domingo, 6 de marzo de 2016

HISTORIA DE UN CANALLA

Es la primera vez que leo una novela de Julia Navarro. Conocía a esta autora en su labor periodística; durante una temporada cuatro mujeres, entre ellas Navarro, se turnaron semanalmente, creo que en Mujer Hoy, para ofrecernos artículos de temas variados. Historia de un canalla me ha sorprendido y Julia Navarro también. Su sintaxis es perfecta; ha supuesto una satisfacción no encontrar leísmos o laísmos tan habituales en expresiones actuales o leer el plural de las siglas sin la ‘s que muchos se empeñan en poner «¿cuántas ONG nos han encargado…?», y un alivio ante el estilo ágil, ante el vocabulario coloquial no exento de tecnicismos. La novela se lee con facilidad lo que supuso un regocijo al ver que estaba compuesta de 863 páginas.

A lo largo de todas ellas he ido modificando mi pensamiento. No sabía nada del argumento, así que al leer el título lo asocié a un sinvergüenza. Una vez que empecé la historia estaba segura de estar ante uno de esos niños de conducta agresiva por causa de la genética. De hecho, creo que es ésta la razón de que no tolerase las caricias o abrazos de su madre antes de que naciera su hermano. Por supuesto, la crueldad fue en aumento al tener lugar una interacción genético-ambiental, ya que, si bien su entorno era ideal él no sentía formar parte del mismo. Y de nuevo la genética es la responsable, pues Thomas, nuestro protagonista, parece que sólo ha heredado los rasgos hispanos de su madre, mientras que su hermano Jaime es igual que su padre, un norteamericano típico, alto, rubio, guapo… Así que, el estrés que sus celos le causaban sirvió como activador de los efectos negativos del “gen de la agresión”.

Asimismo la genética no lo ha hecho demasiado inteligente, cualidad que ha suplido con una fuerte tendencia al egoísmo; Thomas requiere atención constante y complacencia absoluta «La señorita Adeline era una buena maestra […] pero yo la aborrecía […] Todo en ella me molestaba […] Yo solía quejarme a mi padre de la señorita Adeline. Le decía que me tenía manía. Mi padre me creía […] le pedía a mi madre que hablara con ella […] “si le regaña es porque se lo merece” […] Preparé meticulosamente mi venganza […] yo mismo me golpeé la cabeza contra la pared […] Cuando regresé al colegio la señorita Adeline ya no estaba, la habían despedido…»

Y al terminar la novela he podido constatar que Thomas adquiere, con cada derribo a los otros, un comportamiento autodestructivo que se va convirtiendo en obsesión y lo lleva a la muerte.

Poco a poco su personalidad se va formando ayudado por aquellos que tiene a su alrededor y que esperan conseguir algo; pero él no engaña a nadie, no es afecto o comprensión lo que les ofrece, es dinero a cambio de sus deseos sean cuales sean, sin importarle las consecuencias.

Se va enfrentando a los peligros de la adolescencia y la juventud sin que le pase nada, pero causando dolor, destrucción y muerte a su alrededor. «Dudé unos segundos pero terminé diciéndole que subiera al coche. Allá ella. La dejaría en la carretera dos kilómetros más adelante. Después me iría. Que volviera como pudiera.
Tía Emma me dio la noticia a la mañana siguiente. Lisa Ferguson había aparecido muerta en el cuarto de baño con una jeringuilla en el brazo.»

El chantaje le funciona «…quizá era mejor mantener el ancla en aquella casa pero, eso sí, haciéndoles sentir a él y al resto de la familia que estaban en deuda conmigo por su engaño.»

Tiene dinero, apoyo incondicional de su familia, que teme alguna barbaridad, y arrestos para enfrentarse a todo. No tiene miedo a nada «¿Sabes tía?, me has dado una idea genial. Me tomaré un año sabático. Me gustaría viajar un tiempo por Europa».

Poco a poco va mostrando un comportamiento autodestructivo indirecto, un CAI de manual pues, a la búsqueda de placer inmediato y la poca tolerancia a la frustración «…me daba cuenta de que Esther se estaba convirtiendo en una obsesión […] si quería lograr que aceptara mi propuesta matrimonial tendría que actuar como un estúpido enamorado.», añade una tendencia a la negación, angustia de pérdida de lo buscado, «—Es casa de los Spencer. Primero fue mi casa, luego de tu padre y ahora lo será de Jaime— dijo sosteniéndome la mirada. Sus palabras me hirieron profundamente…» omnipotencia, «La primera novedad es que los señores aceptan mi plan, la segunda novedad es que a partir de ahora mando yo en el proyecto […] y he decidido prescindir de ti.» falta de planes a largo plazo, necesidad de estimulación constante, «No hay nada más placentero que engañar a un novio delante de sus narices, ¿no te parece? […] La empujé hasta un banco y la obligué a tenderse sobre el mármol; luego me tendí sobre ella. No dijo ni una palabra. Cerró los ojos. El único placer que yo sentía era el de pensar que alguien podía sorprendernos…» relaciones interpersonales superficiales «Salí de casa dando un portazo. Sabía que estaba actuando mal, que Jaime tenía razón y que lo menos que le debía a John era darle consuelo. Pero hui de una escena que se me hubiera antojado pesada» y fuerte sentimiento de individualismo. «Por ahora no quiero socios, pero me vendrá bien contar con alguien que se implique en el negocio. Así no tendré que preocuparme por pasar todo el tiempo que necesite en Nueva York.»

Todas estas conductas, repetidas una y otra vez, constituyen el factor más importante de riesgo para Thomas, pue lo irán devastando conscientemente.

La estructura de la novela es muy simple. Hay un preámbulo, en el tiempo presente del narrador protagonista, desde el que anuncia que se está muriendo y que esa noche, en la cama, se dispone a hacer un balance de su vida; una vida sin escrúpulos según él mismo advierte y de la que tiene claro lo que no debería haber hecho. Seguidamente, el tiempo narrativo cambia al pasado y el neoyorquino Thomas Spencer recuerda su INFANCIA , de la que destaca el odio hacia su millonaria familia y hacia los que lo rodeaban, causando la desgracia a su profesora, a algunos compañeros, y a sus propios padres ya que sembró en ellos la duda y los celos hasta casi conseguir que rompieran su relación.

En la JUVENTUD se va a Londres y comienza su vida como publicista, descubre que le gusta el riesgo, la independencia, vivir al límite con todo tipo de lujos y el sabor del triunfo. Durante esta etapa triunfa en el mundo de la publicidad, extorsionando a quien se interponga en el camino trazado para lograr su objetivo; es cómplice moral de asesinatos, sin importarle nada. Vuelve a Nueva York a ver a su madre antes de morir, quien le confiesa que él fue fruto de una violación por parte de un compañero de universidad. El odio hacia su familia se acrecienta y desde entonces les hará pagar la mentira en la que ha vivido y los chantajeará durante toda su vida. Se reencuentra con Esther —compañera de estudios publicitarios— y siente atracción por la seguridad que le transmite, por lo que se propone no dejarla escapar. Mientras su vida laboral va en ascenso, su vida personal entra en decadencia, bebe, fuma, come mal y maltrata a las prostitutas con las que se acuesta, las chantajea y les ocasiona daños físicos y psíquicos irreparables. Hasta cuatro mujeres pierden la vida, instadas por él y, sin embargo no pueden nunca demostrarle ningún tipo de implicación.

En la MADUREZ, muere su padre a quien ya no consideraba como tal. Consigue que Esther se case con él (después de pedírselo más de cinco veces) mediante chantaje económico y emocional, sin importarle que no exista el amor, y que ella en realidad quiera a su hermano Jaime. Esther resulta ser clave para ampliar el negocio, pues abren una sucursal en Nueva York con un éxito tremendo. Paralelamente aumenta su sed de sexo y sadismo, y descarga sus instintos sobre todo el que no le obedezca.
Se sabe poco agraciado y disfruta dominando a mujeres jóvenes y bellas que aceptan sumisas sus deseos, a veces por dinero, siempre por miedo.

Y el DECLIVE, en el que su comportamiento sádico y maltratador con las mujeres se vuelve obsesivo, y su actitud autodestructiva también. Sabe que su mujer y su amante lo están envenenando pero no puede dejarlas; prefiere prepararlo todo para hacerles daño aun después de muerto «Gozo de antemano con su sufrimiento».

El desenlace del argumento tiene lugar UN AÑO DESPUÉS; el narrador cambia a tercera persona para informarnos de que tras meses de investigación, no han podido demostrar que se hubiese cometido ningún asesinato. Por fin, ha terminado el calvario de las mujeres que estuvieron con Thomas al final de su vida.

A todas las mujeres que han tenido relación con él les ha hecho daño; su sadismo ha ido en aumento aunque las razones para el maltrato han sido diferentes. A su madre la destroza porque la desprecia por hacerlo inferior físicamente y se aprovecha al ver que ella siente que su hijo está pagando por su falta. Ofende a su profesora simplemente porque lo amonesta; él siembra la cizaña y se quita de en medio, dejando a otros la responsabilidad de abatirla. Esta actuación sádica y cobarde es la que adopta con las amas de casa que se prostituyen para salvar a sus familias; con Lisa, a quien ayuda a drogarse; con Esther, al conocerla, a quien no libra de las falsas acusaciones; a su compañera de instituto, a la que engaña y después consigue que parezca culpable de seducirlo… Todas, buenas personas y con las que no va más allá. Es una actuación rápida —aunque siempre meticulosamente preparada—. Será después, en su periodo adulto, cuando no deje marchar a quien le interese; lleva a Yoko y a Constance a la muerte, destroza a Nataly y lo intenta con Esther, quien reaparece en su vida, y le ofrece la seguridad que no le ha dado nadie. No puede permitir que se vaya de su lado; Esther no lo quiere, pero le gusta el dinero, vivir bien, por lo que acepta llevar una vida íntima miserable a cambio de reconocimiento social y profesional. Desde ese momento Esther juega un papel parecido, es embustera, manipuladora; todo vale para salvar a los clientes, por eso se muestra cruel con la esposa de Roy Parker, Suzi, y la chantajea emocionalmente para que acepte las condiciones rastreras de su marido. Por fin Thomas encuentra alguien a su altura; el resto es un pulso entre ambos.


Interesante la novela aunque algo melodramática en ocasiones, y sobre todo, demasiado larga. Sin embargo, hay asuntos que se quedan sin resolver; la estancia en España promete un giro que no ocurrirá; al final no sabemos qué sucederá con las prospecciones petrolíferas. El contrato final con Brown y Lerman también queda poco explícito. Si estos supuestos se hubieran nombrado solamente, la novela adquiriría mayor dinamismo; a veces nos quedamos pensando en que un hecho, importante en su vida, tendrá consecuencias posteriores, pero no es así, no se vuelve a nombrar. Por el contrario, la frecuencia con que determinados asuntos —sobre todo familiares— se repiten una y otra vez, incluso con las mismas palabras, consigue cierto cansancio en su lectura. Así pues me quedo con el argumento, que me parece interesante y con la forma de escribirlo; la trama queda dilatada en exceso.

jueves, 18 de febrero de 2016

LA PASIÓN DE SER MUJER

Empecé a leer este libro con una ilusión tremenda; de hecho lo compré entusiasmada porque desde pequeña me ha gustado leer sobre los famosos. Considero que la vida de unas persona influye sobremanera en su obra, así que, una vez conozco a un autor me agrada profundizar en sus orígenes, en su manera de vivir para relacionarlo con su labor artística. He de reconocer que no siempre encuentro causalidades –no todos tienen una obra tan “autobiográfica” como Kafka o Poe–, y que en numerosas ocasiones he pensado que mejor no saber la vida de determinados genios, según el nivel de egoísmo y dureza mostrados para con el resto de los mortales. A veces incluso considero que la humanidad debería haber hecho el vacío a determinados famosos, pero así somos; nos mostramos inclementes con algunos, dejándolos morir en la miseria para encumbrarlos post mortem, mientras que somos permisivos con otros hasta convertirlos en inhumanos en vida.

Todo este preámbulo para llegar a la conclusión de que La pasión de ser mujer me ha defraudado. Ya había leído otros libros de biografías, recomiendo encarecidamente Vidas escritas de Javier Marías (1992) y, por supuesto Historias de mujeres de Rosa Montero (1995), pero éste tenía algo novedoso; para cada protagonista, de un total de doce, hay dos partes diferenciadas; en la primera, Eugenia Tusquets intenta novelar un episodio de la vida de la mujer referida y en la segunda, Susana Frouchtmann delimita el contexto real de ese episodio. Sin embargo, esta idea más que original se ha convertido con el paso de las páginas en rutinaria.

Las doce mujeres que componen La pasión de ser mujer son (fueron) excepcionales en su trabajo. Todas debieron enfrentarse a diferentes adversidades para salir adelante, por lo que todas son admirables en cuanto que destacaron por su valía en un mundo gobernado por hombres y que, según la época, ha sido especialmente cruel con la mujer. Por todo ello debemos valorar lo interesante de esas mujeres, el esfuerzo por la superación, por la reivindicación de derechos, a veces incluso desde el silencio, desde lo más hondo del ser; un esfuerzo para ellas mismas ya que no buscan fama, ni ovaciones, ni privilegios, sólo quieren ser consecuentes con aquello que les dicta su moral, que no siempre va a coincidir con la establecida socialmente. De hecho, en ocasiones han pagado un precio muy alto por el triunfo, el rechazo de determinados círculos comunitarios.

Es gratificante saber que Hedy Lamarr, una de las mujeres más bellas de todos los tiempos, antepuso su inteligencia a su físico y consiguió no sólo ser un mito erótico del cine sino aportar una serie de inventos científicos, entre ellos el espectro expandido, gracias al cual la telecomunicación y la tecnología digital experimentaron avances importantes.

Es muy satisfactorio conocer a mujeres que, como Madame de Staël se enfrentaron en el siglo XVIII a los más poderosos. Ni siquiera Napoleón, al exiliarla, consiguió hacerla cambiar de ideas feministas. Es cierto que Germaine de Staël pertenecía a la aristocracia, así que el dinero, e incluso el poder, no le faltaron y pudo crear uno de los centros literarios más importantes en Paris al tiempo que se dedicaba a la política.

María Callas constituye todo un ejemplo de superación al modelar su voz y su cuerpo hasta llegar a diva del bel canto, y todo se fue desmoronando cuando fue rechazada por Onássis, quien la sustituyó por Jackeline Kennedy.

También Pardo Bazán hubo de enfrentarse a la sociedad de principios del XX que no entendía cómo una aristócrata aprobaba ideas provocadoras del Naturalismo francés; tampoco le perdonó que defendiera la educación de la mujer, de ahí que fuera tratada incluso con desprecio por algunos de sus coetáneos.

Las novelas de Virginia Wolf adquieren más valor, si cabe, al enterarnos de su infancia en la que fue violada por sus hermanastros y después condenada a tratar con ellos hasta el final. Eran otros tiempos nada fáciles para la mujer, por lo que en estos casos no extraña que terminaran quitándose la vida.

Deslumbran mujeres que, como Raquel Meller, supieron salir de un pasado humilde y difícil para convertirse en iconos mundiales. No nos sorprende por lo tanto, incluso resulta curioso, saber que viajaba siempre exigiendo numerosas excentricidades, como si quisiera resarcirse de todo aquello que la vida le negó durante un tiempo.

Y es interesante descubrir a determinadas escritoras que, como Anaïs Nin, a pesar de llevar vidas tortuosas en las que la polémica, la inestabilidad, el inconformismo y la falta de sentimientos están presentes día a día, son capaces de escribir obras en las que reivindican una libertad absoluta para la mujer.

Me atrae especialmente el hecho de que entre estas mujeres apasionantes predominen las dedicadas a la literatura; puede ser porque el escribir haya constituido uno de los oficios más empleados por el sexo femenino.

Está claro que el lenguaje es un arma poderosa a través del cual se desvela el rechazo o la aprobación del autor ante determinados sucesos; esto provoca en el lector diferentes pulsiones que consiguen hacerlo vibrar tanto si es para ponerse a favor como en contra de lo escrito. Esto no me ha ocurrido durante la lectura de La pasión de ser mujer; yo no he sentido ese apasionamiento que deberían haber puesto las autoras al escribir el libro. Me ha dado la impresión de estar ante una obra plana, sin sobresaltos; de hecho, si se conoce la obra de la autora relatada la lectura deviene en cansada. Falta la chispa que todo libro debe tener para enganchar al lector. Apenas hay diferencia de estilo entre la parte novelada y la biográfica –a no ser por la persona narrativa–, por lo que, en ocasiones no tiene sentido la separación ya que la biográfica puede convertirse en una repetición –más exacta, eso sí– de la novela.

En la parte novelada, la tercera persona del narrador omnisciente no resulta creíble «Y no es este su caso, no puede decirse que a Mercè le esté pasando lo mismo. En absoluto. Ella nunca se ha sometido a nada ni a nadie» es todo demasiado académico, como sacado directamente de la biografía «Otro de sus bloqueos creativos; suele ocurrirle si escribe sin parar durante horas. Necesita airearse. Decide salir a la calle […] Ella está enfrascada en la plaza del Diamant, en la Gracia depauperada durante las postrimerías de la guerra civil…». Los diálogos son tan trascendentales que no resultan creíbles. A veces tenemos la sensación de estar ante la misma voz, ya sea la del narrador o la de la protagonista; incluso en la técnica del monólogo interior, más que una conciencia parece una exposición «…Su prematuro matrimonio, cuando era casi una niña, con el tío recién llegado de América, enérgico y atractivo, pero con quien rompió, por lo menos internamente, al cabo de pocos meses, ya embarazada de su único hijo» (Eugenia Tusquets) «…en octubre de 1928 se casaba con su sobrina Mercè, previa dispensa papal. Ella tenía veinte años, él catorce más. […] Nueve meses más tarde nació Jordi, su único hijo. Para entonces Mercè ya era una casada defraudada e insatisfecha. Joan no se parecía al hombre que había idealizado. (Susana Frouchtmann)»

Y no sólo he encontrado descuidos en el estilo, también la ortografía y las fechas  han sufrido algún que otro desliz: «el enlace (de Pardo Bazán) tuvo lugar con el máximo boato el 10 de julio de 1968», «…edad que entonces se consideraba sino vieja sí muy adulta», «Jamás entregué mi corazón tan enteramente que no pudiera recuperarlo cuando lo consideraba absolutamente necesario».

Asimismo creo que hay alguna que otra afirmación desafortunada por parte de nuestras autoras «No deja de ser gracioso que el escritor Juan Valera informara a doña Emilia de que la causa de la negativa era la antigüedad de los sillones de la institución, en cuyos asientos ella no cabría. Encantadora forma de ningunearla y además llamarla gorda» Si «gracioso» y «encantadora» tienen intención irónica, no ha quedado claro en el texto.


En cuanto a la pregunta final que, con motivo de Santa Teresa de Jesús, se hace Susana Frouchtmann, me atrevo a contestar que ¡por supuesto! Dentro de cinco siglos sobrevivirán las reliquias –esperemos que trocitos de cuerpo, no–, el recuerdo, la leyenda de Lennon, Michael Jackson, Elvis Presley o Jimi Hendrix entre otros, como perduran desde hace tres los de Mozart o cualquiera que constituya un mito, porque el ser humano se sentirá identificado con ellos o intentará imitarlos y, porque han dejado algo muy valioso en el campo –en este caso– de la música. Asimismo, y sin quitarle mérito a la labor religiosa y literaria de Teresa de Cepeda, hemos de tener en cuenta que la Iglesia está por medio y hará todo lo posible por mantener con vida eternamente a Teresa y a todos los demás santos. No la infravaloremos, por algo está en la cumbre del poder desde hace miles de años.

sábado, 13 de febrero de 2016

ESPERANDO A DOGGO

Acabo de terminar de leer esta novela; no conocía a su autor y no había oído nada del argumento. Alberto y Lara estaban encantados con ella y me recomendaron encarecidamente que la leyera. Así que, obediente, dejé la que tenía entre manos y una vez empecé por la primera página, no pude dejarla. Esperando a Doggo es una delicia; de hecho, ¡yo quiero un perro! (si viene acompañado de alguien como Dan tampoco estaría mal. Son la pareja perfecta).

La novela deja en el lector una sensación de felicidad inconcebible. Al analizarla encontramos que los personajes encarnan a tipos actuales y perfectamente reconocibles: el fracasado, el ambicioso, la envidiosa, la superficial, la mística, la vapuleada por la vida… Asimismo la historia es parecida a la típica comedia romántica en la que un chico es abandonado por su pareja y, tras u duro golpe, encuentra la felicidad en otro sitio. Incluso el final es predecible pues los buenos son premiados y los malos castigados. Y sin embargo la prosa de Mark B. Mills te engancha desde el principio. El autor impregna de ternura, de amistad, de amor, cada página pues encarga a Dan, el protagonista, que cuente en primera persona su historia, la de un perdedor que se ha quedado en el paro y al que, tras cuatro años de convivencia, ha abandonado su novia dejándole un perro feo del que ella se encaprichó y rescataron de la perrera: «No, no atiende a ninguna clasificación estándar. Tiene el aspecto de un perro que se ha lanzado a toda velocidad contra un muro de ladrillo y que luego ha preferido no someterse a una operación de cirugía correctiva.»

Y resulta que Dan es un treintañero con sentido del humor, es de los que intentan ver el lado bueno de las cosas y sobre todo, es buena persona. Así que, acompañado siempre de Doggo relata una historia divertida, cómica. El lector mantiene el buen humor a lo largo de la trama porque las agudezas son contenidas, sarcásticas, plenas de ironías que provocan sonrisas.

La narración es fluida, Mills aprovecha los diálogos para describir a otros personajes o contarnos algo de ellos, consiguiendo retratos bastante sugerentes pues en ellos aparecen, incluidos en un vocabulario actual y dinámico, más propio del lenguaje oral, comparaciones poéticas que enriquecen el relato:

«—Está acabado
—¿Jethro?
Jethro es el tío más guay que conozco […] fumando hierba como un carretero […] Es como un trovador de nuestros días…»

Otras veces es el propio narrador el que intenta retratarse en sus diálogos con los demás, aunque a veces ni siquiera él mismo sepa si lo ha conseguido «Me he despedido con un escueto “Bs”, lo cual supongo que ha sido una forma decorosa de decir: “No, no voy por ahí”» No le hace falta transcribir toda la conversación; el protagonista se centra en lo importante y nos desvela lo que interesa, de esta manera consigue una agilidad fantástica en la exposición y al mismo tiempo no pierde entre asperezas la comicidad, rasgo que potencia con cualquier recurso, como la analepsis; mediante recuerdos selectivos puede resaltar sólo lo fundamental, lo necesario para que nos hagamos una idea de cómo era y contrarrestar así su proceso evolutivo al lado del perro.

La narración discurre de manera espontánea, de ahí que pase de un hecho a otro sin ningún tipo de intermedio, sin poner al lector aparentemente en situación; le basta un adverbio, a veces, para cambiar de suceso, de espacio, de tiempo y de personajes. Con estas alteraciones, abruptas y repentinas el narrador se permite contar aquello que nos sirve exclusivamente para ayudarnos a formar una idea de cómo son los personajes; es decir, los sucesos son meras excusas para retratar la galería de individuos que conforman nuestra sociedad moderna, un tanto estresada, un tanto superficial (la ropa se tiñe, al cabello «se le da color»), pero repleta de buenas intenciones, porque, debajo de las ironías y los sarcasmos, se percibe sobre todo una confianza ciega en el ser humano:

«—¿Por qué?
—Porque era un escéptico y muchas de mis teorías son muy… –Busca la palabra–.
—¿Escépticas? –apunto
—¡Vamos, vamos! –dice– Menos guasa
Y por supuesto, esa confianza, ese cariño a los demás deviene en un amor absoluto hacia los animales
«—¡Lo ha hecho! Lo único que le he dicho ha sido: “Llévale esto a Dan”
Me sorprende y emociona
—Sabe mi nombre
—Sabe dónde se guardan los Choco Drops –masculla Edie–»

Pero no todo va a ser mérito de la narración, en realidad esa historia, en principio tópica, deviene en original al exponer la relación que surge entre el hombre y el animal, cómo ambos se van adaptando entre sí, al principio con reservas

«—Eh, Doggo, acabas de hacer un amigo.
Alargo una mano y en un primer momento me pregunto si lo que oigo es el sonido del tráfico, pero es el murmullo sordo de un gruñido que me advierte que guarde las distancias»

hasta terminar siendo un pilar fundamental en la vida del compañero

«No se limita a observar desde el otro lado de la sala, sino que me clava la mirada y, aunque es una mirada carente de expresión, difícil de interpretar, hay algo especialmente tenso, casi amenazador, en la postura de sus hombros. Esbozo una leve sonrisa. Ni se inmuta. Permanece inmóvil, como una estatua, mi conciencia, mi guía…, mi ángel de la guarda».

La relación entre Dan y Doggo va más allá de la camaradería, amor o lealtad; los protagonistas de esta historia experimentan durante el tiempo que pasan juntos algo similar a lo que les ocurrió a don Quijote y Sancho. Salvando las distancias, Dan se va Doggicizando al ver más allá del físico de su compañero. De ahí que si en un principio se muestra reticente ante el animal y lo rechaza: «Clara tenía razón: es pequeño y, a pesar de sus esfuerzos por fingir lo contrario, es feo», una vez Doggo forma parte constante de su vida lo quiere porque, entre otras razones, Doggo lo hace sentirse importante: «Se comporta como si […] no pudiera permitirse el lujo de meter la pata por temor a decepcionar a la multitud que lo venera […] Sus miradas fugaces me conmueven; ponen de manifiesto una confianza en mí que no había sentido hasta la fecha…»

Incluso hombre y perro llegan a confundirse en los diálogos que Dan mantiene sobre Doggo con los de la oficina:

«—Ahora, él asociará morder a Megan con un premio
—¿Eso crees?
Cuando otro Choco Drop desaparece entre los dientes de Doggo, Edie por fin lo pilla.
—No tenía ni idea de que fueras tan perverso.
—Ha sido en legítima defensa, su señoría. Empezó ella.»

Por su parte Doggo se va humanizando hasta que es tratado como ser humano no sólo por Dan sino por todos los que lo conocen «Sus delirios de grandeza son más comprensibles desde que en la oficina se corrió la voz de su extraña obsesión por Jennifer Aniston.»

Llegados a este punto, me atrevería a afirmar que Esperando a Doggo es una novela contemporánea de aprendizaje puesto que el protagonista va formando su personalidad a través de las aventuras (o sucesos, no vamos a exagerar) por las que va pasando. Y el detonante que saca todo su carácter es Doggo; el perro lo convierte en alguien que se plantea la justicia e intenta incluso vengarse ante un oprobio.

Dan se va convirtiendo en alguien sagaz a quien no le hace falta la fuerza para vencer a los bravucones sino que es capaz de derrumbarlos con ironía.


Dan, a través de Doggo deviene en un ser tierno, sincero y, sobre todo, más humano. Y Doggo alcanza una dimensión que se acerca a lo espiritual «—¿Listo para conocer a mi verdadero padre –pregunto–. Parece intrigado, casi impaciente, y, si él está dispuesto, yo también» Está bien leer algo divertido y que, por una vez, olvidemos el lobo que subyace en el hombre para quedarnos con la ternura que todos guardamos dentro.

sábado, 30 de enero de 2016

LOS CAPRICHOS DE LA SUERTE

He terminado de leer esta última novela de Pío Baroja. Acaba de ver la luz por primera vez. Los caprichos de la suerte pertenece a la trilogía Las saturnales, pero Baroja sólo publicó Miserias de la guerra y El cantor vagabundo. Quizás no pudo publicar este título debido a que murió en 1956, o puede que no quedara satisfecho. No lo sé; en cualquier caso asumí con gusto la lectura y debo confesar que mi opinión sobre ella no se ha formado hasta que la he vuelto a leer para analizarla; de hecho dudo de si encuadrarla en el género novelesco pues, aunque tiene características de novela, no contiene acción y el argumento se queda en los hechos pero no desarrolla el texto; a veces podemos incluso encontrar un capítulo sin resolver. El protagonista, Luis Goyena y Elorrio, natural de un pueblo de Guipúzcoa, se traslada a Madrid al comenzar la guerra civil para ejercer de periodista. Cuando parecía que la contienda iba a terminar y, por miedo a posibles delaciones, decidió salir de la capital, así que, gracias a un amigo militar se hizo con un documento falso que le permitió llegar a París y de allí a Buenos Aires.

Ya está, no tiene ninguna peripecia, no hay antagonistas que dificulten sus propósitos, ningún acontecimiento complica su actividad. Sólo sus opiniones, a través del narrador, y diálogos con otros personajes nos informan del ambiente general de la guerra española. De hecho, son estos diálogos los que impiden incluir el libro en una crónica de la época.

La novela está estructurada en seis partes, cada una de ellas dividida a su vez en capítulos. El narrador, en tercera persona, externo al relato, va contando lo que le sucede a Elorrio, cómo el destino le va siendo favorable en todo momento, de ahí que no haya conflicto en el relato. El narrador describe lugares y personajes que Elorrio se encuentra desde Madrid hasta Valencia, y después, una vez llega a París, halla la excusa perfecta para contraponer costumbres entre los dos países, pues Elorrio va encontrando a distintas personas que vienen de España o tienen noticias recientes, eventos que le permiten exponer diferentes reflexiones filosóficas mediante las que el lector asiste a su evolución existencial.

Lo que más llama la atención es la cantidad de cancioncillas tradicionales que aparecen, tanto españolas como francesas; algo que nos lleva a aquel periodo, pues a principios del XX eran usuales entre el pueblo las burlas hacia personajes conocidos, cantadas una y otra vez hasta que formaban parte de la cultura popular «Por todas partes se oía este canto con un ritmo pesado y triste:
A las puertas de Madrid,
lo primero que se ve
son milicianos de pega
sentados en el café»

El disfraz, un tanto ingenuo, también formó parte de la época para todos aquellos que, en algún momento, quisieron salir o entrar de donde el destino los había enclavado al empezar esta revolución «…no sólo se cortó el pelo, sino que se lo tiñó de negro y disimuló sus ojos poniéndose gafas de cristales obscuros […] en ese tiempo la población madrileña sufrió de repente una epidemia de oftalmias y conjuntivitis…». Por supuesto, este disfraz iba amparado, además, en la noche: «El tiempo no era bueno para la fuga […] pero ya entonces todo iba tomando una obscuridad protectora».

Mientras huye de Madrid, Elorrio siempre va con algún acompañante que, bien encuentra por el camino, bien coincide con él en pensiones de los lugares por donde va pasando. Esto permite ir elaborando una descripción detallada de la naturaleza española, fauna, flora, costumbres, sobre todo del campo, y, por supuesto, posibilita un vocabulario lleno de tecnicismos, relacionados en su mayoría con el campo y la cotidianeidad del momento, por lo que, a veces, nos encontramos con términos que presentan alguna dificultad de comprensión: tomizas, lacértido, correo neumático o con otros ya en desuso: aguardillado, nerviosidad, lagoterías.

Asimismo llama la atención la diferencia entre la sintaxis de la época con la actual, ya que en algunos momentos tenemos la impresión de estar ante incorrecciones: «El médico recordaba de una señora que…» «estos gerifaltes comunistas se ponen contra mí…» «Corrían una porción de rumores…».

Curiosos también determinados significantes empleados entonces que ahora estarían mal vistos, como llamar a los hombres homosexuales «invertidos» mientras que las mujeres eran «lesbianas».

Sin embargo en otras ocasiones el encuentro con alguien es motivo simplemente para comentar algún dicho, o para contar algún suceso de la guerra que, por supuesto, podría haber ocurrido realmente, pero que no aporta nada al argumento «corrían una porción de rumores alicortos. Se decía que no se podían tomar productos medicinales del calcio porque estaban envenenados. No se comprendía para qué».

En París, Elorrio se encuentra con Gloria, una mujer joven, casada, que estaba allí sin su marido. Gloria es uno de los pocos personajes que se mantiene hasta el final de la novela aunque su papel en ella sea sólo para hablar a veces con el protagonista, quien termina pidiéndole matrimonio; sin embargo ella no acepta, así que cada uno resuelve su vida en una parte distinta del mundo.

En realidad, creo que todo el libro es una reflexión del autor sobre la guerra, las brutalidades que se comente en ella y sus consecuencias como el egoísmo, la falta de humanidad, el endurecimiento de las personas y la soledad.

Además Pío Baroja, no podía ser de otra manera, aventura una curiosa teoría de por qué en esa primera mitad del siglo XX no habías buenas novelas (¡Qué diría Cela si pudiera!), llegando a la conclusión de que el ambiente externo, el que rodea al escritor es fundamental.

«—¿Pero es que los autores modernos son medianos o es que el público no los quiere porque no los necesita? —preguntó Evans. —Yo creo que es por las dos cosas. La novela necesita misterio. No hay misterio.»

Los caprichos de la suerte es una singular reflexión sobre el destino del hombre y su realización plena que, por supuesto, siempre estará lejos de la barbarie; no importa dónde haya nacido nadie, importa la ilusión que tenga.


Pues sí, estoy de acuerdo con el autor.

domingo, 17 de enero de 2016

EL MISTERIO DE LA CRIPTA EMBRUJADA


Acabo de leer la primera novela de la saga protagonizada por el detective más estrambótico de la literatura española. No hace mucho comenté aquí la última, (esperemos que por ahora) El secreto de la modelo extraviada, por lo que no me voy a extender en rasgos estilísticos de Eduardo Mendoza, ya que son de sobra conocidos y además los destaqué en otros momentos. Pero El misterio de la cripta embrujada no la tenía; mi hermana se acordó y me la ha prestado. Así pues, he leído al final la que fue escrita para inaugurar la serie. Lo he pasado igual de bien que con el resto; además me ha hecho reflexionar sobre una serie de rasgos del protagonista que, con el paso de las aventuras, se han convertido en definitivos y definidores de su personalidad:

1º No tiene nombre. Esta falta de identidad, reforzada por el doctor Sugrañes o el comisario Flores que se refieren a él como el susodicho, esta perla, el interfecto, este personaje, el ejemplar o, ya la vino sufriendo, por su madre, desde el momento en que nació «El día de mi bautizo, e ignorante como era, se empeñó a media ceremonia en que yo tenía que llamarme Loquelvientosellevó […] La discusión degeneró en trifulca […] Pero esto es ya otra historia…» Frente a él, la identidad del resto de personajes va marcada, casi en su totalidad, de forma irónica, por el nombre: su hermana prostituta Cándida, el comisario Flores, el jardinero Cagomelo Purga, el dentista Sobobo Cuadrado…

2º La relación distante que tiene con su hermana no impide que la quiera, tal y como demuestra en sus descripciones, que van desde el ridículo hasta la pena más honda «Hola Cándida […] Tenía, por el contrario, la frente convexa y abollada, los ojos muy chicos, con tendencia al estrabismo […] De su cuerpo ni que hablar tiene: siempre se había resentido de un parto, el que la trajo al mundo, precipitado y chapucero, acaecido en la trastienda de la ferretería donde mi madre trataba desesperadamente de abortarla y de resultas del cual le había salido el cuerpo trapezoidal…»

3º Utiliza el disfraz a menudo, pero siempre hecho con lo que encuentra a mano por muy absurdo que sea, lo que le confiere una imagen grotesca que, habitualmente complementa con un nombre falso «hube de conformarme con unas hilas de algodón en rama no demasiado sucias, con las que y mediante un cordelito compuse una barba larga y patriarcal que no sólo dificultaba mi identificación, sino que me confería un aspecto respetable y aun imponente»

4º Otras veces la técnica que usa para conseguir lo que quiere es tan disparatada que recuerda a los detectives del tebeo; de hecho, las situaciones penosas por las que atraviesa no podrían suceder en la realidad; al menos no nos enteraríamos de ellas con una sonrisa o una carcajada «—Pues voy a hacer con él croquetas Findus— se jactó el perdonavidas. Y cogiendo por el gollete una botella de vino vacía, la estrelló contra el mostrador de mármol, clavándose en la mano los cristales y sangrando con profusión.
     —¡Mierda! –exclamó–. En las películas siempre sale bien…»

5º El vocabulario empleado por nuestro protagonista es variadísimo; de hecho da muestras de ser una persona culta pues cambia de registro según con quién esté, así se mueve con total normalidad bien con un léxico vulgar, bien con uno culto y preciso, usando a veces palabras anticuadas o en desuso: convoluto, jamba, oblongo, afeites, alcorques, traje talar… Esto le confiere un punto aún más desequilibrado, pues, como él mismo confiesa, nunca ha estudiado.

6º Empieza su aventura en unas condiciones malísimas que se van volviendo pésimas porque no llega a superarlas, sino que empeoran paso a paso «Emprendieron la marcha sin darme ocasión a ducharme»

7º Las circunstancias por las que pasa van desde lo desagradable a lo repulsivo y, sin embargo, en ningún momento le obstaculizan seguir con su propósito «…estaba algo agrio de sabor y baboso de textura»

8º Asimismo, siempre sale del manicomio para ayudar, supuestamente, a la policía y, supuestamente, con la aprobación del doctor Sugrañes, pero termina enredándose en diferentes altercados que hacen de él otro perseguido por las autoridades «No tiene nada que temer de mí. Soy un exdelincuente, libre sólo desde ayer. Me busca la policía para encerrarme otra vez en el manicomio…»

Me atrevería a afirmar que El misterio de la cripta embrujada inauguró, en 1979, un subgénero narrativo sin parangón: novela humorística, por supuesto, tal como ha quedado probado en los ejemplos arriba mencionados; novela negra, ya que el crimen y las pesquisas para descubrirlo son el eje de la historia, aunque los métodos no sean del todo ortodoxos y, en ocasiones, nos recuerden a los usados en cómics infantiles, como he dicho antes; no hemos de pasar por alto la picaresca, ya que el protagonista, residente de un psiquiátrico, tiene puntos en común con aquellos que poblaron la literatura aurisecular; todos ellos sirven a varios amos, en este caso al comisario Flores, que lo saca del manicomio para que resuelva un caso ante el que él se siente impotente; el policía actúa con mayor despotismo del que, en su día, tuvo el ciego hacia Lázaro, pues Flores no le ofrece a cambio de sus servicios ni comida, ni techo, ni nada. El otro amo a quien debe obedecer si no quiere sufrir las consecuencias en su encierro psiquiátrico es el doctor Sugrañes, un moderno dómine Cabra dispuesto a descargar su odio sobre aquellos inadaptados que, como nuestro protagonista, pertenecen a la clase social más baja, la de quienes no tienen nada, ni oficio, ni nombre, ni posesiones, ni vida propia, aquellos que deben usar el ingenio para sobrevivir pues la sociedad les ha negado todo lo necesario para sentirse personas; los utiliza cuando conviene y los retira si molestan. Nuestro lazarillo debe, asimismo, obedecer a la Iglesia, aquí encarnada en las madres Lazaristas –nombre irónico, por cierto–, que calla y consiente todos los desmanes siempre que ella salga beneficiada.

Por todo ello podemos afirmar que nos encontramos ante una novela satírica. Eduardo Mendoza clava dardos certeros a todas las instituciones que, a pesar de tener que velar por los ciudadanos, utilizan sus medios y su influencia para beneficiarse personal o profesionalmente.

Una vez que el protagonista sale del centro y, como los pícaros, debe vagar por las calles de la ciudad para solventar el caso sin dañar su propia integridad, el autor aprovecha para describir la realidad de una ciudad esplendorosa, grande, Barcelona, que sin embargo esconde en sus barrios deprimidos suciedad, dolor, miseria y fraudes. Asimismo, con una visión de futuro certera o una pasmosa lucidez, previó el golpe de estado que casi dos años después tuvo lugar en España: «No creo, por lo demás, que los cambios que recientemente han sobrevenido a nuestra sociedad  sean duraderos. Tarde o temprano, los militares harán que todo vuelva a la normalidad.»

El punto de vista de la narración es único, el del protagonista principal que, bajo su desequilibrio mental esconde la lucidez suficiente para darse cuenta de que las propias familias de las niñas desaparecidas estaban implicadas en el caso. Curiosamente es quien percibe que las alumnas han debido desaparecer sin salir del colegio; y curiosamente, el narrador realiza casi todos sus movimientos amparado en la noche, que potencia el aspecto lúgubre de la situación pues, según órdenes policiales, debe resolver unas misteriosas desapariciones del internado de las hermanas lazaristas, ocurridas con seis años de diferencia, pero no dispondrá de credencial alguna ni ayuda de nadie; sólo obtendrá la libertad del sanatorio en el que está recluido.

Al enterarse su hermana Cándida le razona que no debe implicarse en nada pues, dada su situación negligente, es en el Centro donde únicamente puede disponer de ciertas comodidades «Vuelve al manicomio: techo, cama y tres comidas diarias, ¿qué más quieres?» Triste consejo, y premonitorio, ya que cuando, pese a haber resuelto los casos de corrupción, le niegan la independencia, acepta la decisión médica y policial casi aliviado al pensar que «podría darme una ducha y, ¿quién sabe?, tomarme una Pepsi-Cola si el doctor Sugrañes no estaba enojado conmigo por haberle metido en la aventura del funicular…»


Sátira social para denunciar el determinismo feroz que planea sobre algunos ciudadanos. ¡Fantástica!


viernes, 8 de enero de 2016

HOMBRES DESNUDOS

El premio Planeta 2015 no decepciona. Aunque creo que no pasará a la historia como una de las obras cumbre de la Literatura se lee con facilidad; esto es lo que tiene nuestra sociedad capitalista, que algunos artistas logran el enganche inmediato del público y viven gracias a su arte, en determinados casos hasta muy bien, y otros que, por circunstancias diversas, malviven a pesar de su obra. No quiero que se malinterprete mi intención, que no es otra que dejar constancia del mal reparto de premios, pero el arte, aunque tiene unas normas, es en gran medida subjetivo, por eso los resultados no contentan a todos por igual. He empezado con esta pequeña digresión porque conforme leía la novela pensaba que la vida es injusta, no nos trata con el mismo rasero a todos, a veces he llegado a vislumbrar cierto determinismo y otras un existencialismo; y es que en el fondo creo que es una novela filosófica: «Todo acto tiene consecuencias, y esas consecuencias generan nuevas consecuencias. Si optas por no actuar da lo mismo, las omisiones también generan consecuencias. Y así hasta que te mueres. El primer error que comete el ser humano es no suicidarse en cuanto alcanza un mínimo uso de razón.»

Hombres desnudos es una novela actual y, sin embargo contiene temas atemporales como la lucha de clases, el sexo o el amor, temas que enganchan a la mayoría. Si a esto unimos el lenguaje algo canallesco, de barrio, el éxito está garantizado. Esta fórmula no falla, de hecho en 1609, Lope de Vega la defendió ante la Academia:

«…y cuando he de escribir una comedia,
encierro los preceptos con seis llaves,
saco a Terencio y a Plauto de mi estudio
para que no me den voces, […]
y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron
porque como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.»

Esto es lo que ha hecho, y bastante bien, Alicia Giménez Bartlett, escribir para el pueblo, y al pueblo le ha gustado, porque, si es cierto que el protagonista es un perdedor, que el coprotagonista es otro perdedor que además pertenece al lumpen, también lo es que son portadores de unos valores de los que carecen las antagonistas de la clase alta, quienes, por lo tanto, terminan peor. El lector experimenta una catarsis que lo deja en paz consigo mismo. No importa el trágico final, la empatía es tal que aun segregamos jugos gástricos al leer el suculento desayuno del que los protagonistas disfrutan. Incluso la nota periodística es irrelevante, a no ser para dejar patente de forma sarcástica, el fatalismo que envuelve a la sociedad y al ser humano.

Y ya en la trama, será el filósofo del grupo, Iván, el único que se da cuenta de que para subsistir en condiciones hay que tener contento al que paga. Todo se reduce a eso; sólo así, sin más implicaciones, podrá vivir bien. Pero Javier quiere más, aspira a que, en un momento determinado, la barrera existente entre los privilegiados y los pelagatos se rompa y de los escombros surja un locus amoenus en el que todos vivan en armonía; no se da cuenta de que es imposible que se rocen siquiera ambas clases. Eso pertenece al mundo de los sueños.

Trasfondo duro, como todo el que rodea a la crisis de un país, pues a las desgracias usuales de una persona hay que añadir la humillación de sentirse inútil, el desasosiego al no poder hacer frente a los gastos primordiales y el desconsuelo de no importarle a nadie, de ser un parásito molesto del que todos se quieren librar.

Hombres desnudos es la historia de cuatro personajes de distinto origen y condición social que tienen como punto en común la soledad. Vidas en principio totalmente distintas que, por circunstancias casuales, se entrecruzan hasta que casi se confunden, momento en el que habrá que retomar posiciones y volver cada uno a su lugar.

Javier es un idealista de clase media, profesor de literatura, de buenas intenciones pero poco combativo; aspira a ser feliz y para ello se contenta con poco, tener tiempo para leer y estar junto a Sandra, su novia, quien lo acepta hasta que Javier se queda en paro. La necesidad de dinero hace que Sandra inste a Javier a buscar cualquier cosa, pero en el fondo, cualquier cosa no vale, así que lo deja; sólo se preocupará de él Iván, un estríper perteneciente al sector social más deprimido, abandonado y maltratado por unos padres drogadictos, criado por su abuela hasta que decide vivir bien sin importarle nada más, esto lo consigue porque nunca se olvida de que pertenece al estrato más débil, por lo que se protege constantemente bajo una apariencia dura, grosera, insensible, que esconde, en el fondo, un gran sentido de la amistad y la honestidad.

Genoveva es una mujer madura, irresponsable, sin ningún valor moral y para encubrir esa forma de ser vacía se viste con un escudo feminista que no es más que eso, pura fachada, pues en ningún momento piensa trabajar o renunciar a la sustanciosa pensión de un exmarido que le permite llevar un ritmo de vida desmedido.

Irene es una reprimida, sin personalidad, que siempre ha acatado las órdenes de su padre hasta que descubre el placer de ser ella quien ordene y los demás obedezcan al momento; se siente pletórica, cómoda; sin embargo llega demasiado lejos y no sabe cómo canalizar todo el rencor acumulado.

La narración es fluida, las expresiones son coloquiales, pertenecen al lenguaje oral, lo que facilita ir uniendo, sin interrupción, los diálogos con monólogos interiores y autorreflexiones; esto permite que el lector sea consciente de las incongruencias de los personajes que no son otras que las propias del ser humano: «Tengo amigos en el mariconeo y son la hostia de graciosos y de buena gente. Pero si el show fuera para maricas, por mucho que me pagaran el oro y el moro, no saldría en él».

Todo se interpone en la narración, el humor en las situaciones graves «¿Que no tiene gracia para bailar?; ahora soy yo el que se queda flipado […] ¿se cree que tiene que actuar en un ballet o algo así? […] El tema es que muevas la polla adelante y atrás»; los sentimientos de Javier en boca de Iván «Es como si todo el mundo te dijera en la cara que eres una puta mierda sin tener tú la culpa de nada. Es como si te dijeran que te aprovechas de los demás […] porque al final te entra el complejo de mantenido»; el propio sentir de Iván en el pensamiento de Javier «Cuidado con lo que digo […] Tampoco puedo decirle que sus compañeros danzantes, esos del buen rollo, me ponen los pelos de punta sólo con verlos y que me cambiaría de asiento en un autobús con tal de no tenerlos al lado»; y el pensamiento de Sandra en el de Javier «Desea con fervor que me den ese trabajo porque lo habría obtenido gracias a su mediación y eso le daría cierto poder sobre mí.» De hecho Sandra, a pesar de ser un personaje secundario es portadora de los prejuicios típicos de un gran sector social, por eso, cuando Javier decide actuar como estríper, vaticina la ruptura de su relación «Estarás fuera de tu ambiente, de la vida que viven las personas normales.»

La historia que se plantea en Hombres desnudos es una sátira de la realidad, los personajes son absolutamente creíbles, verosímiles, por lo que incluyen a esta novela dentro del Realismo crítico. En sus reflexiones podemos analizar el sufrimiento de las personas, la ironía al vislumbrar una falsa libertad, y llegar a la conclusión de que el título no se refiere sólo a los hombres, tal como pretende Irene, sino que expone el plural generalizador de un ser humano exento de voluntad: «¡Pobres hombres desnudos de voluntad propia! siempre embarcados en las gestas que el mundo ha creado para ellos […] soy muy feliz. Cuando algo me atormenta tomo una raya de cocaína. No dependo de nadie. Todo está en mis manos. Tengo poder». Pero es una novela, pertenece a la ficción, por eso lo que le da fuerza, lo que consigue enganchar al lector, es la relación tópica entre Iván y Javier, dos personajes de mundos diferentes pero con iguales sentimientos; dos piezas que luchan por encajar en el puzle social ocasionando situaciones entrañables o humorísticas dentro de unas condiciones duras, deprimentes «…si llegamos a tener una conversación larga de sobremesa me habría martirizado “¡Yo un prostituto, qué horror, que inmoralidad!” […] mientras íbamos a la fiesta me dio un coñazo salvaje “—¡Ostras, Iván, creo que no voy a ser capaz!” […] Yo, ni puto caso; a lo mío […] Ahí me planté […] paré el coche delante de una casa muy grande con jardín donde había un perro que se puso a ladrar a tope […] Le pasé una rayita de farlopa […] Yo me casqué otra, y porque el material vale tan caro, si no, de buena gana […] le habría soplado un poco de nieve al hijoputa del perro en los mismo morros, a ver si se quedaba flipando y dejaba de tocar los cojones, el gilipollas».

Dos personajes que triunfan en el sueño pero que, en la realidad sólo les queda una opción «¡Pues aguantar, tío, aguantar y seguir adelante como todo el mundo!»