He terminado de leer
esta última novela de Pío Baroja. Acaba de ver la luz por primera vez. Los
caprichos de la suerte pertenece a la trilogía Las saturnales, pero Baroja sólo publicó Miserias de la guerra y El
cantor vagabundo. Quizás no pudo publicar este título debido a que murió en
1956, o puede que no quedara satisfecho. No lo sé; en cualquier caso asumí con
gusto la lectura y debo confesar que mi opinión sobre ella no se ha formado
hasta que la he vuelto a leer para analizarla; de hecho dudo de si encuadrarla
en el género novelesco pues, aunque tiene características de novela, no
contiene acción y el argumento se queda en los hechos pero no desarrolla el
texto; a veces podemos incluso encontrar un capítulo sin resolver. El protagonista,
Luis Goyena y Elorrio, natural de un pueblo de Guipúzcoa, se traslada a Madrid
al comenzar la guerra civil para ejercer de periodista. Cuando parecía que la
contienda iba a terminar y, por miedo a posibles delaciones, decidió salir de
la capital, así que, gracias a un amigo militar se hizo con un documento falso
que le permitió llegar a París y de allí a Buenos Aires.
Ya está, no tiene
ninguna peripecia, no hay antagonistas que dificulten sus propósitos, ningún
acontecimiento complica su actividad. Sólo sus opiniones, a través del
narrador, y diálogos con otros personajes nos informan del ambiente general de
la guerra española. De hecho, son estos diálogos los que impiden incluir el
libro en una crónica de la época.
La novela está
estructurada en seis partes, cada una de ellas dividida a su vez en capítulos.
El narrador, en tercera persona, externo al relato, va contando lo que le
sucede a Elorrio, cómo el destino le va siendo favorable en todo momento, de
ahí que no haya conflicto en el relato. El narrador describe lugares y
personajes que Elorrio se encuentra desde Madrid hasta Valencia, y después, una
vez llega a París, halla la excusa perfecta para contraponer costumbres entre
los dos países, pues Elorrio va encontrando a distintas personas que vienen de
España o tienen noticias recientes, eventos que le permiten exponer diferentes
reflexiones filosóficas mediante las que el lector asiste a su evolución
existencial.
Lo que más llama la
atención es la cantidad de cancioncillas tradicionales que aparecen, tanto españolas
como francesas; algo que nos lleva a aquel periodo, pues a principios del XX
eran usuales entre el pueblo las burlas hacia personajes conocidos, cantadas
una y otra vez hasta que formaban parte de la cultura popular «Por todas partes se oía este canto con un
ritmo pesado y triste:
A
las puertas de Madrid,
lo
primero que se ve
son
milicianos de pega
sentados
en el café»
El disfraz, un tanto
ingenuo, también formó parte de la época para todos aquellos que, en algún
momento, quisieron salir o entrar de donde el destino los había enclavado al
empezar esta revolución «…no sólo se
cortó el pelo, sino que se lo tiñó de negro y disimuló sus ojos poniéndose
gafas de cristales obscuros […] en ese tiempo la población madrileña sufrió de
repente una epidemia de oftalmias y conjuntivitis…». Por supuesto, este
disfraz iba amparado, además, en la noche: «El
tiempo no era bueno para la fuga […] pero ya entonces todo iba tomando una
obscuridad protectora».
Mientras huye de Madrid,
Elorrio siempre va con algún acompañante que, bien encuentra por el camino,
bien coincide con él en pensiones de los lugares por donde va pasando. Esto
permite ir elaborando una descripción detallada de la naturaleza española,
fauna, flora, costumbres, sobre todo del campo, y, por supuesto, posibilita un
vocabulario lleno de tecnicismos, relacionados en su mayoría con el campo y la
cotidianeidad del momento, por lo que, a veces, nos encontramos con términos
que presentan alguna dificultad de comprensión: tomizas, lacértido, correo neumático o con otros ya en desuso: aguardillado, nerviosidad, lagoterías.
Asimismo llama la
atención la diferencia entre la sintaxis de la época con la actual, ya que en
algunos momentos tenemos la impresión de estar ante incorrecciones: «El médico recordaba de una señora que…»
«estos gerifaltes comunistas se ponen contra mí…» «Corrían una porción de
rumores…».
Curiosos también
determinados significantes empleados entonces que ahora estarían mal vistos,
como llamar a los hombres homosexuales «invertidos»
mientras que las mujeres eran «lesbianas».
Sin embargo en otras
ocasiones el encuentro con alguien es motivo simplemente para comentar algún
dicho, o para contar algún suceso de la guerra que, por supuesto, podría haber
ocurrido realmente, pero que no aporta nada al argumento «corrían una porción de rumores alicortos. Se decía que no se podían
tomar productos medicinales del calcio porque estaban envenenados. No se
comprendía para qué».
En París, Elorrio se
encuentra con Gloria, una mujer joven, casada, que estaba allí sin su marido.
Gloria es uno de los pocos personajes que se mantiene hasta el final de la
novela aunque su papel en ella sea sólo para hablar a veces con el
protagonista, quien termina pidiéndole matrimonio; sin embargo ella no acepta,
así que cada uno resuelve su vida en una parte distinta del mundo.
En realidad, creo que
todo el libro es una reflexión del autor sobre la guerra, las brutalidades que
se comente en ella y sus consecuencias como el egoísmo, la falta de humanidad,
el endurecimiento de las personas y la soledad.
Además Pío Baroja, no
podía ser de otra manera, aventura una curiosa teoría de por qué en esa primera
mitad del siglo XX no habías buenas novelas (¡Qué diría Cela si pudiera!),
llegando a la conclusión de que el ambiente externo, el que rodea al escritor
es fundamental.
«—¿Pero
es que los autores modernos son medianos o es que el público no los quiere
porque no los necesita? —preguntó Evans. —Yo creo que es por las dos cosas. La
novela necesita misterio. No hay misterio.»
Los
caprichos de la suerte
es una singular reflexión sobre el destino del hombre y su realización plena
que, por supuesto, siempre estará lejos de la barbarie; no importa dónde haya
nacido nadie, importa la ilusión que tenga.
Pues sí, estoy de
acuerdo con el autor.
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