sábado, 30 de enero de 2016

LOS CAPRICHOS DE LA SUERTE

He terminado de leer esta última novela de Pío Baroja. Acaba de ver la luz por primera vez. Los caprichos de la suerte pertenece a la trilogía Las saturnales, pero Baroja sólo publicó Miserias de la guerra y El cantor vagabundo. Quizás no pudo publicar este título debido a que murió en 1956, o puede que no quedara satisfecho. No lo sé; en cualquier caso asumí con gusto la lectura y debo confesar que mi opinión sobre ella no se ha formado hasta que la he vuelto a leer para analizarla; de hecho dudo de si encuadrarla en el género novelesco pues, aunque tiene características de novela, no contiene acción y el argumento se queda en los hechos pero no desarrolla el texto; a veces podemos incluso encontrar un capítulo sin resolver. El protagonista, Luis Goyena y Elorrio, natural de un pueblo de Guipúzcoa, se traslada a Madrid al comenzar la guerra civil para ejercer de periodista. Cuando parecía que la contienda iba a terminar y, por miedo a posibles delaciones, decidió salir de la capital, así que, gracias a un amigo militar se hizo con un documento falso que le permitió llegar a París y de allí a Buenos Aires.

Ya está, no tiene ninguna peripecia, no hay antagonistas que dificulten sus propósitos, ningún acontecimiento complica su actividad. Sólo sus opiniones, a través del narrador, y diálogos con otros personajes nos informan del ambiente general de la guerra española. De hecho, son estos diálogos los que impiden incluir el libro en una crónica de la época.

La novela está estructurada en seis partes, cada una de ellas dividida a su vez en capítulos. El narrador, en tercera persona, externo al relato, va contando lo que le sucede a Elorrio, cómo el destino le va siendo favorable en todo momento, de ahí que no haya conflicto en el relato. El narrador describe lugares y personajes que Elorrio se encuentra desde Madrid hasta Valencia, y después, una vez llega a París, halla la excusa perfecta para contraponer costumbres entre los dos países, pues Elorrio va encontrando a distintas personas que vienen de España o tienen noticias recientes, eventos que le permiten exponer diferentes reflexiones filosóficas mediante las que el lector asiste a su evolución existencial.

Lo que más llama la atención es la cantidad de cancioncillas tradicionales que aparecen, tanto españolas como francesas; algo que nos lleva a aquel periodo, pues a principios del XX eran usuales entre el pueblo las burlas hacia personajes conocidos, cantadas una y otra vez hasta que formaban parte de la cultura popular «Por todas partes se oía este canto con un ritmo pesado y triste:
A las puertas de Madrid,
lo primero que se ve
son milicianos de pega
sentados en el café»

El disfraz, un tanto ingenuo, también formó parte de la época para todos aquellos que, en algún momento, quisieron salir o entrar de donde el destino los había enclavado al empezar esta revolución «…no sólo se cortó el pelo, sino que se lo tiñó de negro y disimuló sus ojos poniéndose gafas de cristales obscuros […] en ese tiempo la población madrileña sufrió de repente una epidemia de oftalmias y conjuntivitis…». Por supuesto, este disfraz iba amparado, además, en la noche: «El tiempo no era bueno para la fuga […] pero ya entonces todo iba tomando una obscuridad protectora».

Mientras huye de Madrid, Elorrio siempre va con algún acompañante que, bien encuentra por el camino, bien coincide con él en pensiones de los lugares por donde va pasando. Esto permite ir elaborando una descripción detallada de la naturaleza española, fauna, flora, costumbres, sobre todo del campo, y, por supuesto, posibilita un vocabulario lleno de tecnicismos, relacionados en su mayoría con el campo y la cotidianeidad del momento, por lo que, a veces, nos encontramos con términos que presentan alguna dificultad de comprensión: tomizas, lacértido, correo neumático o con otros ya en desuso: aguardillado, nerviosidad, lagoterías.

Asimismo llama la atención la diferencia entre la sintaxis de la época con la actual, ya que en algunos momentos tenemos la impresión de estar ante incorrecciones: «El médico recordaba de una señora que…» «estos gerifaltes comunistas se ponen contra mí…» «Corrían una porción de rumores…».

Curiosos también determinados significantes empleados entonces que ahora estarían mal vistos, como llamar a los hombres homosexuales «invertidos» mientras que las mujeres eran «lesbianas».

Sin embargo en otras ocasiones el encuentro con alguien es motivo simplemente para comentar algún dicho, o para contar algún suceso de la guerra que, por supuesto, podría haber ocurrido realmente, pero que no aporta nada al argumento «corrían una porción de rumores alicortos. Se decía que no se podían tomar productos medicinales del calcio porque estaban envenenados. No se comprendía para qué».

En París, Elorrio se encuentra con Gloria, una mujer joven, casada, que estaba allí sin su marido. Gloria es uno de los pocos personajes que se mantiene hasta el final de la novela aunque su papel en ella sea sólo para hablar a veces con el protagonista, quien termina pidiéndole matrimonio; sin embargo ella no acepta, así que cada uno resuelve su vida en una parte distinta del mundo.

En realidad, creo que todo el libro es una reflexión del autor sobre la guerra, las brutalidades que se comente en ella y sus consecuencias como el egoísmo, la falta de humanidad, el endurecimiento de las personas y la soledad.

Además Pío Baroja, no podía ser de otra manera, aventura una curiosa teoría de por qué en esa primera mitad del siglo XX no habías buenas novelas (¡Qué diría Cela si pudiera!), llegando a la conclusión de que el ambiente externo, el que rodea al escritor es fundamental.

«—¿Pero es que los autores modernos son medianos o es que el público no los quiere porque no los necesita? —preguntó Evans. —Yo creo que es por las dos cosas. La novela necesita misterio. No hay misterio.»

Los caprichos de la suerte es una singular reflexión sobre el destino del hombre y su realización plena que, por supuesto, siempre estará lejos de la barbarie; no importa dónde haya nacido nadie, importa la ilusión que tenga.


Pues sí, estoy de acuerdo con el autor.

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