjamín Prado se distancia de lo narrado para ubicarse en la posición de testigos, protagonistas indirectos de sucesos relacionados con el rey y que si primero fueron apoyados luego serían perseguidos, porque la envidia y los enredos de estado no tienen límite. Este distanciamiento de los hechos sirve para tomar una posición tranquila que evidencia la capacidad reparadora de la memoria. ¡Y qué pronto lo olvidamos!

martes, 25 de mayo de 2021

TRANSBORDO EN MOSCÚ


En la década de los 80 pasamos por cierta prosperidad económica capaz de encubrir cualquier posible decadencia. El mundo ya no es lo que era; si España se levanta como democracia, la caída del Muro de Berlín presagia un cambio en la Unión Soviética, por lo que ese reino de Livonia, que demandaba el príncipe Tuukulo en El negociado del yin y el yang y en El rey recibe, se hace más factible.

En esta tercera entrega, Rufo Batalla también se ha estabilizado, y ha prosperado muchísimo pues al casarse con Carol Escolá, hija del empresario Víctor Escolá, pasa a formar parte de las familias más adineradas de Barcelona. Cuando comienza a viajar, a instancias de enigmáticas llamadas que aluden al príncipe y a Queen Isabella, se da cuenta de que será difícil compaginar su vida matrimonial con su afán detectivesco. No obstante, como se aburre, viaja de nuevo a París, Londres, Austria, Moscú o Nueva York.

Pero Rufo no es un detective al uso, a veces el lector tiene la impresión de estar ante un personaje de cómic. Todo le surge de manera disparatada y se embarca en la aventura casi de forma temeraria. Los hechos le van viniendo casualmente y él los recibe sin aspavientos, sin demostrar demasiado interés por lo que va a suceder. Esto es perfecto para que vaya relatando su periplo objetivamente, sin engreimiento ni falsa modestia. En esos momentos deja de ser un personaje de ficción y asume rasgos de su autor, porque Eduardo Mendoza va desnudando su alma en reflexiones, sueños o deseos que echan por tierra algunas de las ideas sobre las que se sustenta nuestra sociedad.

Trasbordo en Moscú es una comedia de reflexión social. Es reflexiva porque cualquiera de sus personajes, en un momento u otro del argumento expresan sus razonamientos sobre diversos enfrentamientos que, si comenzaron a finales del siglo XX o antes, aún no se han resuelto sino todo lo contrario. El problema es que todos opinamos de todo y parece que nos preocupamos más de lo que sucede a los demás que de lo que podríamos arreglar en nuestro entorno. Es más fácil hablar de problemas ajenos, como el asesor jurídico madrileño, Arévalo, quien «estaba alarmado y un tanto molesto por la presencia cada vez mayor de la lengua catalana en las relaciones personales, en los medios de comunicación y, sobre todo, en la enseñanza primaria», problema que se presentaba a «quienes consideraban indiscutible la unidad de España» y no a quienes no toleran que en el territorio español exista una verdadera diversidad de lenguas y comunidades.

Hay un sector de la población, lamentablemente cada vez mayor o que cada vez se deja oír más, que considera que todo lo que no es de derechas es comunismo; ante esto Rufo recapacita sobre lo defectuoso del mundo y del ser humano. Si es cierto que el hombre es imperfecto cualquier sistema de gobierno lo será, pero hoy más que nunca vemos en el capitalismo una corrupción desmesurada, mientras que en un sistema comunista «No creo que haya grandes cuentas en Suiza o en las Islas Caimán […] ¿Dónde preferiría que creciera mi hijo?».

Otras observaciones interesantes recaen en conceptos tan dispares sobre qué es el dinero y si lo despreciamos de verdad. La diferencia sutil entre clasismo y racismo es clave en países desarrollados, que admitimos a personas de cualquier raza siempre que sean de una determina clase social. El grupo cobarde de la clase media que «se burla de la vulgaridad» del proletariado mientras que esa clase media es «plañidera y servil, cumplidora de la ley, fiel a los preceptos de la Iglesia, leal al que manda […] creada por la clase dominante […] como señuelo para engatusar a los pobres». Probablemente solo mirando desde esta perspectiva entendamos el porqué del aumento de la derecha en la clase media, se ve incapaz de llegar a clase alta pero teme quedar relegada al escalón proletario.

Encontramos especulaciones sobre las consecuencias que el paso del tiempo va dejando en nuestras ilusiones perdidas, que nos llevan irremediablemente a adoptar actitudes cómodas y eficaces para nuestro bienestar. Reflexiones sobre el arte en general y la labor del crítico en particular quien, al desentrañar la obra para que esté al alcance de todos, ¿la desliga del arte como expresión del artista? Razonamientos sobre la poca efectividad del teatro independiente cuando se repiten las mismas técnicas, pues cansan al público y a los propios autores y actores. El teatro independiente debe ser variado en temas y métodos, y englobar al resto de manifestaciones artísticas, por esta dificultad que conlleva es más fácil querer buscar «otras salidas». Consideraciones generales sobre el ser humano, tan explícitas y obvias que, al pensar en ellas, no podemos evitar sentir cierto temor ante algunos supuestos hombres «Si algo distingue a los humanos de las fieras es la capacidad de empatía, de generosidad y de perdón», y nos llevan al verdadero sentido de la justicia y la igualdad ¿Existe? ¿Para todos? Está claro que son pilares que se tambalean. Cualquiera hace lo que sea por mantener su nivel, o el que cree que le corresponde, por eso el príncipe Tuukulo «con vistas a la toma del poder […] contactos con los sectores más execrables de la sociedad […] Con todos ellos había contraído deudas cuantiosas […] por prudencia, desde hacía un tiempo vivía oculto en un lugar solitario, fuertemente custodiado» ¡Vaya! ¡Qué cercano siento todo esto! 

Hay muchas formas de afrontar estos problemas y Eduardo Mendoza los expone desde el lado amable, aparentemente despreocupado. Con un ojo clínico de observador perfecto, no es la primera vez que se vale de un personaje convertido, por circunstancias ajenas, en detective para soportar, entender y desentrañar lo que nos rodea, desde lo más evidente hasta lo dudoso. No cabe duda de que el prototipo de detective absurdo-surrealista es el innombrable residente en una institución psiquiátrica, que en condiciones casi mendicantes nos sacó numerosísimas carcajadas y alguna lágrima, desde la primera hasta su última aventura (El secreto de la modelo extraviada).

Rufo Batalla tampoco es detective de profesión, pero se deja llevar por lo que le proponen y recorre medio mundo analizándolo. En esta entrega, la última de Mendoza (¡No me lo quiero creer!), el espía se ha capitalizado, no por méritos propios sino matrimoniales; Rufo no niega que vive bien gracias a sus suegros, que lo aceptan desde el principio porque saben que no les dará problemas, porque Rufo Batalla, como su creador, también es amable, conciliador, el personaje perfecto para protagonizar una comedia. Mediante el humor, Mendoza puede desplegar una visión amplia de la sociedad, al conseguir que empresarios, políticos, gente culta o analfabeta, ricos o pobres rodeen a Rufo Batalla como un coro griego que presagia la tragedia «en nuestra sociedad el pequeño estafador ya no tiene nada que rascar […] Hoy aquí mandan las mafias, señor Batalla. Créame, yo no tengo estudios y soy un fontanero retirado, pero en mi juventud fui apoderado de novilleros y he visto mundo».

El humor de Eduardo Mendoza es inigualable, con un estilo propio, mendociano, a medio camino entre los hermanos Marx y Mihura, cuya base es una mezcla de expresiones ingeniosas, inteligentes y absurdas que se dicen como evidencias mientras somos testigos de acciones cercanas a imágenes vívidas y gesticulantes. Los juegos de palabras son inverosímiles y el comportamiento muchas veces infantil, con exageraciones expresadas por defecto

Soy buen fisonomista, pero para los nombres, una calamidad. Mi amigo es alto, fuerte, de rasgos eslavos

[…]

—Si no me da más datos…

—No se me ocurre ninguno más

Las conclusiones inesperadas al ofrecer respuestas que no se ajustan a la pregunta, o al confirmar lo contrario de lo que en principio se pretende, son de gran hilaridad, sobre todo porque traspasan las fronteras ficticias de la novela y se acercan a la realidad más actual: «Como los dos ganaban un buen dinero y sentían apego por aquel lugar, habían ampliado la casa, añadiendo a la vieja construcción un edificio moderno, rectangular, de muros blancos y grandes ventanas. El conjunto era un adefesio».

Eduardo Mendoza nos deja escenas que sacan la carcajada no importa las veces que las leamos. La del perrito Walter huyendo ante la amenaza, «¡Walter, deja de ladrar o te daré una azotaina!» e intentando ser atrapado por su dueña, Mimí, que «lo perseguía a cuatro patas» y por el mayordomo Antonio quien «A mi madre la tiene convencida de que es abstemio pero a partir de las seis de la tarde no se aguanta en pie», es épica. Pero sobre todo, Mendoza es un excelente escritor y un hombre bueno, y culto. De ahí que la novela quede salpicada por curiosidades de los grandes de la literatura como Shakespeare o Vázquez Montalbán, y por citas de obras de John le Carré, Cervantes, Quevedo o San Agustín.

Transbordo en Moscú supone el cierre perfecto para esta trilogía que representa una mirada crítica al siglo XX. Espero, deseo, que no sea el cierre de su labor como escritor. Un genio. Y un modelo a seguir.

martes, 20 de abril de 2021

INDÓMITA AURORA

Es gratificante leer una novela y darse cuenta de que durante casi cuarenta años hubo mucha gente que no se contuvo, a la que no pudieron refrenar a pesar de utilizar contra ella todo el odio y la violencia imaginables, amparados por el poder. Esto es lo que tienen las dictaduras, que no dejan actuar según lo que cada uno piense sino solo lo que quiera el dictador.

Cuando alguien que tiene intactas sus facultades mentales lee sucesos de lo ocurrido en cualquier posguerra no puede dejar de sobrecogerse, de sentir pena, dolor por lo que las personas debieron pasar para empezar de cero y, en algunos casos, solos. Son los horrores inevitables de la contienda. Cuando leemos sucesos de lo ocurrido en una dictadura, nos espantamos al comprobar que, haber vivido el trauma de la guerra, no todos tienen el derecho a vivir, a sobreponerse.

Esto es lo que nos ocurre cuando reflexionamos sobre Indómita Aurora, se encienden las alarmas, cierto regusto amargo nos viene a la memoria. Conviene leer este testimonio para comprobar la capacidad de sufrimiento que tiene el ser humano, solo comparable a las ansias de libertad.

La novela es la historia que protagonizaron tantas familias en España, desde los años 40 hasta los 80. Una vez terminó la guerra civil, los que pudieron, o quisieron, adherirse al régimen vivieron más o menos bien, aun siendo conscientes –o no– de que tampoco ellos eran realmente libres. Los que mantuvieron una actitud contraria al bando vencedor entraron en el infierno.

Indómita Aurora me ha tocado de cerca. Por la proximidad con Murcia, Valencia estuvo presente en mi niñez, mi familia materna tenía amigos (de la guerra) en Algemesí. En realidad no sé si eran parientes, pero cuando venían era motivo de alegría extrema para mis abuelos. Siempre traían naranjas. En fin, no es lugar para contar nada de esto, daría para escribir otra novela, pero sé que todo lo que relata Estela Melero es cierto, el rencor de las familias enfrentadas, la justicia ejercida por aquellos que nunca habían sido defendidos, las delaciones, las violaciones de los señoritos, impunes, el ocultamiento de la mujer, el silencio.

La autora pretende que en esta novela destaque la función referencial cuando relata lo que ocurrió en un lugar y un tiempo determinados. Aunque Indómita Autora se desarrolla a principios de los años 70, el narrador, en tercera persona, cuenta a modo de flash back, hechos habituales de 1936, «Amanecía el pueblo con los primeros fríos del otoño […] Los concejales y el alcalde, republicanos, habían huido a los montes, otros se encontraban ocultos en sus propios hogares, dentro de tinajas o en las cuevas de las casas».

Pero esta finalidad referencial no dura mucho; ante un suceso de ese tipo es difícil mantener la imparcialidad, por lo que Estela Melero toma las cartas de Carmen, una activista del PCE, para, desde su punto de vista, transformar la labor intelectual objetiva, en labor artística. Los pensamientos de la joven, en 1945, rebosan plasticidad con imágenes naturales que hoy han desaparecido. Así pues la función expresiva deriva asimismo en referencial. Es maravilloso asistir a sentimientos propios de cualquier época a través de expresiones hoy algo anticuadas, olvidadas «Ya nos hemos besado, sin que nadie lo vea. Besar a un hombre es como cuando te comes una fruta madura y la boca se te llena de jugo, los labios te arden y todo explosiona en tu cerebro». Creo que en las novelas que hacen referencia al siglo XXI no he leído eso. ¿No hay frutas maduras ya? ¿No saben igual? Es una delicia leer expresiones de este tipo, y vocablos propios de la zona «palangana, aldaba, una palometa, a la taula, melguizo, la casquera,…».

El fondo de la novela, según quien la lea, puede gustar más o menos no cabe duda, pero merecen la pena los comentarios, las reflexiones sobre cierto costumbrismo que nos trae términos locales y actos de un tiempo concreto, no tan lejano y tan diferente al actual «Le fascinaban los toros de Osborne, pues le recordaban a los primeros viajes que hicieron ella y su primo con el abuelo a Valencia […] siempre les retaba a ver quién lo veía primero […] en los trayectos surgía siempre una conversación entrañable, una canción bonita, una broma divertida, una parada exprés debido al mareo de uno de ellos…».

Puede que algún escéptico elimine ciertos diagnósticos que se dan por ciertos en la trama. Puede que encontremos un discurso filosófico, poco profundo, sobre la postura adoptada para el momento, puede que alguien piense que faltan argumentos de autoridad. Pero la Historia se ha encargado de eliminar razones. En una guerra civil no se buscan culpables. El caos vivido debe ser de tal calibre que atrape a los combatientes en un vórtice temerario. No hay culpables entre quienes luchan en una guerra. No hay culpables en Indómita Aurora (no aparecen quienes provocaron el levantamiento). Es una novela escrita desde el punto de vista del perdedor, pero Estela Melero no es demasiado severa a la hora de juzgar las tropelías de la posguerra «–Arturo entró en la cárcel por adulterio, como tu tía […] Mas tarde su padre apareció muerto […] tu abuelo siempre sospechó de Arturo». La autora sabe que cuando se instaura una dictadura el hombre deja de serlo y se convierte en animal aterrado. Y no hay nada peor que el miedo «Según a quien preguntes te dirá una cosa u otra».

Esta novela es representativa del quehacer social del libro a través de las cartas. Actúan como transmisoras de mensajes que salvan las distancias aparecidas entre los personajes y al mismo tiempo funcionan como análisis psicológico para que el lector entienda las razones de la actuación que llevan a cabo. Las cartas, o la variante en forma de diario de Carmen, constituyen el grueso de la novela. Aurora y Carlos son meros artífices que nos leen la situación por la que pasaron los protagonistas, Carmen y Paco primero, Lola y José después. El miedo, la ocultación, el dolor, la culpa son compañeros habituales de aquellos que tuvieron mala suerte en el reparto al no encontrarse en el lado adecuado, estaban al otro lado y debieron vivir ocultos para siempre.

El narrador intercala escenas, de la misma época en diferentes lugares, de diferentes épocas de los mismos personajes. Con esto se convierte en el enunciador ficticio de una historia que plasma una situación conflictiva ficticia pero con capacidad para asumirse como autobiográfica. La mitad de España se ve reflejada de alguna manera en los hechos; los personajes se dejan llevar por la interpretación de las cartas, voces del pasado que advierten del horror «Paco trabajó mucho mientras yo estaba en la cárcel […] la casera se enteró de nuestra condición y nos tiró. Era una fascista acomodada que no quería saber nada de presos rojos».

La autora intenta permanecer entre su yo y la interpretación del mundo no vivido aunque certificado. Los hechos ocurridos en la década de los 70 representan el presente, la verdad de Aurora y Carlos, por lo que ambos –de diferente formación política– quieren tomar distancia crítica para interpretar esa experiencia que, a punto de terminar la dictadura, los lleva a seguir huyendo del régimen temerosos de lo peor. Las cartas exponen una serie de cuestiones vinculadas a la memoria individual, puede que formen parte de una historia real o no, pero son un reflejo de los testimonios sociales que aun hoy corroboran algunos, pocos ya, que los vivieron en primera persona.

Deberíamos haber sido testigos del pensamiento de los dos bandos en Indómita Aurora, si consideramos las cartas como voces del pasado que nos avisan del miedo a la deshumanización, a la animalización. Probablemente, pero Estela Melero ha levantado la voz de los perdedores sociales (triunfadores éticos). Para proclamar en lo que devino el bando ganador ya tenemos bastantes libros de historia, y algunos confirman detalles que nunca debieron ocurrir y que empiezan a asomar en consignas pensadas por monstruos antes que por seres humanos. Algunos deberían revisar –no hace falta leer un gran libro, solo el DRAE– el concepto de “libertad” para no incluirlo en contextos inadecuados… o leer a Estela Melero.

martes, 8 de diciembre de 2020

AQUITANIA

 

No suelo leer novela histórica, no es mi subgénero favorito. Acabo de leer Aquitania y lo único que lamento es que haya terminado.

Esta novela me ha supuesto un descubrimiento, una nueva incursión a la lectura. He asistido a la revitalización de una época, que yo creía oscura, en la que el reflejo social no consigue anular el carácter de los personajes. Nadie queda indiferente ante las acciones de cualquiera de ellos pues hasta el más insignificante constituye un engranaje para conseguir los objetivos de la novela: iluminar la Edad Media, denunciar el papel que jugó la mujer en una época en la que su único derecho era asentir, y ensalzar la inteligencia y estrategia de una mujer que aspiró a lo que solo le estaba permitido a los hombres.

No solo he leído esta novela, el interés que ha despertado en mí ha hecho que busque en enciclopedias y libros de historia datos de sucesos que parecían ficticios, y me he llevado la sorpresa con otros que creía reales y forman parte de la imaginación de la autora. Esto es lo bueno de la novela histórica, que conjuga la realidad y la ficción de tal forma que da igual si lo que leemos pertenece a una u otra existencia; lo que importa es que partiendo de una base real se construye un universo que permite soñar, que despierta la imaginación, que aviva la curiosidad, que estimula la capacidad de asombro y de intriga.

Todo esto consigue Eva Gª Sáenz de Urturi con Aquitania. Y más, porque la novela es un despliegue de aventuras, intrigas de palacio, traiciones, acuerdos y amor. ¿Cómo es posible en un mundo tan cruel emanar tanta ternura sin una muestra de sensiblería? ¿Cómo puede una persona contener tanto miedo y rencor sin manifestarlo durante gran parte de su vida, esperando el momento seguro para la venganza?

Magistral la forma en que Sáenz de Urturi va destapando amor, odio, pasión, abulia, venganza, arrepentimiento, dolor, alegría, éxito y fracaso en pequeñas dosis alternando hechos y alternando voces. Tres puntos de vista narran esta historia, el de Eleanor y Luy, reyes de Francia y duques de Aquitania y el del Niño, un personaje entrañable que, con el tiempo, llegará a intervenir de manera decisiva en la vida de los reyes y del propio reino.

Todos los personajes esconden un secreto que se irá desvelando según considere oportuno el narrador correspondiente, emulando en ocasiones las llamadas de atención que el juglar de la Edad Media dirigía a los oyentes, «Creo que es el momento de hablar de los gatos aquitanos. Son importantes en esta historia». Otras veces el protagonista anticipa, mediante un dato catafórico, una confidencia sin llegar a descubrirla, pero el lector ya ha quedado atrapado en la advertencia, «Ninguno de los dos lo sabía, pero aquel infame atardecer en la sacristía no estábamos solos. […] una presencia escuchó la charla que cambió el devenir del reino de Francia, oculta tras las cortinas de un viejo confesionario».

Los personajes son numerosos, los hechos también. Además unos y otros se van mezclando en el tiempo y en diferentes espacios según sea el narrador, que a lo largo de las cuatro partes de la novela se va alternando.

La primera narra la infancia de Eleanor y la relación que mantiene con Rai, su tío carnal y amante. Las analepsis aportan una visión más completa del pasado, pues ha llegado el momento de separarse con el fin de aunar territorios sin exponerlos a futuras guerras. Los poitevinos deben anteponer su nombre a su intimidad: Sólo Sé Subir, es la máxima que no debe olvidar. Asimismo asistimos a la presentación de Luy VII, futuro rey de los francos, a quien Eleanor se entrega para llevar a cabo una venganza.

Finalmente conocemos al tercer narrador, Niño, de quien más tarde sabremos su nombre, su verdadera personalidad y el alcance que llegará a tener en el reino de Francia.

Los datos históricos se mezclan con costumbres sociales y con intrigas palaciegas de tal calibre que van desde las amenazas hasta los más crueles asesinatos, «Creo que habéis perdido al heredero de Francia. Nadie os va a perdonar en la corte vuestra necia imprudencia, si decido contarla». En esta primera parte, a pesar de las otras voces narrativas en primera persona, Eleanor se convierte en protagonista absoluta desde que se desvela como una estratega sorprendente, «“Estoy en la corte de París, estoy más cerca de saber qué hicieron contigo, padre” me dije».

Por supuesto, la inteligencia de Eleanor es real, su fuerza mental y resistencia física también, pero las intrigas se agrandan en la novela por los finales en suspense de los capítulos


Qué letal combinación.
Todavía, para mi desgracia, no sabía cuánto.

El ritmo de la lectura se agiliza con hipérboles tan desmedidas que confieren un inequívoco tinte de narración de aventuras, «Otros afirmaban, después de santiguarse, que podía romper los huesos de un hombre hasta reducirlos al tamaño de una taba».

Y, sin embargo, ese ritmo extremo se ralentiza en los pensamientos emotivos o en comparaciones tan poéticas que consiguen un lector entregado completamente al personaje, «El niño obedeció, con una sonrisa como un universo».

En la segunda parte, el matrimonio de la duquesa de Aquitania con el rey de Francia está consolidado. Eleanor, empleando toda su astucia ha logrado alejar de la corte —al menos momentáneamente— a quien la puede dañar; sin embargo su reino pasa por constantes «miradas desaprobadoras por la ausencia de herederos en el horizonte». Estamos en un lugar y una época en los que prima el interés, no existen los favores, solo son meros intercambios para que las partes implicadas salgan beneficiadas, «—Confío en que logréis lo que os proponéis, y yo cumpliré mi parte, con agrado además».

La tercera parte nos muestra a una reina fuerte que hace valer sus derechos como soberana y como mujer; es ella quien entabla acuerdos con la Iglesia y quien anima a su marido a llevar a cabo contiendas aterradoras ocultándole el verdadero motivo. Amor y desamor que no son más que consecuencias inevitables de no disponer con normalidad de una vida íntima, sino la marcada por los intereses del reinado «Eran demasiados silencios como para disimularlos en una sola mirada».

Llama la atención la exposición de la locura del soldado, algo que a pesar de los siglos sigue afectando al ser humano, otra muestra más de lo poco que hemos cambiado con el transcurrir del tiempo: «muchos de nosotros hemos comido alguna vez carne humana por necesidad […] A veces no hay villa a la que retornar ni señor a quien demandar la paga».

En la cuarta parte el ejército francés, con Eleanor a la cabeza, pierde la Segunda Cruzada contra Nuredín. En una hábil mezcla de realidad y ficción, Eleanor descubre al asesino de su padre gracias al romance de don Gaiferos, que según una de las interpretaciones alude a la muerte del duque de Aquitania al llegar a Compostela.

Con el ritmo vertiginoso, propio de la novela de aventuras, los sucesos se agolpan al final: Eleanor anuncia públicamente su intención de pedir la nulidad matrimonial, es secuestrada y mandada liberar por su propio marido, lleva a cabo de forma épica, magistral, la venganza tan esperada una vez resueltos los asesinatos de los dos hombres más poderosos de Francia y convierte su antiguo lema en Sólo Sé Seguir.

Y en un guiño a la novela bizantina, Eva García nos regala la anagnórisis de los dos personajes más queridos de la trama:


—¿Cómo habéis dicho?

—Que sois mi sobrina, querida Eleanor

Fabulosa Eleanor y fabulosa Aquitania.

Pero no cabe duda de que el verdadero mérito de esta ficción maravillosa es de la autora. Sáenz de Urturi consigue mantener intenso, aunque encubierto con recursos literarios, el cariño que se profesan los protagonistas. La personalidad paciente, buena, pacífica de Luy es capaz de calmar cualquier rencor de Eleanor y transformar en amor su deseo de venganza. El temperamento activo, fogoso de Eleanor aporta ilusión a un rey desengañado con el mundo terrenal

Las metáforas sensuales no son más que el resultado de la relación que se forja entre ambos «yo era mujer de luna creciente, mi sangre siempre bajaba cuando el disco blanco dibujaba sus contornos afilados contra el cielo oscuro». Los diálogos nos acercan salvajes estrategias, sucesos horrendos que al ir salpicados de cierto humor consiguen relajar la tensión, como también lo logran las metáforas cotidianas que encubren el verdadero cariño. Asimismo los diálogos son portadores de réplicas inolvidables, dignas de ser recordadas como parte de la representación de una saga en la que el amor se convierte en fenómeno de masas


—Dejad que os busque en la oscuridad, mi reina. Quiero que la corte de Francia vea que sois inconfundible. No hacen falta los cinco sentidos cuando se está frente a la duquesa de Aquitania.

Otras veces, en las réplicas se impone el humor capaz de acrecentar la emoción del momento


“Bienvenido” murmuré, conmovida
“Bienvenida”, contestó él
—Vuestra  loca  estrategia  resultó  —me susurró al
cuello, creo que pensó que lo hacía al oído.

Asimismo con el empleo de refranes mezclados a expresiones humorísticas se encubre el maltrato dado a las mujeres, el horror de ser mujer cualquiera que fuese su estatus «Pero dice el refrán que vieja que baila mucho polvo levanta».

La autora hace acopio de comparaciones cotidianas, anáforas, epíforas, anadiplosis y paralelismos que poetizan los diálogos. Los constantes contrastes del oxímoron llenan de sentimientos una época catalogada como oscura


Era verano, lo sé. El cielo ardía, lo sé. Mas cayó sobre nosotros una ligera nieve negra

La exposición concatenada de los hechos constata una presencia tenaz de la preocupación solo liberada por la ironía necesaria para afrontar tanto dolor, un dolor ante el que la Iglesia (y sus intereses) se comporta de forma efectista, ávida de masas que le sirvan en sus objetivos, «Bernardo lanzó al aire un pañuelo con el que se había secado el sudor de la frente y […] se arrojaron sobre aquel trozo de tela»

«Tomó aire con la solemnidad de un resucitado […] y se dejó caer desde el púlpito hacia los brazos de sus entregados fieles».

Eva García consigue que, tras leer Aquitania, los lectores quedemos entregados a su prosa esperando una continuación de la vida de Eleanor.



martes, 17 de noviembre de 2020

CONFIDENCIAS DE UN APESTADO

Está claro que acabo de leer una novela bastante peculiar y muy interesante, pues puede ser leída, al menos así lo he entendido, desde dos puntos de vista. Si nos dejamos llevar por la perspectiva literal nos encontramos en un futuro que se presta a confusión, podría ser inmediato o lejano, aunque narrado por el protagonista desde el presente. Las analepsis, los flashbacks le sirven de ayuda a Lucio para involucrarnos en la narración y hacernos formar parte de ese presente-futuro sin plantearnos demasiadas preguntas sobre el tiempo real o el espacio. Nos introducimos en sus sensaciones y nos encontramos con que vivimos en un mundo sin conciencia, en el que no hay salida para la honradez ni para la justicia. Un mundo en el que los intentos de fraude se penalizan porque no han logrado efectividad y las estafas son recibidas con cierta admiración por haber tenido el valor de llevarlas a cabo. Los delitos son analizados con envidia, pues todos desearíamos poder estar en el lugar del transgresor, alguien que ha sabido medrar en su círculo laboral sin importar qué o a quién ha debido destrozar.

Es una sociedad que anula cualquier intento de verdad. Una sociedad en la que la envidia y la maldad cobran vida propia para aprisionar cualquier acto de amor.

Muy pocos se dan cuenta de lo que pasa ya que estos estados empiezan a introducirse por medio del olfato. Es indudable que los olores activan las regiones cerebrales; están comprobados los efectos que producen los aromas en el comportamiento humano. Pero, ¿puede una determinada conducta exudar un olor característico?

Parece que esto es lo que ocurre en este universo fantástico de Lucio, como si la naturaleza, sabia, generase un mecanismo de defensa para los más depravados y, sin tener que esforzarse, pudieran convencer a los demás de su bonhomía a través de un perfume agradable que los acompaña siempre, que se hace mayor cuanto más podrida y depravada es la acción llevada a cabo.

Lucio empezó a notar este hecho en el entierro de su tío, «tan irrevocablemente muerto como pueda estarlo cualquier hombre o cualquier perro o cualquier moscarda». Lucio acude al pueblo a dar el pésame a su tía y familiares, quienes temen que este reclame parte de la herencia pues, aunque las tierras correspondían a los hermanos, el recién fallecido se había quedado con todo. Pero Lucio no quiere nada de su padre, tiene un trabajo en la Universidad y es feliz con Silvia, su novia, y Malévich, su gato. Algo ocurrirá, no obstante, en el velatorio: el muerto empieza a oler bien, y sus primos deciden sacar beneficios eclesiásticos de la situación.

Al volver a casa Lucio es consciente de que todo lo podrido huele bien, atrayendo a la gente tanto un gato muerto como alimentos descompuestos. Solo él percibe el mal olor y por lo tanto es tratado como un apestado; de hecho él es quien comienza a oler mal en esa sociedad, por lo que, abandonado y perseguido por todos, se cobija, como un mendigo, primero en la basura y luego en el Jardín Botánico para camuflar su olor, «Urgido por la necesidad comencé a comerme las flores». Está claro que su olor vuelve a delatarlo y debe huir, lejos de todos para, en soledad, «Han pasado siglos desde entonces, y no he vuelto a probar bocado ni a saciar mi sed», escribir sus memorias y que sirvan de ejemplo a quienes las lean.

No cabe duda de que Lucio vive en una sociedad sin compasión ante el bien. Sociedad inquietante que nos alarma aún más si leemos Confidencias de un apestado desde otra perspectiva, una que nos aleja de la ciencia ficción y nos sumerge desde el principio en la Filosofía. Francisco Santos no ha escrito un tratado filosófico sino un relato ficticio, pero la novela ahonda en el desarrollo del conocimiento mediante la razón. Confidencias de un apestado analiza con humor el papel que juega la sociedad en el ser humano, «Obviaré por pundonor los desatinos y las inexactitudes que desplegué esa mañana ante mis alumnos, sumido en un estado mental obtuso. Balbucí algunas citas […] alentando el rumor entre los malpensados de que me había entregado a las bebidas espirituosas».

Está claro que la prosa se maneja por el ámbito de la sensibilidad con bastante humor e ironía «Estas y otras exquisiteces que previamente al desbarajuste olfativo solo eran valoradas por sibaritas excéntricos de estómago acorazado, ahora despertaban la glotonería de las masas», aunque también circula por los entornos de la razón cuando presenta, con interrogaciones retóricas, o incursiones en diferentes citas artísticas, algunos de los conceptos universales que han regido siempre a la humanidad, «Revelar con un gesto, con un solo gesto, el sentido de una vida […] El gesto de matar, el gesto de morir, el gesto de alabar, el gesto de maldecir, el gesto de acariciar, el gesto de golpear […] ¿Con qué gesto posaría yo en el lienzo de mi existencia?». No cabe duda, la enumeración anafórico-paralelístico-antitética espolea al lector con diferentes acciones que podemos llevar a cabo en un determinado momento sin concederle importancia y que, sin embargo, marcan nuestro carácter en ese instante. Lo que realizamos una vez podemos repetirlo las veces que hagan falta. Leyendo las Confidencias de un apestado empatizamos con Lucio, o al menos queremos hacerlo, aunque en ocasiones nos dejemos llevar, como Silvia, por el egoísmo personal «—Una cosa es cumplir con tu deber y otra bien distinta es arriesgar tu carrera» ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a arriesgar para hacer justicia?

Francisco Santos nos invita a reflexionar sobre ello y lo hace con una base científica, con un fondo filosófico que expone con humor; abundan los diálogos chispeantes que encierran algún tipo de conocimiento


—Ojalá tuvieras razón —brindé con Silvia

—«Ojalá» no es un término con cabida en la filosofía —apostilló Amanda—. Su etimología, te recuerdo, es «si Dios quiere»

El humor es bastante filosófico, no solo porque el protagonista sea profesor de Filosofía sino porque parte de sus experiencias cercanas, como el temor a sufrir un daño cerebral al percibir anormalidades, para ir planteando preguntas que se contestará el propio Lucio al mismo tiempo que el lector, «La fe recobrada en mi longevidad […] ¿cuál era la causa de esa emanación fragante […] que nos regalaba la ruina de mi tío?».

El humor se convierte en la baza con la que Santos cuestiona ideas que la sociedad da por establecidas


—Seguro que en lo que llega…

—El joputa aprovecha…

—Para pasar el cepillo.

Deduje que venía el obispo.

Mediante juegos humorísticos de palabras, analiza el propósito de vida que ha hecho la sociedad actual, «no se trataría de ningún chantaje sino de una prueba de transición […] que debe superar quien no desee terminar ardiendo en la pira como Giordano Bruno, o pirado como Nietzsche».

Con acertadas imágenes visuales sacadas del cine, que inciden en el buen humor, reflexiona sobre el carácter del ser humano, «su hija la remedaba poniendo los ojos de Gloria Swanson en Sunset Boulevard».

También con humor, por lo obvio de algunas situaciones, consigue mantener la intriga en el lector, que anhela saber hacia dónde se dirige la trama «Mientras escribo esto […] el tren se ha adentrado en un túnel cuyas tinieblas me imponen una pausa».

Francisco Santos no escatima en las dosis de sarcasmo con las que va exponiendo la envidia surgida entre los catedráticos de la Universidad, colectivo cuya fama hace honor a esta situación de aprovecharse del conocimiento de sus alumnos, pero no es exclusivo de este gremio


—Acusa al profesor Avellaneda de plagio

                     […]

—Lo único que pretendo es evitar que el profesor se exponga a un escarnio inmerecido

Los diálogos reflejan con cierta ironía cáustica el mal hacer de los poderosos de la Universidad. Se aprovechan de los estudiantes, sin pudor, para después ofrecer unas migajas. La autoría de algunas teorías queda, por lo tanto, en entredicho.

Las metáforas sinestésicas son perfectas para denunciar una sociedad basada en las apariencias, una sociedad aborregada que, lejos de pensar, solo acepta lo que ve, una sociedad formada por individuos corrompidos hasta el punto que dejan de ser humanos para igualarse a «organismos putrefactos», de ahí la «fetidez en los sobacos de los coléricos y aterrorizados».

Y así, la prosa ágil, irónica, humorística, incisiva de Confidencias de un apestado, plantea una igualación en la corrupción del espíritu con la degradación del cuerpo. Sin embargo esta corrupción es tan habitual que forma parte de nosotros y lo que no se ve normal es la ética, el honor, la integridad. Quien los posee huele raro en esa sociedad que apesta. Es lo que le ocurre al protagonista que, al revelar sus confidencias las incluye en la Doxografía pues no desaprovecha la ocasión de exponer algunas teorías filosóficas y conectarlas con otras de la aromacología; durante la lectura, podemos discurrir hasta dónde seríamos capaces de llegar para salvaguardar nuestro concepto de la moral.

Erasmo, en El elogio de la locura quiso convencernos de que ese estado era la base de todos los disfrutes del hombre. Una excusa para describir la necedad del mundo. Lucio, en Confidencias de un apestado invierte los olores para disfrutar de la podredumbre como si se tratase de un bálsamo beatífico. Otra excusa para describir la estupidez —y maldad— del mundo. Un mundo egoísta, amoral, que solo actúa a cambio de compensación «¿Y qué sacas tú de todo esto?».

martes, 26 de mayo de 2020

CASAS Y TUMBAS



Acabo de leer un libro que me ha dejado impresionada. Por varias razones. Una de ellas es el Epílogo. Por riguroso orden alfabético, desde Amistad hasta Zeta, se van subrayando temas, ideas, sentimientos, que aparecen en esta novela.

En Casas y tumbas el concepto de la amistad abarca el amor, la fraternidad, la lealtad, la confianza, la conversación fluida y natural. Hay otros términos en este epílogo que resultan curiosos y que ocupan uno o varios capítulos: Cuartel, Franco, Hospital, Jabalí, Poesía, Tumba, Universo, Vuelta… En todos ellos el valor de la amistad está por encima de la maldad o del abuso.

En realidad el Epílogo funciona como síntesis de una novela en la que aparecen las claves que Bernardo Atxaga ha ido exponiendo a lo largo de toda su obra. Puede que al ser la última que va a escribir, según sus propias palabras, quiera dejar constancia de ellas. He destacado dos, que creo que, además de a Casas y tumbas, retratan a este vasco ejemplar:

Lo que diferencia al hombre del resto de seres es la comunicación; a través de ella la amistad persiste a lo largo del tiempo más allá del amor, que puede sufrir ataques, «La vida hunde al amor. En cambio la muerte lo atrae, lo fortalece, incluso lo resucita a veces».

Lo que define a la buena literatura es lo que define al hombre, una mezcla de lo que lo rodea y lo que lleva dentro de sí. La escritura es la expresión del ser humano, luego la buena escritura ha de constituir la expresión del hombre completo, inteligente y sencillo

Hay quien se asombra de que en el mundo rural, muchas veces iletrado, brillen la finura espiritual o la inteligencia. Piensan así sobre todo los clasistas que, careciendo de ambas cualidades, ven el mundo como una geografía piramidal en la que ellos, ¡qué casualidad!, ocupan la cúspide. Pero no: su lugar es la isla de los Fanfarrones, de insoportable ruido.

Me parece magistral esta reflexión y, además, de total actualidad. Atxaga es un hombre actual y Casas y tumbas una novela actual tanto en el contenido como en la forma.

Mediante analepsis, el narrador interrumpe su discurso para insertar sucesos anteriores que confieren al relato una coherencia total, al tiempo que revelan un conflicto interno. Al recordar esta lucha el protagonista profundiza en los efectos causados, revive su conmoción y aumenta la tensión de la historia «Durante su año californiano pensó más de una vez en regresar a […] la empresa de precocinados que había montado con Miguel y su hermana […] y leyó el telegrama de Martín “ha muerto hoy”». A veces el narrador incluye en la analepsis una prolepsis, no tanto para ampliar la información sino para explicar los hechos narrados anteriormente mientras genera una expectativa ante lo que contará después «Miguel volvió a hacerse presente en su memoria […] metiéndole las manos por debajo de la blusa y lamiéndole el sujetador como un perro grande […] ¡se me han metido las natillas entre las tetas!».

Casas y tumbas es una novela redonda, completa en todos los sentidos. Con una narración fluida, de estilo coloquial en el que ha integrado con total naturalidad conceptos filosóficos o musicales, el ritmo no decae en ningún momento. Al contrario, la tensión va en aumento hasta el punto de que la euforia se instala en el lector para no abandonarlo hasta la última página.

El movimiento que Bernardo Atxaga imprime a su estilo le permite circular con normalidad por las aldeas más recónditas y las ciudades más cosmopolitas. Todo se acopla a la perfección.

El argumento de la novela es sencillo, la vida de dos gemelos, Martín y Luis, y aquellos que los rodean desde su nacimiento. Los hermanos son muy distintos. Cada uno se decanta por una manera de vivir diferente. Puede que Martín, más profundo, se implique socialmente con mayor presencia. Su trabajo en el sindicato lo llevará a la cárcel en varias ocasiones y a la tortura.

Luis, más trivial en apariencia, sufre la tortura destinada a su hermano gemelo para salvarlo, asimismo, el compromiso de lealtad que, en su juventud, no supo demostrar a su madre, puede que lo tenga, en su madurez, hacia todos los que lo rodean. Martín y Luis son buenas personas que viven en un pueblo lleno de tristeza, alegría, problemas y soluciones. Todo es normal en Ugarte, con los contratiempos que conlleva la normalidad. Y en esta dualidad el sencillo argumento contrasta con imágenes elocuentes que, una vez más, Atxaga acerca a la naturaleza. El contacto con la inocencia tiene un límite difuso con la perversión. La alegría se funde en el rencor de la monotonía para conseguir una prosa ágil, repleta de comparaciones descriptivas. Una técnica, característica del autor, es la utilización del humor para dejar constancia del amor hacia la naturaleza y hacia los animales, para dejar constancia de los cambios lógicos de parecer, para acercar la literatura a la actualidad con comparaciones publicitarias «—Te equivocas, Caloco. La magia celta no es instantánea, como el Nescafé», para definir a una persona mediante la animalización, con lo que el personaje consigue dos efectos, exponer lo que piensa de aquél al que animaliza y dejar a la vista cómo es él mismo al animalizar a los demás «En Ugarte se estaba acumulando el grisú, pero yo no me daba cuenta. En cierto sentido, también yo tenía un pájaro para dar la alarma, Julián, el administrador, pero no me avisó de nada».

El humor contrasta suavemente con la tensión latente que se aloja en el mundo interior de los personajes, consiguiendo una obra de gran profundidad psicológica. No solo Nadia, la psiquiatra francesa de Bayona, es capaz de desenmascarar la actuación que Antoine representa una semana tras otra en su consulta, para que el lector descubra el fraude cometido a la sociedad y averigüe hasta qué punto es maquiavélico; también Atxaga desnuda a los personajes, los va exteriorizando a su antojo, en una narración fragmentada, para que el lector los vaya reconstruyendo hasta conocerlos a la perfección.

Las descripciones realistas generan un suspense poco habitual cuando se diluyen en el más puro simbolismo. Las imágenes expresivas de la naturaleza contrastan con lo primitivo del ser humano, con lo esencial que todos albergamos, desde el sentimiento más inocente hasta el concepto más surrealista.

El paso del tiempo es insistente, casi obsesivo, de ahí que la hora quede marcada de manera repetitiva, innecesaria.

Salía de Ugarte hacia Bayona tres horas y media antes de la consulta.

Los números verdes del reloj digital marcaban las cinco y ocho, 17:08.

Era 2 de agosto, domingo, y no había casi nadie en el cuartel.

Esta reiteración consigue destacar la ansiedad de algunos personajes que, como Antoine, necesitan ocultar sus verdaderas ideas, su sentimiento hacia el ser humano en general y hacia quienes lo rodean en particular.

A veces, al unir la fecha al lugar y a las circunstancias históricas, aumenta el suspense en el lector que, alerta, espera la resolución en cualquier momento «La tarde del 2 de septiembre, miércoles, Eliseo marchó solo hacia el bosque de El Pardo […] oyó disparos de escopeta río adelante».

La novela no es un diario aunque dé esa impresión. Anunciar el día es otra técnica del narrador para seguir una linealidad en cada capítulo dentro de la fragmentación total.

El narrador suele ser el omnisciente de la literatura tradicional, aunque en ocasiones focaliza el discurso en un solo personaje, de esta forma la importancia que adquiere es manifiesta y permite al lector sentir cierta empatía hacia él y lo que representa. Es lo que ocurre cuando Eliseo ve a Paca, «Era una mujer muy grande. Mediría cerca de un metro ochenta y cinco, diez centímetros más que él, y pesaría unos ciento veinte kilos, cincuenta más que él».

La inocencia de los diálogos entre los jóvenes contrasta con el sarcasmo brutal de la policía o la ironía de los representantes de la iglesia. Con ello, el autor denuncia algunos de los abusos y tropelías cometidos por estos estamentos sin que hayan tenido consecuencias.

Los diálogos son rápidos, sin embargo, en ocasiones se hacen innecesarios, de hecho el mundo interior de los personajes queda expuesto mediante un lenguaje lírico con comparaciones que igualan naturaleza y hechos «Todo se fue calmando a medida que avanzaban por la carretera, como si el ambiente del interior del autobús se hubiese ido acompasando al paisaje del exterior, donde la corriente del río era cada vez más mansa».

Asimismo las sinestesias, tan propias en el simbolismo o modernismo, recorren Casas y tumbas para contrastar lugares y personas además de aportar diferentes sensibilidades. El color va unido inevitablemente a las sensaciones, y para remarcarlo se funde con comparaciones tangibles que devienen en imágenes elocuentes, «el rojo de las nubes que parecían hechas de rizos de lana, morado intenso».

La agresividad experimentada por Eliseo al no poder perdonar a su padre en el lecho de muerte queda reforzada en la autocomparacion de su mente con un motor, «Aquellos amigos suyos disponían de un buen motor. En cambio el suyo iba a menudo forzado, y se atascaba». Esta metáfora tecnológica, propia del futurismo, anuncia el surrealismo de la escritura automática. Así, en el coma sufrido por Luis a causa de un accidente, la realidad y la ficción se dan la mano en su pensamiento para informarnos del estado de la situación. Aparece entonces el realismo ficcional de la literatura posmoderna. En las alucinaciones de Luis encontramos un diálogo simbólico, basado en el cine. Atxaga transforma el mythos griego en discurso mítico, al tiempo que nos deja conocer mejor la tradición y la situación de la España anterior a la democracia, las persecuciones y torturas por razones políticas:

El ruido sordo de los caballos y de los soldados del Ejército Confederado cesó de repente para dar paso a una conversación […] Uno de ellos le acercaba una luz intensa a los ojos. ¿Forajidos de Carson City? […] Estaba tumbado en un catre, al parecer sin poder moverse

Novela magistral que ojalá no sea el cierre de su obra como novelista.

martes, 24 de diciembre de 2019

EL NUDO PERENNE II



¡Vaya final el de El nudo perenne! Los últimos capítulos del Volumen II se transforman en una frenética búsqueda, con la vida en juego, con el tiempo y quienes lo rodean apremiando al protagonista, con un futuro incierto que resolverá sólo cuando deje de alejarse de su presente y se dedique a observar las señales que le envía el pasado.

Con grandes dosis de datos históricos, este segundo volumen ofrece, sin embargo, más tensión que el primero. El suspense ante posibles giros flota desde el primer capítulo, «una cosa es lo que a usted le dejan ver, y otra lo que es en realidad». Los lectores asistimos al final del argumento con un nudo en la garganta que, afortunadamente, se va soltando conforme se completa el puzle; pues, si ya en la primera parte los capítulos se entrelazaban en la trama para que el lector los encajase en el argumento, los diez que componen este volumen nos descubren piezas del anterior, desvelan datos que habían quedado en el aire, curiosamente sin percibirlos, y explican detalles que cobran importancia, como el que todos los capítulos porten el nombre de un personaje. La importancia del individuo como ser real es manifiesta. El nudo perenne relata a la perfección detalles de la guerra en España y en Europa, causas y consecuencias, pero todos están ligados a una persona de carne y hueso, con nombre y apellidos, que actúa de diferente forma durante su vida por las circunstancias. El doble nombre de Olympia es el reflejo del cambio que alguien puede ir experimentando. Somos seres individuales, no una masa disparatada, irreal

Los nombres son la clave.
Porque los nombres nos hablan, nos cuentan, nos susurran desde lejos.
Nos gritan a veces.
Pero también nos mienten, nos confunden, nos ocultan descaradamente.

Este monólogo interior de Asier da la clave al lector, y a él mismo, para unir el contenido a la estructura.

En esta segunda parte cobra total sentido ese nudo perenne al que alude el título. Asier, todos nosotros, estamos más unidos de lo que creemos a nuestros antepasados, a nuestro destino, y si alguien no es consciente de ello, Jorge García nos ayuda a aprender a buscar, no sólo en el entorno; las referencias intertextuales advierten del valor de la literatura «Vladimir Bukovski logró revelar estas torturas de Estado […] y después de que Solzhenitsyn fuera galardonado con el Nobel, estas terapias comenzaron a disminuir notablemente».

Y la literatura del autor, tan poética en ocasiones, advierte del valor desmitificado de la realidad. Pocas veces he leído una definición tal real de Cartagena como la que surge del poema de Jorge García a través de los ojos de Fernando, sin que él sea consciente de ello.

Cartagena era una gran puerta de sal […]
Oscura y luminosa al mismo tiempo. Soberbia y decadente.
Salvaje y erudita.
Maltratada por las contradicciones […]
Vulgar.
Irritante.
Apacentada por un mar desconfiado […]
Mártir.

La ciudad se transforma por efecto mágico de la lírica, en cada persona que ha albergado, o las personas transformamos los lugares que frecuentamos.

La novela impacta porque retrata lo más duro de una guerra en el final, advirtiendo con ello de la fatalidad y desesperanza que supone el principio; la derrota transporta a una pesadilla en la que continúa el sufrimiento. El diálogo del presente histórico entre Fernando y Olympia se transforma en catáfora del presente novelado. Pasado y futuro se unen para igualarse a la simbiosis realidad-ficción.

—No Fer, ya no hay guerra […]
—¿Y qué podemos hacer?
—Solo rezar
—Pero si tú no eres creyente
—En momentos así es cuando más echo de menos a Dios
[…]
—Tú misma dijiste que jamás se olvida. ¿Por qué preguntas eso, Olympia?
—Porque toda la vida anterior me parece ahora muy lejana

Después de leer a Jorge García tenemos la impresión de que debería haber nacido un siglo antes; en esa época en la que los sentimientos y las convicciones eran mucho más intensos. El lenguaje preciso, tanto al plasmar la desolación como el amor, confiere a su narrativa una ligereza casi inusual en la novela histórica.

El amor por las letras, por el arte, surge en alusiones precisas constantes, que relacionan vida y literatura: «los agentes dobles no era algo lúdico que se pudiera encontrar únicamente en las películas de cine negro o en las páginas brillantes de Clancy…».

El pasado oprimido, miedoso, frío aparece no obstante como apasionado, rodeado del lirismo que nace de los sentimientos más primarios. La unión de diversos elementos de repetición, en una misma expresión, como aliteración, políptoton, concatenación, anáfora, paralelismo y anadiplosis, consigue que el amor aparezca como concepto total, universal, capaz de redimir al ser humano.

Esperando por esperar, porque esperar es lo único que se puede hacer con el amor almacenado, que no se puede entregar.
Esperar para no volverse loco
Esperar para no morir
Esperar para no morir de amor

La fortaleza que atesoran las mujeres es una manifestación de la libertad individual que, paradójicamente, costaba exteriorizar. No sólo Olympia, también Marie, la bruja, Rosanna, Nico, Sofía se abren ante nosotros para marcar la diferencia entre las convenciones sociales y la moral íntima. «Mucha misa y rosario de tarde, pero en verdad, el miedo al infierno se nos esfuma en cuanto nos bajamos las bragas. Anda, sigue bebiendo».

Los hombres también son héroes invisibles que, como Martín, desde su introspección maldita por la soledad, por la pobreza, o Miguel, desde el dolor de la emigración, abandonan sus intereses personales para ayudar a otros más necesitados.

Los personajes poseen una individualidad tan acentuada, que aparecen más reales que algunas personas que nos rodean; se transforman en históricos por sus costumbres, su pensamiento, su identidad. Encontramos a personajes mafiosos, oscuros, a otros que devienen en siniestros con los que, sin embargo, podemos empatizar, porque comprendemos aun sin justificar. Sólo en la masa, en la turba humana, aparece la falta de ética, la brutalidad, cuando el hombre deja de serlo para convertirse en un monstruo sin capacidad de razonar, sea cual sea su color.

Los lugares, tan variados, se observan desde la interiorización, desde el pensamiento; son lugares meditados que se cuelan como otro personaje con la finalidad de ayudar o desamparar a quienes los transitan. La capacidad de observación del autor permite conectar tiempos, lugares y personas hasta que se transforman en un todo. Emerge así el carácter inevitable de grupo que desea para el ser humano.

El nudo perenne es un derroche de originalidad estructural, de fidelidad histórica, de belleza narrativa, de mensajes rotundos.

Al leer esta novela sentimos que algo bueno despierta en nosotros.