lunes, 2 de diciembre de 2019

DICIEMBRE. REFLEXIONES SOBRE LA NAVIDAD


Una caja de cartón, gigante, presidía el comedor y conseguía que todo oliera a navidad; kilos y kilos de rollos y tortas de pascua reposaban plácidamente en ella, tapados con un mantelito que cumplía a la perfección con su finalidad protectora.

El árbol ocupaba un rincón del comedor, que como hacía las veces de entrada y sala de estar, saludaba al visitante en el momento en que se abría la puerta de casa. Algo de alegría se instalaba en tu cuerpo. Al sacarlo de la caja ofrecía, raquítico, poca confianza. Pero una vez adornado con bolas y espumillón, mi padre ponía las luces intermitentes de colores, que aportaban calidez al ambiente. Eso veía yo, un ambiente cálido, de hecho no hacía falta ninguna estufa, a pesar de que la ventana de la cocina estaba abierta a un patio de luces, y la puerta que la separaba de la sala comodín no era sino el marco.

Cuando colocábamos el Belén, que poco a poco se fue deprimiendo hasta quedar en Nacimiento, el aparador también tomaba un aspecto confiado, la caja labrada de madera que ocupaba la esquina derecha, y que contenía papeles que no se podían perder, recobraba una belleza inusitada, momentánea, sólo para esos días; en febrero retomaba su austeridad habitual.

Y, el día 20 o 21 de diciembre, siempre antes del sorteo de la lotería, entraba la Navidad. Ahora sí, con esa caja aromática que inundaba la casa de paz, estaba todo en orden. El azúcar mezclado con el vino y los piñones conseguían una masa perfecta que, al hornearse en la panadería cercana, tomaba el aspecto dorado de la fiesta. Era una tortura tener la caja ahí en el suelo, a tus pies, y no poder coger nada de ella hasta el día indicado. Por eso, el 22 de diciembre nos levantábamos muy temprano. A las 7 de la mañana estábamos impacientes alrededor de la mesa de comedor. Y así, expectante, esperaba el sonido de los golpes en la puerta, no el timbre. Con el rostro enrojecido por el aire de la mañana, feliz, mi abuela entraba, envuelta en un abrigo negro, en el comedor seguida del abuelo, más pequeño, enjuto, con su traje de chaqueta gris; su cara no reflejaba el frío, tampoco el calor del verano, pero al darle un beso me sentía feliz, y segura; quedaba un largo día por delante en el que todo marcharía bien. Se sentaban a la mesa, los dos juntos, sacaban la lotería que llevaban; mi madre, la nuestra. Se enchufaba la televisión y se quitaba el mantel que cubría los rollos. La Navidad había empezado. El pistoletazo de salida lo habían dado los dulces caseros y la cantinela de los niños de San Ildefonso.

Después era el turno de la bandeja del turrón que se preparaba para Nochebuena y siempre estaba llena hasta el día de Reyes, tal era su poder de retroalimentación. Las fiestas eran, sin duda, sinónimo de comer. Bien por un extremo u otro del comedor podías regalarte con el dulce más apetecible, o no, pero la tentación era grande y tuvieses más, menos o ninguna ganas, siempre caía algo.

Luego, las reuniones familiares, los regalos, los días sin clase… todo era fabuloso, pero nada comparable a los preparativos del comienzo, a la expectación de qué ocurrirá.
¿Cuándo he dejado de ver la magia de estas fiestas? Me siguen gustando las películas ñoñas de Navidad. Sigo alegrándome al ver luces y escuchar la música, pero ya no las pongo. Con la excusa de que no quiero estar contenta por obligación en una época determinada, nos olvidamos de la alegría el resto del año, porque trabajamos, nos estresamos, nos desgastamos, nos cansamos, nos deprimimos.

Bueno, no soy creyente, así que puede que la culpa de todo la tenga la Iglesia. Porque es una fiesta religiosa. Yo he intentado paganizarla pero no hay manera. Los villancicos aluden al cristianismo; y a mí me gustan los villancicos, la música sobre todo, y reconozco que la letra es oportuna, porque no es lo mismo decir “En un portal de Jerez, hay estrella, sol y luna, una hermosa panadera y un niño que está en su cuna”. No es lo mismo, le quitamos la esencia, la magia del santo y por supuesto, la magia de la virginidad. Probablemente la religión tiene tantos adeptos por la magia que la rodea, a veces es ocultismo, no lo vamos a negar pero, ¿quién piensa en eso ahora? Y quiero ser religiosa y creer que en mi mesa se van a multiplicar las sardinas y los panecillos de masa madre para que todos los que acudan a mi casa tengan su ración.

Quiero ser religiosa y creer que cuando me duela la espalda por efecto de la quimioterapia o me duela el alma porque no consigo trabajo, alguien con poderes se va a encargar de solucionar mi problema.

Quiero ser religiosa y creer que a todos los que no tratan bien a los demás, a todos los que humillan y maltratan les llegará el justiciero con las diez leyes inviolables y los llevará de inmediato al infierno, pero no al eterno, porque no soy religiosa, y por lo tanto no creo en la magia ni en lo sobrenatural. Creo en el infierno con fecha de caducidad, el que sufren los niños maltratados, los hombres humillados, las mujeres oprimidas que, curiosamente, no son quienes deberían ocupar ese infierno.

Por eso tengo en mi interior esta situación encontrada. Me gusta la navidad pero la música de los villancicos, no la letra. Me gusta la navidad, pero porque estoy de fiesta, no porque sea 25 de diciembre. Me gusta la navidad el 22 de diciembre, el 2 de enero, la navidad del 6 de enero, la navidad del 14 de abril, del 19 de marzo y el 4 de mayo, la navidad del 13 y el 22 de junio… ya tan lejanas y tan felices.

La navidad del 15 de agosto. Quiero reivindicar una navidad el 29 de agosto y otra el 30 de noviembre. Necesito mi navidad del 3 de septiembre y del 25 de octubre. Echo de menos los preparativos de la fiesta especial de cada mes, que conseguían de mí alguien ilusionado, con alegría y fuerza desbordante para enfrentarme a todo.

Podría volver a mi navidad constante. Podría intentar ser feliz durante más tiempo ¿Seguro?

5 comentarios:

  1. Cuando somos pequeños nos dejamos invadir por la magia de los regalos y las luces. Crecemos y nos convertimos en parte activa de la navidad, somos más ejecutores y poco a poco empiezas a cabrearte por encontrar un regalo adecuado para el que no necesita nada y luego empiezas a no necesitar nada tú mismo. La fiesta, como nosotros cambia. Lo malo es empeñarnos en querer que no cambie cuando ya lo hemos hecho nosotros. Ahora tenemos rollos y luces y sorteos especiales de lotería todo el año. Ahora la navidad empieza en octubre. Hemos regularizado una fiesta y ha dejado de ser especial. Pero a mí siempre me quedará la ilusión que me enseñaron en casa. Me sigue gustando arreglarme un poco esos días y oír la carcajada de la familia. Y me encanta ir a casa de mi madre porque huele a navidad, ilusión y seguridad todo el año.

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  2. En realidad lo que intento conservar es el espíritu festivo en las fechas que guardan un significado especial que, si me fijo bien, ocupan todo el año. Me gustaría volver a sentir la ilusión de hace años para transmitirla, porque llevarla dentro es lo mejor que le puede pasar a cualquiera.
    Gracias por compartir esta reflexión. No cambies mucho, mantén tu "navidad" todos los días que quieras.

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  3. La ilusión por algo genial que sabes que va a suceder, el asombro por la sorpresa y la magia se siente mejor desde los ojos de un niño. Cuando los niños están cerca y eres capaz de mirar por sus ojos, puedes volver a sentir la magia.

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  4. Estoy de acuerdo contigo. El niño es la definición de magia. Pero me encantan las personas, adultas, que irradian alegría e ilusión siempre, o casi, porque creen que la vida lo merece. Esa es mi meta. Gracias por tu consejo, y te deseo que durante todo este mes disfrutes de una feliz navidad.

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  5. Todo sería mucho más bonito con una "navidad" al mes, pero también perdería un poco la esencia, no ya de la navidad como fiesta religiosa, sino de la ilusión por un reencuentro, de conmemorar viejos momentos en familia. Gran parte de esa ilusión se produce por la espera, la prolongada espera de un año que hace que ese momento cobre especial relevancia.
    Si se repitiera más a menudo, perdería esa importancia y no supondría más que otro fin de semana, otro día festivo.
    Lo importantes de las fiestas es encontrar el motivo para celebrarlas y volver a ilusionarte un año más.
    No importa que llegue Papá Noel, o un Gnomo, sino que su llegada no suponga una obligación, sino todo lo contrario, la recompensa a una larga espera.

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