sábado, 2 de noviembre de 2019

COMETIERRA



En un pueblo de la Argentina más profunda, la violencia machista es lo que domina. Cuando una mujer es asesinada a golpes por su marido, la niña, huérfana, ve lo ocurrido al echarse tierra de la tumba en la boca. Este don maldito queda como característica de esta chica, a quien acuden aquellas mujeres víctimas de alguna pérdida, para que Cometierra les revele la verdad.

Dolores Reyes plasma de forma certera, en una mezcla de realidad y alucinación, la condición de la mujer. Cometierra es casi invisible para todos, de hecho, sólo en el juego virtual consigue realizar su deseo más auténtico «La golpiza le comió un montón de energía y en la pantalla apareció FINISH HIM! Raidem se tambaleaba en el medio de la escena y pude terminar de matarlo».

La novela podría ser un cuento en el que la acción queda sustituida por la emoción, los pensamientos, los recuerdos que aparecen en la mente de la protagonista, que, al llegar de la mano de la videncia extraña de la que hace gala, quedan en una nebulosa de misterio, aunque en la lectura seamos conscientes de asistir a una realidad concreta, una realidad en forma de espiral que atrapa a Cometierra hasta conseguir desvanecerla. El estilo ayuda a agrandar la confusión de la protagonista con hipérboles gradatorias que acrecientan el sufrimiento psíquico; los sentimientos duelen más que el propio cuerpo lacerado. El mundo interior se abre paso en lo material, «Los ojos me ardían, las manos me quemaban, pero lo peor era la tierra de Ian adentro de mi cuerpo».

El lenguaje utilizado por la narradora-protagonista, plagado de localismos y locuciones argentinas refleja su cultura, y combinado con expresiones vulgares evidencia el nivel social al que pertenece «mi personaje saltaba hacia atrás y Hernán se cagaba de la risa». El espacio y los personajes de Cometierra reflejan la problemática social de la mujer y denuncian el estado en el que se encuentra aún hoy, en el siglo XXI. Para que esta acusación sea más efectiva, la autora establece un intento, conseguido, de arruinar la verosimilitud realista y la estructura requerida en una novela a favor de la creación libre.

Dolores Reyes deja su alma en Cometierra pues no se aleja de su ficción sino que se introduce en ella. La presencia de la autora se intensifica, se agranda hasta tomar consistencia de Mujer, como persona que vive a expensas del hombre, como ser cuya sensibilidad se acentúa porque así lo viene experimentando a lo largo de los siglos, como alguien dispuesta a sacrificarse, a sufrir no sólo por ella misma sino en nombre de quienes la rodean, sobre todo si son, a su vez, mujeres.

Por las páginas de Cometierra circulan personajes fácilmente reconocibles en la sociedad actual: la madre, muerta a manos de su marido, de una niña a la que deja desamparada y necesitada de seguir pidiéndole ayuda aunque ya no esté «Sin vos no soy nada, no quiero ser».

La tía de la niña, que no se ve capaz de enfrentarse a la situación de abandono en la que ha quedado su sobrina «—Sucia. Te veo tragando tierra otra vez y te quemo la lengua con el encendedor».

Los propios niños del barrio, acosadores de quien tiene una sensibilidad especial aunque sea fruto del sufrimiento más terrible. «En la escuela, con el tiempo, nos dejaron de joder. No hubo más tierra adentro de mi mochila ensuciándome los cuadernos».

La profesora de la niña, asesinada también, como su madre, y con quien intenta comunicarse para saber qué ocurrió, pues las autoridades, hombres, no se esfuerzan lo suficiente, «y cuando la policía dejó de buscarla […] la busqué al borde del patio, en la tierra donde paraba sus lindas botas para vernos jugar».

Los propios familiares de Cometierra, que la van abandonando cuando temen ser tomados por locos, o brujos; la superstición sigue estando hoy presente en la sociedad, da igual que sea rural o urbana «Cuando al día siguiente encontraron el cuerpo de la seño Ana en el terreno del Corralón Panda, la tía se fue».

Los amigos que, cuando observan el peligro, también desaparecen; nadie quiere enfrentarse a los asesinos, a los violadores, a las mafias que arremeten contra los más débiles «Hernán no hizo como mi hermano. Estaba callado y no se me acercaba».

Las propias mujeres que le piden ayuda, víctimas de violencia machista, también van apareciendo en tinieblas a pedir ayuda a Cometierra. Ella se las dará aunque esté predestinada a la amenaza y la soledad «Cerraba todo. La casa y nosotros, el día entero a oscuras».

Es tal el desamparo al que se ve sometida que ya no se siente una persona. La incomunicación obligada a la que es reducida consigue que ni ella misma se acepte como persona, que vea normal la poca estimación que se le tiene socialmente; de hecho, es la propia mujer quien se observa como un animal herido «Como no podía imaginarme a mí misma muriendo, me imaginaba a una perra que arrastraba una de sus patas».

Llega un punto en el que, a pesar de encontrar a alguien que la acepta y la trata bien, los fantasmas que la persiguen no la dejan; por eso decide que debe romper con lo que la rodea. No puede seguir ayudando porque precisa vivir, no quiere ser otra víctima más, necesita ser, «un nombre para mí».

Dolores Reyes ha querido, con su escritura, evitar más pena y desolación a la mujer. Para conseguirlo, muchos deberían leer la novela. Es un canto a la igualdad, una llamada para que todos luchemos contra la lenta tortura física y psicológica que supone la violencia machista, una manera elegante y dura, poética y desoladora de decir basta. Imprescindible.

2 comentarios:

  1. Fabulosa reseña! Parece un libro duro y necesario. Estas historias que hablan de las desigualdades y la discriminación a los que son diferentes, si están bien escritas, calan hondo.

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  2. ¡Gracias! Es un libro muy pequeño. Se lee rápido, sobre todo porque el estilo engancha desde el primer momento. No pretende regodearse en el dolor, aunque éste ocupe todas las páginas.
    ¡Seguimos leyendo!

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