lunes, 1 de septiembre de 2025

EL CARRUSEL DE LOS CABALLOS DE COBRE

Quien ya haya disfrutado con las novelas de Juan Ramón Barat, esta última no le va a defraudar. Nuestro experto en atraer a los jóvenes a la literatura echa mano de la novela fantástica y vuelve a poner en apuros al protagonista. No es el famoso Daniel Villena, cuya serie leí con alumnos y a todos nos pareció sorprendente. En esta ocasión, Flavio Sánchez, un chico de 15 años, también deberá enfrentarse a hechos sobrenaturales para terminar descubriéndose a sí mismo. De nuevo el autor pone en marcha una novela detectivesca en la que el protagonista sigue los pasos de un investigador profesional.

Quien no haya leído a Barat, El carrusel de los caballos de cobre podría ser un buen comienzo.

El estilo es tradicional; apuesta por un lenguaje coloquial en el que los términos cultos salpican las reflexiones, «Me llamó la atención un reloj que parecía un árbol centenario, de tronco muy rugoso, ramas retorcidas y buena fronda».

Nuestro valenciano autor no incide en la jerga juvenil, prefiere un uso más formal, de ahí que la función didáctica esté presente en su literatura. Asimismo, el respeto es la norma en los diálogos. Barat demuestra que se puede estar en desacuerdo sin tener que insultar


—¡Cómete el postre!

Me llevé una cucharada a la boca y mastiqué sin ganas.

—¿Y los estudios? —Para cambiar de conversación, lo más socorrido era hablar de mi trayectoria estudiantil.

—Bien.

—¿Qué significa bien?

—Mamá…

—Andas siempre con esos amigotes que se pasan las tardes jugando […]

¡

¡No te veo nunca estudiando.

—Podrías confiar en mí.

También son tradicionales los temas: el primer amor, la familia, la amistad. Sin embargo, en todos encontramos una vuelta de tuerca que permitirá mantener la expectación de los lectores.

Flavio es un chico, en principio, normal, no destaca en ningún aspecto, ni sus notas son excepcionales ni es líder entre sus amigos; más tarde nos asombrará con poderes paranormales fruto de algunas situaciones que vive y no entiende a qué se deben. Probablemente esté dotado de una sensibilidad especial, resultado de empatizar con los demás al cien por cien.

Su familia no es usual, sino monoparental. Su padre murió y él ha crecido solo con su madre, preguntándose a veces por sus raíces. Tiene una amiga de toda la vida, Ainhoa, a la que quiere como a una hermana aunque ella esté enamorada de él.

Claudia Hidalgo, «la princesa», entra en su vida con mal pie, pero pronto nos descubrirá que ha llegado para quedarse y no es ninguna princesa. Al contrario, las chicas de El carrusel de los caballos de cobre son inteligentes, valientes e independientes


—El mundo está muy mal —sentenció Ainhoa— Hay mucho violador y mucho desgraciado por ahí suelto. Conviene estar preparada por si acaso.

—Gracias…

—De gracias, nada. Esto te va a costar unos pastelitos de nata.

—No llevo dinero.

—No pasa nada. Te prestaré.


Flavio es sencillo, busca la verdad y el bien a través del razonamiento y el diálogo. Habla con sus amigos, con el abuelo de Claudia; pide ayuda a la amiga de una desaparecida relacionada con los sucesos que le ocurren: El carrusel que compra en una tienda «que ya no existe» se pone en marcha solo algún caballito se escapa y regresa al día siguiente; el nombre inscrito en la base del carrusel lo guía hasta una mansión fantasmagórica donde una familia checoslovaca fue asesinada por las prácticas de magia negra del padre. Al cabo del tiempo, un ayudante de la familia se instala en la casa y contrae matrimonio; su mujer muere y su hija reniega de él y lo abandona. Ahora, la casa abandonada sorprenderá a nuestro protagonista.


Barat retoma lo sobrenatural. En esta novela hay hechos que se apartan de lo real pero pueden ocupar un lugar en la mente. Y sin embargo la realidad está presente: magia y evidencia, tradición y modernidad se dan la mano; la tecnología es otra forma de cubrir el ocio, sin prescindir de pasear con amigos, ver películas de cine e investigar. La cooperación familiar debe ser habitual, también las diferencias con los padres son usuales sin olvidar que ellos también tienen una vida.

Esta mezcla de sensaciones, actitudes y actividades es lo que hace atrayentes las novelas de Barat. Los jóvenes se sienten identificados con el protagonista o alguno de los personajes: son reales, algo rebeldes, con buen corazón y persiguen un objetivo hasta conseguirlo.


El estilo es ágil, desenfadado, con una función poética casi constante, lo que permite desarrollar el gusto por la palabra. También está presente —como ha hemos dicho— la función didáctica. «reparé en el papel que me había dejado mamá sobre la mesa. Lo de siempre: tender la ropa de la lavadora, recoger el lavavajillas y poner un poco de orden en la casa. Empleé media hora de mi vida en dar cuenta de todo ello». La contradicción entre el escaso tiempo empleado respecto de todo el que disponemos ayuda a darnos cuenta de que no son tareas sobrehumanas.


Otras veces, algún personaje nos recuerda la situación actual para avisarnos de que somos privilegiados y no debemos olvidarlo; no debemos olvidar a los que no lo son tanto. Como siempre, Juan Ramón apuesta por la paz, la cultura y el respeto «—Porque la prensa internacional está comprada por los desaprensivos que organizan estas guerras. Y nosotros […] viendo concursos, revistas, fútbol, carreras de motos… Programas basura. ¡Una vergüenza!».


Y en ocasiones, esta función didáctica reside en digresiones históricas para que no ignoremos el pasado real, envuelto en odio y muerte «huyendo del fanatismo que imperaba en Europa a principios del siglo XX».


Mezcla de realidad y ficción, de intuición e investigaciones, de misterio y evidencia, de tensión y naturalidad hasta el final, El carrusel de los caballos de cobre sorprende a cualquier lector porque Juan Ramón Barat mantiene la magia del argumento, la curiosidad del lector y la sensibilidad de sus personajes.

lunes, 25 de agosto de 2025

VOZDEVIEJA

Durante la lectura de Vozdevieja se apoderaron de mí sentimientos encontrados. He adorado a Marina, esa niña de nueve años, inocente, que se mueve como pez en el agua con su abuela, sus vecinas y, en general, todos los adultos que conoce pero, rehúye a los niños de su edad, se siente diferente ante ellos y procura evitarlos. Como consecuencias de esta actitud, Marina ha despertado en mí cierta compasión porque no disfruta de su infancia. En el colegio la llaman vozdevieja, por su tono algo cascado pero, indudablemente, por lo que dice. Es capaz de convencer a un adulto de algo que no es cierto sin que parezca una mentira, dando la dosis justa y creíble de realidad aunque le cueste trabajo enfrentarse o llevar la contraria a una amiga.

Marina es la voz de una adulta desde la perspectiva infantil. Es el pensamiento de una mujer en una cabecita inocente. Es la palabra de una niña que no quiere perder la esperanza. Es la rebelión de una pequeña ante su infancia traumática. Es la angustia de ser buena para que su vida sea más fácil. Es la congoja de una chiquilla al darse cuenta de que crecerá sola. Es la esperanza pueril al ser consciente de que puede encontrar una amiga. Es vivir una infancia dura, tormentosa que puede aliviar en su imaginación.

Hay muchas Marinas a nuestro alrededor, niñas y niños que viven con la incertidumbre de no saber qué ocurrirá mañana, quién cuidará de ellos ni dónde estarán. Para ellos la infancia pasa rápida y las ilusiones también


—Odio esperar a los Reyes Magos […] ya estoy pensando en lo que me voy a pedir.

—Venga, socia, no me digas que te tragas todavía esa pantomima.

Estoy sin argumentos, sin esperanza. No doy crédito a su brutalidad y sigo caminando

La vida está formada por momentos buenos y otros no tanto. Marina lo aprende a marchas forzadas y se aferra a los buenos con todas sus fuerzas porque es lo que ha visto en su madre y su abuela.

A la madre de Marina, soltera, le diagnosticaron una grave enfermedad cuando ella era muy pequeña, por eso ha tenido que pasar temporadas con su abuela esperando los resultados de las operaciones de su madre, los controles, las recaídas… Ha encontrado en Domingo, el novio de su madre, un amigo; alguien que la quiere, la divierte; es lo más parecido a un padre que conoce, pero no lo es y ella lo sabe. No tiene seguridad de lo que ocurrirá cuando su madre no esté definitivamente con ella. Por si acaso Marina madre ha dispuesto su bautizo y su comunión para el próximo año, de forma que pueda ingresar en un internado religioso si ella muriera. Y Marina lo acepta, lo asume y, dentro de su inocencia, intenta ver el mejor lado de la situación.

Vozdevieja es una novela dura aunque el humor fresco de la inocencia alivie en cierto modo las reflexiones que, por otro lado, están plagadas de terror y sexo, fruto de las revistas de Domingo, que ella descubre desde el primer momento, y de las películas que ven juntos.

Elisa Victoria ha supuesto para mí un descubrimiento. Con una narrativa dura y delicada pone en la voz de una niña de nueve años los pensamientos y vivencias de un interior algo adulto.

A través de Marina descubro la relación de la autora con su madre, un amor infinito y doloroso, una prisa por que pase el tiempo y todo haya quedado atado hasta que sea la niña la que le pida algo de calma. Disfrutan cada momento que pasan juntas aunque no hay relajación para ellas. La enfermedad, el sexo, la política, la inmigración, la soledad… Todo se despliega en la mente de una pequeña que no ha encontrado censura aunque, como la mayoría de los críos, la verdad que conoce sea a medias.

Su abuela no tiene problemas para hablarle de sexo, de partidos políticos o de su relación con su propia hija; son vivencias propias de adultos y aunque a su alrededor todos quieren que vaya a relacionarse con niños de su edad, Marina no se siente aceptada en ese ambiente.

Las experiencias de nuestra protagonista hacen que el lector mire hacia atrás y se vea reflejado en ocasiones. Siempre, el estilo fluido de Elisa Victoria es ameno, engancha y, aunque sepamos que el destino de Marina está escrito, estamos convencidos de que su madurez obrará el milagro final.

De manera algo brusca, su madre también la ha ido preparando para que salga ilesa de cualquier complicación «Mi madre empezó a prevenirme sobre los peligros de esta cueva desde que empecé a hablar. Me contó que algunos hombres se ponen locos por tocar a las niñas aquí y en otras partes […] que si tenía miedo me acercara a una mujer antes que a un policía en busca de ayuda…».

La autora plasma con facilidad algunas costumbres de un barrio de los noventa. La acción transcurre en Málaga pero creo que el verdadero espacio es interior, son las reflexiones de la niña ante lo que ocurre en un verano interminable de calor en el que las vecinas se relacionaban, hablaban y veían la televisión. A través de estas relaciones somos conscientes de los comienzos del socialismo y de la crítica obrera a la iglesia, pero es una crítica blanca, vista por una niña capaz de conectar con otra cuyos padres son de derechas y católicos.


Bueno, aquí están por fin los votantes del Partido Popular.

—¿En tu casa son del PSOE? —pregunta […] Pero son unos ladrones y unos sinvergüenzas.

—Mejor no te digo yo lo que pienso de tu abuelo, el general franquista en África.

—Sí, vale, mejor no, no me interesa.

Voz de vieja es un canto a la inocencia y a la convivencia total.

martes, 19 de agosto de 2025

ASESINATO EN LA CASA ROSA

No soy partidaria de clasificar lecturas por estaciones pero, de aconsejar alguna para las vacaciones, sin duda sería Asesinato en la Casa Rosa. Lo tiene todo para ser leída con facilidad, incluso si a nuestro alrededor hay personas hablando o realizando otras actividades. Los capítulos cortos, el misterio, los cambios de trama, el enredo que se va sumando al nudo principal formando, por momentos, una tela de araña con varios frentes por resolver, las analepsis que nos llevan al asesinato que debe aclarar la inspectora Iria Santaclara contratada por Ulises Villamor bajo coacción pues, a pesar de estar de baja, cuidando de su marido desde que sufrió un ictus, el magnate le ofrece la mejor clínica europea, en Alemania, a cambio de que ella se instale en Loeiro, en la casa Rosa, la mansión familiar en la que viven, desde la pandemia del COVID-19, él, sus hijos y nietos. Ulises quiere saber quién mató a su mujer, Rosa, durante el confinamiento, cuando nadie salía ni entraba a la casa. Todo apunta a un miembro de la familia o del servicio, ya que el patriarca de los Villamor descarta que Rosa muriera de un ataque al corazón como afirmó el médico. Iria acepta sin imaginar adónde la llevará su decisión.

El estilo de Arantza Portabales es fluido, ágil, de prosa directa en la que el narrador, en tercera persona, solo desvela lo justo para que sean los diálogos los que nos informen de lo que realmente ocurre y de la psicología de los personajes. Como ellos, vamos sorprendiéndonos a cada paso. Disfrutamos con la complicidad entre César Araújo, antiguo jefe de Iria, ahora jubilado, y la inspectora (que tampoco está de servicio); además, tendrán a su favor a «la Gestapo» quien los ayudará más de lo que se imaginan en un principio «—…no creo que disfrute exponiendo rumores falsos. Al contrario, me parece una mujer sagaz, con un buen juicio crítico y gran capacidad de análisis».

Entre  los  tres,  Iria, César  y  Sinda, desvelarán  los  hechos  aunque,  tal  y como  sucede  en  la  realidad, no  todo tiene  arreglo;  hay  cosas  que  no  se  pueden  probar  y, aunque  estemos  seguros   del  delito, no  son  castigadas   «…Ella descubrió  su  rostro  y apoyó  la cabeza  en  la  de  él. Permanecieron  así  largo  rato.  —Casi  me  mata  —murmuró Iria.  —Pero no lo hizo. —Cesar no la soltó. La sentía pequeña y frágil—».

En general la novela me ha recordado a las clásicas de misterio de detectives; la convivencia familiar de los Villamor con la inspectora resalta su faceta humana y las prioridades a la hora de investigar, por lo que es difícil dejar de leer las más de cuatrocientas páginas casi de un tirón. Asesinato en la Casa Rosa se desarrolla en un ambiente cerrado, propicio para el silencio, la mentira, el misterio que rodea a un clan familiar cuyo patriarca es quien aporta una claustrofobia absoluta, a pesar de la libertad que sugiere, tanto a Iria como a sus familiares.

Conforme avanza el argumento nos sentimos más atrapados en este misterio en el que todos los habitantes de la casa son sospechosos, todos tienen un lado bueno y otro malo, algunos malísimo, pero como en la novela negra de enigmas, la nueva dama del noir consigue que no siempre acertemos con los motivos de cada uno para actuar como lo hacen «—Álvaro no sabe nada —dijo Eduardo—. Tranquila, nadie va a hablar. Todos tenemos cosas que esconder. Solo hay que conservar la sangre fría. Tenemos un pacto, recuérdalo». Arantza Portabales nos ofrece más de una sorpresa con la que humaniza a los personajes y por supuesto a la protagonista, quien promete otro regalo agradable a los lectores.

Como en las clásicas novelas de Agatha Christie, el tema principal rodea un asunto familiar, la resolución de la muerte de la matriarca, que derivará en otros temas familiares. El motor es la ambición, aunque también nos sorprenderá el amor y la vulnerabilidad de los personajes.

Precisamente en la indefensión será donde conozcamos mejor a Iria, a Ada, a Álvaro y Eduardo. El concepto que tenemos de los hermanos Villamor va cambiando según los giros que establece la autora y al final entendemos sus causas y podemos ponernos en su lugar para aprobar o no sus actos.

El costumbrismo de la costa gallega está representado por Loeiro, un lugar que, a pesar de no existir, refleja las relaciones reales entre los habitantes de los pueblos pequeños: lealtad, mentira, silencio, misterio y tradición inquebrantables rodean las vidas de los que controlan y de quienes necesitan subsistir «—Pueblo pequeño, infierno grande, ya se lo dije el primer día. No piense que la espío pero…».

La prosa de Arantza Portabales es directa, sencilla, con un lenguaje cotidiano, sin grandilocuencias, que hace de su novela un libro para la mayoría, y la gran mayoría mantendrá la atención hasta el final aunque los aficionados a la novela negra sean testigos del homenaje que la protagonista ofrece al gran Domingo Villar, consiguiendo que Iria y Sinda se conviertan en personajes memorables de la novela negra «En el sillón descansaba su lectura actual: El último barco, de Domingo Villar, el escritor favorito de Iria». De hecho, como en las típicas novelas protagonizadas por Miss Marple o Hércules Poirot, Iria Santaclara se enfrenta al misterio del cuarto cerrado, con pocas posibilidades para que entre el asesino a cometer el crimen, en este caso, la galería de la casa Rosa, donde Rosa, gran aficionada a la jardinería, murió.

martes, 12 de agosto de 2025

EL NUEVO

¿Por dónde empezar a escribir tras leer El Nuevo?

Sin duda, por agradecer a Babelio y su Masa Crítica la oportunidad de conocer a Rogelio Guedea. Y agradecer a Rogelio Guedea que escriba como lo hace, tan bien, con tanta fuerza, con tanta poesía dentro de un realismo de lo más sucio que podamos imaginar. Vivimos en un mundo en el que la violencia es cada vez más habitual, estamos acostumbrados a ver morir inocentes pero no queremos, o no podemos, adentrarnos en las causas y en las consecuencias humanas y sociales.

Guedea sorprende y analiza en su discurso cómo se construye la violencia, con palabras, con hechos que se reflejan en la experiencia de los más desprotegidos.

El Nuevo son catorce cuentos en los que las situaciones se dan en un contexto feroz. El conjunto es el testimonio de los que viven en un infierno y no han conocido otra cosa «lo que tenía que hacer era coger la cinta que estaba en la repisa de concreto y pasárselas de nuevo por la boca, dándole dos o tres vueltas, hasta que quedara bien apretada. Tengo haciendo este trabajo desde que entré a quinto de primaria, hace dos años».

Analizamos la realidad y cómo la perciben los personajes que viven un determinismo absoluto. El autor se arma de términos coloquiales, diminutivos cariñosos o bellas descripciones para entregarnos una narrativa combativa, denunciante, comprometida. A pesar de la brevedad de los cuentos, la carga simbólica es evidente; el sufrimiento individual y colectivo está latente en la palabra de Rogelio Guedea. La acusación es evidente. La desesperanza, también. Las agresiones físicas o psicológicas se viven como corrientes, como si formase parte de lo habitual descuartizar personas, como si desaparecer de pronto estuviese dentro de lo razonable, como si perder un hijo fuese natural, «El hombre hace un hueco en su cuerpo para que ahí se recueste la niña. Un hueco oscuro, donde ahora duerme toda ella solita: para siempre».

Este mexicano golpea a todo y a todos y grita lo más sórdido de la sociedad, lo más animalizado del ser humano. En El Nuevo, un pueblecito imaginado, pero tan real, de México, no hay esperanza; la corrupción alcanza todos los niveles en los que el autor explora el dolor y la condición existencial del hombre. Es un pueblo pequeño y, aun así, cada uno de sus habitantes se mueve en su propio mundo interior, oscuro, sórdido, tan personal que ni siquiera es opresivo; se acepta. Son piezas que se dejan llevar por el envilecimiento reinante, «…que lo llamara mañana temprano, se comprometió a hablar con el capataz encargado […] De la ilusión hasta el hambre se le había quitado. Gracias, Eloy, dijo […] escuchando la voz del otro lado del auricular diciéndole número inexistente, número inexistente». No hay piedad para nadie. Es la realidad que golpea constantemente, acompañando al individuo, pero esta realidad no es otra que su propia angustia, forma parte de él y constantemente lo oprime; la ley, corrompida, campa a su antojo, expuesta también a las consecuencias de la opresión «El policía se lo echó a la bolsa de atrás del pantalón […] y ufano, dijo: usted encárguese de que las méndigas plagas no le hagan la vida imposible y yo aquí me encargo de que ni un alabestrado le vuelva a robar sus herbicidas. Ta’güeno, dijo don Chema».

Los personajes de El Nuevo se mueven en circunstancias reales de miseria. Leemos un cuento y pensamos que no se puede caer más bajo. Y entonces leemos el siguiente. Las condiciones literarias de supervivencia son tan reales que nos permiten analizar el condicionamiento que define a cada ser humano. Hay quienes solo conocen el dolor y el miedo desde que nacen. No pueden luego aportar otra cosa. Para Guedea, una anécdota como un cumpleaños o un entierro es el detonante para desvelar toda una vida; asimilamos lo sucedido pero no tenemos claro la repercusión. Ni siquiera los protagonistas están seguros de sus actos; todo forma parte de una pesadilla, de una terrible angustia, «es que usted me puso tanto a matar, que ahora ya no sé hacer otra chingada cosa […] Bosques miró al interior de los ojos de Camachín con extrañeza. En realidad era la primera vez que no sabía lo que tenía que hacer».

La narración de Rogelio Guedea no es lineal; a veces aparecen analepsis otras, el presente es una fotografía fija del pasado y del futuro. Nos movemos en un sincronismo; la simultaneidad de planos despliega el caos de la violencia; la vida pende de un hilo en cualquier momento porque el ser humano es imprevisible «Nadie supo en qué momento el cuerpo de Chavira que flotaba por detrás de la reventazón, desapareció».

El autor narra para el pueblo con un estilo coloquial. Los refranes, los dichos populares conviven con mexicanismos y vulgarismos: «a moco tendido», «bien sabía que a ojo del amo engorda el caballo», «lo están poniendo como palo de gallinero», «cuanti más…». El folclore se camufla hasta desembocar en lo abstracto del destino; una fatalidad de la que solo se puede salir mediante la muerte. Es la libertad para los inocentes. El destino impide así que los más puros se enfrenten al infierno que les pertenece.

El realismo sucio que rodea a El Nuevo se transforma en un realismo mágico cargado de lenguaje evocador, denunciante. Es la literatura comprometida de Guedea «Cuca era un pajarito y así, su cuerpo flotaba como flota un velo de novia sobre el viento».

En El Nuevo no hay verdaderas familias, aunque sean interminables, ni verdadera policía, aunque esté en todos los caminos, ni verdadera justicia. Todo es una metáfora despectiva que convierte la vida del ser humano en una pesadilla amoral. Metáforas explícitas que aparecen cargadas de connotaciones agresivas que animalizan al hombre. No hay equívocos en la interpretación subjetiva. El significado del contexto juega un importante papel en la crítica sociocultural donde se suceden fotogramas como si la existencia formase parte de un cómic en el que a pesar de los elementos fantásticos, los personajes portan características humanas y se mueven en situaciones reales. Guedea explora el dolor, el terror, la muerte como partes de la condición humana, vividas en la existencia y generadas en el sueño, aunque a veces los protagonistas no sepan si todo sucedió al revés. Cualquier cosa puede pasar cuando la frontera entre lo real y lo mágico queda rota. Es un mundo machista donde la mujer permanece invisible, desvalida aunque no lo sea «la mujer, una hilacha, se disolvió en el aire», soportando las condiciones más duras sin quejarse, sin tener derechos médicos o jurídicos, es el desecho de los desechados, una cosa que se puede vapulear al antojo de quien quiera «un espantajo de mujer, un vestido deshilachado, colgando de un tendedero», algo sobre lo que el hombre tiene derecho a decidir qué hará en cada momento.

Con términos coloquiales el narrador refuerza la condición indefensa de los proletarios. Las enumeraciones asindéticas alargan lo que interesa en cada momento. Todo lo que rodea al pequeño pueblo de El Nuevo es exagerado, hiperbólico, la familia, la tradición, el odio, la corrupción y la bondad. Los detalles contrastivos evidencian la pobreza. Las reduplicaciones de términos alargan el dolor o la sensación de vivir algo irreal. El narrador en tercera persona omnisciente, confunde su voz con la de algún personaje y la narración cambia a primera persona al no separar con guiones las voces del discurso.

Las reglas sintácticas pueden romperse, también las sociales. El autor juega, así mismo, con los tiempos verbales en la narración, usando el condicional cuando le interesa que lo ocurrido adquiera un aspecto imperfectivo «Sí, licenciado, diría ella».

Y, por supuesto, las repeticiones anafóricas permanecen en los lectores como una letanía incesante que coloca la muerte como una tragedia antigua y habitual en la vida de El Nuevo.

Contrastes irónicos denunciantes. Una prosa demoledora, indispensable porque, entre otras razones, clama por los derechos humanos para todos aquellos que no los tienen. Se los negamos.

martes, 5 de agosto de 2025

R

He terminado R, una novela que ya tenía un punto a su favor: está editada por Talentura. Me encanta la editorial y el interés que pone a nuevos y buenos escritores. Además, en este caso, era una prueba de fuego porque la novela histórica no es mi género favorito; de hecho, suelo ser bastante dura y exigente con ella. Pero R se introduce el mismo tiempo en la novela fantástica, así que me decidí a leerla movida por la curiosidad.

Sin embargo, creo que el protagonista, Rembrandt, uno de los pintores que más admiro, queda dañado por esa fantasía. Me apasiona el Barroco que, conocido como el Siglo de Oro español, representa el siglo de oro europeo de las artes. Tanto el Renacimiento como el Barroco nacieron en Italia pero se extendieron pronto por los países de alrededor. Aún hoy seguimos teniendo como maestros indiscutibles a los que brillaron en aquella época. Y adaptamos o interpretamos sus obras.

Ernesto Tubía elige el siglo XVII para su novela y su protagonista es el maestro del claroscuro, Rembrandt, influenciado sin duda por la técnica caravaggesca. Y superó al maestro pues, el detalle de las figuras sobre un fondo oscuro resalta con fuerza la expresividad y emotividad de sus pinturas. Está claro que el siglo XVII es la época de los contrastes en la que la magnificencia de las obras de arte convive con la pobreza del pueblo; la inseguridad ciudadana era evidente pues los recursos destinados a ello eran insuficientes y la corrupción eclesiástica habitual y manifiesta. En este sentido, la novela de Tubía es un reflejo histórico de la realidad; las largas descripciones nos introducen en un ambiente insalubre y amenazante. El narrador, omnisciente, no descarta los gestos para reforzar el carácter y la forma de trabajar del protagonista, «Jan abrió las manos a ambos lados, reprochándole, como solía tener por costumbre, a Rembrandt su carácter hosco con cualquiera que no supiera sujetar un pincel o fusionar el blanco de plomo con aceite de linaza, para lograr el aceite negro con el que realizaba sus obras».

La novela es un retrato del siglo XVII en Leiden; un retrato desolador, opresivo, pesimista que sigue un hilo argumental coherente. He echado en falta algo de sentimentalismo con el que conmovernos, con el que sentir admiración, odio, pena por los dos pintores.

El tratamiento de los personajes es bastante duro, sobre todo con los protagonistas, aunque encuentro que les falta algo de fuerza para conectar con el lector. Jan no termina de creer en Rembrandt, de hecho, teme por su vida en más de una ocasión y, en vez de apelar al cariño que se tienen, lo hace a su valía como pintor; solo por eso debe ser absuelto de morir. La amistad a la que recurre en un momento, se transformará en desconfianza «Y algún día […] moriremos riendo, borrachos, ebrios de gloria, sabiendo que hoy, en este preciso momento, fue cuando cambiamos tu historia, acabamos con las andanzas de un asesino y encontramos el camino hacia la libertad». De hecho, en ocasiones da la impresión de que él se sabe uno de los mejores, aunque envidia a Rembrandt por no poder superarlo. Y Rembrandt, a pesar de que está descrito como el artista más importante de los Países Bajos de la Edad de Oro neerlandesa, no muestra la humildad que lo caracterizó en su vida y quedó reflejada en sus retratos. En R, el protagonista es autor, supuestamente, de una serie de crímenes atroces y ni siquiera es sospechoso. No hay caso, por lo tanto no hay investigación, por lo que no puedo asegurar que sea una novela negra. La historia se distorsiona a través de hipérboles e invenciones truculentas al máximo.

Es absurdo pedir veracidad a una novela histórica; precisamente son estas invenciones las que aportan cierto carácter fantástico, crudo, oscuro, transmisor de horror y espanto que permanece, no tiene solución. Estamos ante un ser maligno, sobrenatural que habita en una realidad irracional aunque él la ocupe sin ser consciente de sus actos; es como un Dr. Jeckyll que no puede controlar a Mr. Hyde cuando ocupa su cuerpo. El conflicto entre el bien y el mal está presente pero no aparece la lucha, R opta por que prevalezca el lado oscuro, el fantástico, el diabólico, de forma que Rembrandt es casi inexistente, alguien moralmente ambiguo cuya actitud apunta ser consecuencia de la actitud de su padre, una bestia sin corazón capaz de hacer un daño irreparable a su familia, a pesar de que en la novela solo se especifique un hecho y después no sepamos qué fue de ella.

Solo el estudio que alquilan los pintores protagonistas vincula a Rembrandt directamente con el lado oscuro de su progenitor. Algo que contrasta con la realidad y con alguna de las disertaciones sobre la vida del pintor, de las que se deduce una infancia feliz y despreocupada. Si cuando Rembrandt nace, su padre asume que supondrá otra ayuda para su negocio, más tarde nos enteramos de que «Su familia había sufragado, tanto sus excentricidades de pequeño como los estudios con los mejores pintores del país, en su búsqueda por convertirse en uno de los más grandes pintores flamencos».

El protagonista de la novela es un personaje fantástico; deambula por los barrios más bajos de la ciudad y a nadie le extraña; en su entorno tiene lugar una serie de crímenes que nadie se molesta en investigar. Las primeras señales terroríficas se desarrollan en la pocilga adecentada, algo que conecta de forma siniestra con su origen.

R es una novela con cierto punto adictivo, nos sumerge para conocer la parte más terrible de lo inexplicable, allí donde encontramos significados que nos hacen dudar de nuestra humanidad y que, sin embargo, acaban profundizando más en ella. Con esa humanidad de Rembrandt me quedo. R es una novela fantástica que pasa a formar parte de la cultura del miedo, que nos atrae porque está construida basándose en ocultismos y leyendas.

sábado, 26 de julio de 2025

WILT

Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien con una novela; no solo porque es disparatada, divertida, hiperbólica en todos los aspectos, también porque el uso de la lengua es increíble: comparaciones, metáforas, juegos de preguntas y respuestas… El autor no da tregua a las escenas ingeniosas, consiguiendo que para demostrar su inocencia, el protagonista haga brillar su inteligencia hasta lo más alto y deje la de gran parte de los personajes bajo mínimos.

Podríamos decir que Wilt es una novela negra ya que la trama principal es la desaparición de la señora Wilt y el desenterramiento de un cuerpo de mujer, con ropa de la señora Wilt, en la ampliación del instituto donde trabaja Wilt. Pero no hay muerte en realidad, ni violencia; tampoco sufrimiento, a no ser el de la propia policía y del director del instituto, que ven peligrar sus carreras.

Sí hay, prácticamente a lo largo de toda la novela, humor negro, pues Tom Sharpe se vale de la ironía para tratar temas serios como el matrimonio, la investigación policial, el hacer de la Iglesia, la importancia concedida a la enseñanza en la formación profesional y los verdaderos intereses de la clase alta y culta; el pensamiento holístico de los Pringsheim queda como una caricatura mordaz de lo que representó en los años 70 la new age, pues aparecen como humanistas superficiales sin ánimo de trabajar; vividores acostumbrados a tenerlo todo apelando a una falsa espiritualidad.

En Wilt hay tensión y según leemos, la incertidumbre va en aumento. El protagonista se va enredando cada vez más hasta hacernos creer que no podrá salir del atolladero, pero lo hace. Su ingenio llega a límites insospechados mientras confiesa situaciones que, de tan inimaginables, son esperpénticas.

Henry Wilt es un profesor anodino que da clases en la Escuela de Artes y Oficios y, durante 10 años ostenta el cargo de auxiliar. Lleva tiempo esperando un ascenso, pero los intereses de la Escuela van encaminados a convertirse en Politécnico, por lo que, en contra del director de Humanidades, el señor Morris, se priorizarán estudios dobles «licenciatura especial conjunta en Estudios Urbanos y Poesía Medieval […] Y así por quinto año consecutivo se olvidó el ascenso de Wilt».

Su matrimonio tampoco funciona bien. Inmerso en la rutina, se aviene a los intereses de Eva, su mujer, a la que le «influían demasiado fácilmente la riqueza, el estatus intelectual y las nuevas amistades». Wilt acepta todos los cambios y actividades que se busca Eva, mientras piensa que asesinarla sería una buena opción. Tras una fiesta organizada por los intelectuales señores Pringstheim, Wilt tiene la oportunidad de ensayar cómo podría deshacerse del cadáver con una muñeca hinchable. Pero Eva desaparece con los Pringstheim sin que él lo sepa y Wilt es acusado de asesinato.

Tom Sharpe utiliza el humor, la ironía y el sarcasmo para resaltar los vicios de la sociedad. Los lectores reflexionamos sobre la naturaleza humana, tan cambiante cuando pertenece a un colectivo, mientras reímos. Nos reímos de las situaciones, nos reímos de los personajes ridiculizados y nos reímos de sus defectos que vemos como un reflejo de los nuestros.

El estilo de este autor es mágico. Juega con el lenguaje como quiere, con comparaciones antitéticas conclusivas, «Eva Wilt desnuda a las ocho en punto de la mañana era una visión casi tan sorprendente como Eva Wilt borracha, fumando y vestida con un pijama amarillo limón a las seis en punto de la tarde. Y menos excitante incluso». Con antónimos que definen a la misma persona, «saber que Eva, que había sido toda su vida tan insoportable, fuese a soportar una vez muerta el peso de un edificio de hormigón de varias plantas». Con metáforas soeces «—…¿Lustrar su perlita? ¿Dónde demonios aprendiste semejante expresión? —Carne Uno —dijo Wilt, se levantó y se sirvió otra taza de café en la máquina». Con paronomasias expresivas que adquieren significado por sí solas «Estaban todas encadenadas, las condenadas» (las bicicletas). Con la segunda persona objetivadora expresa el estado de ánimo del que se quiere distanciar «Eso, eso, échale la culpa a la ginebra —murmuró Wilt, mientras entraba torpemente en el coche»; de hecho la voz del narrador, en tercera persona, hace uso de interrogaciones retóricas con las que se iguala al protagonista «¿Qué sentido tenía todo aquello? De acuerdo, Eva era una vaca idiota que le hacía la vida imposible…». Con alusiones literarias en conversaciones cotidianas, que ridiculizan más el ambiente intelectual «…nos dejas empantanados donde nadie en su sano juicio metería un barco ¿Quién te crees que va a subir hasta aquí? ¿Juan Salvador Gaviota?».

Con palabras que tienen la misma fonética pero los significados son diferentes, aunque colocados de forma repetitiva aumentan su valor despreciativo «no es un lameculos […] si no lames culos, no vas a ninguna parte». Con evidencias hiperrealistas que, de tan minuciosas, resultan increíbles


—¿Una mujer? —preguntó— ¿Qué? ¿En ese agujero? ¿Y qué hace ahí abajo?

El capataz le miró diabólicamente —¿Que qué hace? —gritó— ¿Qué crees tú que podría estar haciendo? ¿Qué puede estar haciendo si acabas de echarle veinte toneladas de hormigón líquido? Ahogándose, qué coño va a estar haciendo…

No hay desperdicio en los diálogos; son fantásticos. Aportan agilidad a la novela y dejan que la narración adquiera un ritmo dinámico, trepidante, pues las situaciones desesperadas se suceden hasta llegar a lo más desesperante, afiladas caricaturas de la realidad policial, eclesiástica y educativa.

No hay juicios morales en Wilt; los personajes actúan para que el lector ría mientras asume algo totalmente surrealista como parte de la realidad. Es cierto que la referencia es real pero el toque fantástico acerca la novela a la literatura del absurdo. Los personajes son arquetipos: el mal policía, la mujer soñadora que aspira a que su marido le ofrezca una vida confortable, el clérigo borracho, los snobs que viven a costa de los demás, los profesores, más preocupados por su posición social y económica que por los intereses de los alumnos… Todos son predecibles en su comportamiento, apenas cambian a lo largo de la historia. Todos excepto Wilt; el protagonista experimenta un crecimiento personal y social capaz de afrontar los reveses de la vida y salir airoso. La estupidez de unos hace que su ingenio se intensifique hasta quedar como reflejo del propio autor. También Sharpe fue encarcelado, acusado de subversivo, también trabajó como profesor de Historia en la Universidad de Arte y Tecnología en Cambridge, donde tomó notas de alumnos para algunos de sus personajes más necios y brutos.

Está claro que las mejores novelas salen de mentes abiertas, tolerantes y trabajadas. Mentes que saben reírse incluso de sí mismas «…los profesores de Humanidades no son como los demás hombres. O empiezan ya siendo raros, o acaban siéndolo. Es algo que se debe a la naturaleza de su trabajo».

sábado, 19 de julio de 2025

MI AMIGO PARA TODA LA VIDA

Cuando vemos la portada de Mi amigo para toda la vida quedamos fascinados por la carita que la llena. Inmediatamente nos conquista y, en conjunción con el título, deseamos también nosotros tener un amigo como Elvis.

Estefan es un viudo, ya mayor, bastante asocial, de carácter agrio, que intenta sobrevivir como puede sin tener demasiado contacto con el resto del mundo. La única que lo entendía era Dolores, su mujer y, desde que no está, Estefan no hace ningún esfuerzo por aceptar a los demás ni introducir novedades en su existencia. Su vida es rutinaria, repetitiva, triste y malhumorada. Él se muestra a los demás como egoísta «Si no tiene dinero, ¿a qué trae un hijo al mundo?», racista «Allí holgazaneaba el culpable, ese reponedor bajito y nervioso, colombiano o a saber», sin corazón. Vive una realidad en la que todo adquiere un talante impreciso y agotador. No hay nada claro que rodee a Estefan, incluso el narrador, que mantiene su punto de vista, cuenta la historia en tercera persona, intentando una objetividad que se va difuminando ante nosotros. Observamos que la inseguridad es la que acompaña al protagonista, causándole un estado de alerta constante, de temor y aislamiento: «—Siguen donde siempre, don Estefan —le dijo con ese acento de a saber dónde». Su rutina queda legible con frases cortas que conforman una secuencia, metáfora lingüística de lo obsesivo que nos mantiene atados a su verdad, a su forma de vivir que, como las palabras, se va acortando hasta conformar su espacio más inmediato «Estefan abandonó el baño. Bata. Calzoncillo. Calcetines. Pasó junto a la cama sin hacer. “Cama. Ce, a, eme, a”».

La sobrina de Estefan está preocupada; siente que su tío no está bien, la pérdida de memoria y la falta de conexión con la realidad son evidentes desde la muerte de Dolores, por lo que adopta para él un perro de una organización dedicada a que los ancianos necesitados no se sientan solos. Así llega Elvis a la vida de Estefan y, aunque al principio lo rechaza, se va habituando a él, siente que lo ayuda a disfrutar; le trae recuerdos que permiten reconocer sus actos: mejora sus relaciones interpersonales y su estado de ánimo, aunque no logra evadirse de su verdadero sentimiento: la soledad.

Cuando entra en juego Araceli, su vida da otro giro pues ella actúa como una segunda Dolores, le advierte de sus errores, de aquellos comportamientos que no lo dejan ser feliz. Con la llegada de Dolores vamos descubriendo que nada es lo que parece. La intriga va en aumento. Poco a poco van apareciendo elementos que se adentran en lo extraordinario, nuestra inquietud aumenta con el ritmo de la novela. Estefan es víctima de una pesadilla de la que no logra liberarse, un temor que bloquea su razonamiento. Elvis, un torbellino que todo lo celebra, queda también atrapado, por momentos, en la angustia «Cuando Elvis lo despertó pegado a su oreja y pisoteando la almohada, encendió la lamparita y descubrió […] Al anunciarse la madrugada, mientras Elvis mordía la zapatilla del pie izquierdo, supo que comenzaba la cuenta atrás para las 14:10».

Elvis llega a la vida de Estefan para recordarle que no es posible liberarse de su trauma; se lo recuerda hasta tres veces al día, consiguiendo que entre los dos se dé una relación de atracción-rechazo, mientras los lectores nos preguntamos si es posible vivir atemorizados siempre, si es posible no vivir en paz con nosotros mismos. Más allá de las salidas y el cuidado que le proporciona a Elvis, la tristeza de Estefan es habitual, vive angustiado por unas visiones que pueden ser fruto de una enfermedad, de las que solo había sido reconfortado por su madre, cuando adolescente y por Dolores desde que la conoció. Ahora, Elvis lo insta a gestionar él mismo sus emociones.

Las apariciones reflejan a víctimas y el lugar donde murieron, en principio suicidándose. Estefan va asumiendo, en su propia tristeza, el tormento de otros.

Los lectores nos vamos preguntando ¿por qué siguen ahí esos fantasmas? ¿Es una característica de Estefan que ha revivido con Elvis? ¿Es Elvis el aviso de que va a morir? «Encendió la lamparita: 24:15. Quedó paralizado […] los lloriqueos de Elvis, en la cocina, no transmitían peligro sino otra cosa, una mezcla de excitación y tristeza».

No solo Elvis, el comportamiento de Araceli es, cuando menos, raro. A veces tenemos la impresión de estar ante un fantasma futuro, otras es como el espejo de la propia Dolores; pero no es ella, Estefan lo sabe y, aunque lo atrae y le ayuda a sacar de nuevo aspectos positivos de su forma de ser, no la acepta como pareja.

Paco Santos juega en Mi amigo para toda la vida con el factor sorpresa como no lo había hecho antes. La intriga va in crescendo hasta llegar al suspense y de ahí al terror. Los lectores quedamos inmóviles inundados de una sensación de “espera, no puede ser. Voy hacia atrás”. Y releemos. E intentamos entender en esa lluvia que persigue a Estefan una metáfora de la tristeza y soledad que siente ante su nueva realidad, una vida poblada de recuerdos «A Estefan le gustaba la lluvia. La excusa ideal para no ir a ninguna parte». Intentamos buscarle un sentido a la orden que, repetidamente, da a su perro cada vez que lo suelta. Pero para eso hemos de llegar al final.

Su depresión se mezcla con la pérdida de memoria y la ansiedad ante posibles recuerdos; esto degenera en un deterioro cognitivo que le hace perder el contacto con la existencia. Estefan vive como normal todo lo que le ocurre: que alguien le deje un perro en su casa sin previo aviso, que ese perro lo marque como otro de sus territorios «En la camisa descubrió una mancha amarillenta justo donde había apretado a Elvis contra su pecho». Un perro al que adora pero lo llama con diferentes epítetos negativos: «puñetero, chucho, estropajo negro, saboteador, zapatillófago peludo, cochino, rata negra, aspersor de pis, la peste negra, satanás». Como el propio demonio tiene varios nombres que van despistando en según qué momentos. Porque realmente Elvis se hace imprescindible no solo para él, también para Araceli «—Recuerda que encabezo la línea sucesoria. Debo asegurarme de que no recibo al animal en los huesos», y para los jugadores de petanca con los que Estefan empieza a relacionarse de nuevo, «a esa mancha amarillenta […] tan similar a la que ese cochino había dejado en la camisa del jugador de petanca».

El protagonista se aviene al juego de revelación de información que le interesa al narrador, de nuevo esa fusión protagonista-narrador. Las apariciones que tiene le sirven para resolver una experiencia traumática de su adolescencia. A pesar del terror que le producen esas apariciones trata de analizarlas de manera científica, intenta averiguar sus causas y encontrar una solución, y justicia:


—¿Me va a decir que también se suicidó?

—Eso le pregunto yo, ¿también se suicidó?

Cuando el comisario alzó las manos, quedaron dos cercos de sudor sobre la mesa.

Paco Santos describe en esta novela los pensamientos, los trastornos, los motivos del comportamiento del protagonista.

Estefan se va relajando al tiempo que aumentan las visiones. La mancha de orina de Elvis es un estigma, una huella que imprime en todos aquellos que estarán de alguna forma bajo su dominio; le hecho, es el perro el que dicta cómo ha de rehacer su vida.

El estilo de Paco Santos es fiel al humor, al sarcasmo incluso, a las metáforas y las personificaciones, a repeticiones que denotan la misma sensación en espacios diferentes. Lo lectores quedamos cautivados desde el principio porque pasamos de las sensaciones externas a internarnos en la personalidad del protagonista y en nuestros propios sentimientos. Descubrimos que no hay tanta diferencia en las emociones de quienes están dañados por la soledad, por la falta de cariño; los afectados se unen a través de las consecuencias en el mismo final.

Los recuerdos del protagonista son reflexiones del autor, experiencias de los lectores que vemos reflejadas en las páginas y experimentamos una catarsis liberadora, como el canario que vuelve a cantar al encontrarse a un igual, como Araceli, espejo de Dolores que logra cierta felicidad en Estefan cuando descubre, por fin, de lo que es capaz por amor.

Elvis ayuda a Estefan a desarrollar su inteligencia emocional. Paco Santos, en una mezcla de novela negra, de terror, sobrenatural y literatura psicológica, nos descubre nuestros propios sentimientos, nuestros propios conflictos y la capacidad para entender a los demás.