Acabo de leer la
primera novela de la saga protagonizada por el detective más estrambótico de la
literatura española. No hace mucho comenté aquí la última, (esperemos que por
ahora) El secreto de la modelo extraviada, por lo que no me voy a
extender en rasgos estilísticos de Eduardo Mendoza,
ya que son de sobra conocidos y además los destaqué en otros momentos. Pero El misterio de la cripta embrujada no la tenía; mi hermana se acordó y me
la ha prestado. Así pues, he leído al final la que fue escrita para inaugurar
la serie. Lo he pasado igual de bien que con el resto; además me ha hecho
reflexionar sobre una serie de rasgos del protagonista que, con el paso de las
aventuras, se han convertido en definitivos y definidores de su personalidad:
1º No tiene nombre. Esta falta de identidad,
reforzada por el doctor Sugrañes o el comisario Flores que se refieren a él
como el susodicho, esta perla, el
interfecto, este personaje, el ejemplar o tú, ya la vino sufriendo, por su madre, desde el momento en que
nació «El día de mi bautizo, e ignorante
como era, se empeñó a media ceremonia en que yo tenía que llamarme
Loquelvientosellevó […] La discusión degeneró en trifulca […] Pero esto es ya
otra historia…» Frente a él, la identidad del resto de personajes va
marcada, casi en su totalidad, de forma irónica, por el nombre: su hermana
prostituta Cándida, el comisario Flores, el jardinero Cagomelo Purga, el
dentista Sobobo Cuadrado…
2º La relación distante que tiene con su hermana
no impide que la quiera, tal y como demuestra en sus descripciones, que van
desde el ridículo hasta la pena más honda «Hola
Cándida […] Tenía, por el contrario, la frente convexa y abollada, los ojos muy
chicos, con tendencia al estrabismo […] De su cuerpo ni que hablar tiene:
siempre se había resentido de un parto, el que la trajo al mundo, precipitado y
chapucero, acaecido en la trastienda de la ferretería donde mi madre trataba
desesperadamente de abortarla y de resultas del cual le había salido el cuerpo
trapezoidal…»
3º Utiliza el disfraz a menudo, pero siempre hecho
con lo que encuentra a mano por muy absurdo que sea, lo que le confiere una
imagen grotesca que, habitualmente complementa con un nombre falso «hube de conformarme con unas hilas de
algodón en rama no demasiado sucias, con las que y mediante un cordelito
compuse una barba larga y patriarcal que no sólo dificultaba mi identificación,
sino que me confería un aspecto respetable y aun imponente»
4º Otras veces la técnica que usa para conseguir
lo que quiere es tan disparatada que recuerda a los detectives del tebeo; de
hecho, las situaciones penosas por las que atraviesa no podrían suceder en la
realidad; al menos no nos enteraríamos de ellas con una sonrisa o una carcajada
«—Pues voy a hacer con él croquetas
Findus— se jactó el perdonavidas. Y cogiendo por el gollete una botella de vino
vacía, la estrelló contra el mostrador de mármol, clavándose en la mano los
cristales y sangrando con profusión.
—¡Mierda!
–exclamó–. En las películas siempre sale bien…»
5º El vocabulario empleado por nuestro
protagonista es variadísimo; de hecho da muestras de ser una persona culta pues
cambia de registro según con quién esté, así se mueve con total normalidad bien
con un léxico vulgar, bien con uno culto y preciso, usando a veces palabras
anticuadas o en desuso: convoluto, jamba,
oblongo, afeites, alcorques, traje talar… Esto le confiere un punto aún más
desequilibrado, pues, como él mismo confiesa, nunca ha estudiado.
6º Empieza su aventura en unas condiciones
malísimas que se van volviendo pésimas porque no llega a superarlas, sino que
empeoran paso a paso «Emprendieron la
marcha sin darme ocasión a ducharme»
7º Las circunstancias por las que pasa van desde
lo desagradable a lo repulsivo y, sin embargo, en ningún momento le
obstaculizan seguir con su propósito «…estaba
algo agrio de sabor y baboso de textura»
8º Asimismo, siempre sale del manicomio para
ayudar, supuestamente, a la policía y, supuestamente, con la aprobación del
doctor Sugrañes, pero termina enredándose en diferentes altercados que hacen de
él otro perseguido por las autoridades «No
tiene nada que temer de mí. Soy un exdelincuente, libre sólo desde ayer. Me
busca la policía para encerrarme otra vez en el manicomio…»
Me atrevería a afirmar
que El misterio de la cripta embrujada
inauguró, en 1979, un subgénero narrativo sin parangón: novela humorística, por
supuesto, tal como ha quedado probado en los ejemplos arriba mencionados;
novela negra, ya que el crimen y las pesquisas para descubrirlo son el eje de
la historia, aunque los métodos no sean del todo ortodoxos y, en ocasiones, nos
recuerden a los usados en cómics infantiles, como he dicho antes; no hemos de
pasar por alto la picaresca, ya que el protagonista, residente de un
psiquiátrico, tiene puntos en común con aquellos que poblaron la literatura
aurisecular; todos ellos sirven a varios amos, en este caso al comisario
Flores, que lo saca del manicomio para que resuelva un caso ante el que él se
siente impotente; el policía actúa con mayor despotismo del que, en su día,
tuvo el ciego hacia Lázaro, pues Flores no le ofrece a cambio de sus servicios
ni comida, ni techo, ni nada. El otro amo a quien debe obedecer si no quiere
sufrir las consecuencias en su encierro psiquiátrico es el doctor Sugrañes, un
moderno dómine Cabra dispuesto a descargar su odio sobre aquellos inadaptados
que, como nuestro protagonista, pertenecen a la clase social más baja, la de
quienes no tienen nada, ni oficio, ni nombre, ni posesiones, ni vida propia,
aquellos que deben usar el ingenio para sobrevivir pues la sociedad les ha
negado todo lo necesario para sentirse personas; los utiliza cuando conviene y
los retira si molestan. Nuestro lazarillo debe, asimismo, obedecer a la
Iglesia, aquí encarnada en las madres Lazaristas –nombre irónico, por cierto–,
que calla y consiente todos los desmanes siempre que ella salga beneficiada.
Por todo ello podemos
afirmar que nos encontramos ante una novela satírica. Eduardo Mendoza clava
dardos certeros a todas las instituciones que, a pesar de tener que velar por
los ciudadanos, utilizan sus medios y su influencia para beneficiarse personal
o profesionalmente.
Una vez que el
protagonista sale del centro y, como los pícaros, debe vagar por las calles de
la ciudad para solventar el caso sin dañar su propia integridad, el autor
aprovecha para describir la realidad de una ciudad esplendorosa, grande,
Barcelona, que sin embargo esconde en sus barrios deprimidos suciedad, dolor,
miseria y fraudes. Asimismo, con una visión de futuro certera o una pasmosa
lucidez, previó el golpe de estado que casi dos años después tuvo lugar en
España: «No creo, por lo demás, que los
cambios que recientemente han sobrevenido a nuestra sociedad sean duraderos. Tarde o temprano, los
militares harán que todo vuelva a la normalidad.»
El punto de vista de la
narración es único, el del protagonista principal que, bajo su desequilibrio
mental esconde la lucidez suficiente para darse cuenta de que las propias
familias de las niñas desaparecidas estaban implicadas en el caso. Curiosamente
es quien percibe que las alumnas han debido desaparecer sin salir del colegio;
y curiosamente, el narrador realiza casi todos sus movimientos amparado en la
noche, que potencia el aspecto lúgubre de la situación pues, según órdenes
policiales, debe resolver unas misteriosas desapariciones del internado de las
hermanas lazaristas, ocurridas con seis años de diferencia, pero no dispondrá
de credencial alguna ni ayuda de nadie; sólo obtendrá la libertad del sanatorio
en el que está recluido.
Al enterarse su hermana
Cándida le razona que no debe implicarse en nada pues, dada su situación
negligente, es en el Centro donde únicamente puede disponer de ciertas
comodidades «Vuelve al manicomio: techo,
cama y tres comidas diarias, ¿qué más quieres?» Triste consejo, y
premonitorio, ya que cuando, pese a haber resuelto los casos de corrupción, le
niegan la independencia, acepta la decisión médica y policial casi aliviado al
pensar que «podría darme una ducha y,
¿quién sabe?, tomarme una Pepsi-Cola si el doctor Sugrañes no estaba enojado
conmigo por haberle metido en la aventura del funicular…»
Sátira social para
denunciar el determinismo feroz que planea sobre algunos ciudadanos.
¡Fantástica!
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