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viernes, 31 de mayo de 2024

THE BUENOS AIRES AFFAIR

Novela escrita en 1973 por Manuel Puig. No cabe duda de que el autor es él, su estilo es inconfundible, pero la he encontrado más complicada de leer que otras del autor. Hay que terminarla para tener una visión de conjunto. Está claro que el amor por el arte, en general, de Puig, reside en cada una de las páginas. Los capítulos están introducidos por una escena de diferentes películas del cine de oro norteamericano. La música también queda como fondo en algunas secuencias y las citas de autores ponen de relieve la cultura del autor, que indudablemente traslada a su protagonista, Gladys.

Hay que leer las casi 300 páginas de The Buenos Aires Affair para conocer realmente a Gladys, y a Leopoldo.

La novela comienza en 1969 cuando Clara descubre que su hija Gladys, de 35 años, a la que cuidaba, ha desaparecido en Playa Blanca. Las voces son diferentes, los puntos de vista, también; a partir de analepsis y prolepsis podremos ir conformando la vida de Gladys, una niña desafortunada, criada por su madre, débil, con poco éxito en el colegio que, a causa de sufrir una violación en la que perdió un ojo, se vuelve más insegura y tímida. Con el tiempo cree que puede tener más oportunidades en Nueva York o California, y decide encontrar trabajo allí. Las circunstancias harán que vuelva con una depresión mayor. El autor narra la vida de Gladys de forma desapasionada, con cierto sarcasmo y pretendido humor que no hace sino inquietarnos más y asegurarnos de que todo irá a peor, «La resistencia de Gladys a los tratamientos psicoterapéuticos tenía una razón fundamental: en su plan de ahorro para comprar una propiedad inmobiliaria no entraban gastos prescindibles». Puig trata la juventud de la protagonista con el mismo interés que pone en el resto de sucesos, lugares o personajes. Es un compendio de minuciosas descripciones. Incluso las escenas violentas, casi siempre sexuales, están carentes de fuerza aunque la contienen; es como si formaran parte normal de unos personajes, de un país.

Aparecen en la escritura diferentes recursos: páginas de prensa, atestados policiales, informes de autopsia, sesiones con un psicólogo, entrevistas que luego llenarán las páginas de revistas, diálogos telefónicos de los que deducimos lo dicho al otro lado de la línea y que son, en realidad, acosos policiales hacia posibles confidentes, para arremeter contra aquellos que no pertenecen al régimen:


Voz:

Oficial: ¿Segura que por lucro no fue?

Voz:

Oficial: Todo lo que sepa, después nosotros haremos ver que llegamos al acusado por otro conducto.

En realidad el distanciamiento del autor es un arma con la que nos alarma; nuestra desazón va en aumento.

La vida de Gladys se va uniendo, casi sin darnos cuenta, con la de Leo Druscovich para formar una pareja de traumatizados en la infancia que desde que se encuentran se hacen daño; no podía ser de otra manera. Aun así se buscan, a pesar de los ultrajes, a pesar de la violencia desmedida de Leo hacia Gladys. El juego de seducción, atracción, rechazo, miedo es constante.

Tampoco sus vidas laborales se mantienen de forma regular. Hay altibajos en los diferentes negocios de Leo y en el éxito que Gladys tienen como artista. Ninguno parece cambiar de actitud; les vaya bien o mal. Gladys acepta lo que le viene con frialdad, lo asume como algo natural; tanto su desgracia física como psicológica. Justo en esa indiferencia es donde sentimos mayor desasosiego, «permanecería quieta en la cama; si se quedaba quieta en su cama, allí moriría porque nadie le llevaría nada de comer».

La vida de Leo plantea muchas preguntas ¿La actitud sexual de un adulto tiene que ver con un trauma sufrido en la infancia? ¿La impotencia va unida a la masturbación excesiva desde época temprana? ¿O es al revés? No lo tengo claro. Lo evidente es que Leo no disfruta con el sexo —casi nunca— y no hace disfrutar de él —nunca—. Todo es fruto de la vergüenza, de la culpa, del dolor, «Ese bebé no es normal. De su pubis poblado de vello encrespado penden órganos sexuales de hombre y del pene enrojecido, algo confundidas con la espuma blanca, chorrean gotas espesas se semen».

Manuel Puig escribe una novela negra en la que el surrealismo y las imágenes oníricas se diluyen en la realidad; a veces somos incapaces de distinguir qué pertenece al sueño y qué no, qué forma parte de una mente perturbada y cuándo la mente está en equilibrio: «y su carne blanca como el tocino ahumado arrumbado durante semanas entre el hielo granizado del congelador abre paso a la negrura de un gorila que habla para darle las gracias por no quejarse, por no gritar, no llamar a un médico».

Los protagonistas divagan en sus recuerdos, no tienen claro qué sucedió en qué momento; viven sus deseos tal como lo hacen con sucesos reales «Leo cerraba los ojos y al rato su semen se mezclaba en el pensamiento con la sangre de la muchacha».

No sabemos con claridad qué puede ocurrirles a los personajes. Cualquier cosa. Pero siempre tememos lo peor. No sabemos, aunque la sospecha es creciente, hasta qué punto las relaciones se van a quedar en el plano personal o pasarán a exponer una situación social-policial en la que valen pistas verdaderas y falsas, en la que las mentiras son habituales en los delatores.

Todo es un despropósito, un infierno: la resolución de un crimen donde no hay cuerpos que lo corroboren; las amenazas constantes; el cuerpo sin vida que no merece investigación; el ambiente sociopolítico confuso y atemorizador.

Es duro enfrentarse a The Buenos Aires Affair porque el autor se expresa de forma libre; es consciente de su denuncia política (y esto en la Argentina de 1973 era jugársela de forma segura), es consciente de la violencia homosexual (probablemente por la negación requerida) y es consciente de la indefensión sexual de la mujer, sometida a los requerimientos del hombre, aun los más abyectos.

Está claro que Manuel Puig vivió y escribió como quiso, con pasión y demostrando ser alguien tremendamente tolerante con los demás y culto consigo mismo. En esta novela, las escenas cinematográficas que abren los capítulos remarcan su formación como cineasta y la exposición de situaciones, a modo de escenas teatrales con diálogos y acotaciones, indican su amor por la literatura en general; algo que los lectores valoramos porque nos permite hacernos una idea precisa de los personajes. El hiperrealismo es evidente, lo corroboran las descripciones minuciosas, una prosa violenta que se torna en poesía cuando menos se espera, el objetivismo exagerado y la confusión de voces. Esto, con el sexo —también violento, defraudante y doloroso— como motor de la actividad humana nos conduce a una actitud propia de los desheredados de la tierra. Gladys busca en su juventud el trabajo perfecto y al hombre perfecto hasta que se da de bruces con la realidad y la violencia sufrida la lleva a aprender a acomodarse a las situaciones posteriores. A un futuro que no es sino una continuidad de presentes, aunque Leo, ese animal desbocado, no figure en él.

domingo, 27 de septiembre de 2020

UN MUNDO QUE AGONIZA

 

Hace ya diez años que nos dejó Miguel Delibes y ahora, en octubre, se cumple el centenario de su nacimiento. Por ese motivo la Biblioteca Nacional ha inaugurado una exposición con objetos del autor, escritos y voces que dieron vida a algunos de sus personajes, para que podamos ser testigos de la trayectoria de uno de los grandes escritores del siglo XX.

De forma individual, no se me ocurre nada mejor para homenajearlo que recordar Un mundo que agoniza, texto no exento de polémica pues, con su estilo claro, e introduciendo algunos de los temas recurrentes en su obra como la muerte, el amor por el hombre y la naturaleza, lo escribió como discurso para su entrada en la Real Academia, en 1975, con el sillón “e” y, en 1979 Plaza & Janés lo editó como ensayo.

Porque Un mundo que agoniza es un ensayo sobre el hombre y el mundo en el que vive, sobre un futuro que peligraba ante la superproducción y el consumismo desmedido. Es un ensayo que destila amor a la vida, a la libertad, a la sencillez de lo humilde. Es una reflexión sobre la contrapartida del progreso; algo que todos sabían, por supuesto, en la década de los 70, «un aparato supersónico que se desplaza de París a Nueva York consume durante las seis horas de vuelo una cantidad de oxígeno aproximada a la que, durante el mismo tiempo, necesitarían 25.000 personas para respirar» y, sin embargo la voz de alarma se ha obviado hasta hace muy poco.

Y no hay que olvidar que el desarrollo de algunos países conlleva un efecto rebote como el de la superpoblación «hoy nace mucha más gente de la que se muere».

A una rapidez asombrosa, de una generación a otra, «las conquistas de la medicina y la higiene» han permitido llegar —en algunas partes del planeta— con facilidad a los noventa años; pero no todos disfrutan de esa larga vida en óptimas condiciones. Es el retroceso del avance, el principio de acción-reacción que se impone en todos los campos.

Delibes percibió, en 1974, una adoración excesiva a la ciencia mientras que «los estudios de Humanidades […] sufren cada día, en todas partes, una nueva humillación». Y, en un arranque de lucidez advirtió de problemas concretos como la posible desaparición de la literatura en los estudios básicos… Ya ha ocurrido. Recortaron las horas de Lengua en el programa de toda la Enseñanza Secundaria Obligatoria, eliminaron la materia de Literatura, que era obligatoria hasta COU (hasta tres horas se impartían en dicho curso en la rama de ciencias, y cuatro en la de letras), para que en el Bachillerato actual apenas tenga peso competencial en la asignatura conjunta “Lengua y Literatura” que se estudia en cuatro horas semanales. Parece que, efectivamente, el «distraer unas horas al alumnado distancia la consecución de cimas científicas» ¡Qué ironía! Delibes era consciente, y en estos momentos se ha demostrado con creces, de que a la ciencia tampoco se le concede en España la importancia necesaria. Menos mal que don Miguel no ha vivido esta pandemia ni ha sido testigo, por tanto, de cómo muchos de nuestros sanitarios y científicos están en el extranjero.

Un mundo que agoniza denuncia la importancia que nuestra cultura le concede al dinero, «el dinero se antepone a todo […] Es la civilización del consumo […] y en consecuencia del desperdicio». Ante este afán desmedido, el hombre gasta cada vez más porque sabe que cuanto más posee más sobresale entre la masa. Es la ambición de poder. Los gobernantes mundiales, en conjunción con la ciencia y la tecnología, no descartan la posibilidad de emplear cualquier tipo de arma contra otros países (sin olvidar las bacteriológicas). Asimismo los poderosos no quieren dejar de serlo, por eso ofrecen al pueblo algo con lo que entretenerse y le evite pensar; la televisión (en la década de los 70) y también las redes sociales (hoy) son un buen ejemplo «de la malintencionada aplicación de la tecnología a la política y a la sociología». La otra mala aplicación que temía Delibes (y que ya ha llegado) es la anulación de la intimidad.

El problema que no queremos ver es que vivimos en un mundo limitado, cuya población crece y los recursos se agotan (a esto ayudamos bastante). Delibes dio la voz de alarma antes de que empezásemos a reciclar y evitar los desperdicios, antes de que llegara a oídos de todos que debíamos usar el transporte público o que era obligatorio y necesario dejar de pescar sin control. En el Congreso de Estocolmo de 1972 se aceptó “la posibilidad de que el mundo se vuelva inhabitable por obra del hombre […] el medio ambiente ha sido la víctima propiciatoria del progreso humano”.

Por todo esto, el autor vallisoletano advierte de que con la desaparición de la naturaleza no solo eliminamos el paisaje, también nos quedamos sin el oxígeno necesario para respirar; no solo eliminamos más o menos especies de animales y plantas, también terminaremos con el lenguaje y la cultura, por lo que el alcance del mal va mucho más allá de lo imaginable, es una cadena imparable que, creo, hemos empezado a sufrir.

Me apena ver a los poderes gubernamentales luchando por conquistar el dominio absoluto e indefinido, politizando cualquier intervención cuando ahora el planeta se ve asolado por una pandemia sin precedentes. Me apena ver contar muertos como el que cuenta los que no acudirán a la fiesta. Me apena vivir en condiciones inseguras que se vuelven criminales para quienes no disponen de medios económicos. Y me apena darle nuevamente la razón a este Premio Cervantes, defensor acérrimo del castellano, cuando deduce sabiamente, «Me temo que muchas de mis propias palabras, de las palabras que yo utilizo en mis novelas de ambiente rural, como ejemplo aricar, agostero, escardar, celemín, soldada, helada negra, alcor […] van a necesitar muy pronto de notas aclaratorias como si estuvieran escritas en un idioma arcaico o esotérico».

¿Cuántos de los que estáis leyendo esto habéis tenido que recurrir al diccionario? Pues sí, el futuro tan temido ha llegado. Ojalá sirva el grito de tantos, el grito de uno de los mejores escritores y más queridos, para que recapacitemos y podamos vivir en un mundo que nos merezca y lo merezcamos. Un mundo que reviva para todos por igual.




miércoles, 15 de julio de 2020

LOS MITOS DE CTHULHU



No cabe duda de que Los mitos de Cthulhu, es literatura de horror sobrenatural, cósmico. Los fantasmas de los cuentos de terror se sustituyen por seres monstruosos que viven en las profundidades de la tierra y en otro tiempo, incluso en otra dimensión. Estos seres  están agazapados para salir en cualquier oportunidad, da igual que hayan pasado miles de años, y causar la muerte de los seres humanos, bien por la fuerza, si son atrapados, o presas de la locura, si han conseguido escapar. Realmente, nadie que los vea se libra de un final terrible.

La obra de H.P. Lovecraft sigue teniendo incondicionales entre los lectores de hoy día a pesar de (o puede que por esa razón) ser un autor con cierto carisma homófobo, antisocial y crítico hacia todo lo moderno. No cabe duda de que en sus relatos late un racismo acentuado; los monstruos tienen que ver con hombres indígenas, negros, nunca de ojos claros, a quienes atacan «La región que ahora invadía la policía era una de tradicional mala reputación, prácticamente desconocida y no cruzada por hombres blancos». «Sus extraños rasgos no tenían nada que ver con los asiáticos, polinesios, levantinos o negroides». Este desprecio da como resultado una obra mitológica, Los mitos de Cthulhu, instaurada con la visión apocalíptica de una imagen degradada del universo.

La edición de Alma Clásicos Ilustrados es, como suele, una maravilla. El libro, de tapa dura, corresponde a una edición revisada, de 2019, en papel reciclado con fantásticas ilustraciones de Paul Carrick. Son doce narraciones, aunque solo diez son enteramente de Lovecraft. Las ratas del cementerio está escrita por Henry Kuttner, probablemente el más fiel seguidor del maestro, aunque se pueden extraer algunas diferencias. En la estructura, Kuttner mantiene la clásica, una presentación del guardián del cementerio y los objetivos por los que continúa en el cargo a pesar de las enormes ratas que colonizaron el lugar y los sucesos extraños que protagonizan. El nudo narrativo ocupa casi toda la historia, cómo el guardián quiere adelantarse a las ratas para robar el oro del último enterrado. Y el desenlace, apenas un párrafo para describir su agonía. La angustia del lector va en aumento desde el principio y el cuento se lee con bastante facilidad, probablemente por ser muy corto. La historia es más sencilla, no encontramos las analepsis ni prolepsis que suelen ser habituales en Lovecraft. Apenas hay digresiones; la atención pues, no se desvía en ningún momento. El lenguaje es mucho más coloquial, exento de términos científicos, mitológicos o inventados, por lo que el ritmo de lectura se acelera.

El corpus de narraciones de Lovecraft tiene su sello propio, de hecho podríamos encuadrar estas novelas cortas y cuentos en la literatura perteneciente al cosmicismo. En casi todos los relatos encontramos seres interestelares no percibidos por el hombre (que no es sino una parte insignificante de un universo aterrador). Los narradores, uno en cada historia, no son fiables, pues sus mentes están alteradas por el horror vivido o por las diversas sustancias ingeridas para olvidarlo. Hay un personaje, Randolph Carter, que se repite en algunos cuentos. En el primero, La declaración de Randolph Carter, denuncia en primera persona a la policía la desaparición de su amigo después de que encontrara el Necromicón (libro prohibido de hechizos y taumaturgia, inventado por el propio Lovecraft y nombrado en La ciudad sin nombre, siguiente cuento del volumen, que sirve para conectar ambas narraciones y ofrecer una sensación realista a lo que nombra. Por supuesto, en La ciudad sin nombre advierte que el libro prohibido fue escrito por «el árabe loco Abdul Alhazred», técnica clásica de la que el padre de la ciencia ficción hace uso cuando se declara a sí mismo el autor pero elude responsabilidades, con su pseudónimo , al introducir dos autores en el relato).

Warren, el amigo desaparecido, sigue las indicaciones del libro por túneles subterráneos en los que habitan seres terroríficos y no sale. Pero Carter espera que Warren le conteste durante «interminables eones» hasta que al final una «voz hueca, profunda, gelatinosa, remota, sobrenatural, inhumana e incorpórea» es la que le responde: «¡Warren está muerto!».

Está claro que este cuento, corto, se podría clasificar como descendiente de los escritos de Edgar Allan Poe, por la atmósfera macabra y la exposición de los miedos ocultos que nos acechan en la oscuridad. Pero va más lejos. La acumulación de adjetivos, las palabras denotativas de algo impracticable «El susurro de Warren se hinchó hasta convertirse en un grito, un grito que se hinchó […] en un alarido que contenía todo el horror de los siglos», las hipérboles imposibles «interminables eones permanecí sentado» y los términos específicos o técnicos «euclidiana», «anadeando», «oleosamente», consiguen que estas narraciones no sean solo románticas sino que adquieran la categoría de góticas. Los personajes se mueven en situaciones exageradas por un marco sobrenatural que trasciende el real para ofrecernos cadáveres, espectros con formas de diferentes seres capaces de traspasar lugares y tiempos para llevarnos, de manera enloquecedora, hasta los comienzos del universo. Y será esta cualidad, la de viajar en el tiempo, la que aporte a la literatura gótica de Lovecraft el rango de ciencia ficción.

Si hay una novela de ciencia ficción que refleja la misantropía de este autor creo que es A través de las puertas de la llave de plata, escrita con Hoffman Price en la que el personaje recurrente de Randolf Carter vuelve a ser el protagonista, aunque en realidad ha desaparecido. Y en su casa se celebra una reunión para decidir el destino de su finca. El gurú Chandaputra les cuenta que Carter desapareció pues el Arquetipo Supremo le entregó una llave que lo llevaría a una dimensión superior, tras haber profundizado en los misterios del cosmos y entender la naturaleza del universo. Al traspasar la puerta entendió que todos los seres son facetas de otro superior; él es una faceta del Arquetipo Supremo que le concede su deseo de conocer una raza extinta de un país lejano. Pero no sigue las normas del supremo, por lo que no puede adoptar su forma humana ni volver a la Tierra hasta dentro de dos años, cuando dé fruto el plan concebido para tal fin.

Los seres monstruosos tienen reminiscencias de Dios «Se encontraba en muchos lugares al mismo tiempo». Carter quiere ser omnipotente «emanó de aquel Espíritu ilimitado una corriente de sabiduría y comprensión…» no se conforma con lo que sabe el hombre, quiere alcanzar «lo que casi estaba fuera de la comprensión humana». Pero, ¿podrá tener del don del conocimiento absoluto? Lovecraft tiene la respuesta y puede que no sea del todo alentadora para el hombre.

Los Grandes Antiguos dioses del más allá despertarán por variadas razones para apoderarse de los humanos y llevarlos hasta otras culturas, otros mitos que estaban enterrados en el tiempo pero no muertos y, aunque puedan volver a sus infiernos en algunos cuentos, el lector tiene claro que en cualquier momento, regresarán al menor descuido del hombre. En cuanto este quiera indagar, saber más de lo debido, investigar sobre el pasado, podrá despertar a las bestias dormidas que traerán el nuevo caos.

Un pesimismo terrorífico invade estos Mitos de Cthulhu, pues sugieren cierto menosprecio a una humanidad incapaz de vivir en armonía. El hombre vive bajo un poder espantoso que, aunque parece inerte, puede cobrar vida para destruirlo. Al personificar «La ciudad sin nombre», le confiere determinada autoridad destructiva acechante, «vetusta superviviente del diluvio, de esta bisabuela de la pirámide»; una autoridad con un fin concreto y determinista para el ser humano, «en los eones venideros hasta la muerte puede morir». Todo puede ser causa de antítesis, de ruptura del orden establecido «me pareció que esta —la luna— temblaba como si se reflejara en la superficie de unas aguas trémulas», por eso no es raro que podamos estar a merced de espíritus malignos que se alían a la naturaleza «furia del viento era infernal, cacodemoníaca» para hacer que desaparezca el hombre «mis gritos se perdieron en aquel babel infernal de espíritus aulladores», y resurjan otras especies extintas «la de las criaturas reptilianas de la ciudad sin nombre». El arqueólogo que visita esa ciudad queda subyugado por las imágenes de reptiles de cabeza deforme que lo sumen en un debate entre lo real y lo imaginado. Esta ciudad recuerda a la que aparece en Las mil y una noches como maldita por Dios. Parece que el hombre está maldito por Dios también para Lovecraft, pues el enfrentamiento que tiene con diversas razas alienígenas en sus cuentos, supone una batalla perdida. Se enfrenta a dioses peligrosos (pero de cierto paralelismo al de la religión católica) y a seres amenazadores (pero de mayor inteligencia que los hombres). El autor deja constancia de su obsesión por tener consciencia del Todo, de la unidad que dirige el espacio con poder absoluto y de la insignificancia del hombre ante ese poder.

En El modelo de Pickman sorprende con un lenguaje más expresivo, menos coloquial que, unido a una narración en primera persona que se funde en un monólogo dirigido a un oyente-lector, impacta doblemente por lo poco explícito del terror y las preguntas retóricas «¿Qué sabrán los hombres de hoy acerca de la vida y de las fuerzas que se ocultan tras ella?» El modelo de Pickman representa la cara terrible del ser humano, no la que ven los demás sino la que vemos al mirarnos en una fotografía, la que presentimos al mirarnos en el espejo, la que intenta (como en El retrato de Dorian Grey) negar el horror y solo consigue acrecentarlo.

No quisiera terminar sin reflexionar en La sombra sobre Innsmonth, una novela corta de 72 páginas incluida en este volumen. El narrador protagonista llega a un puerto de Massachusetts por casualidad y, espantado, solo encuentra a dos humanos, el tendero y el viejo Allen. El resto, así como el propio pueblo, son figuras inquietantes, repelentes. Allen le cuenta que en el pasado llegaron a un acuerdo con los Profundos; estos seres superiores, mitad peces, aportarían prosperidad a cambio de sacrificios y la procreación con humanos. Eran adoradores de Cthulhu, el dios dragón con cabeza de pulpo, del que todos venimos. Los profundos traían a seres del mar y los dejaban en Innsmonth para que se mezclaran con los hombres. El narrador, aterrado, logra verlos; tras ser perseguido por ellos, puede regresar a su ciudad. Pero tiene sueños en los que Cthulhu lo reclama a ese universo de las profundidades ¿Es una actitud blasfema? ¿Puede el hombre adoptar una forma monstruosa que habita en las profundidades marinas para quedar a imagen y semejanza de dios? ¿Creó dios al hombre o este fue una evolución de los seres más antiguos que poblaron la Tierra? ¿Es posible seguir una religión siendo científico? Parece que estas preguntas atormentaron a Lovecraft. En cualquier caso, y a pesar de todo, su mente dejó una base literaria sólida sobre la que se han seguido edificando ficciones hasta hoy.